Ah, si entre tanto plaff, scrunch, crashhh, el incondicional Batman hubiera conocido los Jameos del Agua, seguramente se hubiera enamorado de este lugar al punto de cerrar definitivamente su mítica baticueva para instalarse al pie del volcán Monte de la Corona, al norte de Lanzarote, una de las siete islas de las Canarias.
Allí, las cuevas y tubos más apasionantes del mundo forman parte del sistema volcánico de la cueva de Atlántida, en pie desde hace más de 3.000 años gracias a las erupciones del volcán de la Corona. Seis kilómetros de largo para un viaje impostergable que invita a maravillarse con esa fiesta gratuita que ofrece la naturaleza.
La palabra jameo, heredada del habla aborigen, define al agujero que se produce en una gruta cuando su techo se precipita, ya sea por el peso del agua que se junta sobre él o por los gases acumulados que producen una explosión.
Volviendo a los Jameos del Agua como imán turístico, estos fueron la principal obra arquitectónica diseñada por César Manrique en 1968. En realidad, el Cabildo Insular de Lanzarote había abierto este espacio al público dos años antes, pero sin los atractivos con que lo conocemos hoy. Este auténtico visionario transformó a Lanzarote, una de las siete islas de las Canarias, en un lugar mágico con escenarios maravillosos como El jardín de cactus o el Volcán del diablo. Como inesperado plus, desde hace unos años cuenta con el nobel José Saramago como vecino ilustre.
La arquitectura está sutilmente integrada al entorno natural. En ella ofician como anfitriones de lujo los cangrejos albinos (ciegos y sensibles al ruido y la luz). Ellos son el símbolo de este lugar único.

En las entrañas
Con nuestra mejor cara de turistas, primero ingresamos al Jameo chico, donde en la entraña de la cueva nos espera un acogedor restó. En los nichos de las rocas, dos bares con pistas de baile ofrecen la mejor excusa para hacer un alto en nuestro periplo de espeleólogos amateurs. Esta "garganta de la montaña" se comunica con otra cavidad más grande a través un pasadizo de 100 metros de largo y 12 de ancho, que cruza un lago. Ya en el Jameo Grande se encuentra un bellísimo jardín con generosa vegetación y una sorprendente piscina artificial de agua turquesa. "Una postal de paraíso", apunta una visitante con imborrable cara de asombro y no importa si suena a lugar común. Es cierto.
Hacia el final encontramos una enorme sala de conciertos, con una acústica sin parangón y capacidad para unas 600 personas, donde hace años que actúan personalidades de la música, el ballet y el teatro, aunque a veces también oficie de escenario para congresos y convenciones. Los ecos de Phillip Glass aún resuenan en estas paredes que no necesitan de la tecnología para devolvernos las perdidas voces del tiempo.
El Jameo de la Cazuela es la última burbuja accesible al público y en su extremo fluye agua salada. Ya en el extremo sur de la gruta se accede al Túnel de la Atlántida, un kilómetro y medio para recorrer y sentirse en el vientre del mundo, ideal para arqueólogos y, por qué no, para directores de películas clase B. Aquí, una sombra juega a ser el monstruo más temible y nadie quiere irse, volver a la monótona superficie de otro día en la tierra.
Como bonus track, la Casa de los Volcanes concentra la información científica sobre la actividad volcánica para que los curiosos o, lo que es lo mismo, los periodistas, podamos preguntar cómo un lugar como éste existía en un mundo donde sólo son noticia los atentados, la anorexia de una top model y el último video de Lady Ga Ga.


(En Diario Uno, suplemento Punto Cardinal, 2 de octubre de 2011)