Cada final de año impone, además de las consabidas fiestas y sus desbordes gastronómicos, una serie de tradiciones que mucho tienen de rito periodístico, como el de hacer un balance de lo más importante mes por mes y el de elegir el o los personajes que marcaron ese período.
Puestos a seleccionar quién se destacó en tal o cual rubro, lo clásico -más bien lo previsible- es buscar en aquellos que descollaron en lo suyo pero que además tuvieron su consiguiente impacto mediático.
Así, sin pensar mucho y casi al boleo, personajes del año pueden ser tanto Marcelo Tinelli, la Presidenta, Lionel Messi, Gonzalo Heredia o la Mole Moli. Y también, a su modo, Néstor Kirchner, Gustavo Cerati o Marcelo Ferreyra. Eso, claro, pensando en los destacados made in Argentina.
Otro cantar sería si apuntamos al escenario internacional donde Julian Assange, el cerebro del indiscreto Wikileaks, derrota por lejos a los 33 mineros chilenos, al creador de Facebook, Mark Zuckerberg, o a la sucesora de Lula, Dilma Rousseff.
A nivel local, sin escaparle mucho podríamos pensar en un doctor Abel Albino, la combativa Isabel Del Pópolo, el “Cotón” Reveco, Mario Contreras (presidente del exitoso Tomba que clasificó a la Libertadores), el mundialista Diego Pozo, Yésica Marcos, Ricardo Villalba y los arquitectos Eliana Bórmida y Mario Yanzón, para tirar sobre la mesa apenas un arbitrario puñado de nombres.
Allá o acá, aunque nombres sean los que sobran y, así y todo, siempre queden unos cuantos en el tintero, en general los personajes “conocidos” se recortan claramente llevándose su buena cuota de espacio en los medios como para que a la hora del repaso no olvidemos lo que hicieron en este agónico 2010.
Un año que para los argentinos fue ni más ni menos que el del Bicentenario, lo que significó que toda celebración tuviera ese sello patrio en lo festivo y, sobre todo, en lo discursivo.
Pero también fueron “personajes del año” -y con todas las letras- ese vecino, hijo o compañero de trabajo que no apareció en los diarios, la radio o la tevé y que sin embargo estuvo donde debía estar para ayudar a los demás o hizo lo que debía hacer para destacarse en lo suyo.
El que colaboró para apagar el fuego de una humilde casa; el padre que aportó su trabajo en la escuela de su hijo; el policía que ofició de partero; la que colabora cocinando ad honorem en el comedor comunitario; el alumno que se preparó para ser el mejor en las competencias nacionales; el que trabajó de más para ahorrar y tener su propio negocio; el que se unió con otros para mejorar su barrio; los familiares que, en el peor momento de sus vidas, donaron los órganos para proyectar en otros la vida de ese ser querido… (aquí cada lector puede continuar los puntos suspensivos con el ejemplo que guste en función de su propia lista de destacados).
Por todos ellos y por tantos más que ni siquiera sabemos de su existencia pero hacen que este mundo sea un poco más tolerable, se impone levantar las copas.
Brindemos por esos personajes del año que ni siquiera se enteraron que lo fueron.

(Publicado en Diario Los Andes, 23 de diciembre de 2010)
“El Biblioburro es un muchacho que viene sobre un burro y trae libros”. La simple y certera definición se escucha en boca de una pequeña como parte de un documental que puede verse en YouTube. Ese muchacho es Luis Humberto Soriano, oriundo de Magdalena (Colombia), y se presenta así: “Soy la persona que conduce a través de estos campos la Biblioteca Rural Itinerante Biblioburro”.
Para este maestro de primaria, desde niño la biblioteca representó un lugar mágico, un refugio ante esas obligaciones que tanto presionan a un chico (ir a la escuela, a misa, hacer los mandados). Pero otros niños no tuvieron su misma suerte; iban a la escuela en medio de la selva pero no contaban con libros para hacer sus tareas.
Eso fue más que suficiente para inspirar su quijotesco proyecto. Si los niños no tenían biblioteca, pues había que inventar una. Y este profesor la inventó a fines de los años '90. El capital inicial de su librería portátil fue de 70 libros y una modesta mesita plegable.
Consciente de que los chicos de campo adentro nunca podrían ir a esos templos del saber, Luis fue a ellos cada fin de semana. Y no lo hizo solo: contó con la inestimable colaboración de la burra Alfa y el burro Beto.
El profesor definió desde el vamos su “área de cobertura”: ir allí donde los “peladitos” están lejos ya no sólo de los libros sino de las más elementales comodidades para avanzar en su aprendizaje. Mapa de por medio, este joven graduado en literatura española montó su asno y sin más GPS que sus ganas partió hacia los montes como si fuera el protagonista de uno de esos cuentos que suele contarles a los pequeños con indisimulada pasión.
A esos niños que van creciendo en medio de situaciones violentas, extremas, con su proyecto Biblioburro (el mismo que ya figura hasta en Wikipedia) Luis sueña con “cambiarles la vaina a los peladitos” y que “tiñan el mundo del color que a ellos les dé la gana”.
A partir de la repercusión que obtuvo esta original patriada cultural, Luis logró que se multiplicaran las donaciones de libros, más escuelas empezaran a tener bibliotecas y que los padres también se sumaran colaborando con más burros o en la “logística”. En el 2008 su asnoteca ya acumulaba 4.800 ejemplares, entre cuentos, novelas, enciclopedias y diccionarios.
El profe ejemplar muestra más visión que un ministro de Educación. Escuchemos:
“Éste es un trabajo para largo plazo, donde vamos a cultivar colombianos con mentalidad crítica, con mentalidad constructiva y con mucha imaginación”. La misma que intenta despertarles instándolos a cerrar los ojos para luego concluir con el universal “Colorín colorado…” al que acompaña siempre una sonrisa de satisfacción.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 5 de diciembre de 2010)
No, no son esos que están pensando. Tampoco aquellos que por años prohibió el cura del pueblo en la película “Cinema Paradiso” y que el previsor proyectorista guardó pacientemente durante mucho tiempo para un día mostrárselos todos juntos a Totó, ese hombre al que de niño le habían vedado la visión de esas muestras de pasión.
Los besos obscenos son esos que, aún lejos de las elecciones, ya empiezan a ofrendar los candidatos (o precandidatos) que aspiran a subirse al podio. De ahora en más, cualquier acto servirá para que los políticos de sonrisa impostada besuqueen a cuanto niño, madre o anciana se les acerquen, sobre todo si hay una cámara -y siempre la hay- que pueda eternizar tan melifluo momento.
¿Quién les dijo que así lucen más humanos, más cerca de la gente? ¿Quién les hizo creer que tal gesto muestra su veta más sensible, menos calculadora? En el todo vale de sumar votos, este tipo de actitudes no sorprende y hasta se podría decir que es la menos dañina para el electorado. Pero haciendo sociología de café es una muestra gratis de lo que vendrá. Parte del combo demagógico que se despliega cada vez que hay que salir a recoger alimento para las urnas.
El manual de los hacedores de la imagen de un político sostiene que esto es necesario. Besar a niños, mujeres y ancianos, reditúa porque -supuestamente- refleja una empatía con los sectores más débiles, más necesitados, donde -otra vez supuestamente- pondrá el ojo ese candidato tan abierto y expansivo en la previa eleccionaria.
No obstante, una vez en el ansiado cargo, lucirá tan cambiado que más de uno se preguntará:“¿Este es el mismo que yo voté?”. Rara vez es el mismo, por eso seguimos tropezando con la misma piedra y nos flagelamos pensando que no aprendemos más. De nuestros errores, claro.
Un consejo, si usted tiene un niño de los que todavía hay que llevar en brazos, cuidado, esos sin duda son los más buscados. Son los que no pueden salir corriendo ni escaparle a los movimientos fríamente calculados de su madre o al ojo clínico del político que en milésimas de segundos ha medido -en un solo paso- a qué distancia está el niño y cuán lejos o cerca merodean los fotógrafos. En un instante, las coordenadas coinciden y el beso obsceno se concreta para el diario de mañana y, por qué no, para la vergonzante posteridad.
¿Que más grave es que no cumplan con lo prometido, que sean ineficientes o, peor, corruptos? Pues claro que eso es más grave, mucho más grave que los besos obscenos, pero si como dice el dicho “por sus gestos los conoceréis”, desde el vamos, desde la campaña misma, la insinceridad se impone como una peligrosa señal de lo que nos espera. A decir verdad, esto ha pasado tantas veces que ya no sorprende, hasta se diría que es esperable como parte del ritual de campaña.
Hoy o mañana será el turno del candidato tal o cual, y más de una madre cholula vestirá a su vástago de fiesta y lo elevará como un trofeo para que las ávidas manos del besuqueador serial lo unja de ventura con su inconfundible sello en la mejilla.
Debo decir que por suerte mi madre no fue de ésas. A lo sumo me ponía de punta en blanco para llevarme a misa. No sé qué fue peor, diría mi padre.

(Publicado en Diario Los Andes, 3 de diciembre de 2010)