Sorprende que la mayoría de las encuestas de opinión estén encabezadas por la preocupación que expresan los argentinos por la inflación.
A contrapelo, la agenda de los medios suele estar encabezada por los recurrentes hechos de inseguridad. ¿Quiere decir acaso, como suelen señalar, incómodos, los gobernantes, que es la prensa la que instala la sensación de inseguridad, en lugar de optar por aspectos más benévolos del acontecer nacional?
Aclaremos desde el vamos: ni se trata de “sensación”, ya que son hechos concretos los homicidios, robos y ataques brutales de cada día; ni son los medios los que fuerzan la realidad para que a través de los diarios, las radios y la TV los ciudadanos de a pie crean como autómatas que viven en el peor de los mundos.
El drama de las víctimas del delito representa un testimonio por demás elocuente de lo que padece cualquier argentino, viva en el conurbano bonaerense, en la narcótica Rosario o en Colonia Segovia. 
Lo preocupante, lo que habilita un vehemente llamado de atención a los gobernantes de turno, es que la reacción frente a este avance notable de la delincuencia no es proporcional.
Lo esperable es que se actúe de la mano de la ley, no esta inacción cuasi desidia 
que se percibe con alarma.  
La peor respuesta es naturalizar que sea “cosa de todos los días” que una persona inocente muera en un asalto, por lo general, sin haberse resistido, o que un ladrón sea la víctima de aquel que ya no cree en la justicia.
Desde las altas esferas argüirán que se están modificando leyes y ordenanzas atrasadas o poco efectivas, que se compran móviles para patrullar o que incorporan más efectivos policiales. 
El problema es que al no ejecutarse como una férrea política de Estado, que baje desde el mismísimo Presidente de la Nación y cuente con el compromiso real de los gobernadores, los intentos seguirán siendo tan parciales como carentes de efectividad. 
No debería repetirse aquella triste escena del mediático jefe de Gabinete que, ante el robo de su preciado auto de alta gama, admitió avergonzado que la inseguridad no era una sensación. 
La calle está haciendo oír su voz. No escucharla, más que un error, sería prácticamente ponerle la firma a un certificado de defunción generalizado.

(Diario UNO, 22 de setiembre de 2016)

El archivo