El libro “Cristo llame ya! Crónicas de la avanzada evangélica en la Argentina”, del periodista Alejandro Seselovsky, muestra cuán amplio puede ser el escenario cristiano, tanto como para albergar desde telepredicadores hasta bandas de rock.

En un país que dice –las encuestas lo dicen– tener el 89% de católicos, el crecimiento de la iglesia evangélica podría suponer un fenómeno menor; no mucho más que una molesta piedra en el zapato. Sin embargo, el mundo evangélico ofrece cada vez más un escenario con ribetes sorprendentes.
Su efecto “bola de nieve” suma en el camino desde una cárcel enteramente cristiana, bandas de rock con camperas de cuero y tachas que le cantan a Cristo (como otros le cantan al heavy Satán), una iglesia gay donde reparten preservativos hasta pastores showman con más carisma que Susana Giménez.
Algo, o bastante, de este fenómeno de banda ancha lo reflejan las crónicas de Cristo llame ya!, del periodista Alejandro Seselovsky. “Los evangélicos se jactan de haber bajado a Cristo de la cruz, pero eso es sólo una parte de la operación. Luego de bajarlo, lo rediseñaron y salieron a vender una versión simple, no teológica, accesible y cómoda: un Cristo de góndola, un producto Cristo al alcance de las masas, un Cristo que desde la pantalla del televisor sana, salva y también paga las expensas, saca a los hijos de la droga, a los maridos del alcohol y de paso te canta canciones”, sostiene el ácido autor con un estilo desenfadado que trasunta todo el libro y que estilísticamente lo aleja de la mayoría de los libros periodísticos que se editan en el país. Estilo que, a pesar de los ceños evangélicos fruncidos que provoca, él defiende y explica en su diálogo con Señales.
Proyecto previsto para quedar listo en un año, terminó llevando dos. “Fue muy sacrificado”, acota sin ironía el autor.
Del antes, durante y después de estas “Crónicas de la avanzada evangélica en la Argentina”, habla aquí este joven Seselovsky, de padre circuncidado y abuelo ruso con kippa, pero bautizado y con posterior comunión de moñito blanco y todo.
Se hizo la luz.
“Todo empezó hace dos años y medio, cuando hice una nota para el suplemento Radar, de Página/12 sobre el rock evangélico o lo que ellos llaman el gospel rock. Tocaba el grupo R.E.S.C.A.T.E. (Reyes En Servicio de Cristo Ante Tiempos Extremos). Iba pensando en encontrarme con unos chicos con dos guitarritas criollas tocando La balsa y en cambio me topé con una banda de rock, un escenario, dos videowalls, staff, 5.000 personas en la puerta. ¡Eran los Rolling Stones! Me pregunté dónde habían estado estos tipos todo este tiempo y eso que uno como periodista está bastante informado, pero nunca había escuchado de ellos”.
La (isla) virgen.
“Más que darme cuenta de que había bandas de rock cristiano descubrí que había un mundo en ebullición, con mucho volumen de existencia, pero que sucedía de la iglesia hacia adentro. Lo primero que noté es que había un mercado joven cristiano, que es réplica del mercado joven convencional. Había bandas de rock, FM cristianas, un megastore tipo Musimundo pero cristiano, sellos discográficos, fans club. Todo igual que el mercado pop rock convencional pero a escala y cristiano. Y pensé: esto necesita un relato. Es muy difícil que en sociedades donde los medios están todo el tiempo enfocándolo todo haya islas vírgenes. En ese momento sentí que había encontrado una y desde ahí arranqué”.
Una visión. “Así como encontré un mercado joven, también encontré una cárcel con presos y guardiacárceles evangélicos. Ese mundo que había descubierto me daba hallazgos a cada paso y me di cuenta de que ya tenía forma de libro”.
La pulseada.
“Desde el ’83 los libros periodísticos de investigación ponen la información en primer plano dejando muy atrás a la escritura. La información se come a la escritura. En los ’90 hubo un boom de estos libros con Verbitsky, López Echagüe, Lanata. Yo no quise hacer eso, busqué hacer un libro de crónicas. Si bien hay información, no le gana la pulseada a la escritura. Me preocupé especialmente de que la escritura estuviera en la misma jerarquía que la información. En general, hay mucha investigación en la Argentina, pero poca crónica periodística. Uno de los pocos que lo hacen, un referente para mí, es Martín Caparrós. Yo me siento un cronista antes que un investigador”.
Acción y reacción.
“En general, el libro ha sido mal recibido por los evangélicos. Lo toman como un ataque. Creo que es una mala interpretación. Yo no los quise atacar; tampoco soy aséptico, tengo mi posición y en el libro queda claro. Excepto la Iglesia Universal del Reino de Dios, resistida por los propios evangélicos y no colaboran con la prensa, el resto fue muy hospitalario con mi trabajo. Ninguno de los pastores que me dieron información ha llamado, eso me hace pensar que no están contentos. Sí recibí mails de chicos que van a la iglesia y se sentían algo molestos”.
Más ancha que alta.
“La iglesia evangélica es una iglesia dispersa. Mientras la católica tiene al Papa en lo alto y en la base el monaguillo de un pueblito, en el medio tiene una gran escala: el obispo, el cardenal, el cura. La iglesia evangélica en cambio es muy ancha, tanto como alta la católica. Va de los luteranos, los presbiterianos, los metodistas, los anglicanos, es decir las iglesias históricas de la vieja Europa, a los pastores de la iglesia Universal o los pentecostales. En esa expansión entra todo, no se puede tener un plan único para toda esa gente, incluso en lo político”.
Unos y otros.
“La iglesia histórica tiene más peso institucional pero no arrastra mucho. Juega más cerca de los organismos de derechos humanos, apoya los reclamos de las minorías sexuales. En cambio, la gran iglesia evangélica, la que creció en los últimos 30 años, son básicamente bautistas y pentecostales. Esa es la iglesia con poco peso institucional y mucha masa de gente. Y en términos generales responde al discurso de los republicanos conservadores de Estados Unidos. Cuando Bush ataca a los homosexuales, al uso del preservativo, a las leyes de salud reproductiva, su correlato en Argentina es la iglesia evangélica atacando la ley de educación sexual en Buenos Aires”.
Políticos al pie. “En Argentina, la evangélica es una iglesia amateur. Así todo, están cada vez más cerca de ocupar ciertos espacios de poder. Han crecido en capacidad de lobby. En la última elección de jefe de Gobierno por la ciudad de Buenos Aires, donde competían Ibarra, Macri, Bullrich y Zamora, excepto este último, los tres primeros visitaron templos evangélicos. Ese acercamiento del poder los tiene un poco sorprendidos y se dan cuenta de que a lo mejor tienen más poder del que creen”.
Bendito lobby.
“La Iglesia Católica está muy preocupada ante la avanzada evangélica. Todo el tiempo hace lobby contra la iglesia evangélica; hay casos puntuales. En Olmos, por ejemplo, que es la cárcel más poblada de la Argentina, los evangélicos hacen un trabajo para sacarse el sombrero. De 3.200 reclusos, la mitad son evangélicos. Entonces el pastor que armó todo eso quería levantar un pequeño templo dentro de la cárcel. Cuando se enteró el obispo de La Plata llamó al gobernador y éste al director del Servicio Penitenciario y todo quedó en nada. Así funcionan”.
Militantes contra pasivos. “Ese 89% de argentinos católicos es 89% pasivo. En cambio, cada evangélico es un militante. Tiene otra relación con su iglesia. Ni católicos ni judíos tienen convertidos; los evangélicos están llenos. Es gente que les pasó algo en su vida y se convirtió y en esa conversión generó un lazo muy fuerte con la iglesia, mucho más fuerte que el de cualquier católico”.
Paso a paso. “La iglesia evangélica que ha crecido no lo hizo sobre la clase media, se masificó desde las sectores más bajos. Los católicos ven esto con preocupación; los tienen medidos. De todos modos, el crecimiento de una iglesia en un país es un proceso histórico de mucho tiempo, no de un día para otro”.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, 20 de marzo de 2005)

Ah, si entre tanto plaff, scrunch, crashhh, el incondicional Batman hubiera conocido los Jameos del Agua, seguramente se hubiera enamorado de este lugar al punto de cerrar definitivamente su mítica baticueva para instalarse al pie del volcán Monte de la Corona, al norte de Lanzarote, una de las siete islas de las Canarias.
Allí, las cuevas y tubos más apasionantes del mundo forman parte del sistema volcánico de la cueva de Atlántida, en pie desde hace más de 3.000 años gracias a las erupciones del volcán de la Corona. Seis kilómetros de largo para un viaje impostergable que invita a maravillarse con esa fiesta gratuita que ofrece la naturaleza.
La palabra jameo, heredada del habla aborigen, define al agujero que se produce en una gruta cuando su techo se precipita, ya sea por el peso del agua que se junta sobre él o por los gases acumulados que producen una explosión.
Volviendo a los Jameos del Agua como imán turístico, estos fueron la principal obra arquitectónica diseñada por César Manrique en 1968. En realidad, el Cabildo Insular de Lanzarote había abierto este espacio al público dos años antes, pero sin los atractivos con que lo conocemos hoy. Este auténtico visionario transformó a Lanzarote, una de las siete islas de las Canarias, en un lugar mágico con escenarios maravillosos como El jardín de cactus o el Volcán del diablo. Como inesperado plus, desde hace unos años cuenta con el nobel José Saramago como vecino ilustre.
La arquitectura está sutilmente integrada al entorno natural. En ella ofician como anfitriones de lujo los cangrejos albinos (ciegos y sensibles al ruido y la luz). Ellos son el símbolo de este lugar único.

En las entrañas
Con nuestra mejor cara de turistas, primero ingresamos al Jameo chico, donde en la entraña de la cueva nos espera un acogedor restó. En los nichos de las rocas, dos bares con pistas de baile ofrecen la mejor excusa para hacer un alto en nuestro periplo de espeleólogos amateurs. Esta "garganta de la montaña" se comunica con otra cavidad más grande a través un pasadizo de 100 metros de largo y 12 de ancho, que cruza un lago. Ya en el Jameo Grande se encuentra un bellísimo jardín con generosa vegetación y una sorprendente piscina artificial de agua turquesa. "Una postal de paraíso", apunta una visitante con imborrable cara de asombro y no importa si suena a lugar común. Es cierto.
Hacia el final encontramos una enorme sala de conciertos, con una acústica sin parangón y capacidad para unas 600 personas, donde hace años que actúan personalidades de la música, el ballet y el teatro, aunque a veces también oficie de escenario para congresos y convenciones. Los ecos de Phillip Glass aún resuenan en estas paredes que no necesitan de la tecnología para devolvernos las perdidas voces del tiempo.
El Jameo de la Cazuela es la última burbuja accesible al público y en su extremo fluye agua salada. Ya en el extremo sur de la gruta se accede al Túnel de la Atlántida, un kilómetro y medio para recorrer y sentirse en el vientre del mundo, ideal para arqueólogos y, por qué no, para directores de películas clase B. Aquí, una sombra juega a ser el monstruo más temible y nadie quiere irse, volver a la monótona superficie de otro día en la tierra.
Como bonus track, la Casa de los Volcanes concentra la información científica sobre la actividad volcánica para que los curiosos o, lo que es lo mismo, los periodistas, podamos preguntar cómo un lugar como éste existía en un mundo donde sólo son noticia los atentados, la anorexia de una top model y el último video de Lady Ga Ga.


(En Diario Uno, suplemento Punto Cardinal, 2 de octubre de 2011)
Cuando uno -éste que ya pasó las cuatro décadas como la musa de Arjona- era un preadolescente que se preparaba ansiosamente para irse de vacaciones, no llevaba mucho más que la ropa reglamentaria; a lo sumo, una pelota de fútbol, cartas, y puede que algún libro de aventuras. ¿Para qué más?
Con el paso de los años, aquel niño devino padre y el susodicho ahora ve cómo sus hijos van “armados” hacia su merecido descanso. A tono con los tiempos, e invirtiendo la lógica de aquellas valijas del pasado, ellos priorizan su arsenal tecnológico por sobre lo que los diferencia de Adán en días de viento.
Su equipaje básico no me deja mentir. Consta de: reproductores de mp3, Play Station (con juegos como Guitar Hero y Pro Evolution Soccer, a la cabeza), teléfonos celulares (que también incluyen mp3 para más y más música), cámara fotográfica digital, CD originales y truchos, DVD truchos y originales, y mini equipo musical (para escuchar, sobre todo, algo de FM liviana y veraniega).
Cualquiera diría que las suyas son vacaciones de invierno, en medio de un bosque donde entre una casa y otra hay kilómetros de distancia y silencio. Un aislamiento que lógicamente obligaría a guardarse cual oso y donde las diversiones están demasiado lejos del alcance de la mano.
En este caso, es todo lo contrario.
El contexto es el ideal para romper todo tipo de encierro: playa, mar, aire puro. Combinación que sin dudas podría operar como oxigenante antídoto de un 2009 de mucho estudio y buenas notas, pero también de mucho chat, mails, fotolog, blog y sms disparados al éter como balas de salva.
Pero seamos justos. No sólo los chicos se niegan a desenchufarse durante las vacaciones. Es casi una postal ver a quienes se llevan celular o notebook a la playa para monitorear a distancia sus intereses comerciales o sondear cómo va la oficina. Son esos workaholics (adictos al trabajo) a los que vemos regresar al yugo diario casi tan blancos como se fueron, confirmando que la única agua que los tocó mientras veraneaban fue la de una ola inesperada o una lluvia fuera de libreto.
Con esto, aquel pibe que ni soñaba que un teléfono podía caber en un bolsillo o que cien canciones entrarían en un aparatito pequeño como un encendedor, no quiere decir ni por casualidad que aquella infancia de teléfono prestado por la vecina fuera mejor. De hecho, todos los avances tecnológicos mencionados son esenciales para su profesión de hoy.
Como siempre, todo pasa porque no nos convierta en dóciles esclavos de su encanto y eficiencia. Ahora los dejo porque me suena el teléfono, debo chequear los últimos e-mails y además tengo que mandarles urgente un mensaje de texto a mis hijos para que terminen de armar la valija (o algo parecido) y suban de una buena vez al auto. Atte.

(Publicado en Diario Los Andes, 15 de enero de 2010)