Vale detenerse en un pequeño párrafo del discurso de la Presidenta en la presentación de los nuevos trenes para el Ferrocarril San Martín: “A los que usan el tren, que lo cuiden. Son ellos los que van a tener que viajar”.
Que un mandatario tenga que hacer esa aclaración evidencia uno de nuestros tantos males sociales: no cuidamos los bienes de todos. 
Y porque son de todos, en definitiva terminan siendo de nadie. Entonces, qué importa si lo que se daña afecta a los otros. 
En un país ombliguista, mientras las cosas no me afecten a mí, está todo bien. 
La millonaria inversión que se realizó para la compra y puesta en marcha de 24 locomotoras, 160 coches y 80.000 metros de vías nuevas amerita
sin dudas el particular llamado de atención de Cristina.
Porque ese dinero ha salido del tesoro nacional, es decir que todos los argentinos estamos aportando de alguna manera para un medio de transporte que, tras la gestión de Carlos Menem, había quedado al borde de la extinción. 
Sobran ejemplos, malos por cierto, de cómo todos los días se dañan bienes y espacios públicos como plazas, escuelas, paradas de micros, guardias de hospitales, cartelería, etcétera.
Es millonaria la cifra que cada año debe invertir el gobierno de la provincia para evitar que el invierno sea menos crudo, culpa de aquellos indolentes que rompen vidrios y destrozan las estufas de los colegios. 
El vandalismo es un problema cultural que parte de no mensurar el verdadero valor de las cosas. 
Hay ahí un eslabón de la educación que se ha roto y es preciso volver a unir. Ese paso debe darse en principio desde el seno familiar. 
Son los padres quienes tienen que inculcarle a sus hijos el respeto no sólo a las personas sino también a los bienes que se comparten en la vida social.
Ver cómo fueron dañadas las modernas guías en braile para que los ciegos puedan ubicar las paradas de micros refleja ese “qué me importa” que nos degrada como sociedad. 
Que la propia Presidenta no una, sino dos o tres veces, haya remarcado que hay cuidar los trenes es porque sabe, como cualquiera de nosotros, que en muy poco tiempo empezarán a acumular las “cicatrices” de los inadaptados. 
También en esto la impunidad deja su sello.

(Diario UNO, 24 de abril de 2014)

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