La sola mención de la palabra “aborto” les produce a los políticos una inmediata reacción de incomodidad. Un indisimulado escozor.
Es de esos temas que preferirían no tener que debatir y, mucho menos, que votar.
Entran en juego convicciones religiosas, morales, sociales y hasta personales. Pero ante todo, lo que más pesa en sus silencios, dilataciones o chicanas, es la evaluación del impacto, presente o futuro, que tendrá en las urnas.
Consideran que una sociedad conservadora -que ya no es tal- no les perdonaría expresarse a favor de la interrupción del embarazo. 
Ante ese escenario, donde a manera de castigo perderían votos, prefieren patear la pelota hacia adelante o dormir los proyectos por años para evitarse tamaño dolor de cabeza.
Si bien la Corte Suprema de Justicia ratificó en 2012 lo expresado por el artículo 86 del Código Penal, acerca del aborto no punible, en casos en que corre peligro la vida o la salud de la mujer o los embarazos son producto de una violación, Mendoza sigue en falta.
Cuando el ministerio de Salud de la Nación actualizó los fundamentos de esa normativa, estableció que ésta es obligatoria para todo el territorio argentino, tanto en el sector privado como público.
A este protocolo deben adherir las provincias. La nuestra, sin embargo, aún demora ese paso fundamental, pero no es la única. Sólo ocho estados han adherido al mandato de los máximos organismos de la justicia y de la salud.
Aquí no sólo no se avanza, sino que la discusión se traslada al terreno personal. Ayer, sus pares buscaron darle una suerte de escarmiento a la senadora del FIT, Noelia Barbeito, quien fiel a su estilo de irse cuando hay que votar, no participó de la aprobación de los pliegos de 16 jueces. 
Por eso, a la hora de fundamentar su proyecto, fue escuchada por muy pocos legisladores.
Al menos, la escasa presencia le alcanzó para que tres comisiones debatan su propuesta. Una garantía de que la provincia seguirá por un largo tiempo sin contar con un protocolo que garantice la interrupción del embarazado acorde con lo que establece la ley. 
Con lo ocurrido ayer en la Casa de las Leyes, se confirma que en su mayoría los legisladores continúan sin sintonizar con una sociedad que ha evolucionado mucho más rápido que ellos. 

(Diario UNO, 1 de julio de 2015)
No es nada nuevo que en una campaña electoral un candidato diga una frase desafortunada o protagonice un hecho bochornoso.
Puede ocurrir en Mendoza, Buenos Aires, Madrid o Atenas. El lugar geográfico vendría a ser lo de menos. 
Lo que caracteriza a cualquiera de esos desbocados es que con su gaffe obtiene un efecto inmediato. Negativo, pero instantáneo.
Para hundirlos aún más en la vergüenza o el arrepentimiento, ahí están prestas las redes sociales para en cuestión de segundos viralizar el papelón a una escala impensada.
Aún está fresca en la memoria popular la fallida humorada de Florencio Randazzo. En mayo de este año, en una reunión con los integrantes de Carta Abierta, el entonces precandidato del FPV  aseguró ante su claque: “Yo decidí ser candidato en 2013 porque habíamos perdido la elección. Cristina no tenía posibilidad de ser reelecta y el proyecto se quedaba manco”.
Desde entonces, rayos y centellas cayeron sobre el ministro de Transporte.
Tan es así que la presidenta Cristina Fernández lo sacó de carrera al ungir como compañero de fórmula de Daniel Scioli a Carlos Zannini.
En triste sintonía, un reciente spot muestra  a Mauricio Macri en distintos puntos del país como parte de su recorrida proselitista.
La luz roja se enciende cuando en el tema musical -titulado Estoy con vos- se escucha “Tengo una canción y dos manos para abrazarte”.
Fuera o no el objetivo del candidato del PRO de marcar una supuesta ventaja a su favor (en referencia a la conocida discapacidad del gobernador bonaerense, quien perdió un brazo en un accidente compitiendo en motonáutica), la respuesta no se hizo esperar y fue lapidaria. 
Macri cosechó muchas críticas y no sólo eso, se hizo acreedor del repudio de organizaciones de discapacitados que ni siquiera comulgan con las ideas de Scioli o del peronismo en general.
Lo paradójico es que el actual jefe de gobierno porteño lleva como candidata a vicepresidenta a Gabriela Michetti, quien en noviembre de 1994 sufrió un accidente automovilístico que la dejó parapléjica. 
Que la política sea el arte de lo posible no es lo mismo que decir que todo vale. 
Una lección que dirigentes como Macri, Randazzo y tantos otros seguramente aprendieron tras haber metido la pata. 

(Diario UNO, 24 de julio de 2015)
Este 2015 será recordado por mucho tiempo como el año en que los funcionarios políticos argentinos hicieron la plancha. 
Una generalización que podrá molestar, pero basta con hacer un rápido seguimiento por las redes sociales para comprobar la intensa actividad que han desarrollado... haciendo campaña.
Sólo en ese ámbito derrochan energía. Reuniones, actos, ágapes, asados, festivales, congresos y actividades variopintas, los tiene como protagonistas o simples participantes, siempre en pos del objetivo partidario. No están allí por el bien común, aunque ese sea el eje de todos los discursos.
En lugar de gestionar, legislar o hacer trabajo de campo, las elecciones (PASO, departamentales, provinciales, y las que todavía faltan), los mantiene hiperactivos en la construcción del poder.
Ahora bien, una vez obtenido ese poder, hay que devolverle al votante esa cuota de confianza que depositó al momento de elegirlo.
Lo lamentable es que no se percibe reciprocidad. Una vez instalados en sus oficinas públicas, vuelven a encerrarse y a perder contacto con lo que ocurre en la calle.
Es muy sano y necesario que los candidatos recorran los barrios, escuchen las demandas de los vecinos y tomen nota.
Se trata de un ejercicio elemental para darles forma a los proyectos que luego deberán traducirse en realidades para los ciudadanos.
Pero esos tours callejeros, que se limitan a las fotos y saludos de rigor, no le sirven a nadie. 
Los años de democracia recuperada representan un excelente ejercicio para que el votante no termine siendo una cándida pieza del sistema. Lo cual no quiere decir que no se equivoque llegada la hora de enfrentar las urnas.
Tanta laxitud en el ejercicio de la función pública sólo es posible porque quienes están en falta no se sienten bajo la lupa de nada ni nadie.
No hay organizaciones civiles ni pasión ciudadana que los ponga en caja como merecerían.
La rendición de cuentas se limita al partido que los prohija antes que a aquellos que los pusieron donde hoy disfrutan estar.
Ya es ofensiva esa impunidad de pavonearse en el desmanejo de fondos que surgen de los bolsillos de los contribuyentes, no de los propios. 
Si esta radiografía peca de excesiva e inecuánime, lo sabremos con exactitud a fin de año. Entonces, ministros, subsecretarios, asesores y legisladores, entre tantos otros con aval para representarnos, podrán rendirnos cuentas como corresponde.

(Diario UNO, 26 de julio de 2015)
En los últimos meses, Mirtha Legrand se transformó en el referente de todos aquellos que, en nombre de la libertad de expresión, no “filtran”.
Por experiencia de vida, reconocimiento público o simple impunidad, la Señora y tantos otros que no tienen su fama pero sí su lengua filosa, consideran que se puede decir cualquier cosa sin que eso tenga un costo.
De ninguna manera se trata de impedir la libre manifestación de una idea, pero sí al menos reclamar que lo que se diga sea cierto y no dé lo mismo opinar que informar.
Quienes a diario trabajamos con la palabra sabemos que estamos expuestos a errores, deslices u omisiones. También a aciertos, por qué no. 
Por transitar esa cuerda tan sensible es que el ejemplar que usted tiene en sus manos tiene, como todos los días, claramente delimitado sus espacios de opinión (página 9, en la edición de hoy, y esta columna editorial)y lo estrictamente informativo, que son las notas de las respectivas secciones.
Es llamativo cómo ese fenómeno de descalificar a todo el mundo, que empezó a cobrar fuerza a través de las redes sociales y especialmente en los foros de los medios digitales, actualmente también sea moneda corriente en la radio y la tevé.
Así es como un leve rumor de distanciamiento en una pareja de famosos habilita a hablar de “cornuda/o”. 
Un comportamiento extraño será sinónimo del consumo de drogas o de problemas psiquiátricos.
Un emprendimiento empresarial, según quién lo difunda, necesariamente estará bajo sospecha.  
En estos y otros tantos casos que remedan el perverso mecanismo, ni siquiera vale el beneficio de la duda. 
Con un mínimo dato sin chequear se pueden escribir varias notas, copar durante horas la pantalla o convocar a esos impresentables que nunca faltan para que alimenten la inagotable cantera de agravios, mentiras y blasfemias.
Esto ocurre porque se naturalizó de tal manera el mentar a cualquiera que no hay capacidad de asombro que alcance ni interés genuino de víctimas y espectadores por revertirlo.
Hasta que, con lógica de manual, el afectado sea uno y entonces sí reaccione, imprecando a viva voz en procura de justicia. 

(Diario UNO, 20 de agosto de 2015)
El alquiler de vientres o, su versión técnica “maternidad subrrogada”, se transformó en uno de los temas fuertes de la semana.
En cierta forma, logró sacar del foco mediático de la provincia las pujas cotidianas de la política, tan potenciada este año por las reiteradas citas con las urnas.
Es que estamos ante una problemática tan sensible, de aristas complejas y tremendos vacíos legales, que es imposible quedarse en el rol de meros espectadores.
Diario UNO publicó una serie de notas en los últimos días que revelaba un caso testigo que encendió la alerta en ámbitos judiciales, policiales, de Derechos Humanos e incluso periodísticos.
Detrás de un simple embarazo puede encubrirse una organización delictiva con mecanismos muy aceitados para burlar la ley o transitar donde ésta aún no llega.
Para eso es preciso que intervengan abogados, médicos y otros profesionales que garanticen la combinación exacta de oficio y deshumanización para que el comercio de la vida pueda prosperar. 
El testimonio de una humilde mujer de Godoy Cruz, que confesó haber cobrado $200.000 de un médico chileno, ayudó a cerrar parte de un círculo que, se especula, es mucho más grande.
La peculiar estrategia salió a la luz esta semana cuando dos hombres chilenos intentaron abandonar la provincia por el aeropuerto local con una bebé de días.
Al personal de Seguridad no le cerraba el testimonio del médico trasandino, lo que abrió la puerta para desarmar a través de la Fiscalía de Delitos Complejos una posible red dedicada a ubicar a madres de bajos recursos y pagarles para gestar niños destinados a parejas de buen pasar. 
Lo que reveló este circuito, que en Mendoza era motorizado en parte por la agencia Argentina Maternity (la cual cerró sorpresivamente el jueves), es que en casos similares al de los chilenos, habrían salido del país unos cuantos bebés. 
Y esto es muy probable dado que la ley aún presenta grietas tan profundas que un letrado con amplio conocimiento puede hacer posible que los pequeños circulen como mercancía.
Queda fuera de todo juicio la opción de la maternidad subrogada; lo que sí exige un seguimiento más estricto de la justicia y los gobiernos es detectar en qué condiciones se producen estos acuerdos tan sui generis. 
No seguir los pasos imprescindibles sería lo mismo que admitir y fomentar la trata de personas.

(Diario UNO, 23 de agosto de 2015)
La fascinación que ejerce la historia de los Puccio se traduce por estos días en el millón de argentinos que ya vio la película de Pablo Trapero basada en ese perverso clan.
Una familia de buen pasar económico, situada en el recoleto San Isidro e hijos que descollan en el rugby, sería a priori el ámbito menos propicio para prohijar una organización delictiva.
Arquímedes Puccio, un ex militar vinculado a la SIDE, demostró que sí se puede. Entre 1982 y 1985 creó una mini organización dedicada a secuestrar y matar a personas de apellidos reconocidos en el mundo empresarial (Manoukian, Aulet y Naum).
Lo siniestro es que lo hizo con la complicidad y la ayuda operativa de sus hijos Alejandro y Daniel, además de un militar retirado y un par de personajes de armas tomar.
Desde una consentida complicidad, el resto de la familia cumplió una fina tarea logística que facilitó el movimiento interno, en el cual los secuestrados “convivían” bajo el mismo techo con los Puccio.
En esta película protagonizada por Guillermo Francella, como en otras  cintas de indudable valor testimonial (La historia oficial y El secreto de sus ojos, entre tantas otras), el cine se erige como una herramienta valiosísima para acceder a la historia argentina desde un lugar menos previsible.
Estos filmes evitan caer en el trillado análisis   de la última dictadura, en lugares comunes que lícuan el contenido medular de hechos tan graves. 
En cambio, desde ópticas distintas, posibilitan entender un poco mejor por qué casos como el de los Puccio prosperaron en un contexto político y social determinado.
Representan otra forma de conocimiento de lo que fue y es nuestro país. Lo que, con estilos, perfiles y experiencias distintas, aportan historiadores contemporáneos como Rodolfo Terragno, Felipe Pigna o Daniel Balmaceda. 
A través de sus charlas, libros y publicaciones en medios masivos, ellos han logrado desacartonar el pasado y hacerlo más “amable” para las nuevas generaciones. Esas mismas que bostezaban en las clases de Historia porque en un estilo indisimuladamente pueril se les enseñaba un cuentito símil Billiken.
El arte, como vehículo de reflexión y de autoconocimiento, ratifica todo el tiempo su poder de fuego. Por algo los gobiernos totalitarios acallan con tanto ahínco a los hacedores culturales.

(Diario UNO, 25 de agosto de 2015)

A veces el fútbol puede ser todo lo que hoy no es. Al menos en la hipocondríaca Argentina.
La desgracia personal del arquero de San Lorenzo, Sebastián Torrico, quien perdió esta semana a su pequeño hijo, mostró la cara sensible de un deporte cada día más alejado de la realidad.
Las innumerables muestras de apoyo y afecto que recibió el mendocino a través de banderas en las canchas, mensajes en las redes sociales y llamados personales, fueron la contracara de un ámbito que actualmente se resume en el manejo discrecional de pases millonarios de futbolistas y en el imperio de una mafia de barrabravas que actúan en connivencia con dirigentes, policías y referentes de la Justicia.
Pero el fútbol en este país no es ese que se sensibilizó con Torrico o con la familia de Diego Barisone, el jugador de Lanús que se mató el mes pasado en un accidente de tránsito en la autopista Ros
ario-Santa Fe.
El deporte más popular sufre una crisis profunda, casi terminal, donde los clubes que aún se mantienen en pie es porque dependen de ese “oxígeno” monetario que sólo pueden proveer empresarios comprometidos y el porcentaje que reciben por la transmisión televisiva.
Es un fútbol a medias, en el cual los visitantes ya no pueden apoyar a su equipo en otras canchas que no sean la propia. 
A este punto de inflexión se llegó por la violencia que cundía en los estadios, las muertes que dejaban los cruces de los barras, pero también porque los clubes dejaron de ser un espacio contenedor, sinónimo de disfrute y de convivencia amistosa.
Todo esto, enmarcado en una AFA dictatorial manejada durante 35 largos años por Julio Grondona. 
Una gestión oscura, llena de irregularidades y sospechada de corrupta, en la que ni gobiernos de facto ni democráticos pudieron menguar su poder real y simbólico.
Ahora, que soplan vientos de cambio en la entidad madre del fútbol argentino, el nombre de Marcelo Tinelli genera una expectativa cierta, pero también relativa. 
Es que muchos de los que fueron engranajes claves en el universo Grondona continúan manejando circuitos estratégicos de la AFA. 
¿Está en condiciones entonces el popular conductor y empresario de barajar y dar de nuevo para refundar este deporte maravilloso?
Hay tanto en juego que lo suyo hoy por hoy se vislumbra más cerca de la utopía que de la epopeya.

(Diario UNO, 27 de agosto de 2015)

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