Estaba cantado. La cuenta regresiva hacia el balotaje del 22 de noviembre iba a ser a todo o nada. A matar o morir, para ser gráficos.
No es una puja cualquiera. Es ni más ni menos que la definición de quién va a conducir la Argentina a partir del 10 de diciembre. Y más aún: qué modelo de país se pone en juego.
La exigua diferencia de dos puntos entre Daniel Scioli (FPV) y Mauricio Macri (Cambiemos)en la pasada elección lleva a ambos candidatos a tener que batallar por cada voto como si fuera el último.
Y en esa genuina pulseada las reglas del juego se alteraron. La guerra de nervios se intensifica porque nadie puede autoproclamarse ganador en la previa. 
El antecedente del ajustado margen y las encuestas que erraron bastante feo, no invitan a los presidenciables y sus equipos a dormirse a la espera de un viento a favor.
Más que nunca deben enfocarse en lo esencial que espera el votante para definirse en caso de que aún no lo haya hecho.
 Ya no alcanzan las promesas. Se desgastaron de tanto uso y abuso.
Al reducirse a sólo dos candidatos, las similitudes y diferencias quedaron en evidencia.
Qué en cierta forma ambos son hijos de los años ‘90, para algunos los condena y para otros es referencia ineludible, aunque no definitoria. 
El contexto local e internacional hoy es absolutamente distinto, con lo cual sería imposible en la práctica intentar aplicar las recetas del menemismo de entonces.
Lo que no los diferencia en esa pugna del voto a voto es la campaña in crescendo a través de las redes sociales para ensuciar a uno y otro candidato.
Desde el kirchnerismo proliferan los voceros ad hoc que buscan demonizar a Macri para “advertir” (sic) lo que puede pasar si llega al sillón mayor.
Esa campaña del miedo, a la que los internautas denominaron “Bu!”, invirtió la lógica: le tomaron el pelo a los ideólogos de la chicana y con humor devolvieron el golpe. Fue el peor bumerang.
El macrismo tampoco se queda atrás en eso de agitar fantasmas del pasado o aventurar un futuro alarmante. Pasan boleta por la gestión de Scioli en Buenos Aires, lo tratan de títere de Cristina, le achacan la portar pesadas “mochilas” como Aníbal y Zannini  y sostienen que de ser ungido presidente va a acentuar la crisis económica. 
Conclusión de Perogrullo: si la campaña no es limpia, más serán los votos que pierdan que los que ganen.

(Diario UNO, 4 de noviembre de 2015)

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