Además de ser sinónimo de pan dulce, arbolito, aguinaldo, tarjetazo y aire acondicionado, fin de año también lo es -tal vez antes que todo lo demás- de balance. Esa línea invisible que traza una fecha, suerte de peaje para seguir el hipotético viaje, obliga (¿obliga?) a mirar hacia atrás para sentir, quizá, que la velocidad de estos tiempos tan facebook no nos hizo perder de vista lo que había de importante en la orilla del camino.
Tarea complicada ésta de confrontar el activo y el pasivo de 365 largos días, de los cuales en el mejor de los casos recordaremos un puñado. Nuestra memoria, que a veces tiene mucho que envidiarle a la del mentado elefante, suele activar una especie de instinto emocional que sólo nos hace ver la reconfortante mitad medio llena de la botella. Algo así como mentirnos en la balanza para poder seguir comiendo sin culpa.
Aun sabiendo que por estos días habrá tantos balances como personas pasándose “en limpio”, abro el fuego compartiendo el mío (en su versión periodística, claro).
Como esa supuesta película que pasa a una velocidad exasperante cuando se acerca la hora final, este subjetivo repaso no guarda orden ni lógica. En él, una sola palabra puede disparar el recuerdo y evitar sobreabundar con tediosas explicaciones o minuciosos datos que internet provee gratis en menos de lo que canta un gallo.
La memoria, entonces, aprieta el play y 2009 comienza a desandarse caprichosamente en un raconto que incluye a Sandro, Banfield, Michael Jackson, Gripe A, Negra Sosa, Maradona, Sudáfrica 2010, Spinetta & sus bandas eternas, 28 de junio, Messi Nº 1, Caso Bolognezi, Charly García, Cumbre del clima, Néstor K., Mike Amigorena & Los Pells, Mario Benedetti, Ley de Medios, Candela I, Estudiantes de La Plata, Herta Müller, dengue, Tiger Woods, Daddy Yankee, Mujica, El secreto de sus ojos, Passarella, Ardi, Obama de la Paz, Golpe en Honduras, Cotón Reveco, Ciclo Elefante, Capusotto, Avatar, Riquelme, minería sí-minería no, Vinagre & rosas, El Tomba, Evo Morales, Chile a la derecha, Arjona récord, Twitter, Félix Luna, Brasil olímpico, Pechito López y Cristina, siempre Cristina.
Hecho el arbitrario repaso, se impone el borrón y cuenta nueva para empezar una vez más el conteo regresivo y volver a comer como si se avecinara el fin del planeta, esperar a un enflaquecido Papá Noel y hacer números para las vacaciones. Pero, sobre todo, se abre la posibilidad de soñar que podemos tener el país que nos merecemos.

(Publicado en Diario Los Andes, 28 de diciembre de 2009)
Para el cuadrito. Se sabe sobradamente que Julio Cortázar amaba el jazz al punto de reconocer que le enseñó “cierto swing que está en mi estilo. Yo intento escribir mis cuentos como el músico de jazz enfrenta un take: con la misma espontaneidad de la improvisación”. Esto queda materializado con absoluta claridad en su famoso cuento “El perseguidor”, inspirado en la vida del admirado Charlie Parker. A cincuenta años de su escritura, la editorial española Libros del Zorro Rojo convocó al talentoso dibujante argentino José Muñoz para llevar “El perseguidor” al formato cómic. Una exquisitez en blanco y negro de quien trabajó en las míticas revistas Hora cero y Frontera (allí dibujó capítulos de “Ernie Pike”, de Oesterheld) y que ahora tradujo maravillosamente los claroscuros musicales y humanos de “Bird”, el saxo mayor del bebop.
Chat de palomas mensajeras. Se habrá perdido el género epistolar a manos de los mails, los SMS, el Chat y demás opciones tecnológicas, pero lo que no se perdió -por suerte- son los libros que recogen esa correspondencia que va más allá del mero ida y vuelta. Tratándose de escritores, nada es inocente en eso de hacer hablar a las palabras. Una pluma por demás pulida, guiños del oficio, secretos no tan secretos, frases filosas, son más que contraseñas viajando en esos tramposos búmerang. Ergo, literatura camuflada en simples cartas. Señales de humo sin humo (a la vista). Algunos de estos epistolarios recuperados son: “Las cartas de Samuel Beckett, 1929-1940”, “Niña errante” (ping pong entre Gabriela Mistral y su secretaria Doris Dana), “Las cartas de Emily Dickinson (1830-1886), “Pablo Neruda: Cartas a Gabriela”(correspondencia con la Mistral entre 1934 y 1955), “Cartas de posguerra” (Victoria Ocampo le escribe 83 misivas a sus hermanas desde Estados Unidos y Europa) y “A vuelta de correo. Sabina epistolar”(el cantautor español compila correspondencia, dibujos y fotos personales). Lloren, carteros, lloren.
El rock (de acá) es cultura. “Todos los libros con temática del Rock Argentino en un solo sitio. Los libros conocidos y no tan conocidos. Los buenos y los malos. Los que aún se pueden conseguir y los ya descatalogados. ¡Todos! Porque ellos guardan la historia de la que también son parte”. Así introduce Freddy Berro su blog www.loslibrosdelrockargentino.blogspot.com, una completa guía de lectura donde se pueden encontrar “incunables” como “Almendra” (Autores varios, 1971), “Ahora mismo” (Moris, 1973) o “Agarrate” (Juan Carlos Kreimer, 1970); biografías como “Pappo, el rey del blues”, “Soda Stereo, la biografía”, “Indio Solari. El hombre ilustrado” y “León Gieco. Crónica de un sueño”; hasta rarezas como “Fito Páez. Homenaje” (un libro repleto de dibujos y caricaturas del rosarino), “Guitarra negra” (el único libro de poemas publicado por Luis A. Spinetta) y la novela policial (¿?) “El día que secuestraron a Charly”. La lista es tan larga como el camino transitado en los 40 años que el movimiento lleva sonando en este país generoso.
Diríase una escultura erguida. Nacido en Entre Ríos en 1944, Manuel Benderesky es, según da fe su biografía, “nieto de gauchos judíos y de criollos de a caballo”. Por eso no extraña “reconocer” a este poeta y licenciado en periodismo en cada poema de “Cuánta sangre cabe en un caballo” (Ediciones En Danza). Libro al que hay que ver y leer como una suerte de campo abierto en el que irrumpe “la noche amplia y lisa/ el cielo corredizo de mi infancia”, donde se lanza un grito, un alarido “y el eco viaja en ésta/ y otras vidas”. Un escenario en el que la sensibilidad del autor se conmueve ante ese animal que “en algún lugar, dentro de sí, sabe/ como saben las bestias” y que “está allí para eso: levantar su bella forma y llenar el aire de relinchos”. Luego, predestinación u olfato, será quien encare la pampa “como si no tuviera fin”. Verso a verso, la libertad del poeta se va corporizando en ese símil del viento que calla con la “sabiduría de las piedras”.

(Publicado en Diario Los Andes, 20 de diciembre de 2009)
El futuro en manos del pasado. Fernando Vallejo -narrador, biólogo, cineasta- es uno de esos escritores que generan adicción, aún sin tratarse de una pluma fuera de lo común. Lo que lo hace especial a este colombiano radicado en México es que, aunque nunca deja de renegar contra su país, ha creado una obra personalísima en la que siempre vuelve a su tierra. Ese regreso conlleva una mirada ácida que, si bien todo lo cuestiona, también se resiste a cortar lazos con el pasado. “El desbarrancadero”, tal vez su mejor libro -aunque lejos de la fama de “La virgen de los sicarios”-, pone en el centro de la escena su casa paterna y desde allí, como esquirlas de un mismo fuego, se desprenden las relaciones familiares con sus pocas alegrías y sus muchas tristezas. Advertido de que “uno no es más que unos recuerdos que se comen los gusanos”, este iconoclasta que ve en la muerte una clara metáfora del desmoronamiento de su propio país ganó con este libro el premio Rómulo Gallegos en 2003. Un detalle que confirma su perfil “border”: los 100.000 dólares que obtuvo por su galardón los donó a una fundación que atiende gatos y perros callejeros en Caracas.
El señor de las teclas.
Calcula que serán unas cinco millones de palabras las que tipeó con su entrañable Olivetti Lettera 32 a lo largo de 50 años. Palabras que en buena hora fueron a parar a libros como “Meridiano de sangre”, “Todos los hermosos caballos” y “No es país para viejos”, entre otros, pero también a borradores, textos inéditos y correspondencia. Comprada en una casa de empeño de Tennessee en el otoño de 1958, la sufrida máquina de escribir de Cormac McCarthy recientemente se llamó a silencio y no le quedó otra, al reputado autor, que pasarla a retiro. Fue su amigo John Miller (un economista, cuándo no) quien vio el filón y le sugirió hacer una obra de bien: subastarla en la famosa Christie's de Nueva York y destinar lo recaudado -¡$ 254.500!- al Santa Fe Institute. Como era de esperar, no la remplazó con una netbook u otro chiche tecno por el estilo: el bueno de Miller le compró en e-bay un modelo igual de Olivetti en la módica suma de 10 dólares. Como quien dice, una auténtica bicoca.
Los libros imaginarios
. Existen. Como el fantasma de Canterville, los Buendía o la Maga. Son aquellos que creemos haber leído y no recordamos. O aquellos que recordamos pero nunca leímos. Están en cualquier biblioteca menos en la nuestra y sus títulos se nos escapan tanto como los rostros de sus autores. No se ven pero están en algún lugar preciado de nuestra memoria o en el corazón mismo del olvido. Hasta ahora el mejor método conocido para recuperarlos es escribirlos. Quedamos invitados.
El resaltador.
“Los lectores no se dan cuenta de que el pasaje que leen en una hora, en cinco minutos, se ha desarrollado fuera de la sangre del corazón del autor. La emoción que los impresiona como 'tan verdadera' la ha vivido durante noches enteras de amargas lágrimas”. (William Somerset Maugham, en “Cuadernos de un escritor”).

(Publicado en Diario Los Andes, 13 de diciembre de 2009)
En una típica casa de barrio de clase media como la mía no era usual tener libros, mucho menos una biblioteca con esos autores que nos sonaban tan lejanos como los mares de Conrad o exóticos como Bartleby o el Quijote. Puede que algún vecino sí tuviera ese preciado tesoro y eso ya lo posicionaba poco menos que como el excéntrico de la cuadra; el intelectual al que jamás se lo vería regando el jardín o lavando el auto.
Así las cosas, no fue extraño ni forzado que prácticamente mi primer contacto con los libros -y el de tantos chicos con los que compartíamos fútbol y figuritas- se produjera en una biblioteca popular.
Allí, sin brújula adulta que nos orientara para leer esto o aquello, descubrimos islas encantadas, intuimos la magia que encierra la poesía y nos dejamos maravillar por aventuras que nos llevaban de la mano. Nada volvía a ser igual una vez que atravesábamos las páginas de aquellos libros iniciáticos.
Como este caso en primera persona, conozco otros tantos muy similares; son esos mismos nostálgicos y agradecidos lectores que hoy se entristecen al leer que Mendoza perdió el 20 por ciento de sus bibliotecas populares en la última década (actualmente quedan 75).
Me dirán que en un país que ha perdido vidas, fábricas, bosques, diarios y, sobre todo, expectativas, el dato no debería sorprendernos. Es cierto, pero no podemos dejar de lamentar que estemos resignando ese imprescindible vínculo con la lectura, en el cual se suelen sentar las bases para que una persona no sólo incorpore conocimientos sino que también potencie su sensibilidad y amplíe su visión del mundo.
Pérdida que se acrecienta al recordar que no se trata sólo de un lugar para el préstamo de libros sino de un generoso espacio para que la comunidad aprenda oficios, participe de talleres de música y danza, se reúna para tratar temas de su interés, disfrute de obras de títeres, teatro y conciertos, o se organicen las más variadas actividades solidarias.
Según Leonardo Miranda, titular de la Federación Mendocina de Bibliotecas Populares, mantener una de ellas le cuesta al Estado unos 30.000 pesos por año. Bien sabemos que muchos libros que se reciben son donados, que hay colaboradores ad honorem y que mucho de lo que se hace en estos locales excede sobradamente lo que puede pagar un sueldo de bibliotecario.
Sin ser genios en las matemáticas, es fácil concluir que en el Estado se gastan cifras mayores en temas menores. Por caso, el controvertido subsidio para el recital de Los Fabulosos Cadillacs: $315.000. Pasando en limpio, esa cifra mantendría con vida a 10 bibliotecas y media durante 12 meses.
Con lo cual podemos inferir, sin ser arbitrarios, que el problema de fondo no es únicamente económico sino que, ante todo, revela la falta de una política cultural que sería injusto achacar sólo a este gobierno.
Política que, entre otras alternativas, podría -y debería- acercar a los autores mendocinos a estas bibliotecas, poniendo en evidencia que los libros que escriben están vivos y necesitan de lectores para cerrar el círculo. Se trata, como casi todo en este país, de construir más puentes para no seguir unos y otros en cada punta alimentando el crispado Boca-River de todos los días.

(Publicado en Diario Los Andes, 3 de diciembre de 2009)
El Fondo de Cultura Económica compiló los poemas que este referente de la lírica argentina escribió entre 1944 y 1980. El volumen permite descubrir a un escritor que, como pintor que también es, “enseña a mirar”.

En un año donde la poesía tuvo sus 15 minutos mediáticos con la entrega del codiciado Premio Cervantes al argentino Juan Gelman, la aparición de un libro como El andariego, que reúne poemas del período 1944-1980 del poeta y artista plástico Hugo Padeletti, redondea un soplo de aire vital para un género siempre marginal pero igualmente hiperactivo.
La obra de este santafesino nacido en 1928 se ha ido (se va) gestando desde el silencio, sin urgencias, con una paciente y sabia maceración aun convencido de que “nada que pudiera decirse colmaría el vacío”.

La influencia de la tierra

La tierra natal es una piedra de toque en sus poemas. El haber vivido en el campo hasta los 12 años le permitió –certifica él– vivenciar sus primeras “experiencias estéticas”, las que luego impregnarían profusamente sus poemas y pinturas.
“El cebo del futuro es el pasado” desliza en una de las estaciones-páginas este andariego incansable. Padeletti se considera a sí mismo un “buscador”. De ahí quizás provengan sus íntimos sondeos por el esoterismo, la teología, el hinduismo, los escritos de los místicos y el budismo zen.
Viajes –por la tierra y la mente– que al decir de Juan José Saer constituyen una poética “reflexiva y coloquial… que se obstina en la pasión delicada aunque firme de lo real, el enigma sereno de la cosas, la irrupción clara del presente que al mismo tiempo aterra, deslumbra y apacigua”.

Juegos verbales

Conforme a esa figura de buscador, Padeletti ha ordenado su extensa producción en diecinueve estaciones poéticas donde conviven los juegos verbales, el uso de refranes, las referencias a los clásicos latinos y la constante presencia de un yo más testigo que hacedor.
Nadie más certero a la hora de definirlo que su prologuista, el crítico Jorge Monteleone, quien sostiene que lo que sustenta tanto la poesía como la obra plástica del creador de Apuntamientos en el Ashram es “una metafísica del ojo ejercida con atención”.

La búsqueda de la palabra

Aún reconociendo que “la paciencia/es un arte difícil”, Padeletti demuestra –frente a la histérica urgencia del mundo editorial– que una obra genuina e imperecedera se debe gestar con la paciencia de un fruto, a un ritmo que confirma que “cualquier hora es ahora” para cumplir su misión irrenunciable: “(…) buscar una palabra/porque en cada palabra voy desandándome hacia mí”.

(Publicado en Diario UNO)
El polifacético músico y productor le suma a su discográfica, Surco, el capítulo gráfico para sacar a luz exquisitos libros de la cultura latina.

Todo lo que hace Gustavo Santaolalla parece estar signado por los sentidos. Así lo prueban su olfato para detectar proyectos que serán un éxito, su gusto para desarrollar exquisitas bandas sonoras que ya le valieron dos Oscar, su fino oído para captar la música que viene y su ojo clínico para lo que merece llegar al disco, al libro o a cualquier otro soporte de cuanta idea artística lo ronde. “Me siento completo cuando puedo hacer un poco de todo”, reconoce el ex Arco Iris, a manera de fórmula de trabajo o norma de vida.
Parte de ese agitado puzzle creativo lo viene a completar su editorial Retina, proyecto que codirige desde hace un par de años junto a Fernando Vázquez Mazzini. “Con Retina pretendo hacer el mismo trabajo que realizamos cuando creamos el sello discográfico Surco. Esto me mantiene en permanente viaje entre Los Ángeles (donde reside) y Argentina”, describe el multipremiado Santaolalla.
Retina, según se presenta en su sitio www.retinaeditores.com, “es una editorial argentina especializada en la publicación de obras sobre música, fotografía, arte, estilos y cultura latina. Con especial énfasis en lo visual, nuestra misión es producir obras únicas en el mercado, de gran calidad, concebidas para llegar al público de todo el mundo”.
Así, Retina se propone como una marca autóctona con proyección internacional y un referente para aquellos que deseen involucrarse en la cultura y el arte latinoamericanos.

En los estantes

El debut de la editorial fue nada más y nada menos que el registro fotográfico de la mítica gira De Ushuaia a La Quiaca, que llevó a León Gieco, Gustavo Santaolalla y un equipo de 20 personas a recorrer todo el país para grabar los tesoros musicales de cada provincia.
De ese largo periplo que se extendió por dos años (1985/1986) surgieron tres discos, 40 horas de filmación, y 8.000 fotos. En su formato libro, a las imágenes de Alejandra Palacios la complementan textos de Gieco, el propio Santaolalla y Claudio Kleiman.
El proyecto Café de los Maestros, que incluye un seleccionado de los grandes de la época de oro del tango, también tuvo su capítulo gráfico. Los textos pertenecen a Irene Amuchástegui y las fotos a Nora Lezano, Sebastián Arpesella y Florencia Reina.
Otro hito estético clave es Sangre, de Diego Livy, un ensayo fotográfico que reúne imágenes de violencia urbana en las ciudades de Buenos Aires, Medellín, Río de Janeiro y México. “Como los grandes exponentes de la novela o el cine policial negro, Sangre retrata el crimen y la muerte que hoy cruzan brutalmente la vida en las grandes ciudades latinoamericanas”, se puede leer en un catálogo. Livy, quien ha trabajado en Clarín y TXT, entre otros medios, recibió hace unos años un premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, presidida por Gabriel García Márquez.
Entre lo más reciente de Retina se cuentan Potrero, del fotógrafo Gustavo Di Mario. Con prólogo de Diego Maradona, este libro muestra el universo del fútbol amateur a través de imágenes tomadas en el Interior.
En tanto que lo último de la factoría Santaolalla que llegó a las librerías es Poesía diaria. Porque el silencio es mortal, una selección de recordatorios publicados en Página/12 por familiares de detenidos–desaparecidos víctimas del terrorismo de Estado en Argentina. La compilación estuvo a cargo de Virginia Giannoni.

Más galardones
A la larga serie de laureles que viene recogiendo Santaolalla desde hace unos años se le suman los premios para los trabajos de Café de los Maestros y Sangre. El primero ganó el premio a “Mejor libro impreso y editado en la Argentina” en las categorías general y ensayo, mientras que el segundo fue elegido en el X Festival Internacional de Fotografía y Artes Visuales como uno de los mejores libros de fotografía editado en el mundo en el 2006.
Dos galardones que no hacen más que confirmar que todo lo que pasa por las manos del creador de Mañana campestre es sinónimo de calidad.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, 23 de setiembre de 2007)

Jorge Lanata, que algo sabe del tema, asegura que los diarios deberían salir cuando hay algo para decir. Nobleza obliga, los periodistas rara vez nos detenemos a pensar si realmente tenemos ese “algo” para compartir con los lectores. La maquinaria de la información, se sabe, suele tener más hambre que el Chavo. Y darle de comer es tanto una obligación como un karma vocacional.
Hay un pacto establecido desde años ha de que todos los días debemos llegar a nuestro distinguido público con un considerable cúmulo de información, como si se tratara de un mero pedido a domicilio del súper o la farmacia. Sin embargo, buena parte del material que ofrece la góndola gráfica está dando vueltas las 24 horas por todos los medios. Un incómoda sensación de déjà vu que sustenta una arbitraria paradoja: mientras más nos informamos, menos nos informamos.
El valor diferencial, en todos los casos, pareciera ser mínimo pero a la vez es lo que fideliza a un lector con un medio. Ese plus, ese rasgo distintivo, es en el que debería concentrarse cada periodista, cada diseñador, cada fotógrafo, para justificar tal fidelidad informativa. Algo así como jugar para que los otros festejen el gol y agradezcan llevar “esa” camiseta.
Tanta oferta, tantas opciones, han terminado por abrumarnos y, vale reconocerlo, no todos pueden, quieren o saben, cómo filtrar todo esa bola de nieve noticiosa que no se detiene ni un solo momento a lo largo del día.
Frente a esa bulimia comunicacional se abre el desafío histórico de que los medios –aunque suene un tanto demagógico– se hagan entre todos, así como en su momento el visionario conde de Lautréamont postuló que “la poesía debe ser hecha por todos, no por uno”.
Cambiar los roles de emisor y receptor –como gustan precisar los manuales de comunicación– es lo que ya están poniendo en práctica los diarios digitales subidos al imparable tren de la democratización informática que propone la web 2.0.
Igual desafío les espera a los medios gráficos que, por ahora, tímidamente empiezan a recoger ese esquizofrénico búmeran que durante años arrojaron sin esperar su regreso.

(Publicado en Diario UNO, 17 de marzo de 2008)
La sombra nos alarga los pantalones. No debe haber tesoro más tentador que hallar textos inéditos de grandes escritores y volverlos “a la vida” compartiéndolos con los lectores. Éste fue el premio que obtuvo la investigadora Laurie-Anne Laget al encontrar en la Universidad de Pittsburgh numerosas cajas con manuscritos y apuntes del español Ramón Gómez de la Serna. Entre las joyas detectadas aparecieron greguerías inéditas que ahora editorial La Fábrica publica bajo el inequívoco título de “Nuevas greguerías”. A esta suerte de aforismos encantadores, el escritor (que vivió en Buenos Aires huyendo de la Guerra Civil) los definía como “la suma de humorismo y metáfora”. Para ir picando hasta que lleguen a nuestras librerías, aquí va un puñado de las gemas rescatadas: “Los cactus quieren ser las letras capitulares del paisaje” / “Cuando se duerme la pareja se convierten en vecinos lejanos”/ “Las palabras son el esqueleto de las cosas”/ “Abrió la banana como un libro y se la comió como un erudito”/ “En el diccionario todas las palabras juegan al escondite con uno”.
Cuando todo era nada (y viceversa). Si hay alguien que puede dar fe de cómo vino la mano para que el rock nacional viera la luz allá por la convulsionada década del '60, ése es sin dudas el periodista, escritor, ensayista y, ante todo, pensador lúcido, Miguel Grinberg (72). Su libro “Cómo vino la mano” no sólo fue uno de los primeros en registrar los hitos del género sino que también se convirtió en fuente de consulta obligada. En esta cuarta edición hay un plus que justifica volver a sus páginas: a los manifiestos escritos por Luis A. Spinetta (“Música dura, la suicidada por la sociedad”) y Claudio Gabis (“Carta a los músicos de 1980”) se le suman ahora “Asesinato del rock”, de Pablo Dacal, cantautor de la nueva camada de esta música que se disparó con aquel grito primal de “Rebelde”, en la voz de Moris (Los Beatniks). Completa esta enriquecida edición una serie de artículos de Grinberg publicados entre 1968 y 1977 en Prensario, La Bella Gente y Panorama.
Eugenia de cerca. A clásicos de la estatura y el peso de Honoré de Balzac (1799-1850) más que gastar palabras en presentarlos (ahí están Wikipedia o Google para bucear sus biografías) es preferible recomendarlos, especialmente a través de aquellos libros que han caído en el ingrato olvido. “Eugenia Grandet” refleja una trilogía habitual en los temas del autor de “Las ilusiones perdidas”: el placer, el dinero y la ambición. Amo y señor de un pueblo de provincia, la obsesión por lo monetario marcará cada paso del señor Grandet, un acaudalado tonelero que con su avaricia sellará el destino de su sumisa hija Eugenia. Enamorada de su primo Carlos, un rico caballero parisino caído en desgracia, le ofrecerá sus ahorros para viajar a la India y hacer fortuna. Ella sueña que vuelva para casarse, comer perdices y mirar la luna juntos. Como podrán intuir, el sátrapa de Carlos tiene otros planes. Más sufrida que “Rosa de lejos”, la pobre Eugenia llorará mares mientras su padre amarroca oro y se transforma en el hombre más poderoso de la comarca. Una historia “de las de antes” que, se sabe, son y serán “las de siempre”.
Cadena evolutiva. “Todo escritor es, en realidad, un lector. No salimos de repollos sino de otros escritores”. (Hugo Burel, escritor uruguayo, autor de “El corredor nocturno”).


(Publicado en Diario Los Andes, 6 de diciembre de 2009)
“Fontanarrosa, con F de fútbol” reúne en
un blog el trabajo de 200 dibujantes de Argentina, Chile, Brasil, España, Uruguay, Alemania y Rumania que le rinden un conmovedor tributo al popular dibujante y escritor rosarino.


Ante tantos homenajes, halagos y flores a diestra y siniestra, no sería difícil imaginar al Negro Roberto Fontanarrosa con su proverbial humildad hacerse eco de Andrés Calamaro cuando canta “hay honores que nunca voy a llevar tranquilo”. Tantos mimos a su ego seguramente no dejan de perturbarlo, sobre todo para alguien que antes que un Nobel de Literatura dice preferir a un lector que le diga “me cagué de risa con tu libro”.
La campaña, que se podría titular arbitrariamente “Al maestro con cariño” o “Hagamos justicia con el Negro antes de que lo perdamos”, incluye hasta hoy los reconocimientos del Senado de la Nación, de Rosario Central (club de sus amores), de la Biblioteca nacional y de las ferias del libro de Guadalajara y Colombia. A éstos se les suma ahora “Fontanarrosa, con F de Fútbol”, un megahomenaje que se empezó a gestar durante el 2006 y que involucra a unos 200 dibujantes de Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, España, Panamá, Rumania, Canadá y Alemania, quienes aportan sus trabajos a un blog (http://homenajealnegro.blogspot.com) que diariamente “cuelga” tres creaciones de talentosas plumas locales e internacionales.
Entre sus pares argentinos aparecen los nombres de Mandrafina, Sabat, Meiji, Sendra, Liniers, O’Kif, Maicas, Cilencio, Nik, en una amplísima lista que congrega a distintas generaciones con un objetivo en común: agasajar al autor de El mundo ha vivido equivocado.
La idea y la posterior convocatoria surgió del Museo de la Caricatura Severo Vaccaro y el Museo Itinerante de Humoristas Gráficos, que contaron con el respaldo nacional de la Asociación de Dibujantes de Rosario y el Museo del Dibujo Oscar Blotta, y el “aguante” externo de la Asociación Cultural Humoralia, de España, el Museo del Fumetto Franco Fossati, de Italia, y la Fundación General de la Universidad de Alcalá.

Sólo la mano claudicó
El eslabón final de esta emotiva cadena será la edición de un libro con los trabajos publicados en Internet, que luego le será entregado al propio Fontanarrosa.
El Negro había dejado de dibujar en enero debido al avance de una enfermedad neurológica, por lo que el chiste diario en Clarín ahora es dibujado por su amigo Crist. “Finalmente, la mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo que dicta la mente”, admitió en su momento el habitual “asesor” de Les Luthiers.
El solo repaso de su amplia obra, con personajes memorables como Inodoro Pereyra y Boogie El aceitoso, y libros como Uno nunca sabe, La mesa de los galanes, Nada del otro mundo, El área 18 y El mayor de mis defectos, entre una larga y caprichosa lista, amerita honras de toda laya. Pero ante todo, el agradecimiento. Habernos dibujado -en el sentido más amplio- una sonrisa justifica que este rosarino del ’44 ya se dé por bien pagado.


(Publicado en mayo de 2007 en suplemento Señales, Diario UNO, y Diario La Mañana, Córdoba)
Relámpago de pétalos. Si la poesía ha de necesitar un escenario y un tiempo para cobijarse, nada mejor que una cantina y al alba, justo cuando la resaca de encuentros o adioses tienen un mismo destino: el poema. Bettina Ballarini retoma en “La cantina del alba” (Jagüel-Editores de Mendoza), o mejor dicho sostiene, las voces que habían quedado acalladas al cerrarse las tapas de “Espacios que los pájaros pierden” (2000). Lo amoroso sigue cantando aquí con un lirismo que construye lo suyo ahí donde el silencio dejó su (dolorosa) huella. “Las palabras nos pueden dejar solos./ Las palabras de amor nos han dejado solos./ Es la más terrible de las despedidas”, confiesa la autora dejando en evidencia el mayor “peligro” del escritor: quedarse en blanco, solo. Y peor: en silencio. Como el soldado caído que va por más, se levanta -con o sin inspiración- para desafiar: “Soy más que el barco/ que navega en mis palabras”. Y ese barco, como aquel de Pizarnik, aún arrastrándose sobre un río de piedras logra, como nosotros, llegar a la última página con la convicción de que “siempre será mejor/ que recuperemos la voz para cantar”.
Al pan, pan. Rico como es nuestro idioma, no estaría nada mal hacernos eco de la sugerencia que hace la Fundación del Español Urgente. Esta buena gente propone traducir al español el anglicismo e-book como libro electrónico, libro digital o ciberlibro. No es tan complicado, ¿no? Por ahí se nos hace costumbre y dejamos atrás esa tilinguería de usar Sale en lugar de “Liquidación” o container por “contenedor”. Si los viera el Manco de Lepanto, ¡las manos les cortaba!
Cucurucho en la frente. Un libro de marketing, cree uno, debe empezar con un título que sea lo suficientemente atractivo como para impulsar la compra. Intenten pasar frente a la vidriera de una librería y no detenerse ante un libro que se llame “Helado de albóndiga”. Una vez que frenen de golpe y lean el subtítulo “Cuidado con el nuevo marketing”, ya será demasiado tarde: habrán caído en las redes de los talentosos cazadores de lectores (clientes). Esta vez el anzuelo fue lanzado por Seth Godin, nombre que tal vez no nos diga demasiado a quienes no consumimos best sellers del rubro y que en este trabajo busca demostrar que apelar a un nuevo marketing basado sólo en YouTube, Twitter, Facebook, blogs y MySpace, entre otras variantes de la tecnología, será un arma de doble filo. “Si pone en la base una bola de helado, el resultado será delicioso si usted le agrega cerezas, chocolate caliente y crema batida, pero si comienza con unas albóndigas... ¡uggghhnh!”, ejemplifica el autor y a esta altura ya se nos fueron las ganas de comer y, sobre todo, de leer.
Se imprime. Con la tenacidad que caracteriza a los que hacen arte, y más si se lo cultiva en un desierto camuflado de oasis como nuestra malamada Mendoza, publicar un libro sigue teniendo su halo épico. Vayan pruebas al canto: “Corderoi” (Leo Pedra), “El llanto del Quehuar” y “Cuentos para leer en el baño” (Ramón Mayo), “Viñetas aleatorias” (Lêa), “Artistas del Secano lavallino” (Alumnos de la escuela albergue de San José, Lavalle), “Glasé” (Rocío Pochettino) y “Policromías II” (escritores y plásticos de Las Heras).

(Publicado en Diario Los Andes, 22 de noviembre de 2009)
Cada tanto ocurre un hecho que reactiva la palabra "basta", una situación que traza la línea del antes y el después y a su vez plantea un desafío, una invitación a que las cosas no sigan siendo lo que son.
Generalmente suele ser la muerte, por irreversible y contundente, el principal disparador de tamaño hartazgo. Esta vez el infortunado de turno, el título en primera plana, fue el empresario Juan Manuel Olmo, a quien bastó que un pibe aburrido -acompañado por un par de amigos no menos creativos- le acertara una piedra en pleno rostro y acabara con su vida en apenas segundos. Un ejemplo más de cómo los chicos de hoy son la violenta involución de los niños de ayer: los que antes cazaban pajaritos con una honda, ahora tiran piedras a mano pelada y matan a una persona. El primitivismo en su máxima expresión.
La inseguridad, que creíamos acotada a la vulnerabilidad de nuestra casa o al circular por determinadas zonas (rojas o no), ahora se ha extendido a las rutas. Ni siquiera allí hay posibilidades de estar a salvo de ellos. ¿Hace falta aclarar quiénes son ellos?
No es nada nuevo que en ciertos puntos del Acceso Sur haya que rezar para que no se nos quede el auto porque si no, al mejor estilo lejano oeste, en cuestión de segundos saldrán de los barrios aledaños los amigos de lo ajeno a cumplir con su diaria tarea de esquilmar al prójimo.
Como siempre que ocurre algo así, el Ministerio de Seguridad sale con una velocidad infrecuente a aclarar que los móviles circulan religiosamente por la zona. Pero es obvio que hay un problemita de timming: mientras los chorros vienen, ellos van. O viceversa. El gato y el ratón corriendo uno para cada lado. Hummm...
Y ahora, además del temor a que nuestros imperfectos vehículos nos dejen varados en cancha visitante, hay que sumarles las piedras asesinas. Esas que, aseguran los pibes inimputables ("El Manzanita", "El Eze" y "El Pichu", según los fríos alias policiales), eran parte de "una diversión"; una suerte de parche lúdico para esos tiempos muertos en que deberían haber estado jugando en serio, estudiando o ayudando a la vieja a hacer los mandados de la casa.
Quienes trabajamos en los medios desde hace varios años, ya perdimos la cuenta de las veces que advertimos que los accesos a la ciudad son peligrosamente oscuros, que ni siquiera en los puentes existe una mínima iluminación y que mucho menos tenemos la garantía de cruzarnos con puestos policiales fijos. Al menos en la vía que conecta con el sur provincial han comenzado a colocarse algunas luminarias, pero la que comunica con el Este sigue luciendo tristemente sombría.
Varios de nuestros legisladores -los mismos que deliberaron sesudamente acerca de los dichos de Susana "Dinosaurio vivo" Giménez sobre el meneado Trasandino- pasan frecuentemente por estos caminos del Señor. Sin embargo, hasta ahora no han gastado una sola sesión para debatir cómo contribuir desde ese ámbito a que no sigamos pagando un hipotético peaje a la muerte cada vez que nos subimos al auto.

(Publicado en Diario Los Andes, 14 de noviembre de 2009)
Una caja de herramientas. El estadounidense Stephen King, escritor denostado y sobrevaluado casi en igual proporción, ha dejado en las bibliotecas del mundo un puñado de libros valiosos. Algo, claro, que pocos están dispuestos a reconocerle a este talentoso creador de historias de terror que suelen venderse como pan caliente. “Mientras escribo” no es ni uno de esos best sellers que terminan siendo otra mala película ni uno de los que se salvará el día que ardan todas las librerías. Es un simple libro sobre el oficio de escribir que el ex profesor de Literatura Inglesa puso a consideración sin buscar, como ciertos jugadores habilidosos, “hacer una de más”. Lo suyo apunta a ser claro, útil y revelador. Principios básicos como “Si no tiene tiempo para leer, no tendrá el tiempo o las herramientas necesarias para escribir” o “al que es mal escritor nadie puede ayudarle a ser bueno” se mezclan con un repaso autobiográfico donde pone a la vista las piedras que debe sortear un escritor en potencia y consejos imprescindibles surgidos de su atiborrada “caja de herramientas”. Una posdata en la que cuenta cómo su necesidad de escribir lo ayudó a superar un accidente que casi termina con su vida y un listado de autores y libros que lo marcaron, completan un libro tan ameno para el que quiere seguir sus pasos como también para aquellos que simplemente quieren conocer algo de la cocina de un escritor.
Puro vuelo. Ella, la del click siempre glamoroso, dice que su libro tiene por objetivo la concientización ecológica. Ella es la fotógrafa argentina Gaby Herbstein y su obra, “Aves del paraíso”, un bellísimo catálogo de fotos que bien podrían haber salido del backstage de una película de Armando Bo y para las cuales convocó a amigos y personajes famosos como Gustavo Cerati, Julio Bocca, Natalia Oreiro, Katja Alemann, las hermanas Ethel y Gogó Rojo y Lino Patalano. El trabajo, que tuvo su camino previo en algunas muestras, le llevó tres años y su edición es a total beneficio de la Fundación Azara.
Lo demás es silencio. Escritor, periodista, docente y teórico de la comunicación, Aníbal Ford bajó las cortinas a los 75 años y ante su cercana muerte un buen antídoto para menguar la incómoda ausencia bien podría ser revisitar sus libros, sean estos las novelas “Sumbosa”, “Ramos generales”, “Los diferentes ruidos del agua”, “Oxidación”, y “Del orden de las coníferas” o los ensayos “Desde la orilla de la ciencia”, “La marca de la bestia” y “Navegaciones”. Cualquiera, pero leerlo. Buena parte de los que estudiamos Comunicación Social, lo hicimos en algún tramo del periplo universitario orientados por su brújula rectora. Por suerte, dejó numerosos discípulos en los claustros que sabrán continuar ese inagotable proceso de ida y vuelta.
A la pasarela en dos ruedas. Consuelo Fraga, poeta porteña modelo 1969, une en su segundo libro “Motos y reinas” (el primero fue “Eduardo Acevedo 852”) dos mundos que nada tienen en común salvo la mirada de la autora. La primera parte es dominada por el registro autobiográfico, ese que le permite reconocer que “en la velocidad se decide mejor”, dar precisiones de cómo mutar de conductor principiante a experimentado hasta alcanzar una relación simbiótica con su Goldwing color borravino al punto de sentirla carne de su carne. Y en ese “on the road”, registrar escalas en el amor, la infancia, la amistad y el submundo de “los fierros”. Del universo mecánico de las motocicletas pasa sin respiro al inefable mundo de los concursos de belleza. Con humor, Fraga hace transitar por la pasarela del absurdo a esos “monstruitos” a los cuales no es muy difícil adivinarles padres tan narcisos y deformes como ellos. “A veces la mentira/ piadosamente puede verse/ como un esfuerzo de producción”, certifica en “La prueba del talento”.
Punto médium. “Un libro no es un libro, sino un hombre que habla a través de un libro”. (Alberto Moravia, escritor italiano, 1907-1990).

(Publicado en Diario Los Andes, 15 de noviembre de 2009)
Alberto Muñoz es un artista polirrubro que lleva décadas multiplicando su talento a través de la poesía, la música, el teatro y los guiones. Cofundador de Ediciones en Danza, se reconoce como un sujeto auditivo antes que visual, admite que le parece obsceno armar su propia antología y señala a internet como el último carnaval dionisíaco.

Obligado por un trámite aduanero a resumir sus múltiples facetas, Alberto Muñoz (Buenos Aires, 1951) bien podría sintetizarlas en el rubro "Hombre orquesta". Poeta, músico, actor, dramaturgo, docente, guionista de tevé y cine, y psicólogo, este talentoso polirrubro lleva décadas generando arte en sus distintos canales de expresión pero siempre encontrando la vuelta para mixturarlos y crear un producto único, ciento por ciento Muñoz.
Así ha sido desde que "Las flores del mal", del maldito Baudelaire, hundieran sus raíces en su ávida cabeza adolescente y como las arañas de Harry Potter se le multiplicaran en el corazón.
Y así parece que seguirá siendo aun después de sus discos solistas y con el recordado MIA, sus numerosas piezas de teatro musical, su veintena de libros, sus programas de radio, sus guiones para "Magazine For Fai" y "Okupas" y todo aquello que su talentosa usina creativa ose dictarle.
A la mala jugada que le deparó el destino negándole la ventura de haber nacido en la inspiradora Venecia, Muñoz supo neutralizarla anclando su pequeña osamenta en el Tigre, ese delta que hace las veces de paraíso personal a la hora de conciliar musas con lazos familiares y laborales.
En el ida y vuelta que Los Andes le propone al autor de "El levantador de pesas and other poems" la consigna es clara: por ser tan vasto su campo de acción artístico, sólo hablaremos de poesía. Inevitablemente, sus otros talentos confluirán con o sin invitación. Igual serán bienvenidos.
-En 2001 (año del "big bang" De la Rúa y el corralito) fundaste Ediciones en Danza junto a Eduardo Mileo y Javier Cófreces. ¿Qué creías que podían aportarle desde ese espacio al panorama de la poesía argentina?

-La cabeza de la fundación fue Javier. Siendo el mentor de la revista de poesía "La danza del ratón" tuvo siempre entre sus planes fundar una editorial de poesía. Mileo y yo siempre estuvimos cerca de aquella mítica revista y cuando aquel ciclo llegó a su fin, emprendimos juntos (la amistad de los tres lo hizo posible) una descarga sobre el infortunio de editar. Ediciones en Danza es nuestro pequeño paraíso artificial y el de tantos otros poetas argentinos. Sentimos la solidaridad de todos ante las adversidades. La última tormenta nos cayó con el cierre de puertas de "Yenny", una cadena que era nuestro acceso directo al interior del país. ¿Por qué cerro sus puertas a nuestra editorial? No sabe, no contesta. Advertimos que no se trata de una adversidad estética.
-Actualmente hay una producción impresionante de libros de poesía, en gran medida estimulado por los canales que facilita internet. Sin embargo, el único consumidor de este género parece ser el propio poeta.
-Así como la función de la mitología ha sido la de ocultar y preservar los misterios últimos dándonos las historias más bellas, la poesía está para no estar, para no ser enseñada, oculta detrás de cada manifestación luminosa. Internet es el último "carre navale", carnaval dionisíaco donde podés encontrar "la cantidad hechizada", al decir de Lezama. Si son sólo poetas o curiosos o lavanderas o mecánicos de diésel los que abren las páginas del nuevo "Lo sé todo", da lo mismo.
-La música y el teatro también son parte de tu cosmos poético. ¿Cómo se fueron integrando a tu búsqueda creativa?
-El primer contacto que recuerdo haber tenido con la poesía fue a los 14 años viendo "La vida es sueño" de Calderón. Digo "vi" porque se me planteó como materia resuelta, con trastos, telas, luces, palabras dichas por hombres poseídos. Eso que se manifestaba delante de mí no estaba en otro lado de la vida, al menos hasta ese momento. El asombro original que tuve fue en cierto sentido una iniciación. "¿Qué es eso que está ocurriendo?", me preguntaba; no lo sé, pero alguien lo escribió. Habíamos ido al teatro con un grupo del colegio. Salí aturdido, la profesora que nos había llevado explicaba la trama en el hall del teatro y yo quería llorar, y lloré, y me dio vergüenza e invente que me había golpeado, y en rigor estaba golpeado, demasiado golpeado.
La música estuvo presente en mi infancia, comencé a estudiar violín a los seis años por imposición materna. El violín me dio todas las melodías que hice a lo largo de mi vida; en ellas anida, para mi gusto, el universo más sutil e inefable que podamos conseguir (concebir). Soy un sujeto auditivo antes que visual en un mundo que ya se ha establecido como espectáculo. Vivir pareciera ser espectacular, yo prefiero oírme vivir.
-En cuanto a esa versatilidad que siempre ha sido tu marca de fábrica, ¿lo ves como un camino necesario para expandir tu arte o más bien como un sino inevitable?
-Hice de la dispersión una territorialidad. La sociedad castiga la dispersión, para mí ha sido una escolaridad tenue y bien llevada. Entiendo que todo aquello que genera un interés debe ser visitado; en esos laberintos se vislumbra la vocación. Practico la dispersión como otros practican esgrima o buceo. Me disperso dos o tres veces por semana con lo que me atrae: la botánica, la zoología, los trenes, los camiones, la vida de los santos, el catch; en fin, si una de esas maravillas prende, ¡ahí voy a tratarlas como si fuera mi única y más auténtica vocación! Para ello cuento con el teatro, la música o la poesía. Tardo bastante tiempo en investigar qué forma expresiva va a permitirme una "buena internación". Comienzo a trabajar una vez decidido el formato. "La marca de Caín", por ejemplo, me llevó más de quince años componerla. Hice una primera parte "Abel cazador de Caín", la probé en muchos escenarios y después compuse la segunda parte, más compleja, con música coral de Diego Vila. Felizmente está concluida y grabada en un CD doble.
-A esta altura de tu extensa trayectoria, cómo ves en retrospectiva tu propia obra poética. ¿Tenés en mente una antología que dé cuenta de esa amplia producción o lo ves más lejano, casi como el cierre de toda la obra?
-La obra poética tiene dos vías, una de poesía oral y otra para ser leída sobre papel. La primera es de corte más coloquial y emotiva; la otra, más profusa y oscura, es prácticamente temática. Teniendo en cuenta que no figuro prácticamente en ninguna antología de poesía argentina, me parece un poco obsceno intentar la propia.
-Sos un escritor y artista al que varias generaciones le profesan una indisimulada admiración, sin embargo quienes se arrogan definir el "canon poético" de este país no te suelen dar el lugar que merecés. ¿Lo ves así o la validación viene por otro lado?
-No sé qué alcance tiene lo que he escrito, tampoco resolvería nada saberlo. Escribo porque amo escribir y lo hago para el mundo todo, incluyendo los muertos y las divinidades. Ahora pretender que todo ello se incomode leyéndome es un tanto irreverente; me consta que tengo una docena de lectores.
-Al igual que en "Camiones", "Trenes", "Pianoforte" y ahora "El levantador de pesas…", trabajás tomando como eje un tema. ¿Buscás darle al libro claramente una unicidad o te cansaron los libros de poemas "sueltos"? ¿El próximo, también va en esa línea?
-Me gusta tomar un tema y dispersarme en él. Con respecto al "Levantador de pesas" sucedió algo curioso. Yo no tengo afinidad ninguna con los deportes, pero mi hijo mayor, Manuel, es fanático de San Lorenzo y yo quería componer una obra para él. Por eso la amplifiqué buscando, interrogando sobre aquello que busca resolver cada deporte. Mis amados poetas latinos me ayudaron. Cada poema es también una canción de amor, el vigoroso amor de la fuerza física. De todos mis libros éste fue el más silenciado, no entiendo por qué. De todos modos me gustó tanto hacerlo que probablemente insista con una segunda vuelta, la segunda oportunidad que tienen los luchadores…
-Como psicólogo que sos, aunque no ejerzas (al menos "profesionalmente"), ¿alguna vez analizaste por qué en vos ganó la pulseada el poeta?
-No hubo pulseada, son amores encontrados. Yo trabajo como maestro de poética, y ahí soy tanto uno como otro.

(Publicado en suplemento Cultura, Los Andes, 26 de setiembre de 2009)
Lo breve posible. Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) irrumpió como periodista de rock en los años 80 y en ese territorio fue uno de los mejores. Después de poner su firma a “Crónicas e iluminaciones”, un sobrio tête-à-tête con Luis Alberto Spinetta, en 1994 se lanzó de lleno -y sin retorno- a la literatura con el libro de cuentos “Los pájaros”. Luego llegó el turno de las novelas: “Agua”, “La mujer de Wakefield”, “Todos los Funes” y “La sombra del púgil”. Su crecimiento autoral le valió reconocimientos internacionales y la traducción de su obra al francés, inglés y japonés. “La vida imposible” (2002) es un libro que puede pasar por menor en su valiosa producción, tal vez porque lo muestra transitando otra cuerda, la de los cuentos breves y microcuentos, hoy tan en boga. Vale entrarles sin prejuicios para saber de qué va la cosa. Con indisimulados ecos de sus admirados Cortázar y Wilcock, su prosa brevísima (nos) devuelve el placer de la lectura por la lectura misma.
Pingüino pero no K. Nunca fue un misterio como la fórmula de la Coca Cola o el supuesto talento de Nicole Neuman. Siempre supimos que “El libro gordo de Petete” no existía como tal y que sólo eran atractivos e instructivos fascículos en los que allá por los '70 aprendíamos desde quién fue Sarmiento hasta las bondades de la fotosíntesis. Ante todo, el pingüino bonachón creado por García Ferré (alma pater de Hijitus) era un microprograma que se emitía por Canal 13 y al cual se seguía con cierto interés. Pues bien, el 3 de noviembre el mentado Petete revivió gráficamente y esta vez como un libro de verdad, editado por V&R. No es un libro más: las letras y el dibujo de tapa impresos en stamping oro, textura símil cuero, papel ilustración y un precio acorde a tal despliegue estético: 129 pesos. Un auténtico libro-objeto como para atrapar a las nuevas generaciones con ingredientes “de antes”.
¡Tiemble Simenon! Por estas cosas de la tecnología, a través de ella encontré el dato y él las posibilidades para ser todo un Guinness y un verdadero winner. Philip M. Parker es un estadounidense, doctor en Matemáticas, que se convirtió, gracias a su habilidad informática, en el autor más prolífico del mundo por sus ¡85.891 libros! A no desesperar estimado autor que aún acopias inéditos cual boletas sin pagar. En realidad míster Parker craneó unos programas que funcionan en red a partir de un puñado de datos. Estos, por medio de un software, rastrean información en Internet y con el resultado de esa búsqueda se “crea” un libro de 300 páginas. ¡Y encima lo vende! Un capo. El tal Felipe cuenta que le lleva de 20 minutos a 2 horas, y que los imprime a pedido. Para no quedar como un chanta (faltaba más), aclara que tiene publicados seis libros “de verdad”, donde abunda en la relación entre las leyes físicas y los comportamientos económicos.
Para no verla cuadrada. Y sí, como país futbolero que somos, todos creemos que podríamos dirigir Boca mejor que el Coco o hacer sonar cual violín a la sufrida Selección. Pero en lo fáctico, si paramos la pelota, más de uno -y no sólo Sebrelli- quedará en evidencia de que no la tiene tan clara. Pensando en esos especímenes, en los más pequeños y hasta en la patrona que pregunta a cada rato que es el offside, Daniel Talio y Guillermo de Lucca se tomaron el trabajito de recopilar en “Diccionario del fútbol” (Ed. Claridad) todos aquellos términos que describen y expresan la realidad futbolística. “Es un vocabulario altamente variable en el tiempo y en la geografía, que no intentamos fijar ni reglar, sino tan sólo describir. Esperamos que sea un instrumento para el mayor disfrute de esa absurda forma de la felicidad, el fútbol”, explican sobre esta pasión inexplicable los autores.

(Publicado en Diario Los Andes, 8 de noviembre de 2009)
Así como se suele decir que los políticos no salen de un repollo sino que provienen de vientres similares al de nuestras madres, también podemos otorgarles igual rango de humanidad a todos esos pibes que últimamente ganan espacio en los medios por protagonizar hechos de violencia o morir a una edad en que todo se espera de ellos. Nos guste o no, algo de responsabilidad tenemos los que ya peinamos una que otra cana.
¿Tendría que sorprendernos este estado de las cosas a quienes deberíamos ser -aunque suene demasiado pretencioso- una suerte de espejo de vida, una guía elemental para que después recorran solos un camino con más oportunidades que piedras?
Ver el grado de violencia que destila la pelea política -se llame ésta Ley de Medios, Promoción Industrial o Impuestazo tecnológico- no es lo que se dice una señal de convivencia ni de sano debate democrático como para convencer a los más chicos de que el intercambio de ideas es la base del crecimiento de un país.
Este crispado modelo de discusión presenta claros ejemplos en la calle, donde una simple frenada a destiempo desata los demonios de algún conductor o donde si no me dan respuesta a mi reclamo (sea válido o no) corto la vía pública sin importar a quién afecto.
Donde a cualquiera -desde un gobernador hasta un actor famoso- le basta con lanzar ideas alocadas para ganar su porción mediática. O, por qué no, en los medios mismos, donde cualquier argucia es válida para posicionarse sea cual fuere el podio que se ambicione.
En este desquiciado panorama no quedan fuera las batallas entre las distintas hinchadas del fútbol argentino, los cánticos xenófobos, el creciente negocio de la droga, el "peaje" en zonas aledañas a los estadios, el apoyo tarifado a ciertos jugadores. Salvo el esclarecido Maradona, difícilmente alguien coincida en que la pelota no se manchó.
Con este sucinto racconto del inefable "ser argentino", no es extraño que los chicos sean tristemente los que nos den a diario algunos de los títulos más resonantes: "Acuchillan a dos alumnos en una pelea cerca de un colegio"; "Detienen a un adolescente por abusar de una prima"; "Cuatro jóvenes muertos al caer en un lago de un country"; "Cada vez detienen a más jóvenes con marihuana"?
En mucho estamos fallando feo como sociedad para que no seamos los más grandes quienes evitemos ese vergonzante protagonismo. Y más preocupante aún es que no parece haber demasiada inquietud en quienes funcionalmente -la familia y las escuelas, sobre todo- tendrían que hacerse eco y actuar en consecuencia.
La necesaria cuota de esperanza la ofrecen, claro, aquellos pibes que no suelen ser noticia pero que desde su humilde y silencioso espacio de transformación llenan la otra mitad del vaso. Por ellos también estamos obligados a ser un mejor espejo.

(Publicado en Diario Los Andes, 23 de octubre de 2009)
Esperando a Herta. Mientras quedamos a la espera de que la maquinaria editorial que dispara cada año la entrega del Nobel de Literatura nos acerque buena parte de la obra de la última galardonada, la rumano-alemana Herta Müller, aquí va un fragmento de su novela “La bestia del corazón” como para degustarla lentamente: “Con las palabras en la boca aplastamos tantas cosas como con los pies sobre la hierba. Pero también con el silencio. Edgar guardó silencio. Aún no puedo imaginarme una tumba. Sólo un cinturón, una ventana, una nuez y una soga. Cada muerte es para mí como un saco. Si te oyen decir eso, dijo Edgar, te tomarían por loca. Y cuando pienso en ello, tengo la sensación de que cada muerto deja tras de sí un saco repleto de palabras. Siempre me acuden a la mente el peluquero y la tijera de manicura, porque los muertos ya no los necesitan. Y también se me ocurre que los muertos ya nunca más perderán un botón”.
Para inclinar el suelo
. En buena hora, la faena artesanal e independiente no se detiene en esta Mendoza tan poco lectora. Contra-Edición sigue dando zarpazos gráficos para despabilar a quien se le cruce. Esta vez Marcela Toré es quien sale a la palestra con su poemario “Otra vez mueren mis manos… ”. Sus versos sin título se van acopiando página tras página en una rara combinación de imágenes herméticas y las más sencillas expresiones de su sensibilidad femenina. La sensación de pérdida y desasosiego atraviesa buena parte de los poemas: “No hay cofres con tesoros perdidos/ Sólo perdidos tesoros”; “Otra vez mueren mis manos/ en el peligroso tránsito de las caricias”; “No alcanzaré paraísos”; “Atraso dos latidos cada día/ para llegar al olvido”; “Los pasos suenan quietos./ Los abrazos pertenecen a otros”. Sin embargo, ese fluir más bien desencantado que melanco-tanguero tal vez esté preanunciando una voz, una ronca voz, a la que habrá que escuchar/leer con atención en su próximo opus.
Las voces, todas
. No será la de Buenos Aires, la de Santiago, mucho menos la de Frankfurt, pero Mendoza sigue manteniendo -más por inercia que por convicción- su Feria del Libro. Desde el 30 de octubre hasta el 10 de noviembre en la Plaza San Martín, la Secretaría de Cultura y el ECA prometen multiplicar las presentaciones de libros, actos, lecturas y puestos de las librerías, ésas cuyas ofertas suelen ser las mismas que vemos a diario en sus locales. Este año el homenaje de rigor recaerá merecidamente en la figura del poeta Armando Tejada Gómez y entre las visitas confirmadas se cuentan Ana María Shúa, Washington Cucurto, Eduardo Sacheri, Eduardo Belgrano Rawson, Jorge Paolantonio y Vicente Battista. La extensa grilla de actividades incluye un generoso menú de música, teatro, documentales y performances.
Fans de película
. El rey Midas en versión brasileña, léase el popularísmo Paulo Coelho, sigue dándose gustos con esos mismos libros que a otros causan disgusto. Con la nada original idea de que cada uno de sus lectores hace su propia película con las historias que este ex saltimbanqui vende por millones, propuso a sus fans que enviaran -vía Internet- cortos basados en “La bruja de Portobello” para que, luego de pasar por el cedazo técnico y artístico, quedara el film recientemente estrenado en Roma bajo el título “The Experimental Witch”. Fueron 6.000 lectores los que aceptaron el convite del singular concurso on line y apenas 14 los que se ganaron su lugar en el podio visual. Con su éxito, Coelho confirma que las hay, las hay.

(Publicado en Diario Los Andes, 25 de octubre de 2009)
El gran impostor. Mario Bellatin, rara avis con carnet, ha hecho de sí mismo una marca registrada. Nacido en México en 1960, creó la Escuela Dinámica de Escritores, ámbito de estimulación donde lo único que está prohibido es escribir. Por su generosa imaginación y una prolífica producción (“Salón de belleza”, “Canon perpetuo”, “Lecciones para una liebre muerta”, “Jacobo el mutante”, “El gran vidrio”, entre otros títulos) es muy común que lo parangonen con la caudalosa verba del argentino César Aira. “Shiki Nagaoka: una nariz de ficción” es uno de los libros donde mejor están sintetizados algunos de los artificios de los que suele valerse Bellatin: la verosimilitud (falsa biografía de un falso escritor), el uso de otras artes (fotos, dibujos, mapas), la fragmentación (citas y autocitas), la apelación a la iconografía oriental y la investigación de aspectos nimios que en un nuevo contexto “lucen” claves. Narrar la vida de un personaje a partir de su exuberante nariz es, apenas, una muestra de la desbordante poética del absurdo que cultiva este hombre que perdió un brazo y a su vez ganó un fantasma presente en toda su obra.
Los mejores amigos. Alejandro Magno, Freud, Perón, Picasso, Hitler, Neruda, Trotsky, Virginia Woolf, Rodolfo Valentino, Simón Bolívar y Frida Kahlo tenían en común algo más que su talla de personajes históricos: todos poseían mascotas y en muchos casos cultivaron con ellas una relación tanto o más profunda que con algunos humanos. María Rita Figueira se dedicó a investigar y profundizar ese particular lazo para dar forma a un libro insólito: “Los ladridos de la historia. Retratos de personajes célebres a través de sus perros” (Sudamericana). Anécdotas, realidad y ficción, se combinan cálidamente para revelar el aspecto más doméstico de la biografía de estas figuras públicas.
Poeta en Nueva York. Desde aquellos lejanísimos y agitados comienzos en The Velvet Underground hasta este calmo y reflexivo presente como solista cuasi shakespearano, Lou Reed no ha hecho más que consolidar su perfil de poeta del rock; el mismo que caminó por el lado salvaje y vivió para contarlo. “Atraviesa el fuego/Todas las canciones” reúne una sustanciosa cantidad de letras en inglés y castellano con su correspondiente álbum, desde aquel seminal “The Velvet Underground & Nico” de 1967 hasta el aggiornado “Ecstasy” del 2000. Un diseño sobrio pero jugado hace aún más tentador sumergirse en la (re)lectura de clásicos como “Perfect day”, “Satellite of love”, “Venus in furs”, “Sad song”, “Rock and roll Heart”, “Ladies pay”, “City lights”, “Faces and names”, “Romeo had Juliette”, “Power and glory” y una lista más larga que la Quinta Avenida. Considerado el juglar de Nueva York, el también dramaturgo y fotógrafo prefiere escaparle a toda etiqueta: “No soy nada. No me gusta clasificarme, encasillarme. Tengo suficiente con levantarme cada mañana y caminar”.
Ese cross. Franz Kafka a su compañero de estudios, Oskar Pollak: “Sólo deberíamos leer aquellos libros que corroen y hieren en lo vivo. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la cabeza, ¿para qué lo leemos? Necesitamos los libros que nos afectan como un desastre, que nos duelan profundamente”.

(Publicado en Diario Los Andes, 18 de octubre de 2009)
Elizabeth Costello (J. M. Coetzee. Mondadori. 2004. 238 páginas)

Elizabeth Costello es una novelista australiana reconocida especialmente por uno de sus libros. Esa módica fama es la que le abre la puerta para que, en su madurez, sea convocada para dar conferencias de los temas más variados.
Con este simple esquema, el premio Nobel 2003, J. M. Coetzee divide su novela en ocho partes, donde en boca de la desbocada Elizabeth puede abordar sus obsesiones de siempre: el (mal) trato a los animales, el mal y sus alcances,el sexo (o mejor dicho, lo divino en relación al sexo), la reflexión sobre las creencias más allá del corset de las religiones y como una especie de hilo conductor de estos capítulos aparentemente independientes, la continua meditación del rol del escritor.
Al igual que en el resto de sus obras, el autor de Desgracia parte de una premisa insobornable: entender las claves de una humanidad permanentemente saboteada por los propios humanos. Cualquier historia, por simple que resulte, en su pulida y certera prosa alcanza alturas únicas. Para comprobarlo basta bucear en cualquiera de sus libros.

(Publicado en suplemento Escenario, Diario UNO, 21 de agosto de 2005)
Un fantasma imprescindible. En el supuesto caso de creer en los talleres literarios, un libro que no debería faltar a la hora de ejemplificar lo que es un buen cuento es, precisamente, “Nueve cuentos”, del siempre misterioso J.D. Salinger (Nueva York, 1919). Joyas como “Un día perfecto para el pez banana”, “Para Esmé, con amor y sordidez”, “El hombre que ríe” y “El período azul de Daumier-Smith” (donde escribe: “Siempre nos damos cuenta demasiado tarde, pero la mayor diferencia entre la felicidad y la alegría es que la felicidad es un sólido y la alegría un líquido”), son contundentes muestras de que al autor de “El guardián en el centeno” (o su traducción más conocida, “El cazador oculto”) le bastaron un puñado de libros para convertirse en un escritor imprescindible, de esos que no importa en lo más mínimo si aún vive o si ya desembarcó en alguno de los temidos infiernos del Dante.
La voz multiplicada. Con “Denuncia”, obra escrita a cuatro manos por Juan de la Maza y Rubén Vigo, la editorial Tortitas Caseras pone un pie en el inexistente mercado mendocino con la firme convicción de que cuando hay algo para decir se justifica la apuesta de editar un libro a pulmón. El concepto de “Denuncia” es tan claro como directo: “traducir” la América de la maldecida conquista para releerla desde un presente no menos condicionado. Los autores han licuado sus personalidades en pos de un discurso único que, a su vez, pretende ser “todas las voces, todas” a las que arengaba Tejada Gómez. En este trayecto, el dúo autoral es acompañado visualmente por las pinturas de Damián Vigo, también responsable del arte de tapa.
Va de nuevo
. “Lo que quedó es lo más lindo que escribí en la vida y fue sin querer”. Así de orgulloso está Hernán Casciari al referirse a su flamante hijo literario, la novela autobiográfica “El pibe que arruinaba las fotos”. Argentino radicado en España, este autor se hizo conocido en nuestro país por “Más respeto que soy tu madre”, libro que Antonio Gasalla adaptó al teatro con notable éxito de taquilla. Casciari, quien ya cargaba con el sayo de ser el blogger más popular de la madre patria, también destila una fina mirada de la realidad en sus columnas domingueras en Los Andes y La Nación. A su manera, la comedia y el drama son el pasto del que rumia su estilo costumbrista; ese que tanto le debe a la instantaneidad de la web.
Leer para que se abra el mundo.
Y un día volvió. Y quienes lo extrañamos, ahora celebramos su retorno casi tanto como la vuelta de Palermo tras una larga lesión o el astronauta que subió a hacer lo suyo. Volvió “Ver para leer”, la propuesta televisiva del escritor, periodista y director de la revista Fierro, Juan Sasturain. La mala noticia es que este ciclo será más corto que el anterior: apenas seis capítulos, grabados en distintos puntos del interior del país. Acerca del placer de leer, el histriónico conductor le dijo a La Nación: “Uno lee o empezó a leer porque descubrió algo placentero al hacerlo. Y esa es la única razón valedera. Ni obligación ni necesidad de instruirse ni ninguna otra cosa. Leyendo buena literatura se abre el mundo, se enriquece la experiencia”. Leer para ver.

(Publicado en Diario Los Andes, 11 de octubre de 2009)
Lo que más de un periodista alguna vez fantaseó y los lectores suelen reclamar (a veces en silencio y otras tantas a viva voz), lo concretó sin tanto aspaviento un niño de 12 años: dar sólo buenas noticias.
Max Jones, un pibe norteamericano con un natural talento para la tecnología, creó su propio sitio en Internet (www.hnheadlines.com) donde todo aquello que ocurre en el mundo y esté signado por la buena onda merece ocupar un espacio en su "Weekend News Today".
El chico de Orlando, Florida, no está solo en esta patriada positiva ya que en su camino virtual fue sumando colaboradores que no son otros que adolescentes de distintas partes del planeta. Ellos le aportan a diario noticias, fotos y videos, además de multiplicar su proyecto en las redes de Twitter y Facebook.
Esta rara avis que tiene clarísimo que su futuro profesional será el periodismo, está convencido de que "una persona puede hacer la diferencia en el mundo poco a poco". Por eso, a fines de 2008 transformó en un mini estudio de televisión su atiborrado placard y ahora pasa allí sólo un puñado de horas por semana haciendo lo suyo ya que, asegura, con su mejor cara de Domingo Faustino yanqui, que "la escuela es mi prioridad".
En ese ámbito casero, es decir entre pósters, bates de béisbol, CDs y revistas, graba videos con paciencia zen y escribe los textos que luego colgará en su hoy famoso sitio.
La avidez o curiosidad que despierta su filantrópico proyecto cuenta con la complicidad de unos 5.000 visitantes por día y la perspectiva es de un crecimiento constante que, por ahora, dice no asustarle al también estudiante de violoncelo.
Según el bonachón de Max, su web no tiene fines de lucro. En todo caso, el beneficio es para quien recibe gratuitamente su porción misericordiosa de la realidad mundial.
En medio del inacabable debate de diarios de papel versus periódicos on line, este adolescente nos baja un poco a tierra y pone negro sobre blanco que lo importante es el qué y no el cómo. A la vez, confirma la presunción de que para desarrollar este tipo de proyectos no hace falta un gran capital sino más bien contar con ideas y desa-rrollarlas.
La Dirección General de Escuelas, para tomar una referencia en la que se podría potenciar iniciativas como las de Max, aún tiene mucho, muchísimo para trabajar en ese sentido en los colegios. Ojalá no pase mucho tiempo para que las escuelas mendocinas compartan con la comunidad -a través de la web- sus actividades, inquietudes, planes y noticias aunque éstas no siempre sean tan buenas como las de "Weekend News Today".

(Publicado en Diario Los Andes, 26 de setiembre de 2009)
Un libro ya pronto serás. ¿Quién dijo que libros son sólo aquellos que nos seducen en librerías o bibliotecas? Hay numerosos autores mendocinos, algunos éditos y otros tantos inéditos, que están fogoneando en soledad (y no pocas veces en público) una obra con un poder de fuego que ya encontrará el momento justo de dar con el combustible del estallido. Uno de ellos es Leandro Hidalgo, el hiperkinético performer mendocino que logró instalar en el calendario literario local su más que recomendable ciclo Elefante. Cultor y militante del microrrelato, este flamante sociólogo cuenta con dos libros que transitan ese popular género -“Instantáneas” (2005) y “Capacho” (2008)- y que acumulan méritos suficientes para ingresar a los boxes de cualquier imprenta. De su microficción, una minimuestra: “Todas las ciudades tienen su zoológico. A menudo los hombres necesitan recordarse lo que no son” (Lo que somos). Al mismo precio, otro: “Las jirafas hacen silencio allá en lo alto. Dios les creó esos cuellos extensos para vigilar los discursos agnósticos y materialistas de esas descreídas” (Las agnósticas).
Oficio de explorador. Jorge Accame es el típico porteño que se hartó de Buenos Aires y optó por anclar en el interior. Previo año de estadía en Italia, en 1982 se instaló en Jujuy. Desde allí no ha parado de producir poemas, novelas, cuentos y obras de teatro, además de ganar no pocos galardones (el año pasado obtuvo el Premio La Nación-Sudamericana con “Forastero”). Algunos de sus libros son “Concierto de jazz”, “Segovia o de la poesía”, “Punk y Circo”, “Suriman ataca” y “Venecia”. La reedición de “Diario de un explorador” permitió al profesor de Letras agregarle nuevos cuentos y transformarlo en “Cumbia”; un puñado de historias que van del realismo a lo fantástico sin sobresaltos y donde lo que en un pueblo se reduce a simples anécdotas, en la pluma de Accame devienen en atrapantes relatos. Con la misma facilidad con que ellas y ellos se mueven al ritmo de Los Mirlos del Perú, así de sencillo es echarle mano a estas páginas como si de cinturas se tratara.
La crítica, también una mercancía
. Daniel Link es uno de los pensadores y ensayistas argentinos más renovadores en cuanto a abordaje y temáticas. A su libro “Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes” (Entropía, 2006) lo define como un “conjunto de intervenciones” acerca de la literatura argentina. Lo que sigue es un aperitivo para acercarse a su obra. “Los libros, se sabe, circulan como mercancía. Existe un mercado, constituido por el público, los autores, los editores y diversos agentes de mediación entre los que la crítica es una institución decisiva. La crítica descubre, dictamina, sanciona, premia o condena. Los críticos ponen en circulación textos, deciden (no unilateralmente) el valor de una mercancía. Pero la crítica también puede ser pensada ella misma como una mercancía: se integra en el circuito de producción-consumo de los libros en general y allí compite con otros géneros discursivos por los favores del público (en los últimos años, la hemos visto perder terreno respecto de otros géneros: la biografía, el testimonio, la entrevista)".
El eco de Umberto. El semiólogo y escritor italiano Umberto Eco sostiene en su libro “Lector in fábula” que “cualquier texto está incompleto porque le falta la biblioteca del lector”. Como siempre, esta columna habrá de completarse con todas esas bibliotecas, pequeñas, medianas o XL, que cada lector esté dispuesto a poner en juego en ésta u otras lecturas.

(Publicado en Diario Los Andes, 4 de octubre de 2009)

Si alguien pensaba dedicarse a escribir y buscaba un lugar donde aprender, ese lugar no es, a pesar de su equívoco nombre, la Escuela Dinámica de Escritores (EDDE). Allí, a lo único que no se va es a escribir. Según su creador y director, esa auténtica rara avis de la literatura latinoamericana llamada Mario Bellatin, “no se debe, no se puede enseñar a ser escritor”.
De ahí que esa institución tan sui generis, que arrancó en el 2000 con un pequeño capital de $5.000 y un entusiasta grupo de profesionales de distintas ramas del arte, proponga a sus alumnos un “diálogo de expresiones artísticas” con docentes que pueden provenir de la pintura, la fotografía, el psicoanálisis, la filosofía, la crítica, el teatro, la música, la escultura, la danza, la cocina, o el cine. A esta altura ya han egresado tres camadas, para lo cual se contó con la colaboración de más de cien profesores de distintas disciplinas.
Nada más alejado entonces de un taller literario tradicional que la EDDE. Aquí no hay textos que se sometan al filtro, la tala o la mirada escrutadora de un escritor profesional. Quien desee ser uno de ellos deberá hacerlo fuera de la escuela, en ese ámbito propicio que sólo ofrece la soledad. En buena hora, el clásico ritual del escritor frente a la hoja en blanco aún no ha podido ser remplazado por ningún programa de computación ni plan de estudios que pretenda enseñar el oficio.

No a las recetas
A la EDDE se va básicamente a escuchar y conversar. Toda experiencia artística y de vida se transmite y retransmite de tal manera que el futuro escritor sume experiencia, no teoría, no decálogos de plumas mayores. El objetivo es ampliar su mundo sensible, no darle recetas; simplemente ayudar al alumno a abrir sus propias puertas, comunicar experiencias y absorber todo lo que se pueda. Importa el proceso, no el resultado. Tan simple o complejo como eso.
Bellatin, que no es precisamente un escritor convencional, se propone colocar al alumno en las fronteras de la literatura, en ese espacio en el que puede emerger una creación más original, más arriesgada. Por eso no se sorprende que titule El arte de enseñar a escribir (Alfaguara, 2006) donde, claro, no se cumple tal misión pero donde sí da –junto con un gran número de profesores– testimonios de la experiencia de la Escuela Dinámica de Escritores, “un lugar donde sólo existe una prohibición: escribir. Es decir, que los alumnos, tal vez deba decir los discípulos de un número grande de maestros, no pueden llevar a ese espacio sus propios trabajos de creación. Ellos deben, en lugar de cotejar sus textos, tener la mayor cantidad posible de experiencias con creadores en plena producción”.

Una gran instalación
La también llamada “escuela vacía” o “especie de clínica de rehabilitación para los que tienen la necesidad de escribir” es, según Bellatin, “una gran instalación que empezó y sigue fluyendo en el tiempo y el espacio. Y donde las fronteras, quiero creerlo, quedan abolidas”. Tanto fluye que ya está en marcha el proyecto de crear sedes en varios países; Chile, Perú y Colombia, serán las primeras sucursales. Actualmente funciona en la Casa Refugio Citlaltépetl, en el Distrito Federal de México.
Aunque carece de un programa formal de estudio, cuenta con tres líneas de trabajo para los dos años de cursado y las seis horas académicas con cada profesor: Composición, Contenidos y Formas de construcción.
Los títulos de los cursos dan pistas de la exótica propuesta de Bellatin y los suyos, entre ellos figuran Taller de plagio y disección, Jazz para escritores, El jardín japonés, Drama, melodrama y pastiche; Reconstrucción sensorial y El discurso fotográfico.

Para espíritus libres

Por más informal que parezca, no ingresa cualquiera. Los requisitos para los escasos treinta afortunados que pueden entrar por año son: tener entre 16 y 35 años, un fuerte compromiso con la escritura, disponer del tiempo suficiente para cumplir con la asistencia a clases, lecturas y actividades que propone la escuela y someterse a una entrevista personal.
La EDDE no es la primera acción imprevisible del autor de Jacobo el mutante. Deudor espiritual del grupo francés de “literatura potencial” OuLiPo y del músico norteamericano John Cage (especialmente de su obra 4’33”), Bellatin nació sin su brazo derecho completo. Hasta el 2005 usaba una prótesis que decidió arrojar al Ganges, en la India.
Durante años, su temible garfio (decorado por un alemán con piedras de fantasía) le generó no pocas historias que luego fueron a parar a sus no menos inclasificables libros (ver Lecciones de una liebre muerta, Salón de belleza, Poeta ciego, Perros héroes).
De regreso a México, empezó a experimentar una sensación de vacío tal que le pidió al artista plástico Aldo Chaparro un brazo “artístico”. Finalmente, el miembro artificial en cuestión terminó siendo parte de una muestra en el MOMA de Nueva York.

Antes las ideas que los cuerpos

Otro proyecto de este activista del absurdo, y que confirma en la práctica el concepto experimental de la EDDE, fue el Congreso de Dobles que realizó en una sala de arte en París. Un encuentro donde los escritores originales –los mexicanos Margo Glantz, Sergio Pitol, Salvador Elizondo y José Agustín– no estuvieron presentes y fueron remplazados por cuatro personas comunes que durante seis meses fueron entrenadas para aprender la vida de los “originales” y poder memorizar una serie de textos que luego repitieron frente al desconcertado público francés. Es decir que allí estuvieron “en vivo” las ideas pero no los cuerpos de los escritores verdaderos.
Como era de esperar, esto causó no pocas quejas de periodistas, gente del público, profesores universitarios y autores que se sintieron timados por el siempre provocador Bellatin. Algo que, tratándose del biógrafo del apócrifo Shiki Nagaoka, es de esperar que no haya sido su última travesura.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, 2 de setiembre de 2007)
Dedicada “a todos los piantados del mundo” y a aquel caballero inglés que en el siglo XVIII unió Londres-Edimburgo caminando hacia atrás, la expedición París-Marsella a bordo de una combi Volkswagen -bautizada para la posteridad como el dragón Fafner- surgió como un juego, casi un chiste interno, entre el escritor Julio Cortázar y su tercera mujer, la fotógrafa Carol Dunlop, que quedó prolijamente registrado en el libro Los autonautas de la cosmopista. Un mix de textos, fotos y dibujos que da cuenta de los 33 días que les llevó cubrir 800 kilómetros viviendo literal y literariamente en la autopista del Sur.
¿Lo hacemos? Todo comenzó en el verano de 1978 cuando la pareja regresaba de pasar unos días en la casa de sus amigos los Thiercelin, en la localidad de Serre. A su vuelta a París decidieron optar por la autopista para realizar el viaje en etapas. Primaba en ellos el pragmatismo, pero el Lobo y la Osita (como se llamaban en la intimidad y luego en el libro) cayeron en la cuenta de que contaban con varios días para llegar a la Ciudad Luz y la chispa no tardó en encenderse. A la altura del parador de Orange-le-Grès, whisky en mano Julio comentó: “Qué bien se está aquí”, a lo que Carol propuso: “Podríamos continuar a este ritmo, como los viajeros de las diligencias”. Palabras más, palabras menos, surgía la idea de escribir un libro de viaje “como los antiguos exploradores”. Bastó un simple “¿Lo hacemos, Osita?” y un contundente “Lo hacemos” para disparar la expedición que recién cuatro años después pudieron concretar. Lapso en el que el sueño, lejos de frustrarse, se potenció con la compra de libros de viajes, instrumentos científicos y la toma de apuntes clave para cuando llegara el día de zarpar.
El plan. Ambos se consideraban autopistenses comunes y corrientes, ni siquiera solían llevar a mano la siempre práctica guía Michelin de las rutas. Por lo que debieron planificar el viaje hasta en los mínimos detalles. Las consignas, grosso modo, eran: cubrir el trayecto París-Marsella en 33 días sin salir de la autopista, hacer altos en dos paradores por jornada (pasando siempre la noche en el segundo), y paralelamente ir registrando en un libro las descripciones climáticas, topográficas y fenomenológicas sin las cuales tal proyecto no tendría “un aire serio”. Por otro lado, se iría dando forma al libro “lúdico”, que contendría apuntes literarios, guiños domésticos, y lo que aportara el bienvenido azar. Eso sí, no se desaprovecharían una buena ducha o una mullida cama de hotel.
Apoyo logístico. Para atravesar los 65 paradores, los autonautas se inspiraron en El diario del Capitán Cook y se proveyeron de una abundante cantidad de alimentos, productos de limpieza, bebidas espirituosas y hasta de medicamentos (la salud de la pareja no estaba en su mejor momento). Ah, y libros, claro, muchos libros y la máquina de escribir y papeles, muchos papeles en blanco. Para reabastecerse, en cambio, lanzaron un cuidadoso casting de amigos lo suficientemente afines para entender la locura del proyecto y no hacer demasiadas preguntas. De muy buena gana, los Thiercelin y los Courcelles-Gurmen aceptaron el convite y terminaron siendo los encargados de acercarles provisiones cada diez días.
En marcha. A las 14.25 del 23 de mayo de 1982, montados en su fiel dragón Fafner y sin el sponsoreo de una Isabel la Católica o un mecenas de alguna telefónica, partieron bajo la lluvia el Lobo y la Osita. A las 14.47 entraban a la autopista y el libro comenzaba a escribirse. A las 20, apuntaban en el Diario de Ruta: “Observamos una liebre grande como un perro pequeño, color de gallina, que saltaba como si quisiera imitar el vuelo de una mariposa”.
Ellos teclean. “Esta autopista paralela que buscamos sólo existe acaso en la imaginación de quienes sueñan con ella... Cosmonautas de la autopista, a la manera de los viajeros interplanetarios que observan de lejos el rápido envejecimiento de aquellos que siguen sometidos a las leyes del tiempo terrestre, ¿qué vamos a descubrir al entrar en un ritmo de camellos después de tantos viajes en avión, metro, tren?... Autonautas de la cosmopista, dice Julio. El otro camino, que sin embargo es el mismo”.
A mano alzada. Stéphane Hérber, el hijo de 14 años de Carol e incipiente dibujante y baterista de rock, fue nombrado “cartógrafo ex posfacto” del proyecto. Es decir, el encargado de traducir en dibujos la peculiar expedición, basándose en el relato de los protagonistas, sus textos, anécdotas y fotos.
Modelo para armar. La bitácora irá incorporando, en una suerte de esquizofrénica coctelera, descripciones de la flora y fauna en torno de los paradores, el insólito bestiario de los parkings, agentes municipales que la juegan de agentes secretos, cartas reales e imaginarias, la visión de él o ella mientras el otro escribe, los encuentros con los amigos que llegan con alimentos y noticias del mundo real, un extracto del Manual de los lobos y más, mucho más. “La fiesta de la vida”, en sus mínimos detalles. La inconfundible pluma del autor de Rayuela en un libro menor, pero indiscutiblemente cortazariano en su desparpajo y sus destellos poéticos.
Tristeza. Eso había, escriben los expedicionarios, al concluir su periplo el 23 de junio, a las 10.40. Llegada al Viex Port, donde se detienen en el muelle Marcel Pagnol para las últimas fotos. “Qué poco duró el viaje”, era la frase recurrente en el interior del fiel Fafner. A la vuelta, ronda de amigos, anécdotas, risas, la ebriedad del reencuentro con lo cotidiano y los afectos (entre ellos, la gata Flanelle) y el gran desafío de volcar en un libro “ese mes fuera del tiempo, ese mes interior donde supimos por primera y última vez lo que era la felicidad absoluta”.
Peaje final. Una vez concluida la misión, la pareja había vuelto a su vida militante y viajado una vez más a Nicaragua, donde realizaba una tarea en apoyo a la lucha de ese pueblo (precisamente a él le donan los derechos del libro ahora reeditado por Alfaguara). Por entonces, Carol enferma repentinamente. Cuatro meses después, la mujer emprende -según el Lobo- “su viaje solitario”. Un mal que creían pasajero la llevó a la muerte. Cortázar debe terminar solo el libro escrito a cuatro manos. En un conmovedor final, el Lobo le dice/tipea: “Tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir como acaso hemos llegado a mostrarlo en esta aventura que toca aquí a su término pero que sigue, sigue en nuestro dragón, sigue para siempre en nuestra autopista”. Fin del viaje.

(Publicado en La Mañana de Córdoba, 20 de mayo de 2007)
Mayordomos abstenerse. “Negro absoluto” lleva por nombre la editorial que desde hace un año comanda el histriónico escritor Juan Sasturain (“Arena en los zapatos”, “La mujer ducha”, “Manual de perdedores”) y cuya premisa no admite desvíos: sólo publicar novelas negras, policiales que sí o sí deben contener un detective por protagonista y un escenario único: Buenos Aires. Hasta el momento ha editado seis títulos de autores como Osvaldo Aguirre, Juan Terranova, Leonardo Oyola, Elvio Gandolfo, Ricardo Romero y Federico Levín. Advertencia: todo lo que lean podrá ser usado en su contra.
Jorgeluis.com. La teoría no por extraña deja de ser interesante. Si alguna vez pudimos pergeñar el micro, la bic y el dulce de leche, ¿por qué no la babel virtual? “Borges es el verdadero creador de la Web, porque tenía una forma estructural de pensar que es la de Internet. Él fue el server que nos convirtió en users”, aseveró absolutamente convencido el prestigioso profesor Alfonso de Toro, académico de la Universidad de Leipzig y fundador del Centro de Investigaciones Iberoamericanas. Ya que estamos: Google repite el eco de don Jorge Luis 3.060.000 veces; todo un desafío para el memorioso Funes.
Los chicos crecen. Corría agosto de 1994 cuando Juan Carlos Kreimer, nombre clave en la historia del periodismo de rock en Argentina, creó los hoy famosos libros “Para principiantes”, una imprescindible puerta de entrada al conocimiento de filósofos, científicos, psicoanalistas, escritores y movimientos varios. Kafka, Marx, Einstein, Lacan, Borges, Bourdieu, Sartre, Darwin, Nietzsche, Cortázar, Marxismo, Surrealismo, Guerra Civil Española, son algunos de los “protagonistas” de esta colección que, además de plumas nacionales (Felisa Pinto, Carlos Polimeni, Florencia Abbate, Martín Lafforgue, J.C. Kleimer) incluye el arte de tapa de renombrados dibujantes (Rep, Liniers, Alcatena). Quince años que, desde aquel ceño fruncido de los libreros hasta este presente de publicaciones que se exportan, nos han legado nada menos que 123 títulos.
Algo huele bien. Anthony Bourdain no es figurita difícil si el lector de esta columna suele hacer zapping y de casualidad (o no) engancharse con su programa “Sin reservas” por Discovery Travel & Living. En él se encarga de desmitificar el supuesto paladar insobornable de los chefs.
Si hay que comer tuercas y éstas son la comida más popular del lugar, no dudará en hincarle el diente. Sus tours son divertidos, caprichosos y sorprendentes como su famoso conductor (aunque nunca cumpla este rol y parezca más bien un guía más confianzudo que amigable). Todo esto para dar pie a la noticia de que Del Nuevo Extremo acaba de reeditar su best seller “Confesiones de un chef: aventuras en el trasfondo de la cocina”. Un libro con el que se ganó el odio de medio Nueva York y la admiración incondicional del otro 50 por ciento. Bon appetit.
Beethoveniana. “Tal vez el enigmático acorde/ que abre la Novena/ haya sido solamente un alarde de poder./ Tal vez al omitir un sonido/ resbaló la incertidumbre,/ sacudió la melena con una carcajada,/ sostuvo que la ausencia es cuestión/ de discutible relatividad./ Tal vez no fue tormento/ sino ironía póstuma perpetua,/ no el temporal de tímpanos exhaustos,/ sólo la mueca de sarcasmo/ que adivina obstáculos/ en medio de la ceguera. (Poema de la reconocida música, docente y escritora mendocina, radicada en Buenos Aires, Silvia Dabul, de su libro “Lo que se nombra”, Ediciones en Danza, 2006).
Me suenan. Para descansar el oído y activar el ojo, algunas biografías de músicos que ya son historia o parte de: “99 biografías cortas de músicos célebres”, de M. Davalillo, quien no deja clásico sin revisitar; “Oasis”, la banda de los bipolares hermanitos Gallagher, según el estilete de Cyril Deluermoz; “Cash”, escrita por el propio Johnny y Patrick Carr; y “Crónicas, volumen 1”, o de cómo el eterno Bob Dylan cuenta su vida mejor que nadie. Cambiando de rubro, quien insiste con la ficción es el siempre oscuro y talentoso Nick Cave. El músico australiano acaba de editar su segunda novela, “La muerte de Bunny Munro”, sucesora de aquel lejano y endeble debut de “Y el asno vio al ángel”.

(Publicado en Diario Los Andes, 27 de setiembre de 2009)


Con su tira diaria en “La Nación” y su participación en la mítica “Fierro”, el inefable Liniers dejó atrás el mote de artista de culto para jugar en la liga mayor.

Nadie que diga como primeras palabras –¡a los dos años!– “Mirá mamá, ahí viene un colectivo” o lleve como segundo nombre el apellido de un virrey puede terminar dedicándose a una profesión “normal”. Tal es el caso de Ricardo Liniers Siri (33), un dibujante que ya dejó de ser “de culto” para sumarse a la primera A de los lápices argentinos.
Sus inimitables pingüinos (creados antes de K), conejos (sus alter ego visuales) y demás inclasificables personajes vienen ganando espacio en los medios gráficos desde el ’99, cuando debutó en el suplemento NO de Página/12 con su deforme viñeta Bonjour. Allí estuvo hasta el 2002, año en que pegó el salto a la contratapa de La Nación con su celebrado Macanudo. Hasta el centenario diario de los Mitre llegó de la mano de su colega, la inefable Maitena. En ese acotado espacio todos los días conjuga un humor entre absurdo, naïf e inteligente que algunos simplifican –sin medias tintas– como “tonto” o “genial”. Ergo: a Liniers se lo ama o se lo odia.
El eco de su trabajo también se ve reflejado en su visitadísimo blog Cosas que te pasan si estás vivo, con observaciones desopilantes y comentarios que no le van en zaga. Y para redondear su espiral en ascenso, el regreso de la mítica Fierro lo cuenta entre sus animadores, junto a grandes como Nine, El Tomi, Rep, Chichoni y Enrique Breccia.

Eclipse de sombrero
En el universo de Liniers todo puede pasar. No hay tema que este músico frustrado –y ¡uno de los personajes del año de Gente en el 2006!– no se anime a a abordar con su plumín (lo suyo es ciento por ciento artesanal, nada de computadoras). No obstante, algunos de sus personajes suelen reaparecer: el oso Madariaga, Oliverio La Aceituna, Enriqueta, el gato Fellini, el Robot sensible, el misterioso hombre de negro, el Maní Punk y la Vaca cinéfila.
Entre sus emblemáticas historietas, que tuvieron el merecido paso al formato libro, aparecen Bonjour, Macanudo y Cosas que te pasan si estás vivo. El exiguo espacio de una viñeta de Liniers puede contener el monumento al político que no es millonario, la niña que disfruta de un lindo día feo, el búho al que le gusta en las noches ver pasar a los fantasmas, la chica que disfruta del olor del libro nuevo o el policía que estudió Bellas Artes, entre tantas situaciones que pueden ir desde lo más tierno u onírico hasta el humor más ácido o surrealista.
“A mí me gusta mucho el chiste tonto”, se escuda Liniers, pero si se posa la lupa en su trabajo no es difícil percibir esa particular mirada de éste y otros mundos.
Dibujante desde muy chico, recién a los 20 se le animó a un taller; el resto fue una combinación de talento natural, dedicación y oficio. En el camino dejó dos carreras inconclusas (Abogacía y Publicidad) ara apostar todas las fichas al dibujo. A su debido tiempo, nutrió su imaginario personal con mucha Mafalda, películas de los Monty Python, el cine de Chaplin, novelas de Twain y Salinger, y sobre todo La guerra de las galaxias.
A la hora de dar las claves de su métier, arriesga: “Siempre me interesó la historieta como género, esa posibilidad de ser un pequeño dios con una libertad total para imponer y transgredir sus propias reglas y hasta castigar a sus propios personajes”.
Buena parte de su producción viene de la infancia, del rescate de aquello que el artista se niega a abandonar. Recordar, por caso, los olores de ciertos medicamentos, la picadura de una hormiga o la primera fotocopia que cayó en sus manos. “Me encanta acordarme de esos años en los que descubrías cosas. Eso es lo que busco recuperar en las historietas”.

Algo está cambiando

Valgan las palabras del maestro Fontanarrosa para cerrar esta invitación a visitar el planeta del antihéroe Siri: “Admito que cuando apruebo algo diciendo ‘macanudo’ me siento irremediablemente antiguo. Los jóvenes me miran perplejos, como si les comentara la visita del Graf Zeppelin o les recordara la Bidú. Pero algo está cambiando, camaradas... Es que Liniers desconcierta... No obstante, sólo tengo agradecimiento para este visceral dibujante. Gracias a su escandaloso éxito, ahora, cuando sus imberbes admiradores me escuchan decir ‘macanudo’, me aceptan como si yo fuera un componente más de esa juventud casquivana y dicharachera”.

(Publicado en Diario UNO, 3 de junio de 2007)

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