Si de algo sirve la tecnología actual es que logra que una noticia se conozca a escala global en tiempo real. Traccionada por las redes sociales, en segundos se viraliza de forma tal que ante ciertos hechos que conmueven se produce una singular comunión.
Esto es lo que ocurrió ayer con “el niño de la playa”, como se conoció el caso de ese pequeño que junto a una docena de sirios murió en un naufragio frente a la costa turca.
La imagen que recorrió el mundo da cuenta del imparable drama de los inmigrantes en el continente europeo.
Nada como la fragilidad de un niño para simbolizar la gravedad de un fenómeno que lejos de menguar crece día a día. Sólo en la última semana, unos 23.000 inmigrantes arribaron a Grecia, principal punto de ingreso. 
Los numerosos casos de muertes de migrantes (la mayoría en naufragios) activó algunas medidas de emergencia por parte de la Unión Europea, pero éstas sólo han sido parches circunstanciales. 
 Ante estas reiteradas situaciones dolorosas, los principales dirigentes políticos reclaman en voz alta que Europa cuente de una vez por todas con una política común en materia de asilo e inmigración.
Por ahora, el énfasis está puesto en el discurso y las declaraciones, no así en las acciones concretas que se esperaría de gobiernos relativamente sólidos.
En medio del drama también hay un negocio, el de los traficantes de personas. Son los que utilizando contactos estratégicos, y a cambio de un monto determinado, se comprometen a introducirlos subrepticiamente en algún país.
Pero esto nunca es garantía. La semana pasada, en Austria, fue hallado un camión frigorífico con 71 inmigrantes muertos, entre ellos 4 niños.
Puede que estos desplazamientos de familias enteras que van en busca de un futuro mejor conmuevan a muchos, sobre todo cuando hay casos como el niño sirio o el de aquel chico al que quisieron hacer pasar la frontera dentro de una valija, pero en realidad despiertan en buena parte de la población europea un actitud de rechazo. Francia es un claro ejemplo de esa permanente tensión.
La irrupción de “extraños”, a los que tarde o temprano inevitablemente habrá que socorrer con fondos públicos, es un fenómeno que desde años ha saca lo peor de los “locales”. 
Si de algo puede servir la emblemática muerte del niño de la playa es que la UE no demore un día más en la búsqueda de un plan humanitario eficaz.

(Diario UNO, 3 de setiembre de 2015)

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