En breve, la Argentina cumplirá 31 años de vida democrática. Un aniversario que debería ser motivo de celebración, aunque con el paso del tiempo -y en buenahora- nos hayamos acostumbrado.
Ese número no es un dato menor en la accidentada historia de un país que padeció tantos golpes contra la institucionalidad que realmente amerita valorar cada año que se ha vivido en democracia desde fines de 1983 hasta el presente.
El hecho de que se haya naturalizado el vivir bajo el imperio de la Constitución ha generado, paralelamente, que con el paso de las elecciones exista menos entusiasmo para expresarse a través del voto.
Para algunos, pareciera que ya no tiene el mismo valor que antes ir a sufragar. En otras palabras, que la consolidación del sistema no necesita de esa pequeña gran cuota de expresión ciudadana. 
Dejar atrás los años de plomo no fue una tarea nada fácil. En las Fuerzas Armadas aún quedaban nostálgicos que no se resignaban a perder el escaso capital de poder que les quedaba.
Ganar esa pulseada no se logró de un día para el otro. Mucho tuvo que ver la convicción demostrada por los votantes cada vez que había que elegir autoridades.
Se trataba de volver a marcar territorio. De decir esta es nuestra potestad y vamos a defenderla pacíficamente. 
Votar, entonces, como una profesión de fe. Poniendo el cuerpo, pero esta vez sin dirimir las diferencias ideológicas a través del lenguaje de la violencia. 
No siempre salió bien. Equivocarse también es parte de las reglas de juego de la democracia. Nadie puede enseñarnos a elegir bien, a no errarle con ese candidato al que se le da un crédito que rara vez sabe utilizar correctamente.
Aunque en el presente la crisis económica, las provocaciones de los popes gremiales que no se avienen a las reglas del juego democrático y las idas y vueltas por los fondos buitres estén en el centro de la escena, el sector político no deja de tener un ojo puesto en el 2015.
Desde ya se puede avizorar un escenario  intenso, que tendrá varios capítulos decisorios, entre las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias y posteriormente las generales, de las cuales saldrá el sucesor de Cristina Fernández.
Si se desdoblan las PASO y en las presidenciales no hay ganador en primera vuelta, esto implicará ir cuatro veces a las urnas. 
Ojalá en lugar de maldecir como si fuera un castigo cumplir con ese acto, nos alegremos de seguir decidiendo nuestro destino.

(Diario UNO, 21 de setiembre de 2014)
Entre los miles, tal vez millones, de videos que se viralizan por día a través de las redes sociales exaltando la estupidez y la frivolidad, vale detenerse en uno que se originó en Chile.
El hecho ocurrió en un transporte público que circula diariamente entre las ciudades de Concepción y Penco. 
En la grabación registrada por las cámaras de seguridad se puede ver cómo el chofer de un colectivo sorprende a todos con un gesto inhabitual: se para y le ofrece el asiento a una mujer que iba parada con un bebé en sus brazos.
El conductor, que tuvo esa reacción al ver que nadie le cedía un lugar a la joven madre, logró el efecto buscado ya que un par de personas se levantaron. Sólo dos. Incluso un hombre, al que ve muy cerca de la mujer, ni se dio por aludido.
Parece una anécdota y lo es, pero refleja algo que se ha naturalizado también por este lado de la cordillera.
Gestos elementales de convivencia, como los buenos modelos que nos enseñaban de niños en la casa y la escuela, se han perdido. 
Han pasado de moda como el hit de turno.
Subir al micro y saludar, ceder el paso o el asiento, son códigos de urbanidad que quedaron en el ayer.
Hasta en los lugares de trabajo es común observar que las nuevas generaciones ven en el saludo más elemental un gasto innecesario de energía.
Esto que puede parecer un tema irrelevante, para otros es fundamental en pos de un apropiado clima laboral. 
El caso del colectivero chileno tuvo mucho eco, sobre todo en aquellos que destacaron que lo elemental para educar es el ejemplo.
Qué lejos quedaron aquellos “por favor y gracias” que madres y maestras solían repetir cual mantras para que no los olvidáramos. 
La buena educación, aseguraban ellas, abre todas las puertas.
Sin dramatizar, hoy son más las puertas que se cierran, producto de un ensimismamiento al que abonan los adictivos celulares, las tablets y demás opciones tecnológicas que no hacen otra cosa que desconectarnos del mundo real. 
Lógicamente, no es un ítem de los que se debatió en el nuevo código de convivencia urbana que se aprobó ayer en Capital. 
Sin embargo, tiene muchos puntos en común. El más importante, sin dudas, el respeto por el otro. 

(Diario UNO, 22 de octubre de 2014)
A un año de las elecciones generales del 2015, los candidatos se multiplican como los peces bíblicos. 
Todo el tiempo, un nombre se suma a otro, pero lo que no se incrementa es el caudal 
de ideas para lograr que Argentina de una vez por todas juegue en primera.
El que está en el gobierno -sea éste nacional, provincial o comunal- está convencido de que su rumbo es el correcto. 
Y quien está en la oposición, o se anota para ser quien suceda a Cristina Fernández de Kirchner, asegura a los cuatros vientos que está todo mal y ya oteamos el precipicio.
Un clásico de la política argentina desde años ha.
Con más razón entonces, urge que afloren las ideas, las propuestas, la búsqueda compartida de una visión integradora de país.
En ese sentido, Brasil nos saca varios cuerpos. Por ejemplo, en debates presidenciales.
En una reciente columna de opinión, el periodista y empresario Daniel Hadad plantea un dato que debería alarmar: “Pasaron treinta años desde el ansiado retorno a la democracia y aún no pudimos presenciar una discusión intelectual entre aquellos que se postulan para liderar la Argentina”.
En cambio, en los pagos de Neymar y Caetano Veloso está práctica juega un papel estratégico.
A tal punto, que en esta campaña que culmina hoy con la definitoria segunda vuelta, no han sido uno o dos esos debates sino que fueron ¡ocho!
¿Y por qué son tan importantes y ningún candidato les rehúye ? Porque en ellos se pone en juego un anticipo de las líneas directrices que cada candidato seguirá en caso de acceder al cargo mayor.
Que Dilma Rousseff haya debido explicar (o al menos intentarlo) las denuncias de corrupción que pesan sobre su gestión, es una situación impensada para un país como el nuestro. 
En la cuenta regresiva hacia las Paso y las presidenciales del año próximo, lo que se ve y lo que se escucha hasta aquí es más de lo mismo. Es como el famoso “caset” que se les critica a los futbolistas.
La percepción de la calle es que se opina demasiado y con escasos datos reales.
Estudiar, prepararse y luego animarse a un debate a fondo, son pasos que hasta ahora los principales candidatos no parecen dispuestos a dar.
Hacer  valer nuestro voto debería ser el mejor mensaje. Pero no siempre alcanza.

(Diario UNO, 26 de octubre de 2015)
Una de las tantas críticas que suele recibir desde afuera la Argentina es que se trata de un país “imprevisible”.
Por lo general, este calificativo se asocia  a lo económico, en el sentido de que los inversores extranjeros consideran que no hay garantías jurídicas y financieras sólidas para desembarcar con sus proyectos.
En cambio para el argentino medio, éste es un país “previsible”. Sabemos, por ejemplo, que cada tantos años de bonanza vendrá una crisis para ajustarse el cinturón. Y así hasta que baje el agua.Tenemos sobrada experiencia al respecto. 
En esa suerte de efecto cíclico en que de tanto en tanto vivimos una sensación de déjà vu, hay varias profecías autocumplidas.
Una “de cajón” es el paso a Chile. Llegan las vacaciones de verano y los mendocinos que apuntan proa hacia las playas del Pacífico saben que tendrán que padecer eternas colas para hacer los trámites en la aduana. 
Pasarán los años y los gobiernos, pero ese dolor de cabeza se repetirá casi calcado.Similar situación se vivirá en invierno, cuando a raíz de la nieve que bloquea el paso cientos de camiones quedarán varados a la espera de que amaine el temporal.
En esta misma lógica de previsibilidad, cada fin de año se repite una situación más preocupante y compleja.De la mano de la crisis y de quienes hábilmente se valen de ella para sus fines políticos, unos meses antes de Navidad comienzan a avivarse los fantasmas de los saqueos.
Desde aquel 2001 que culminó con el presidente De la Rúa huyendo en helicóptero y una revuelta social ganando las calles, cada diciembre produce un efecto bastante particular.Se unen el cansancio de todo un año con la sensibilidad propia de las fiestas y la percepción de que los números otra vez no cerraron.Un cóctel peligroso que este 2014 vuelve a agitarse y que, por suerte, empieza a activar a tiempo los necesarios antídotos.
La imprescindible precaución está en marcha a través de una cuantas acciones que buscan evitar que triunfen los verdaderos antidemocráticos. 
La política ya se ha puesto en acción a través de reuniones con los supermercadistas (principal objetivo de los saqueadores), referentes sociales, servicios de Inteligencia y todos los organismos de Seguridad. 
También para defender la paz hay que buscar esa estratégica previsibilidad. Es la única forma de no ceder ni al miedo ni a los agitadores.  

(Diario UNO, 19 de octubre de 2014)
Menos mal que los legisladores mendocinos no deben rendir un examen para pasar de año porque si no varios de ellos se la llevarían “a marzo”.
Un informe de Diario UNO (págs. 4 y 5) revela que unas cien iniciativas vinculadas a salud, educación, discapacidad y ambiente, entre muchas otras, han quedado en una suerte de limbo legislativo del que difícilmente salgan en breve.
El punto en común es que no alcanzan el consenso para convertirse el ley. Es más, la mayoría no cuenta ni siquiera con la media sanción. 
Estos proyectos apuntan a resolver problemas específicos, pero al no ser parte del lote estríctamente político-coyuntural, como por ejemplo el meneado Presupuesto, se van acumulando en el cajón de las deudas a futuro.
 Los principales responsables, léase los propios legisladores, tienen varias respuestas para explicar porque estas propuestas ni siquiera salen de comisiones.
Para algunos, al no tratarse de iniciativas que garanticen impacto mediático, desde el vamos están condenadas al fracaso.
Otro sostienen que falta coordinación entre las cámaras de Diputados y Senadores. “Trabajamos con una agenda de urgencias. Cuando hacemos un balance, siempre salimos perdiendo en esto de no planificar”, admitió una diputada del oficialismo.
He aquí precisamente uno de los puntos flacos del trabajo legislativo: la alarmante falta de planificación. 
Cualquier ciudadano cree -o espera- que sea la labor en comisiones la que vaya trazando un orden de prioridades en función de lo que la sociedad les demanda. Para eso y no para otra cosa han sido votados.  
Esa falla organizacional es la que delata que existen numerosos proyectos que apuntan a lo mismo y que, al no realizarse una minucioso seguimiento de archivo, terminan acumulándose sin que prospere ni la primera ni la última iniciativa. O sea, la nada misma.
Tampoco faltan quienes directamente reconocen que en la solemne Casa de las Leyes priman cuestiones de celos y mezquindad política. 
Para este punto abundan las chicanas que justificarían que el nombre o el peso de determinado legislador tracciona en los momentos claves de una votación.
Lo cierto es que llegado el momento de los balances, éstos muestran un rojo peor que el de las arcas provinciales.

(Diario UNO, 20 de julio de 2014)
A falta de los goles de Messi, la garra de Mascherano y los atributos físicos de Lavezzi, el tema de los fondos buitre ya se ha instalado hasta en las charlas de café y la cola del supermercado. 
Siguiendo con el efecto Mundial, es llamativo cómo se toma partido para expresar opiniones que tienen mucho de pasional y poco de sustento teórico o técnico.
Lo epidérmico va desde la apariencia física del juez estadounidense Thomas Griesa (cómo si en ella estuviera cifrada una agresión contra la Argentina), hasta inferir que cada ítem de la economía que hoy no funciona está directamente vinculado a los holdouts.
Algunos funcionarios no están muy lejos de ese discurso de barricada del cual somos tan afectos los argentinos cuando asimilamos la mística futbolera e intentamos aplicarla a cualquier rubro de la vida.
“El juez Griesa no resolvió nada y los buitres siguen amenazando”, fue el título del documento al que le puso la firma  Axel Kicillof, tras conocerse que el magistrado neoyorquino rechazó el pedido de poner en suspenso el fallo que obliga al país a pagar U$S1.600 millones.
El “tonito” del ministro de Economía no cayó nada bien en los pagos de Obama. Griesa calificó de “retórica reaccionaria” las declaraciones del funcionario  de Cristina Fernández. 
Lo cual no tuvo nada que envidiarle a la verba encendida del argentino de a pie, que así como un día puede ser el sucesor de Sabella y armar en 10 minutos su propio seleccionado, también se le anima a esgrimir una estrategia para burlar a los antipatrióticos buitres. 
En medio de los tires y aflojes, la cuenta regresiva se acorta y la situación de nuestro país se acerca a un peligroso precipicio al que sólo se puede nombrar como default.
Si la Argentina no paga el 30 de julio, los bonistas que todavía no vencieron podrían pedir la aceleración de la deuda y disparar aún más la abultada cifra.
Ante el abuso de conjeturas, de opinólogos con carnet hasta referentes serios de la política y la economía, la Presidenta salió a marcar la cancha: “En default entran los que no pagan, y la Argentina pagó”.
En el lenguaje de la tribuna, sería algo así como suscribir a la táctica de Sabella: esperar replegados en defensa para contragolpear cuando el rival menos lo espere. 
Ojalá nos salga mejor que contra Alemania. 

(Diario UNO, 24 de julio de 2014)
Fiel reflejo de la inagotable imaginación y el humor zumbón y surrealista cortazarianos, las míticas Historias de cronopios y de famas es un libro de esos que las nuevas generaciones redescubren y mantienen vivo pese al artero paso del tiempo. Ahora una nueva versión, bellamente dibujada por Elenio Pico, nos revela cómo son –según su óptica- esos “seres verdes, húmedos y con forma de globo” que Julio Cortázar bautizó como cronopios.
Cuenta la leyenda que al autor de Rayuela se le aparecieron en medio de un concierto, allá por 1952. 
En principio, fueron pequeños relatos que regalaba a sus amigos en formato de cuadernillos. Recién una década después los publicó como libro en Minotauro, impulsado por su editor Paco Porrúa.
Para que no resultara tan pequeño ese volumen, los completó con invenciones acordes como Material plástico, Ocupaciones raras y Manual de instrucciones. El éxito fue inmediato.
La particularidad de esta exquisita reedición es que se publican las historias como fueron gestadas en el proyecto original, con el plus de tres textos que aparecieron en forma tardía en Papeles inesperados, en el 2009.
Aunque se hayan quedado fuera del título, las “esperanzas” también tienen su lugar aquí. Y sí, ellas también bailan tregua y bailan catala como los cronopios y los famas.

(Suplemento Escenario, Diario UNO, julio de 2014)
Ser feliz era esto, de Eduardo Sacheri. Alfaguara. 2014. 245 págs.


Lucas era de esas personas que, aunque un tanto pasivo, creía tener su vida relativamente bajo control. Claro, hasta que un día aparece una adolescente y le dice que es su hija, y esa vida acusa un cimbronazo que obliga a repensar todo.
A la manera de una computadora, Lucas se tiene que reiniciar y reprogramar su nueva vida en función de esa quinceañera que llegó de Gesell donde su madre, único miembro familiar, acaba de morir.
Lucas vive en Morón junto a su esposa Fabiana, quien siente que la irrupción de Sofía cambiará de vuelta y media a su pareja. Y está en lo cierto. Nunca hubiera pensado que aquel amor juvenil nacido bajo el influjo del mar, del que sabía por boca de él, se sostendría en el tiempo por una hija que no estaba en los planes de nadie.
El devenido papá es un escritor que logró cierta fama y dinero con su primer libro, El desierto de los fantasmas, y que si bien escribió un segundo, El veneno del sol, no quiere saber nada con ser un autor “profesional”. Siente que se está mintiendo a sí mismo y a los demás. En realidad, sueña con instalar un invernáculo, cultivar plantas y dejar que afuera el mundo ajuste sus cuentas.
El núcleo de Ser feliz era esto es el complicado aprendizaje de padre e hija; el cómo cumplir justicieramente con esos roles, con reacciones tan humanas como el temor, la desconfianza, los celos, la protección. En definitiva, cómo dar y recibir amor entre dos desconocidos, dos solitarios que portan la misma sangre.
Sofía no es una adolescente más. Es una chica más madura que el promedio y eso tiene una razón bastante obvia: haber crecido sin papá y con una madre bastante especial, la armó para moverse con soltura entre los inconsistentes adultos.
Eduardo Sacheri (La pregunta de sus ojos, Araoz y la verdad, Papeles en el viento)  tiene un gran talento para trabajar en esa zona de los vínculos donde lo que parece cosa de todos los días gana un primer plano desde una mirada profundamente humana.
Ser feliz era esto no es uno de los puntos más altos de su obra, pero tiene un mérito para destacar y es que sostiene esa poética de las historias mínimas que en cada uno de sus libros nos revela una de las tantas caras que tenemos los complejos y maravillosos seres humanos. 

(Suplemento Escenario, Diario UNO, 26 de mayo de 2014)
El fallo favorable a los fondos buitres tiene tal trascendencia política y económica  que es prácticamente la única noticia que pudo, al menos por momentos, instalarse casi a la par del Mundial de Brasil. 
Por estos días, los opinólogos de café hacen zapping entre el triunfo de los alemanes, el poderío de los holandeses y el fracaso de los españoles, para luego pasar a hablar de “default”, criticar al juez Griesa y sostener airadamente que es imposible pagarle a los especuladores.
Tras el fallo de la Corte de Justicia de los Estados Unidos que levantó la cautelar que suspendía el pago a los “buitres”, sobrevino la noche para una economía que parecía que ya había tocado fondo.
Sin embargo, la sentencia abrió la puerta al pago de U$S1.500 millones a los acreedores non sanctos y U$S900 millones a los bonistas que aceptaron reestructurar su deuda. Esto, según el propio ministro Axel Kicillof, implicaría empujar al país al temible default.
No obstante, la voluntad de negociar pero con otras reglas del juego, no sólo fue expresada por el gobierno de Cristina Fernández. 
Ayer, también recibió un fuerte respaldo de todo el arco político con representación en el Congreso nacional.
Es precisamente en estos hitos de la historia de un país cuando debe primar la visión de Estado por encima de la posición partidaria y cortoplacista. 
Las consecuencias de abrir el grifo al pago de los “buitres” van a atravesar indefectiblemente a esta y, sobre todo, a futuras gestiones de gobierno. 
Por esa razón, era un mensaje esperable que se tomara la decisión de negociar pero advirtiendo que se hará con un plan propio. Es decir, no aceptando a ciegas otorgar graciosamente a los carroñeros financieros una rentabilidad que no tiene ningún tipo de lógica.
El juez Thomas Griesa, quien ayer recibió a la comisión enviada por el gobierno nacional, expresó en esa reunión: “No quiero que Argentina se vuelva a reír de una sentencia judicial”.
Hasta ahora, el magistrado movió sus fichas de tal forma que creó las condiciones necesarias para que los fondos buitre queden habilitados para exigir el cobro inmediato de la deuda. 
Hay demasiado dinero e intereses en juego, por eso de ahora en más cada paso que dé la Argentina no puede ni debe permitirse un margen de error. 
En plan optimista, se necesita un Messi que resuelva el partido cuando todo indique que nos vamos quedando fuera del Mundial (financiero, en este caso). 

(Diario UNO, 19 de junio de 2014)
Esta vez, como era de esperar en alguien que asume el rol de líder, fue el propio papa Francisco quien envió un mensaje claro a toda la grey católica: tolerancia cero para los abusadores.
Que haya sido la máxima autoridad de la Iglesia quien admitiera que son innumerables los casos de curas pedófilos, marcó un necesario quiebre en esa milenaria institución.
Lo que era un secreto a voces, un vergonzoso pacto de silencio, pasó a ser un tema de agenda. Ahora nadie le puede sacar el cuerpo a la discusión y, sobre todo, a la resolución de los casos denunciados en todo el mundo donde hay presencia de este culto.
Los abominables abusos cometidos por integrantes del clero no sólo son repudiables por ser menores las víctimas, sino también por haber usufructuado una posición de poder y algo intangible pero esencial como la confianza del vínculo.
Por más empeño que se pusiera en “tapar” lo que para los victimarios significaba un escándalo, pero para los abusados un daño psicológico y moral impagable, en la comunidad cercana al hecho se sabía claramente cómo funcionaba el método de ocultación.
Por lo general, el abusador era protegido enviándolo a otro destino, desactivando en lo inmediato repercusiones negativas. Lo que parecía no tenerse en cuenta es que en su nuevo destino, el pedófilo en cuestión volvía a la carga, multiplicando el padecer de otros incautos.
Hoy, y en gran medida porque los damnificados se animan a denunciarlo a través de los medios, la Iglesia Católica debe salir a dar explicaciones. Con su política de no ocultamiento, Francisco no les ha dejado margen para la impunidad como en los viejos tiempos.
Incluso la Organización de las Naciones Unidas le recomendó a la Santa Sede que cambie su ordenamiento jurídico interno para poder darles garantías jurídicas a las víctimas de abuso sexual.
Los recientes casos denunciados en Mendoza, el de un ex alumno de Don Bosco abusado a los 14 años y el del diácono de Junín por supuestamente haber acosado a una discapacitada de 36 años, han logrado un cambio sustancial en el Arzobispado local: que se expidan públicamente. Lo habitual ha sido que sólo se expresara ante la insistencia de la prensa, no por convicción de dar una respuesta pública ante hechos que involucran a sus miembros y  a los feligreses.
La principal lección que da el líder de la iglesia es que el mayor castigo para los abusadores ya no será sólo la justicia divina. Ahora deberán ser juzgados también en la tierra. Como corresponde.

(Diario UNO, 23 de junio de 2014)
No son pocos los que toman los mundiales de fútbol como una referencia temporal para fijar ciertos hitos personales.  
Cada cuatro años, ese corte arbitrario permite orientar hacia atrás el GPS emocional, y repasar alegrías y tristezas que tuvieron el marco de una de las competencias deportivas más apasionantes. 
De esto pueden dar fe aquellos que aun aclarando, como si hiciera falta, que no les gusta el fútbol, durante ese mes fuera de lo común no pueden evitar caer bajo el influjo festivo de un juego que claramente es mucho más que eso.
Dentro de esas 22 camisetas que salen a la cancha van 22 soldados que representan a sus respectivos países en una suerte de batalla que, en esta ocasión, se inspira en la gloria deportiva  a conseguir y no en la conquista territorial.
Es por este clima que sólo puede lograr la pasión por el fútbol que a la hora de pensar de qué manera queríamos festejar nuestro 21º aniversario, no lo dudamos. 
Dijimos: “Estamos en junio, mes del Mundial y de Diario UNO, por qué no recordamos cómo vivimos en nuestras páginas cada uno de esos campeonatos”.
Así fue como pusimos la lupa en Estados Unidos (1994), Francia (1998), Corea del Sur y Japón (2002), Alemania (2006), Sudáfrica (2010) y Brasil, el que nos atrapa por estos días.
Aunque para muchos se trate de un mes en el que no ocurre otra cosa que esos 64 partidos, sus goles, sus estrellas y sus curiosidades, el mundo sigue girando fuera de los estadios. 
Por eso, en esta vuelta de página también repasamos qué pasaba en la otra cancha, la de la siempre generosa “realidad”.  Qué hechos quedaban eclipsados por el Mundial de entonces o, al contrario, cuál lograba –aunque fuera por un rato– que no se hablara del gol del día o ese partidazo que se analizaba al detalle en las mesas del café.
Como en cada aniversario de UNO, renovamos el compromiso con nuestros lectores de seguir jugando en el mismo equipo, defendiendo día a día la camiseta de Mendoza. 
Dentro de cuatro años, es decir para el Mundial de Rusia, no cumpliremos un aniversario más. Serán nuestras Bodas de Plata. Un festejo que, no dudamos, será lo más parecido a salir campeones o gritar el mejor gol.

(Suplemento 21 aniversario de Diario UNO, 27 de junio de 2014)
El caso de los dos hermanos a los que no dejaron ingresar a un boliche de Ciudad y debieron ser resarcidos económicamente por tratarse de un acto de discriminación, marca un valioso antecedente para la reflexión y el debate.
Los damnificados por el lugar de diversión (Apeteco) denunciaron en agosto de 2012 el hecho ante el Inadi y abrieron una causa en la justicia.  
Primero, el argumento para no dejarlos ingresar fue que no eran clientes, para luego explayarse y -con eufemismos- darles a entender que petisos y morochos no eran la clase de gente que aceptaban en ese lugar. 
Finalmente, un fallo a favor de Cristian y Andrés Vega determinó que el local bailable deberá pagarles $40 mil a cada uno.
La mitad de ese monto corresponde al daño moral y la otra parte es una multa civil a favor del consumidor. 
Esto se aplica por primera vez en la provincia, ya que había sido incorporado en la reforma de la Ley de Defensa al Consumidor en 2008 para desactivar conductas de este tipo por parte de estos espacios nocturnos.
El Inadi intervino en este caso ya que consideró que los jóvenes fueron discriminados en la entrada al boliche. Esa posición quedó expresada a través de un dictamen que luego se adjuntó a la causa. 
La repercusión que alcanzó este caso a nivel público, sobre todo por el enorme eco en las redes sociales, alertó una situación que se da con más frecuencia de lo que uno cree. 
La mayoría no trasciende porque no se realiza la denuncia como sí hicieron valientemente los dos hermanos.
El derecho de admisión debe basarse en normas objetivas, informadas con anterioridad. Estas, lógicamente, no pueden discriminar, como lo establece la Ley 26.370.
Por ejemplo, se pueden establecer condiciones respecto de la vestimenta de quienes pretenden ingresar al local, pero no impedir su ingreso por alguna característica física, de género o ideológica.
La normativa es clara para evitar que los controles de ingreso a los lugares de diversión no sean arbitrarios o torpemente subjetivos.
No someter a los clientes a situaciones vejatorias y vergonzantes es una condición sine qua non para que estos establecimientos no corran el mismo destino que Apeteco.

(Diario UNO, 4 de julio de 2014)



No soy bueno para las fechas, pero el 1º de julio de 1974 me quedó grabado a fuego. Era lunes, y por entonces, los lunes tenían la misma carga, el mismo peso psicológico que hoy. Empezábamos una semana con la esperanza de saber que a su vez íbamos desandando la cuenta regresiva hacia el lejano y esperadísimo viernes. A las 13.15 la noticia explotó como una bomba sin ruido: había muerto Juan Domingo Perón. Eso fue lo único que escuchamos en boca de una maestra que pasaba aula por aula a avisarle al resto de sus compañeras.
No hizo falta que nos explicaran; pequeños como éramos, ya sabíamos que el que había muerto era nuestro presidente. Según mi padre, “un tirano”; para mi abuelo, en cambio, “un prócer”, casi el segundo padre de la patria. Dos miradas que aún hoy dividen las aguas, en una polémica tan visceral como infructuosa de la que puedo jactarme de haber mantenido siempre una prudente y respetuosa distancia.
Debo reconocer que esa jornada tan triste para millones de argentinos fue para mí como un larguísimo recreo, un viernes anticipado. Apenas enterados de la noticia, mis padres pasaron a retirarme de la escuela y un rato después, junto a mis primos -todos más o menos de mi edad- partíamos en el viejo Rastrojero azul hacia la finca del tío José Luis en Alto Verde. Allí nos esperaba la casa del árbol que habíamos construido torpemente con mis primos (un viejo olivo atravesado por un improvisado fortín de álamo, coronado con un vestido viejo devenido bandera negra) y un auto sin ruedas que podía llevarnos a cualquier rincón del mundo.
Perón sólo seguía presente, un tanto más cercano, desde la tele en blanco y negro en el comedor de tía Lidia. En rueda de mate, los mayores no se perdían detalle de lo que contaban los periodistas desde aquella Buenos Aires tan lejana.
A las 14.10, por Cadena Nacional su esposa, la vicepresidenta María Estela Martínez, la inefable Isabelita, nos hablaba a todos los argentinos durante tres minutos.
Se decretaron tres días de duelo hasta que el cuerpo del General llegó –caravana multitudinaria mediante– hasta su morada final en Chacarita.
Antes de dejar la escuela por ese inesperado feriado, por el amplio pasillo del antiguo edificio escolar, habíamos visto ir y venir al abatido director de la escuela, llorando desconsoladamente. No todos los días un niño veía llorar a un hombre de 80 años. Había perdido a Perón, que era como decir que había perdido a su padre por segunda vez.
A los ocho años, la política y la realidad nacional, por suerte, no eran temas que nos quitaran el sueño. Muchos lunes después, aquel niño devino periodista y el recuerdo se le transformó en materia prima, en pieza propia de un rompecabezas ajeno.
A pesar de su entorno moderadamente gorila, el niño y el periodista entendieron, en 1974 y cuarenta años después, que la historia también se nutre con el registro de nuestra modesta y subjetiva mirada. 
¿Lo leíste?, de Silvia Hopenhayn. Alfaguara. 223 pág.

Desde hace años, Silvia Hopenhayn viene realizando una tarea más propia de la divulgación que de la crítica literaria de capilla. Y lo hace con una virtud muy personal, la de trasladar a la página del diario en que publica su columna semanal Libros en agenda un inclaudicable amor por la palabra.
En esto gravita su dilatada trayectoria como periodista cultural y su oficio como escritora, de cuya pluma han surgido obras como Cuentos reales, La espina infinitesimal y Elecciones primarias.
Con ojo entrenado y una escritura clara y precisa, Hopenhayn estructura esta compilación en tres partes -Los de acá, Los de allá y Los de más allá- basadas en el origen de los escritores a los cuales aborda desde la curiosidad, el placer y el afán periodístico.
Para la autora, el espíritu de ¿Lo leíste? puede sintetizarse así: “Un libro que proviene de lecturas de otros libros en busca de lectores que encuentren su propio libro queriendo compartir lo leído”.
Lo más atractivo de cada capítulo es que cada libro puede abrir la puerta a un autor o viceversa y tender puentes con trabajos del mismo escritor o de otros colegas. Fragmentos o citas de las distintas obras le dan una carnadura particular a eso que capturó el entrenado ojo lector.

El amor por algunos autores y el azar de ciertas publicaciones, son el motor selectivo de este proyecto de Hopenhayn que devino, como no podía ser de otra manera, en forma de libro. A su modo, un juego de mutaciones deudor de la mejor ficción.

(Suplemento Escenario, Diario UNO, mayo de 2014)
País raro el nuestro. Frente a leyes que están consolidadas, aparecen proyectos en contrario con la intención de darlas de baja.
No estaría nada mal esa acción si las propuestas de los legisladores significaran una clara mejoría de las normas existentes. 
Suena lógico que con los cambios que se van sucediendo en una sociedad también su cuerpo de leyes sufra alguna modificación. 
Pero no es el caso que nos ocupa hoy, el del proyecto de un senador del PRO que propone que deje de ser obligatorio que los vehículos lleven luces bajas en las zonas urbanas.
La Ley Nacional de Tránsito 24.449 es la que establece que las luces bajas deben usarse, tanto de día como de noche, en las rutas nacionales. Y fue Mendoza la que cambió esa norma a través de una ley provincial para ampliar la obligatoriedad a todo espacio de circulación.  
El legislador Gustavo Cairo argumenta que apagar las luces contribuirá a menguar la contaminación ambiental, amén de evitar más gastos por el frecuente recambio de las lámparas.
Además sostiene que más de la mitad de las infracciones que labra la policía de tránsito es porque los automovilistas circulaban con las luces bajas sin encender.
Mal que le pese al que olvidó prenderlas, la infracción existió. Para eso, senador, existen las normas: para cumplirlas.
Rubén Daray, un reconocido especialista en Seguridad Vial, es un convencido de que es importante circular con las luces encendidas en cualquier lugar, sea ruta o una calle céntrica. Para el ex corredor, esto contribuye en un 25% a evitar accidentes. 
Si el criterio es “defender” la contaminación ambiental, bien se podría trabajar a nivel legislativo en una ley que impida que cada protesta de los trabajadores de Parques y Zoológico quemen gomas en el Parque. 
O si el objetivo es ahorrar combustible, que se amplíen los lugares de estacionamiento para evitar dar tantas vueltas cuando se retiran a los chicos del colegio. 
Las urgencias de la calle, hoy no pasan  por luces encendidas versus luces apagadas. 
Pasan porque no se roben los autos que sirven para alimentar a los desarmaderos truchos. 
Pasan porque se maneje con mayor prudencia y se reduzcan las cotidiana muertes viales. 
Y pasan, ante todo, porque los legisladores se aboquen a lo esencial: apurar leyes que pongan coto de una vez por todas a tanta inseguridad. 

(Diario UNO, 9 de mayo de 2014)
Se hizo esperar pero finalmente el gobierno de Francisco Pérez debió admitir lo que se caía de maduro: la inseguridad en Mendoza es una realidad, no una “sensación”.
Desaprovechado el discurso del 1º de mayo,  en el cual se esperaba un sinceramiento en relación a la crisis que atraviesa la provincia en su desigual batalla contra el delito, fue el vicegobernador quien de un momento para otro salió a militar la  emergencia en seguridad pública.
Ante el fracaso de la actual política en esa materia, la propuesta de Carlos Ciurca plantea abrir el juego de lo que siempre debería haber funcionado como una verdadera política de Estado.
Para el vice, una ley de seguridad pública debe contener las mejores propuestas de cada legislador y de los distintos partidos políticos.
En realidad, hay que reconocer que esta apertura surge en forma tardía, cuando el incendio ya se ha consumido buena parte de la casa. 
Algo queda claro: no hay más tiempo que perder. Si de algo ha servido, valga la paradoja, la muerte del turista Nicholas Heyward es para marcar un antes y un después. 
La resonancia de ese crimen no la logró ninguno de los tantos mendocinos que fueron asesinados en situaciones similares. Sin embargo, para una provincia que se jacta de su constante crecimiento como destino turístico, lo del joven neozelandés fue determinante.
Esto, sumado a la fuerte presión social que a diario se manifiesta en reclamos, marchas y hasta en las redes sociales, llevaron al gobernador a hacer algo que nunca le ha gustado: reconocer los errores. 
“Los esfuerzos hechos no han alcanzado. Hay que trabajar más, no sólo en el aspecto policial”, se sinceró Pérez.
De esta manera, el mandatario provincial buscaba recuperar el protagonismo frente al rimbombante anuncio de Ciurca. 
Por su parte, la oposición tampoco puede jactarse de haber realizado grandes esfuerzos en avanzar en una política clara contra el delito. Hasta ahora se limitó a la crítica coyuntural como si fuera un mero espectador y no un actor clave.
Por ahora, los referentes legislativos acompañan la propuesta de una ley ómnibus con más reparos que ideas. 
La situación actual es de tal gravedad que lo esperable es que se dejen de lado las consabidas chicanas para unirse en la búsqueda de soluciones.
Los mendocinos merecemos volver a sentirnos seguros en nuestra propia casa. Los turistas, también.

(Diario UNO, 6 de mayo de 2014)
El reciente paro impulsado por la polémica dupla dirigencial integrada por Hugo Moyano y Luis Barrionuevo aún sigue levantando polvareda.
La contundencia que alcanzó, sobre todo por la estratégica adhesión de los gremios del transporte, no logró acallar la disidencia de miles de argentinos. 
La mayoría de los cuales no comulga con los organizadores, más de allá de compartir el diagnóstico que sustentó la huelga: inflación, inseguridad, impuesto a las ganancias, etcétera.
La medida de fuerza no incluyó movilizaciones ni un acto central para el lucimiento discursivo de los popes sindicales.
No obstante, los sectores de izquierda optaron por manifestarse a través de los controvertidos piquetes. Una acción que, como queda demostrado en cada oportunidad, termina afectando mayormente a trabajadores que no pueden llegar a destino y pierden el presentismo. 
Además de lo básico, que es impedir la libre circulación  garantizada desde la letra misma de la Constitución Nacional.
Cada vez que se plantea darle racionalidad a los reclamos, se cuestiona a quien realiza el planteo con la pueril chicana de que no se respeta la libertad sindical o, peor aún, que hay persecución a quienes se manifiestan.
Hemos escrito reiteradas veces en este espacio editorial que no se cuestionan ni se ponen en duda la legitimidad de los reclamos. 
Sí se repudia cuando en virtud de esas reivindicaciones sectoriales se termina afectando al resto de la sociedad. 
Como toda expresión política, el kirchnerismo ha ido mutando en la última década. Un país es como un organismo vivo que necesariamente debe estar en movimiento y su sistema político es quien activa su acción y reacción.
 Sólo así se puede entender que lo que ayer alentó y defendió desde lo ideológico y lo fáctico ahora pretenda regularlo.
Un proyecto impulsado por el diputado del FPV, Carlos Kunkel irrumpió en el Congreso a efectos de establecer “reglas precisas de convivencia” para la ciudadanía ante las manifestaciones públicas.
Ya en su discurso del 1º de marzo, la presidenta Cristina Fernández había reclamado la necesidad de sancionar “una norma de respeto y convivencia urbana”. 
 En buena hora si este cambio de rumbo contribuirá para hacer tangible eso de que “el derecho de uno termina donde comienza el de los demás”.  

(Diario UNO, abril de 2014)
En periodismo, un principio básico del impacto de una noticia en el perceptor lo constituye la cercanía. Es decir, dónde se produjo eso que estamos informando es clave para que quien lee, escucha o ve eso que pasó sienta una mayor o menor empatía con sus protagonistas. 
El grado de cercanía con respecto a un suceso es esencial a la hora de valorar el alcance de una noticia.
En el caso de los mendocinos, esto se produce con mayor nitidez cada vez que ocurre un hecho significativo del otro lado de la cordillera. 
Dado los vínculos históricos, comerciales y geográficos con Chile, la reacción de este lado de los Andes siempre es especial. 
Se constata sobre todo en esas situaciones trágicas que todos recordamos, como las del terremoto de 2010, el rescate de los 33 mineros durante el mismo año, el sismo de 8,2º que afectó hace unos días la zona de Iquique o, para ir a lo más cercano, el incendio en varios cerros de Valparaíso que se cobró 14 vidas, miles de casas y unos 10 mil evacuados.
Como en los padecimientos anteriores del pueblo chileno, se ha despertado en nuestra provincia un rápido reflejo de acciones solidarias para colaborar con los trasandinos.
Y en esto, además de una natural reacción por el dolor ajeno, pesa significativamente esa cercanía de la que hablábamos al principio.
Un atentado como el ocurrido ayer en Nigeria, donde 71 personas murieron producto de la explosión de una bomba en una estación de autobuses, no sensibiliza de igual manera, a pesar de que se hable de pérdida de vidas, de heridos graves y de familias que han quedado destruidas. 
La proximidad es aquello que nos lleva a confirmar que cuanto más cerca estamos del hecho, más nos afecta y por esa razón también más nos interesa.
El nuevo ciclo de la presidenta Michelle Bachelet, que se inició en marzo de este año, no podía haber tenido un comienzo más duro.  
Sin embargo, por tratarse de una nación que ya puede acreditar unas cuantas cicatrices en materia de tragedias naturales, la respuesta de la sociedad chilena ha reflejado una organización, tanto civil como gubernamental, que vale destacar. Y, por qué no, aprender.

(Diario UNO, abril de 2014)
Vale detenerse en un pequeño párrafo del discurso de la Presidenta en la presentación de los nuevos trenes para el Ferrocarril San Martín: “A los que usan el tren, que lo cuiden. Son ellos los que van a tener que viajar”.
Que un mandatario tenga que hacer esa aclaración evidencia uno de nuestros tantos males sociales: no cuidamos los bienes de todos. 
Y porque son de todos, en definitiva terminan siendo de nadie. Entonces, qué importa si lo que se daña afecta a los otros. 
En un país ombliguista, mientras las cosas no me afecten a mí, está todo bien. 
La millonaria inversión que se realizó para la compra y puesta en marcha de 24 locomotoras, 160 coches y 80.000 metros de vías nuevas amerita
sin dudas el particular llamado de atención de Cristina.
Porque ese dinero ha salido del tesoro nacional, es decir que todos los argentinos estamos aportando de alguna manera para un medio de transporte que, tras la gestión de Carlos Menem, había quedado al borde de la extinción. 
Sobran ejemplos, malos por cierto, de cómo todos los días se dañan bienes y espacios públicos como plazas, escuelas, paradas de micros, guardias de hospitales, cartelería, etcétera.
Es millonaria la cifra que cada año debe invertir el gobierno de la provincia para evitar que el invierno sea menos crudo, culpa de aquellos indolentes que rompen vidrios y destrozan las estufas de los colegios. 
El vandalismo es un problema cultural que parte de no mensurar el verdadero valor de las cosas. 
Hay ahí un eslabón de la educación que se ha roto y es preciso volver a unir. Ese paso debe darse en principio desde el seno familiar. 
Son los padres quienes tienen que inculcarle a sus hijos el respeto no sólo a las personas sino también a los bienes que se comparten en la vida social.
Ver cómo fueron dañadas las modernas guías en braile para que los ciegos puedan ubicar las paradas de micros refleja ese “qué me importa” que nos degrada como sociedad. 
Que la propia Presidenta no una, sino dos o tres veces, haya remarcado que hay cuidar los trenes es porque sabe, como cualquiera de nosotros, que en muy poco tiempo empezarán a acumular las “cicatrices” de los inadaptados. 
También en esto la impunidad deja su sello.

(Diario UNO, 24 de abril de 2014)
El taller. Nociones sobre el oficio de escribir, de Alejandra Laurencich (Aguilar, 2014). 227 páginas.

Dejando de lado la disquisición de si un escritor nace o se hace, Alejandra Laurencich es de las que cree que sí se pueden brindar herramientas para encaminar a aquellos que han decidido expresarse a través de la escritura. 
Esto, independientemente de si el objetivo es publicar o no. 
Desde su título -El taller. Nociones sobre el oficio de escribir- queda claro a qué apunta con este trabajo la autora de Lo que dicen cuando callan (Alfaguara, 2013). 
Por eso su estructura, simple y clara, consiste en 16 clases, donde aborda desde la diferenciación de géneros, la estructura del cuento y la novela, los estilos narrativos, los diálogos, los tiempos verbales, la corrección y también aquello que dificulta lograr un buen texto.
Estas clases, que además incluyen “trucos”, recursos y consejos, concluyen con igual formado: pequeñas secciones como “Para tener en cuenta” (el consejo de un autor reconocido), “Ejercicios prácticos”, “Dicen sobre el tema” (la visión de famosos escritores acerca del tema abordado en ese tramo) y “Lecturas recomendadas” (para ahondar aquello que se aprendió y practicó).
El Taller es, como bien “vende” la contratapa, una guía clara y dinámica. Para quien se está iniciando en este oficio es una valiosa ayuda pero lo fundamental, como en todo lo que implica creación, dependerá antes que nada de eso que no se enseña y se conoce como talento.


(Suplemento Escenario, Diario UNO, abril de 2014)

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