Cuando recién me sumergía en los primeros libros que la escuela ponía en mis manos y leer era un desafío más grande que ganar al fútbol a los de séptimo, me preguntaba qué encontraba mi madre en esos libros tan pequeños. Qué magia escondían esas tapas dibujadas que, por lo general, reproducían a un hombre y a una mujer en una situación pretendidamente romántica y que llevaban la firma de una tal Corín Tellado.
Ella, o sea mi madre, no había tenido una infancia ni una adolescencia de libros, tampoco una estimulante biblioteca familiar; así y todo, ahora la veía leer con placer. Puede que hasta volara muy lejos de su rutinaria vida de ama de casa. Eran tiempos en que la tevé no era un meloso reservorio de galanes y heroínas de telenovelas. Todavía no cundían los Arnaldos André ni las Luisas Kuliok excitando la pantalla con sufridas historias de amor. El cine sí era una opción para proyectarse en otras vidas, pero no para mi madre.
Tan criticada por los intelectuales como envidiada en secreto por escritores "serios", María del Socorro Tellado, la inocente pornógrafa -como la definió con gracia única el cubano Guillermo Cabrera Infante-, escribió la friolera de 4.000 libros y vendió la no menos espectacular cifra de 400 millones de ejemplares. Por esto no debe extrañar que sea considerada la más leída en castellano, nada menos que detrás del inoxidable Cervantes, y que figure en el libro Guinness de los récords.
Sin dudas, ninguna de sus obras -y he aquí la paradoja- ha quedado entre los clásicos de la literatura mundial. Pero ¿quién quita a esta asturiana pícara el placer de haber agitado la sangre a tantas mujeres que, por un rato o unas cuantas páginas, soltaron el ancla de su monótona vida doméstica para cumplir el sueño de ser una rompecorazones, esa comehombres que podía ratonearse impunemente con el sodero o el cartero?
Corín, quien murió el 11 de abril a los 81 años, fue ni más ni menos que una ventana abierta para la fantasía de millones de mujeres. Un soplo de aire puro para unas cuantas generaciones de féminas soñadoras. Su estrella no pudo ser eclipsada por el vendaval de best sellers, culebrones televisivos y otras opciones mediáticas que se fueron sumando con el paso de los años. Incluso su influjo alcanzó a muchos hombres que difícilmente reconozcan en público que también leían a esta mujer que empezó a escribir para colaborar con la economía familiar.
Seguramente mi madre no lloró con estilo teatral su muerte pero, por un instante, debe haber recordado con una sonrisa cómplice las horas de placer que le prodigó esta española que, según Mario Vargas Llosa, transformó a la novela rosa en "un auténtico fenómeno sociológico y cultural".

(Publicado en Diario Los Andes, 17 de abril de 2009)
Hace muchos años, uno de los primeros profesores que tuve en la carrera de Comunicación Social nos recomendó -casi con carácter de obligatorio- llevar un archivo lo más amplio posible.
Decía que un buen periodista no podía prescindir de esa "herramienta". El oficio le había enseñado el valor de revisitar la historia y no confiar ciegamente en la memoria selectiva.
Apasionados como éramos en aquella estimulante primavera alfonsinista, mis compañeros y yo nos tomamos muy en serio esa tarea de documentarnos para ganar en precisión cuando llegara el momento de informar u opinar.
Con el tiempo, fueron cajas y cajas las acumuladas con recortes, diarios, revistas, folletos, libros; al punto tal de colapsar bibliotecas y placares familiares. La sensación era (sigue siendo) que para ser lo más fieles posible a la verdad nunca hay que improvisar.
Por eso, cuando se habla de que "nadie resiste a un archivo" en realidad lo que se está diciendo es que hay que hacerse cargo de lo que uno dijo allá lejos y hace tiempo.
Si de algo pecamos los argentinos es de tener una memoria de muy corto tranco, lo que claramente termina favoreciendo a los que protagonizaron los más oscuros capítulos de la vida nacional.
Gracias a que nadie anda con un archivo a mano, ellos resurgen de tanto en tanto para mostrarse otra vez en la vida pública, casi impolutos.
Con el avance imparable de la informática, ya no hay excusas para ese olvido. Hoy el famosísimo buscador google permite sondear hasta límites insospechados actos fallidos, traiciones varias y acciones encomiables. Un recurso que en los agitados años 80 nos hubiera aliviado la artesanal tarea del recorte y que hoy nos permite chequear al instante ese dato clave para una nota o bien atar cabos entre el pasado y el presente.
La aún cercana muerte del ex presidente Raúl Alfonsín logró, entre otras tantas cosas, volver a poner en valor la importancia del archivo en este país.
Tanto para aquellos que recordaron al viejo líder radical como un héroe sin mácula como para quienes sólo se concentraron en destacar los aspectos más negativos de su gestión.
Con sus altas y bajas, sus aciertos y sus errores, se podría decir que Alfonsín es de aquellos pocos que incluso en vida resistían la implacable verdad de los archivos.

(Publicado en Diario Los Andes, 7 de abril de 2009)