La trillada frase que sostiene que una foto vale más que mil palabras a veces resulta tan certera que ya poco importa que se haya transformado en un lugar común más. La imagen de Barack Obama que acompaña estas líneas es uno de esos casos de 1 en 1.000. Su rostro tenso, los ojos cerrados como rezando hacia adentro (o tal vez maquinando "¿qué hago acá, quién me mandó?"), resume sin duda la presión de cargarse sobre sus espaldas no sólo la expectativa del pueblo estadounidense sino también la de millones de personas en el mundo entero.
No es extraño entonces que tantos vean -también en esta foto- al presidente de Estados Unidos como una especie de mesías que viene a poner en orden el zafarrancho financiero que dejó al planeta dado vuelta como una media. Si hasta el logo oficial de la presidencia parece aquí imponerse detrás de su cara en trance, semejando la aureola de los ángeles. Un ángel negro, dirán con ironía o malicia aquellos que aún no digieren ver a un afroamericano al frente de esa potencia. O un ángel portador de buenas nuevas, según los que todavía se animan a creer en algo. Esa foto "dice", sin las mil palabras claro, lo que el propio Barack admitió apesadumbrado ante la prensa el mismo día de tan inspirado flash: "La situación de la economía es alarmante y no me deja dormir por las noches".
Jim Watson, el fotógrafo de la agencia AFP, no hizo más que capturar toda esa angustia, ese incómodo insomnio, en apenas un clic que luego miles de periódicos multiplicaríamos en el papel o las pantallas. La misma foto, un segundo antes o un segundo después, ya es otra cosa, casi otro Obama.
El hombre más mentado en el planeta sabe que le ha tocado bailar con la más fea y que lo suyo más que una patriada es lo más parecido a un milagro. Por eso esa cara. Por eso ese halo donde cada uno puede llegar a ver cielo o infierno.

(Publicado en Diario Los Andes, 8 de febrero de 2009)