Madre, lo que se dice madre, habrá una sola, pero padres, al menos en la literatura, hay unos cuantos. Y si de ficción hablamos, al igual que en el mundo real, los hay memorables, mediocres u olvidables. Los hay protagonistas. Los hay personajes. Los hay actores secundarios y los hay, también, malos de película.
Padre memorable podría ser aquel que “En la carretera”, del norteamericano Cormac McCarthy, atraviesa a pie junto a su hijo un paisaje devastado en busca de un horizonte salvador (el sur, el mar) en medio de lo que aparenta ser lo poco que quedó de un holocausto nuclear. Un relato conmovedor de cómo el amor por su pequeño puede transformar, en segundos, a un hombre bueno y pacífico en un animal de caza si alguien intenta hacerle daño al niño.
Otro padre inolvidable es el de “Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura”, del japonés Kenzaburo Oé. “… Un hombre anormalmente gordo estuvo a punto de caerse al estanque de agua sucia donde se bañaban los osos blancos. Aquello fue para él una experiencia tan dura, que casi se volvió loco… ”. Así arranca la historia de un personaje sufrido, de esos que una vez cerrado el libro se tornan inolvidables. Dos obsesiones marcan la vida de ese hombre gordo: intentar escribir la biografía de su padre, como una forma de recuperarlo (el hombre murió aislado y loco), y cuidar día y noche de su hijo Mori, un niño con retraso mental y una réplica en menor escala de su obesidad. “¡Mamá! ¡mamá! Ven, ayúdame por favor! … Si pierdo la cordura como mi padre, ¿qué va a ser de mi hijo? ¡Oh, te lo suplico, dime cómo sobreviviremos todos a nuestra locura?”, suplica el hombre gordo cuya figura paterna rige cada uno de sus pasos. Tremendo cuento de Oé, de esos que deberían leerse sí o sí en los talleres literarios para ejemplificar cómo se cuenta una buena historia. Y lo que se entiende por buena historia.
Con “El lugar del padre”, Angela Pradelli (Buenos Aires, 1959) no sólo obtuvo el Premio Clarín de Novela 2004 sino que se reveló como una hábil artesana de pequeñas historias que, en la cuenta final, dan por resultado una historia mayor. Tras la muerte de su papá, la protagonista lo rescata para sí yendo al pasado sin perder de vista que la vida continúa y que ahí también quedan huellas de su paso. Con una prosa contenida y muy cuidada, Pradelli evita el golpe bajo manejando la emoción de tal manera que ese padre podría ser el nuestro al hacernos sentir esa ausencia como propia.
A diferencia de los padres anteriores, el “Papá” de Federico Jeanmaire revela las otras caras del vínculo padre-hijo: la tensión, las disidencias, la ruptura. Nada parece ser fácil en la relación de un militar que fue intendente dos veces bajo gobiernos de facto y su hijo que, como espejo invertido, quiere cambiar -con las armas de un escritor- ese devenir familiar que no le cierra. Finalmente, la enfermedad del padre abrirá las puertas de una lenta reconciliación, en un proceso donde mucho tendrá que ver el nieto, eslabón clave en la cadena afectiva. “Cosa rara el amor. Casi imposible de escribir”.Casi, pero Jeanmaire lo logra.
“Poema-novela”. De existir tal categoría, podemos adjudicarle sin temor la autoría a nuestro Rodolfo Braceli. “El último padre” es eso, un poema-novela creado (más que escrito) allá por los ‘70 por este lujanino de exportación. Se trata del testamento del último padre que hubo en la tierra y que fue encontrado dentro de una botella flotando en el espacio. “Del manuscrito -se nos cuenta en la advertencia inicial- se deduce que la Tierra alguna vez estuvo habitada por hombres y mujeres y que a estos, cuando se besaban, les sucedían hijos”. Esto les valió la prohibición y ante la censura, parieron la reacción. La desobediencia fue registrada en una especie de diario, el cual terminó dentro de esa botella que surcó el Cosmos en busca -como siempre- de un lector sensible. “Un libro para estremecer”, catalogó en su momento Fernando Lorenzo. “Oíme, debes ser ferozmente egoísta con el aire./ Búscalo, atrápalo, no lo dejes escapar./ Te dejo mi poco de aire./ Te dejo mi oficio: hacer fabuloso lo pueril”, ofrenda como mandato final ese último padre a “Maderita”, su hijo, su astilla de sangre. Su más acabada creación.

(En suplemento Cultura, Diario Los Andes, 18 de junio de 2011)
Soy uno de los tantos miles, por qué no millones, que en este país alguna vez -227, para ser más precisos- gritó un gol de Martín Palermo.
Difícilmente quien no guste del fútbol pueda entender ese mágico momento, mezcla de alegría y excitación, que se vive al gritar un gol. Y es esa sonora alegría, multiplicada y potenciada por la obtención de numerosos títulos locales e internacionales, la que explica, en parte, el porqué de esa emoción generalizada que el domingo pasado copó una Bombonera vestida de fiesta como pocas veces.
Alguien que nos hizo tan felices, que nos hizo vibrar y pasar momentos irrepetibles, merecía el reconocimiento en vida, cuando se está en plenas condiciones de disfrutar lo sembrado.
En este sentido, y por suerte, son cada vez más los municipios o las instituciones que distinguen a aquellos que aportaron con su vida y obra algo a su comunidad sin esperar a que fueran una cruz más en la sección fúnebres. Por caso, hoy la comuna de Maipú distinguirá nada menos que a 945 vecinos del departamento por su compromiso ciudadano.
En muchos casos, ese muchas gracias se traduce en gestos concretos: el nombre de una plaza, una calle o un centro de salud, de manera que el merecido homenaje no quede congelado en un acto de un par de horas y un puñado de fotos que lo eternicen sólo en el álbum familiar.
Hace poco vimos cómo en los Premios Martín Fierro se lo honraba a Carlitos Balá, un ícono de la infancia de los que ya pasamos los cuarenta. Lo valioso, más allá de la simbólica estatuilla, es que la decisión la tomaron los propios admiradores, quienes votaron para que fuera el cómico del flequillo eterno quien lo recibiera como reconocimiento a su extensa trayectoria.
Volviendo al “optimista del gol”, a pesar de sus limitaciones técnicas y de cargar con el sayo de “burro”, el Titán logró lo que pocos: entrar en la historia, dejar su sello, ser el póster de los viejos buenos tiempos. Sólo un elegido puede lograr lo que logró Palermo. “Nadie hizo tanto con tan poco”, acotará el mismísimo José Sanfilippo, quien lo llamó “Tronco de higuera” pero a la larga el humilde centroforward le tapó la boca igualando los goles convertidos con la camiseta de Boca Juniors.
Para los refutadores de siempre, ahí están las irrefutables estadísticas que ayudan a terminar con la absurda discusión. ¿Hace falta decir que Palermo no tiene (me cuesta escribir “tenía”) la habilidad de un Messi o un Pastore? ¿Hace falta remarcar que su puesto de número 9 se valida a puro gol, no con pases o gambetas de lujo?
Un plus, y no menor, es que el Loco es lo que se dice un buen tipo. Una cualidad en la que, no casualmente, se detuvieron todos aquellos jugadores, técnicos, periodistas e hinchas que le dedicaron generosos saludos y deseos para su nueva etapa de “ex jugador”.
Por eso tampoco fue extraño ver desde niños a abuelos con lágrimas y la emoción a flor de piel en la inolvidable fiesta que se vivió en la cancha de Boca. Ese día recibió el regalo más insólito que recuerden los futboleros: el arco que da a La Doce, la mítica popular “bostera”.
Cuarenta y ocho horas después, el Senado de la Nación le entregaba la Mención de Honor “Senador Domingo Faustino Sarmiento”, destacando no sólo su trayectoria deportiva sino también su menos difundida acción solidaria.
El mito, mal que les pese a los hinchas de River o de Gimnasia de La Plata, recién comienza. Un día le contaremos a nuestros nietos que Palermo hizo un gol de cabeza de casi media cancha y no nos creerán. O que escapó ¡tres penales! en un mismo partido. Pero juraremos que fue cierto, tan cierto como que un día le regalaron un arco “de verdad”.

(En Diario Los Andes, 18 de junio de 2011)
Para alguien que decía estar convencido de que "el olvido es la única venganza y el único perdón", a 25 años de su muerte Borges está más vivo que nunca. Las "pruebas" están a la vista: sus libros -especialmente sus obras completas- se reeditan permanentemente.
Su producción es objeto de estudio y renovado interés en todo el mundo académico y sus obsesiones "reencarnan" todo el tiempo en las obsesiones de nuevos escritores. Incluso los poetas jóvenes peregrinan hacia sus páginas, ya por curiosidad ya por mandato, en busca de las claves de esa "magia menor" que, para el autor de "El oro de los tigres", significa componer un poema.
A diferencia de escritores cuya obra quedó en un cono de sombras (por no decir directamente en el olvido), los cuentos, ensayos y poemas de Jorge Luis Borges conservan la vitalidad y la atemporalidad de los clásicos.
Poco importa si no obtuvo el quizás sobrevaluado Nobel, su obra no necesita más carta de presentación que la calidad para llegar a un lector mientras otras producciones deben valerse del marketing del escritor maldito para sostenerse en el tiempo.
Para aquellos que aún no logran superar el prejuicio del Borges escritor "difícil" o "para intelectuales", su vasta obra ofrece suficientes puertas para entrar sin más llave que el interés.
Sólo así podrán decir, parafraseando al maestro,"que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído".

(En suplemento Estilo, Diario Los Andes, 14 de junio de 2011)
“Digresiones”, nuevo libro del prolífico escritor Luis Benítez, refleja cabalmente el amplio abanico de intereses de un creador en su sentido más amplio. No es sólo su mirada; es también su opinión, su interpretación del mundo (no sólo el literario) lo que pone en juego al abordar temas, autores y libros.
Consciente de que en estos tiempos la palabra digresión tiene una connotación más bien despectiva, el reconocido poeta y narrador nacido en Buenos Aires resignifica este término al adjudicarle ser aquí “la madre del ensayo y el terreno de una libertad de expresión que no tiene menor paralelo que nuestro habitual pensamiento respecto de las diferentes partes de la realidad. libertad es una palabra-eje en este trabajo: ya sea para elegir temas tan disímiles como la gauchesca, el por qué escribir poesía en este siglo, incursionar en la vida y obra de un imprescindible como Juan L. Ortiz o abordar la relación entre el cine y la literatura, ese idilio que devino “matrimonio a la fuerza”.
En todos estos ensayos bonsai (como denomina a los suyos el poeta Fabián Casas) Benítez no sólo se vale de su mirada de lector lúcido y apasionado sino que va más allá y busca o encuentra conexiones con el contexto del autor y su obra o bien establece un diálogo con un marco cultural más vasto que, a todas luces, enriquece la mera opinión.
El autor de “Manhattan song” también deja un buen margen para biógrafos y lectores al dar pistas en el capítulo “Los libros y yo” de cómo lo marcaron clásicos como “La Odisea”, “Hojas de hierba” o “Poeta en Nueva York” y especialmente las plumas de Jorge Luis Borges, Dylan Thomas y la poesía norteamericana (Pound, Eliot, Tate). Para el editor Pablo Dema, “las digresiones de Benítez son (parte de su) obra, pero son también algo que está por fuera o en el marco de la obra; algo así como el umbral de su obra poética central o las bambalinas del teatro mental del poeta”. Corrido el telón de su pensamiento, un guión sin nudos ciegos habrá de guiarnos hasta la última página.

(En suplemento Cultura, Diario Los Andes, 11 de junio de 2011)

Los indignados no se localizan únicamente en España. No hace falta cruzar el mar para dar con alguno de ellos. A la vuelta de la esquina se podrían formar espontáneas colas detrás de carteles con diversas consignas, sobre todo esas que alteran los nervios y darían para tomar una plaza o varias: inflación, inseguridad, políticos, atención al público, telefónicas, salarios, etc.
Detengámonos un rato en otro de los disparadores del pataleo: el transporte público. Indignado está no sólo aquel que llega tarde a la escuela o el trabajo porque se demora en pasar el micro, sino también aquellos que sufren al entrar -o estacionar- en la ciudad porque el “envase” quedó chico y el fluido (vehicular) es mucho. Demasiado.
El debate sobre el crítico panorama del sistema de transporte público en Mendoza volvió, casi de rebote, a poner en valor a la subestimada bicicleta. Hoy se discute la calidad del servicio de los colectivos, se avanza en la instalación del metrotranvía, hay más semáforos inteligentes, y en medio se pone sobre el tapete la necesidad de crear bicisendas e incorporar a este modesto vehículo como una opción económica y saludable. En sintonía, Godoy Cruz inauguró a fines de febrero una importante ciclovía de 4,5 km y Capital presentó recientemente el primer proyecto provincial de bicisendas, que considera a la bicicleta como transporte urbano, no simple medio de esparcimiento.
Son numerosos los países donde la bicicleta ocupa un destacado rol. En sus esquemas de tránsito los automovilistas respetan a los ciclistas como a un par no como una molestia (esos temerarios que pueden terminar estrellados en el parabrisas). Lamentablemente en nuestro país esto no ocurre. De hecho, las reuniones espontáneas de ciclistas en Buenos Aires van creciendo con el objetivo de sumar fuerzas y lograr que “la bicicleta se incorpore como un medio de transporte sustentable y quien la conduce sea un protagonista activo del tránsito urbano”, según asegura en su postulado básico “Masa crítica”. Esta comunidad internacional pelea por los derechos de los cicloconductores y por terminar de alguna forma con esa cotidiana pulseada entre los David y los Goliat de las calles.
En su libro “Diarios de bicicleta”, el músico David Byrne cuenta sus experiencias en distintos países a los que recorrió en dos ruedas. Allí apunta: “Buenos Aires es bastante llana, lo cual, sumado a su clima templado y sus calles más o menos ordenadas en cuadrícula, la hacen perfecta para moverse en bicicleta. Aun así, podría contar con los dedos de una mano el número de gente del lugar que vi circulando en bicicleta. ¿Por qué? ¿Llegaré a descubrir por qué nadie se mueve en bici por esta ciudad? ¿Hay alguna explicación oculta y secreta?”.
Conozco mucha gente a la que le gustaría salir a andar en bicicleta, como mera distracción no necesariamente para ir a trabajar, y no lo hace por el temor a terminar bajo las ruedas de los intrépidos automovilistas. Tal vez ahí esté la respuesta a lo que se pregunta cándidamente el ex líder de Talking Heads. Los Andes registra periódicamente las estadísticas fatales del tránsito y frente a esos números poco hay para acotar: muchas de esas víctimas eran ciclistas.
Distinto es el caso de los departamentos más alejados de la capital mendocina donde la bicicleta aún es una práctica cultural que si bien continúa -sea por costumbre o por necesidad- está cada vez más complicada porque los centros urbanos también están desbordados de autos y no hay garantías de transitar como corresponde.
Para que ese codiciado lugar de respeto y seguridad no quede reducido a tener que pedalear sólo en el Parque San Martín o en la zona de montaña, es fundamental el compromiso de los municipios de construir más ciclovías, que las reglas de tránsito se cumplan y hagan cumplir a rajatabla y que los propios ciclistas cuiden su integridad física teniendo sus rodados en condiciones y conduciendo con la misma responsabilidad y pericia que reclaman.

(En Diario Los Andes, 2 de junio de 2011)