Una jornada intensa, caliente, plena de idas y vueltas, de cruces y chicanas, se vivió ayer en la legislatura provincial.
No todos los días se deciden cargos que no tienen fecha de vencimiento. Argumento que la oposición, entonada por el clima preelectoral, tomó como eje para batallar en contra de los candidatos propuestos por el gobernador Francisco Pérez.
Los principales cuestionamientos estaban dirigidos a Miriam Gallardo, quien había sido propuesta para ocupar un cargo en el Suprema Corte de Justicia. 
Los dardos apuntaban a la ex senadora justicialista y actual concejala de Maipú por no poseer un currículum profesional a la altura del espacio que hay que cubrir en el máximo tribunal de la provincia. 
Tras días de conjeturas, declaraciones de alto impacto y cuentas de uno y otro lado, las bolillas blancas no alcanzaron. Fueron 18 y para pasar el filtro legislativo necesitaba apenas una más.
Fue en el transcurso de esta votación cuando se produjo lo que para algunos tildaron de papelón y otros, más benévolos, de confusión.
La versión de que una senadora había colocado dos bolillas por error le daría pie al oficialismo para que se volviera a votar. Opción que la oposición rechazó de plano y a los gritos, diciendo que repetir el proceso de votación era un delito penal.
Mientras tanto, acólitos radicales y del PRO se encargaban de meter presión a través de las redes sociales. 
Allí fue cuando debió salir el vicegobernador Carlos Ciurca a calmar las aguas admitiendo que los números no le daban a Gallardo y que no se votaría de nuevo porque, ante todo, había que garantizar la institucionalidad. Fin del primer capítulo.
Una vez apaciguados los ánimos, llegó el turno de Fernando Simón, quien pasó exitosamente la prueba y será el próximo Fiscal de Estado. 
El senador, tal como había anticipado, salió del recinto para no “autovotarse”. Lo mismo hizo Ricardo Pettignano, que logró su pase al Tribunal de Cuentas. 
 Dejando de lado los nombres y los cargos en cuestión, lo que vale sacar en limpio es que el sistema de bolillas es obsoleto y poco transparente. 
Los candidatos a puestos tan estratégicos deberían surgir por amplio consenso y contar con antecedentes suficientes para evitar todo tipo de conjeturas, más propias de la política de conventillo que del planteo serio de quienes luchan por instituciones sanas y fuertes. 

(Diario UNO, 1 de abril de 2015)
AI igual que ocurre con otras fechas claves en la historia de la Argentina, es un feriado el que en cierta forma nos obliga -y en buena hora- a ejercitar la memoria. 
En noviembre de 2000 se aprobaba la ley 25.370 que establece al 2 de abril como el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de Malvinas.
Hasta aquí, las formalidades del recordatorio. La otra parte, la más sentida y sin dudas la menos pública, es la que año a año impulsan los propios protagonistas de aquella contienda absurda que llevó a la muerte a 649 argentinos, en su mayoría jóvenes que apenas salían de la adolescencia.
Hasta quienes estuvieron allí y hoy pueden dar su particular visión de los hechos, saben que a todas luces la reivindicación de ese territorio como patrimonio argentino era absolutamente justificado, pero nunca por medio de las armas.
Sobre todo, teniendo enfrente a una potencia militar como la inglesa, de fortísima tradición guerrera y el sello de fábrica de la piratería más desalmada.
El resultado fue previsible, sin embargo dejó un singular efecto residual.
Al principio, prácticamente hubo un ocultamiento oficial del tema y sus víctimas (los soldados y sus familias).  
La toma por la fuerza de Malvinas había logrado el efecto contrario al buscado por los cabecillas del Proceso militar. Con la derrota, la suerte del gobierno de facto estaba definitivamente echada.
De a poco, comenzó una paciente reconstrucción de lo que había significado ese capítulo bélico en la historia argentina.
Y esto se consiguió a través de un trabajo sistemático impulsado antes por los sobrevivientes que por los gobernantes de turno, aunque finalmente los reclamos y reconocimientos a los veteranos también obtuvieran su merecido acompañamiento desde lo institucional.
En los últimos años, la causa Malvinas ha alcanzado el protagonismo que se reclamaba desde aquel regreso sin gloria: los ex combatientes y los caídos en las islas ahora son honrados en actos oficiales, reciben una pensión, sus historias se recuerdan y exaltan en los medios de comunicación y en las escuelas se pone en contexto el verdadero sentido de la soberanía.  
Qué mejor homenaje a los héroes caídos y a aquellos que aún siguen en pie recordándonos que toda guerra es una herida siempre abierta.

(Diario UNO, 2 de abril de 2015)
Para quienes no se resignan a no cumplir sus sueños, como por ejemplo culminar una carrera universitaria que había quedado trunca por los vaivenes de la vida, el “nunca es tarde” deja de ser una frase hecha para transformarse en una realidad tangible.
El programa educativo “Volvé y recibite”, impulsado por la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), tiene como objetivo posibilitar a las personas que habían avanzado en sus estudios terciarios, o que por equis motivos habían abandonado, les
permite retomar una carrera y finalizarla con un método de aprendizaje acorde a sus posibilidades.
Esta invitación a hacer realidad aquellos sueños y cerrar una etapa importante de sus vidas, tuvo un gran eco ya que sólo en la charla informativa participó casi un centenar de interesados.
Lo clave de esta propuesta es que para muchos de ellos que ya están trabajando en un área determinada, tener un título les posibilita crecer profesional y económicamente.
El hecho de que la mayoría de los aspirantes tenga más de 40 años les da un plus de experiencia y un universo de experiencias más o menos afines, necesarias para no sentirse fuera del contexto estudiantil. 
En esta edición de Diario UNO (ver página 8)compartimos historias de vida en las que se refleja la necesidad de cumplir con un objetivo que había quedado frustrado y que a través de esta oportunidad que brinda la UTN se abren mayores posibilidades en un mundo laboral cada vez más competitivo. 
Aprovechar estas oportunidades que no son algo de todos los días tiene, además, un efecto ejemplificador. 
En la actualidad, son muchos los jóvenes que, aún contando con la posibilidad económica y de tiempos para estudiar una carrera, no lo hacen o prefieren abandonar el cursado tentados por un trabajo afín a sus intereses o por un apetecible sueldo. 
Decisión que, como seguramente les ocurrió a varios de los que se suman al “Volvé y recibite”, a la larga se termina lamentando.
Pese a las críticas que se le puedan achacar al sistema educativo argentino, este tipo de programas son tan bienvenidos como necesarios. 
Tanto que deberían multiplicarse en todas y cada una de las universidades del país.

(Diario UNO, 11 de abril de 2015). 
Cuando muere un escritor de las características de Eduardo Galeano la sensación de pérdida es un tanto más extraña de lo que ocurre frente a otras muertes.
No es que no se lamente su partida, ni que no se lo vaya a extrañar, pero la reacción más inmediata es la de agradecimiento, la de la mueca tierna al recordar alguno de sus textos, antes que la lágrima y la consternación como expresiones más previsibles. 
La obra del autor uruguayo, como la de aquellos escritores que marcan una época, sin dudas deja una huella por la que seguramente transitarán las próximas generaciones para redescubrirlo en su real dimensión.
Galeano logró lo que muy pocos consiguen: ser populares sin resignar calidad. Y para eso hay que tener, además de una gran sensibilidad y empatía por el otro, un fino oído para lo que se cocina en el habla cotidiana de la calle.
Publicado en 1971, su libro más emblemático, Las venas abiertas de América Latina, marcó a varias generaciones y se sigue reeditando constantemente. 
Allí expuso su descarnada visión del saqueo de los recursos naturales de la región, especialmente de parte del Reino Unido y los Estados Unidos.
Pero si bien ese libro es un hito irrefutable, Galeano nunca quiso cristalizarse en su enfoque de la realidad latinoamericana. 
Sin resignar una innegociable mirada política y social, desarrolló una producción donde alcanzaron un espacio protagónico el fútbol, la ecología y las historias de hombres y mujeres comunes.
Notable observador de la vida cotidiana, desde su mítica mesa en El Brasilero (el café más antiguo de Montevideo, ubicado en pleno casco histórico de la ciudad), registraba con sabiduría eso que latía en el aire y que su radar emocional sabía bajar a tierra como pocos.
Al igual que le ocurría a Roberto Fontanarrosa en sus diarias visitas al bar El Cairo, Galeano reconvertía sus charlas con los parroquianos en historias breves que luego recogía en libros o leía con tono cansino en presentaciones en público o en su programa televisivo.
El autor de El libro de los abrazos también le puso su sello personal al periodismo. Es decir, donde había que utilizar la palabra como estandarte, ahí estaba Galeano. 
Y ahí mismo seguirá estando. 

(Diario UNO, 14 de abril de 2015)
La venganza se está tornando en la forma más frecuente de dirimir los conflictos. 
En la semana que concluye hubo dos casos emblemáticos de esta forma extrema de resolver las diferencias. 
Uno de ellos, el más dramático sin dudas, ocurrió en Concordia, Entre Ríos. 
Para vengarse de su ex mujer, un hombre de 41 años decidió estrellarse contra un camión mientras se trasladaba con dos de sus hijos.  
En el impacto falleció uno de los chicos y el otro quedó muy grave. El padre, que también resultó con heridas, paradójicamente salvó su vida.
Horas antes, el asesino de su propio hijo había enviado un mensaje a su ex mujer advirtiéndole: “No vas a ver más a tus chicos”.
El precio de las diferencias de pareja, una vez más terminaban pagándolas los más débiles. 
En otro ejemplo de justicia por mano propia, un padre que se enteró de que a su hija la habían engañado a través de Facebook y luego abusado en un hotel, no dudó en ubicar al protagonista del abuso.
Se trataba de un hombre de 37 años que había seducido virtualmente a una adolescente de 14 años.
Una vez que ubicó la dirección del violador, sediento de venganza el padre lo fue a buscar a su propia casa, en pleno centro de Mar del Plata.
Allí lo sorprendió y le dio dos puñaladas. Las heridas no fueron mortales, por eso cuando fue a un hospital para ser atendido fue localizado y apresado por la policía. 
Son apenas dos casos de los tantos que a diario reflejan los medios de comunicación. 
Lo sintomático es que se transformó en un modus operandi que evita taxativamente la 
resolución de los conflictos por otras vías más humanas, incluso más legales.
Apostar al diálogo, aportar argumentos o recurrir a la ayuda profesional, son opciones que pierden groseramente ante lo emocional. 
Un mero roce de autos puede detonar un caos de tránsito y una violencia física que en otras épocas sólo se veía en las películas. 
Hoy, la calle es un campo de batalla.
De ahí que la expresión “bajar un cambio” resuene cada vez más como una advertencia de que estamos cruzando un peligroso límite. 
Un paso que, en virtud de los ejemplos citados, darlo no nos conduciría a otro lado que no sea al precipicio. Frenar es una opción.  

(Diario UNO, 26 de abril de 2015)
Hubo un tiempo en que la palabra que definía al prototipo del argentino de a pie era “chanta”.
Hoy, a caballo del vértigo de un presente que corre a la velocidad de las redes sociales, esa categoría sociológica se ha ido corriendo para ser remplazada por otro término no menos doloroso y preciso: “caótico”. 
Los comicios de ayer mostraron con contundencia todas y cada una de las facetas del caos. Palabra que, por lo general, solemos asociar al tránsito (caos vehicular) o a las guerras intestinas entre barrabravas (caos en el fútbol).
Por extensión, ese estado de desorden y confusión bien se puede aplicar a la desorganización que hubo en el armado de cada mesa. A la caótica disposición de las boletas dentro
del cuarto oscuro. A la abrumadora la cantidad de boletas, nombres y cargos.  
La confusión fue lo que primó en todas las escuelas de la provincia. 
Información poco clara o escasa para indicar dónde se votaba, según cada letra. 
Nadie a disposición para orientar al votante, salvo policías que oficiaban más como organizadores de las filas que como garantes de la seguridad.
En ese contexto, las quejas se multiplicaban por lo demoroso del trámite. 
La lentitud no era sólo adjudicable a la amplia oferta de candidatos para elegir sino también a que las urnas no llegaban a tiempo o que defeccionaban los presidentes y vicepresidentes de mesa. 
Estos últimos dieron la nota. No sólo las PASO fueron históricas, también lo fue la cantidad de estas personas que tenían una carga pública y que faltaron argumentando razones de salud. 
Lo llamativo fue que la mayoría de quienes no cumplieron con su función justificaron la ausencia con la presentación de certificados con supuestas gastroenteritis.
Tan extraño resultó el “faltazo” que desde la Junta Electoral de Mendoza confirmaron que citarán a los médicos que emitieron y firmaron esos dudosos certificados.
Con poco más de tres décadas de recuperado el ejercicio de sufragar en la Argentina, es inconcebible que sea el caos lo que signe a una elección. 
No es que falte tiempo para organizarse. Lo que falta es orden y compromiso para hacer bien las cosas. Junio está a la vuelta de la esquina. Lo esperable es que se tome nota de cada falla y en las generales la noticia vuelva a ser los ganadores, no el caos previo. 

(Diario UNO, 20 de abril de 2015)
La historia del juguetero Francisco Gallo, publicada ayer por Diario UNO, aún sigue resonando.
El comerciante neuquino de 50 años fue noticia nacional por un gesto infrecuente, en el que se conjugó sensibilidad y solidaridad.
Lo que podría haber quedado reducido a una noticia policial más devino en una crónica con un final relativamente feliz.
Tres chicos habían robado juguetes de su local. El hombre bajó para ver qué pasaba, tras ser alertado por su hija, que había visto a los chicos cuando escapaban, y se encontró con una imagen que lo conmovió.
Un niño de 9 años estaba junto al patrullero con los brazos en alto. Ese cuadro fue un shock para Francisco. A pesar de que los policías lo instaron a hacer la denuncia, el comerciante se negó. 
¿El botín?: un Spiderman, una muñeca Kitty y un osito panda. 
La primera reacción de Francisco fue regarles los juguetes porque, según admitió ante este diario, “los chicos que me robaron sólo buscaban la infancia”. 
Horas más tarde, el comerciante recibía la visita de la madre de los pequeños que le habían robado para pedirle perdón.
Más conmovido que antes, Francisco vio en esta persona -que iba acompañada por una de las chicas que participó del hecho- el claro reflejo de una familia pobre y vulnerable de las tantas que hay en la Argentina, pese a los números del Indec y a la sesgada visión de ciertos políticos.
El hombre, feliz padre de 4 hijos, no sólo aprovechó la situación para instar a esa madre y a la adolescente a que hicieran algo por sus vidas, sino que se comprometió a ayudarlas.
De hecho, la mujer ahora tiene trabajo en un restorán y su hija de 16 años -y madre de una bebé de 3- se enfocó más en el estudio.
La lección de Francisco es simple: “Con que pueda ayudar a uno solo de estos niños a dejar la calle, sentiré que hice algo. El bien al projimo es un búmeran”.
Sin caer en seudo discursos garantistas que sólo repercuten en tribunas bienpensantes, lo del neuquino es un llamado de atención. Para todos.  
Estado y ciudadanos comunes podemos hacer algo más para que esos niños, que son carne de estadísticas, encuentren la infancia perdida a la que hacía referencia el ejemplar comerciante.

(Diario UNO, 22 de abril de 2015)