Ante los recurrentes reclamos de la sociedad en temas sensibles como la inseguridad, la inflación o los aumentos salariales, no se percibe como esperable contracara el acuse de recibo de los destinatarios de ese clamor popular. 
Desde el retorno de la democracia en diciembre de 1983, la política se convirtió en el único y verdadero instrumento para afianzar un sistema que requiere de un inteligencia y equilibrado funcionamiento de los tres poderes.
Y a medida que esa democracia se consolidó, la política se transformó más que en un medio para generar cambios, en un fin. Una profesión más rentable y buscada que cualquiera.  
Así es como en el presente son contados con los dedos de una mano los políticos que, una vez que han probado las mieles del poder, vuelven al oficio para el cual estudiaron y se prepararon con el objetivo de ganarse la vida.
Si esa digna tarea se ha ido desprestigiado con el paso de los años, en buena medida fue porque cada vez más se acentuó el divorcio entre el decir y el hacer.
La sensación generalizada es que poco tiene que ver aquello que se prometió en campaña con lo que, una vez en el gobierno o un cargo determinado, finalmente se hace. O mejor dicho, no se hace.
Los auténticos pedidos de auxilio que se escuchan por estos días ante el desmadrado avance del delito no encuentran eco en aquellos que por su rol deberían dar alguna respuesta.
Su inacción o su impotencia, para el caso dan lo mismo. Lo cierto es que carecen de argumentos sólidos para quienes están en una situación límite; sea ésta una cuestión de seguridad o tenga relación con la siempre fluctuante economía.
El cuero curtido de funcionarios, agentes públicos y dirigentes de toda laya, explicaría a su modo por qué la mentada grieta ya no se reduce a K versus los anti K y se profundiza día a día.
Es más simple. No hay empatía por el otro. Por lo que le pasa al otro. Y esto no es sólo adjudicable al estilo PRO de (no) hacer política.
Podría afirmarse que es una práxis generalizada. La defensa de la quintita corporativa está provocando un peligroso alejamiento de ese ciudadano de a pie al que de tanto en tanto (léase cada elección)se busca con impostado interés.
Repensar el poder que significa transformar la realidad de uno o millones de argentinos es parte de una autocrítica que, por lo visto, no habrá de producirse en el corto plazo.

(Diario UNO, 16 de octubre de 2016)

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