En un comunicado publicado en Facebook, el músico Andrés Calamaro le pidió a su público algo que ni siquiera el sentido común ha logrado poner en caja: “Guardar apagados los teléfonos celulares, abstenerse de sacar fotos y de filmar”. Lo hizo en virtud de los conciertos que viene realizando para presentar su último trabajo discográfico.
Casi disculpándose, para sustentar su particular pedido el autor de clásicos del rock argentino aportó como reflexión: “Los m
úsicos nos sentiríamos bendecidos con el respeto de un público que se dedica a escucharnos cómodamente sentados, sin otra intención que disfrutar un momento que podría ser inolvidable”.
Esto que ya es una obviedad, con el paso del tiempo –y del avance tecnológico– se tornó en una auténtica molestia para los artistas y no menos para aquella parte del público que aún va a un concierto a escuchar y ver más que a registrarlo para ipso facto pavonearse a través de las redes sociales.
Esta situación puede parangonarse con esos emblemáticos turistas japoneses que le sacan fotos o filman todo lo que se presenta ante su vista, dejando de lado el disfrute y el contacto “al natural”.
Otro aspecto irrefutable que señala Calamaro es la dudosa calidad de lo captado “en vivo y en directo”. 
Ni la luz, ni el sonido ni la imagen son de calidad en el contexto de un show, donde los gritos, los aplausos y la iluminación a medias, conforman un todo bastante confuso y escasamente disfrutable en el después.
Y casi al final, el cantautor desliza la palabra clave: “respeto”. Ese mismo respeto que, además de a los músicos, podría extenderse a quienes van a disfrutar de un espectáculo sin molestar al resto con sus teléfonos de última generación.
No pocos artistas famosos han interrumpido una obra o un concierto hartos de escuchar cómo suenan inoportunamente los molestos celulares, echando por tierra el clima alcanzado.
Todavía ir a ver una película al cine, un recital de música en una sala o una obra de teatro, tiene algo de ritual.  
Quizás la propuesta de Calamaro les resulte dogmática a algunos de sus “feligreses”. En realidad, es más simple, pide un gesto de buena voluntad para que el disfrute sea para todos, no sólo para los cazadores compulsivos 2.0. 

(Diario UNO, 8 de noviembre de 2016)

El archivo