Cada tanto ocurre un hecho que reactiva la palabra "basta", una situación que traza la línea del antes y el después y a su vez plantea un desafío, una invitación a que las cosas no sigan siendo lo que son.
Generalmente suele ser la muerte, por irreversible y contundente, el principal disparador de tamaño hartazgo. Esta vez el infortunado de turno, el título en primera plana, fue el empresario Juan Manuel Olmo, a quien bastó que un pibe aburrido -acompañado por un par de amigos no menos creativos- le acertara una piedra en pleno rostro y acabara con su vida en apenas segundos. Un ejemplo más de cómo los chicos de hoy son la violenta involución de los niños de ayer: los que antes cazaban pajaritos con una honda, ahora tiran piedras a mano pelada y matan a una persona. El primitivismo en su máxima expresión.
La inseguridad, que creíamos acotada a la vulnerabilidad de nuestra casa o al circular por determinadas zonas (rojas o no), ahora se ha extendido a las rutas. Ni siquiera allí hay posibilidades de estar a salvo de ellos. ¿Hace falta aclarar quiénes son ellos?
No es nada nuevo que en ciertos puntos del Acceso Sur haya que rezar para que no se nos quede el auto porque si no, al mejor estilo lejano oeste, en cuestión de segundos saldrán de los barrios aledaños los amigos de lo ajeno a cumplir con su diaria tarea de esquilmar al prójimo.
Como siempre que ocurre algo así, el Ministerio de Seguridad sale con una velocidad infrecuente a aclarar que los móviles circulan religiosamente por la zona. Pero es obvio que hay un problemita de timming: mientras los chorros vienen, ellos van. O viceversa. El gato y el ratón corriendo uno para cada lado. Hummm...
Y ahora, además del temor a que nuestros imperfectos vehículos nos dejen varados en cancha visitante, hay que sumarles las piedras asesinas. Esas que, aseguran los pibes inimputables ("El Manzanita", "El Eze" y "El Pichu", según los fríos alias policiales), eran parte de "una diversión"; una suerte de parche lúdico para esos tiempos muertos en que deberían haber estado jugando en serio, estudiando o ayudando a la vieja a hacer los mandados de la casa.
Quienes trabajamos en los medios desde hace varios años, ya perdimos la cuenta de las veces que advertimos que los accesos a la ciudad son peligrosamente oscuros, que ni siquiera en los puentes existe una mínima iluminación y que mucho menos tenemos la garantía de cruzarnos con puestos policiales fijos. Al menos en la vía que conecta con el sur provincial han comenzado a colocarse algunas luminarias, pero la que comunica con el Este sigue luciendo tristemente sombría.
Varios de nuestros legisladores -los mismos que deliberaron sesudamente acerca de los dichos de Susana "Dinosaurio vivo" Giménez sobre el meneado Trasandino- pasan frecuentemente por estos caminos del Señor. Sin embargo, hasta ahora no han gastado una sola sesión para debatir cómo contribuir desde ese ámbito a que no sigamos pagando un hipotético peaje a la muerte cada vez que nos subimos al auto.

(Publicado en Diario Los Andes, 14 de noviembre de 2009)

El archivo