Una caja de herramientas. El estadounidense Stephen King, escritor denostado y sobrevaluado casi en igual proporción, ha dejado en las bibliotecas del mundo un puñado de libros valiosos. Algo, claro, que pocos están dispuestos a reconocerle a este talentoso creador de historias de terror que suelen venderse como pan caliente. “Mientras escribo” no es ni uno de esos best sellers que terminan siendo otra mala película ni uno de los que se salvará el día que ardan todas las librerías. Es un simple libro sobre el oficio de escribir que el ex profesor de Literatura Inglesa puso a consideración sin buscar, como ciertos jugadores habilidosos, “hacer una de más”. Lo suyo apunta a ser claro, útil y revelador. Principios básicos como “Si no tiene tiempo para leer, no tendrá el tiempo o las herramientas necesarias para escribir” o “al que es mal escritor nadie puede ayudarle a ser bueno” se mezclan con un repaso autobiográfico donde pone a la vista las piedras que debe sortear un escritor en potencia y consejos imprescindibles surgidos de su atiborrada “caja de herramientas”. Una posdata en la que cuenta cómo su necesidad de escribir lo ayudó a superar un accidente que casi termina con su vida y un listado de autores y libros que lo marcaron, completan un libro tan ameno para el que quiere seguir sus pasos como también para aquellos que simplemente quieren conocer algo de la cocina de un escritor.
Puro vuelo. Ella, la del click siempre glamoroso, dice que su libro tiene por objetivo la concientización ecológica. Ella es la fotógrafa argentina Gaby Herbstein y su obra, “Aves del paraíso”, un bellísimo catálogo de fotos que bien podrían haber salido del backstage de una película de Armando Bo y para las cuales convocó a amigos y personajes famosos como Gustavo Cerati, Julio Bocca, Natalia Oreiro, Katja Alemann, las hermanas Ethel y Gogó Rojo y Lino Patalano. El trabajo, que tuvo su camino previo en algunas muestras, le llevó tres años y su edición es a total beneficio de la Fundación Azara.
Lo demás es silencio. Escritor, periodista, docente y teórico de la comunicación, Aníbal Ford bajó las cortinas a los 75 años y ante su cercana muerte un buen antídoto para menguar la incómoda ausencia bien podría ser revisitar sus libros, sean estos las novelas “Sumbosa”, “Ramos generales”, “Los diferentes ruidos del agua”, “Oxidación”, y “Del orden de las coníferas” o los ensayos “Desde la orilla de la ciencia”, “La marca de la bestia” y “Navegaciones”. Cualquiera, pero leerlo. Buena parte de los que estudiamos Comunicación Social, lo hicimos en algún tramo del periplo universitario orientados por su brújula rectora. Por suerte, dejó numerosos discípulos en los claustros que sabrán continuar ese inagotable proceso de ida y vuelta.
A la pasarela en dos ruedas. Consuelo Fraga, poeta porteña modelo 1969, une en su segundo libro “Motos y reinas” (el primero fue “Eduardo Acevedo 852”) dos mundos que nada tienen en común salvo la mirada de la autora. La primera parte es dominada por el registro autobiográfico, ese que le permite reconocer que “en la velocidad se decide mejor”, dar precisiones de cómo mutar de conductor principiante a experimentado hasta alcanzar una relación simbiótica con su Goldwing color borravino al punto de sentirla carne de su carne. Y en ese “on the road”, registrar escalas en el amor, la infancia, la amistad y el submundo de “los fierros”. Del universo mecánico de las motocicletas pasa sin respiro al inefable mundo de los concursos de belleza. Con humor, Fraga hace transitar por la pasarela del absurdo a esos “monstruitos” a los cuales no es muy difícil adivinarles padres tan narcisos y deformes como ellos. “A veces la mentira/ piadosamente puede verse/ como un esfuerzo de producción”, certifica en “La prueba del talento”.
Punto médium. “Un libro no es un libro, sino un hombre que habla a través de un libro”. (Alberto Moravia, escritor italiano, 1907-1990).

(Publicado en Diario Los Andes, 15 de noviembre de 2009)

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