Sin eufemismos, la calle y los medios lo definieron como “dietazo”. 
Se trataba del segundo aumento del año que recibían los diputados y senadores de la provincia. 
Desde el punto de vista legal, el pago correspondía ya que los legisladores están atados al aumento salarial que obtengan en paritarias los trabajadores estatales.
De esta manera, recibieron en bruto unos $70 mil y de bolsillo unos $50 mil. Esto, claro, sin contar extras como el desarraigo, viáticos y retroactivos. Tampoco se incluía en esta envidiable suma el aguinaldo. 
La reacción surgió del contexto en que se concretó esta “súper dieta”. Hoy por hoy, las arcas provinciales están en su peor momento, con un rojo que preocupa tanto a la actual gestión de Paco Pérez pero, sobre todo, a su sucesor, el radical Alfredo Cornejo.
Es justamente en ese ámbito, la Legislatura, donde no prosperó la aprobación del Presupuesto 2015. Esto determinó que a esta altura del año no exista una pauta de gastos para encauzar los números de la provincia.
Salvo los representantes del FIT, que hicieron públicos sus bonos de sueldo y cuestionaron el suculento aumento (aunque lo recibieron sin chistar), el resto de los legisladores justificó de todas las maneras posibles el alza salarial. 
Que no fue algo oculto;  que correspondía por ley; que están enganchados al sueldo del gobernador y que bajarlo no soluciona los problemas de la provincia; que técnicamente depende de lo acordado en paritarias...
Con mayor o menor capacidad argumentativa, diputados y senadores no lograron convencer a quienes pusieron el grito en el cielo.
Sin contar que el contexto de crisis no es el adecuado para avalar tamaño aumento, el razonamiento generalizado es sencillo: si la productividad y calidad legislativa hubiera sido superlativa, nadie estaría cuestionando el dietazo.
Pero la realidad de la Casa de las Leyes muestra lo contrario. La producción en ambas cámaras ha sido irrelevante, producto de que la mayoría de los legisladores estuvo -y está- con la cabeza puesta en las numerosas campañas electorales que se desprenden de un año electoral fuera de lo común.
Si hubieran hecho mucho, lo cobrado quizá sería poco. Si hicieron poco, no hay dudas: lo cobrado es mucho.
Que el lector saque sus propias conclusiones. 

(Diario UNO, 2 de agosto de 2015)
Las dos caras de la realidad. No de cualquier realidad; de la mendocina, para ser precisos.
Mientras una maestra lavallina contaba en Noticiero Siete que todos los días debe hacer 81 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, siempre a dedo, para llegar a dar clases en pleno desierto, en la Legislatura aún resonaban los ecos de cómo dar marcha atrás con el “dietazo”.
La vinculación, para nada caprichosa, resume sin medias tintas la distorsión de lo que significa hacer política hoy en este país.
Esa maestra que a duras penas llega cada día para cumplir con su rol de educadora es apenas una parte de un panorama más complejo.
Los alumnos están igual o peor que ella. Por falta de pago, esta semana se quedaron sin transporte escolar y muchos no pudieron asistir a clases.
Ayer hubo un principio de solución, pero es apenas un parche hasta que se venza un nuevo contrato y una vez más deban penar para ir a la escuela.
Su derecho a la educación está en riesgo permanente. Con el agravante de que toman clases en lugares improvisados, a la espera de un edificio propio que les permita estudiar en mejores condiciones.
Están olvidados y demasiado lejos del radar político. 
Ellos no suman. No traccionan ni en las PASO ni en las generales. 
Por eso irrita escuchar a los legisladores justificar un aumento que si bien es legal está fuera de todo contexto. 
Que en forma tardía, y sólo como reacción frente al rechazo ciudadano, se jacten de que  van a donar parte de su salario, como si se tratase de un esfuerzo fenomenal, reafirma que siguen pensando más en defender su imagen pública que en cumplir una verdadera tarea social.
Entre los beneficiados por el plus non sancto, se mencionaron desde instituciones civiles y escolares hasta un fondo especial para discapacidad en la Osep.
A esta altura, ya resulta anecdótico lo que hagan con esa suba culposa. Lo que preocupa es que no fue así desde el vamos sino cuando el tema alcanzó una repercusión que no esperaban.
Vale recordar lo que decíamos en este mismo espacio el domingo: si su productividad no estuviera también en cuestionamiento, nadie estaría hablando de dietazo si no de merecimiento. 
Lamentablemente, no fue así. 

(Diario UNO, 5 de agosto de 2015)
Un clásico consejo que suelen recibir los candidatos de parte de sus asesores de campaña es que “no explique”. 
Lo que es lo mismo que instarlo a que hable del sexo de los ángeles o del clima antes que dar detalles de cómo enfrentar la inseguridad o de qué manera mejorar la calidad educativa.
De esta manera se entiende por qué tanta resistencia a mostrar y defender planes de gobierno, proyectos sólidos para enfrentar los principales desafíos de gestión, ideas que estimulen la participación. 
Lo que hubo previo a las PASO fueron meros esbozos de lo que habría que esperar en caso de que accedan a los puestos ejecutivos. No más.
Se puede generalizar sin temor a que tal o cual candidato se ofenda porque todos, nobleza obliga, opinaron sobre cualquier tema (dólar, empleo, seguridad, educación, salud, etcétera) pero lo hicieron como lo haría un habitué de café bien informado. 
No se profundizó en el análisis, como si tuvieran temor de que el competidor capitalizara una idea valiosa y la vaya a poner en práctica en caso de ganar la contienda.
Como será que existe tan escasa práctica del debate entre candidatos, que la noticia de que el 4 de octubre se daría la primera discusión en público de cara a las elecciones generales repercutió fuertemente en los medios y redes sociales. 
Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa  fueron invitados por la plataforma Argentina Debate para debatir durante dos horas en el ámbito de la Facultad de Derecho de la UBA. 
Con los periodistas Luis Novaresio, Rodolfo Barili y Marcelo Bonelli como moderadores, los tres presidenciables con mayores chances deberían -según los organizadores- poner a consideración del electorado sus programas de gobierno. 
El ex gobernador José Octavio Bordón, miembro de la entidad que propicia la iniciativa, propuso que “además de las propuestas, la gente sepa acerca de la calidad y la capacidad de organización de los equipos que tienen los candidatos”.
Por lo general, los políticos les rehuyen a estas iniciativas porque se sienten -y están- demasiado expuestos. Saben que dar un paso en falso “en vivo y en directo” tendrá sus costos. 
Quien esté dispuesto a gobernar un país requiere, además de carisma y respaldo, de valentía para defender un proyecto y, sobre todo, para hacerlo realidad.

(Diario UNO, 12 de agosto de 2015)
Hasta no hace mucho tiempo las formas contaban. Existían códigos elementales en el trato cotidiano que regían las relaciones humanas y el sentido común.
Hablamos del respeto más elemental, no de cierto formalismo demodé.
Para no hablar de lo que no sabemos, hablemos del país en el que vivimos. 
Esa prescindencia de las formas ya es demasiado evidente como para no preocuparnos e invitar a la reflexión. 
Naturalizarlo todo es lo mismo que desentendernos. Y eso, sepámoslo, tiene un costo. Alto.
Hoy, cualquiera se siente habilitado a sobrepasar o vulnerar el derecho ajeno, como si nada hubiéramos aprendido de los oscuros años de la dictadura militar.
Cualquiera puede cortar una calle para hacerse oír, aunque lo que reclame sea una ridiculez (hinchas de Independiente cortaron el jueves el ingreso a la ciudad porque rechazan que el clásico con Gimnasia se juegue a las 14 y no a las 21).
Leyó bien: el nudo de Costanera y Vicente Zapata, bloqueado por un grupúsculo de no más de 50 personas.
Cualquiera considera que es válido peticionar el pago de una deuda pateando la puerta del despacho del gobernador, como ocurrió el miércoles con jubilados de las fuerzas de seguridad.
Cualquiera puede pegotear en los comercios del centro, en un puente o un árbol, el afiche de un candidato.
Cualquiera puede pintar un graffiti absurdo (no digamos un dibujo artístico, tampoco un mural de esos que embellecen una pared anodina) para dejar un ridículo mensaje en clave que sólo habrán de entender otros desalmados como él. 
Cualquiera cree que está bien cobrar -de prepo- por el estacionamiento (fuera del horario donde legalmente hay cuidacoches municipales)y exigir cifras absurdas, bajo la amenaza de que no habrá garantías de cómo se encontrará el auto a la vuelta.
Cualquier alumno puede usar su celular de última generación para grabar subrepticiamente a un docente en una situación confusa y luego viralizarlo (escracharlo) sin el contexto adecuado, para fomentar una interpretación errónea.
En definitiva, los impunes se multiplican bajo la creencia de que los derechos son para uno y las obligaciones para los demás. 
Con esta mediocre lógica de pensamiento, nuestra sociedad se va pauperizando a pasos agigantados. Lo penoso es que nos acostumbremos y ya nos dé lo mismo. 

(Diario UNO, 9 de agosto de 2015)
Aclarémoslo de entrada: Rondó para Beverly no es un libro. En lo formal, tal vez lo sea. Tiene tapas, solapa, páginas y contratapa. Lo más preciso sería decir que se trata de un emotivo réquiem para una madre y una esposa. La madre de Yves y la esposa del pintor y escritor John Berger.
Quienes hayan disfrutado de otros libros del gran John, un eterno candidato al Nobel, encontrarán sus marcas de estilo: reflexión, sensibilidad y un exquisito manejo de la lengua. 
Su formación como artista plástico le dio ese pulso impresionista para contar ante todo el mundo interior de sus personajes dejando en segundo plano lo que sucede de la piel para afuera. 
Rondó para Beverly reúne textos breves, sentidos, evocativos de esa mujer que con su partida ha dejado un espacio vacío demasiado evidente. Es una pieza de Beethoven la que, a un mes de su muerte, la trae de regreso y detona en padre e hijo la necesidad de plasmar en dibujos y escritos algunas de esas tantas sensaciones que se reinstalan en la casa.
Y lo hacen evocándola desde mínimos detalles: su forma de fumar, sus cejas arqueadas, su pelo (“te lo cepillabas como si avanzaras contra el viento”), su escritorio atiborrado, sus plantas y sus manos, su ropa que ahora busca un destino, sus lentes sin su rostro.
Todo esto intervenido por los trazos de Yves y John que intentan –desde el arte y el amor– que su presencia sustituya a su ausencia. 
En el blanco de las páginas, como en esos silencios que en la música dicen tanto, los Berger dejan flotando una cuantas preguntas para la añorada Beverly. 
“¿Dónde estás mamá? Alguien dijo que los muertos no están en ninguna parte, que ese es su lugar. Pero, ¿qué significa eso?”, interroga el hijo. Y el propio Yves se contesta: “No sabemos lo que es”.
Rondó para Beverly se lee en 10 minutos, pero se relee por un largo tiempo. Lo que dura saborear esas frambuesas cosechadas en la huerta de la mujer inolvidable. 

(Suplemento Escenario, Diario UNO, 9 de agosto de 2015)