La sola mención de la palabra “aborto” les produce a los políticos una inmediata reacción de incomodidad. Un indisimulado escozor.
Es de esos temas que preferirían no tener que debatir y, mucho menos, que votar.
Entran en juego convicciones religiosas, morales, sociales y hasta personales. Pero ante todo, lo que más pesa en sus silencios, dilataciones o chicanas, es la evaluación del impacto, presente o futuro, que tendrá en las urnas.
Consideran que una sociedad conservadora -que ya no es tal- no les perdonaría expresarse a favor de la interrupción del embarazo. 
Ante ese escenario, donde a manera de castigo perderían votos, prefieren patear la pelota hacia adelante o dormir los proyectos por años para evitarse tamaño dolor de cabeza.
Si bien la Corte Suprema de Justicia ratificó en 2012 lo expresado por el artículo 86 del Código Penal, acerca del aborto no punible, en casos en que corre peligro la vida o la salud de la mujer o los embarazos son producto de una violación, Mendoza sigue en falta.
Cuando el ministerio de Salud de la Nación actualizó los fundamentos de esa normativa, estableció que ésta es obligatoria para todo el territorio argentino, tanto en el sector privado como público.
A este protocolo deben adherir las provincias. La nuestra, sin embargo, aún demora ese paso fundamental, pero no es la única. Sólo ocho estados han adherido al mandato de los máximos organismos de la justicia y de la salud.
Aquí no sólo no se avanza, sino que la discusión se traslada al terreno personal. Ayer, sus pares buscaron darle una suerte de escarmiento a la senadora del FIT, Noelia Barbeito, quien fiel a su estilo de irse cuando hay que votar, no participó de la aprobación de los pliegos de 16 jueces. 
Por eso, a la hora de fundamentar su proyecto, fue escuchada por muy pocos legisladores.
Al menos, la escasa presencia le alcanzó para que tres comisiones debatan su propuesta. Una garantía de que la provincia seguirá por un largo tiempo sin contar con un protocolo que garantice la interrupción del embarazado acorde con lo que establece la ley. 
Con lo ocurrido ayer en la Casa de las Leyes, se confirma que en su mayoría los legisladores continúan sin sintonizar con una sociedad que ha evolucionado mucho más rápido que ellos. 

(Diario UNO, 1 de julio de 2015)
No es nada nuevo que en una campaña electoral un candidato diga una frase desafortunada o protagonice un hecho bochornoso.
Puede ocurrir en Mendoza, Buenos Aires, Madrid o Atenas. El lugar geográfico vendría a ser lo de menos. 
Lo que caracteriza a cualquiera de esos desbocados es que con su gaffe obtiene un efecto inmediato. Negativo, pero instantáneo.
Para hundirlos aún más en la vergüenza o el arrepentimiento, ahí están prestas las redes sociales para en cuestión de segundos viralizar el papelón a una escala impensada.
Aún está fresca en la memoria popular la fallida humorada de Florencio Randazzo. En mayo de este año, en una reunión con los integrantes de Carta Abierta, el entonces precandidato del FPV  aseguró ante su claque: “Yo decidí ser candidato en 2013 porque habíamos perdido la elección. Cristina no tenía posibilidad de ser reelecta y el proyecto se quedaba manco”.
Desde entonces, rayos y centellas cayeron sobre el ministro de Transporte.
Tan es así que la presidenta Cristina Fernández lo sacó de carrera al ungir como compañero de fórmula de Daniel Scioli a Carlos Zannini.
En triste sintonía, un reciente spot muestra  a Mauricio Macri en distintos puntos del país como parte de su recorrida proselitista.
La luz roja se enciende cuando en el tema musical -titulado Estoy con vos- se escucha “Tengo una canción y dos manos para abrazarte”.
Fuera o no el objetivo del candidato del PRO de marcar una supuesta ventaja a su favor (en referencia a la conocida discapacidad del gobernador bonaerense, quien perdió un brazo en un accidente compitiendo en motonáutica), la respuesta no se hizo esperar y fue lapidaria. 
Macri cosechó muchas críticas y no sólo eso, se hizo acreedor del repudio de organizaciones de discapacitados que ni siquiera comulgan con las ideas de Scioli o del peronismo en general.
Lo paradójico es que el actual jefe de gobierno porteño lleva como candidata a vicepresidenta a Gabriela Michetti, quien en noviembre de 1994 sufrió un accidente automovilístico que la dejó parapléjica. 
Que la política sea el arte de lo posible no es lo mismo que decir que todo vale. 
Una lección que dirigentes como Macri, Randazzo y tantos otros seguramente aprendieron tras haber metido la pata. 

(Diario UNO, 24 de julio de 2015)
Este 2015 será recordado por mucho tiempo como el año en que los funcionarios políticos argentinos hicieron la plancha. 
Una generalización que podrá molestar, pero basta con hacer un rápido seguimiento por las redes sociales para comprobar la intensa actividad que han desarrollado... haciendo campaña.
Sólo en ese ámbito derrochan energía. Reuniones, actos, ágapes, asados, festivales, congresos y actividades variopintas, los tiene como protagonistas o simples participantes, siempre en pos del objetivo partidario. No están allí por el bien común, aunque ese sea el eje de todos los discursos.
En lugar de gestionar, legislar o hacer trabajo de campo, las elecciones (PASO, departamentales, provinciales, y las que todavía faltan), los mantiene hiperactivos en la construcción del poder.
Ahora bien, una vez obtenido ese poder, hay que devolverle al votante esa cuota de confianza que depositó al momento de elegirlo.
Lo lamentable es que no se percibe reciprocidad. Una vez instalados en sus oficinas públicas, vuelven a encerrarse y a perder contacto con lo que ocurre en la calle.
Es muy sano y necesario que los candidatos recorran los barrios, escuchen las demandas de los vecinos y tomen nota.
Se trata de un ejercicio elemental para darles forma a los proyectos que luego deberán traducirse en realidades para los ciudadanos.
Pero esos tours callejeros, que se limitan a las fotos y saludos de rigor, no le sirven a nadie. 
Los años de democracia recuperada representan un excelente ejercicio para que el votante no termine siendo una cándida pieza del sistema. Lo cual no quiere decir que no se equivoque llegada la hora de enfrentar las urnas.
Tanta laxitud en el ejercicio de la función pública sólo es posible porque quienes están en falta no se sienten bajo la lupa de nada ni nadie.
No hay organizaciones civiles ni pasión ciudadana que los ponga en caja como merecerían.
La rendición de cuentas se limita al partido que los prohija antes que a aquellos que los pusieron donde hoy disfrutan estar.
Ya es ofensiva esa impunidad de pavonearse en el desmanejo de fondos que surgen de los bolsillos de los contribuyentes, no de los propios. 
Si esta radiografía peca de excesiva e inecuánime, lo sabremos con exactitud a fin de año. Entonces, ministros, subsecretarios, asesores y legisladores, entre tantos otros con aval para representarnos, podrán rendirnos cuentas como corresponde.

(Diario UNO, 26 de julio de 2015)
En los últimos meses, Mirtha Legrand se transformó en el referente de todos aquellos que, en nombre de la libertad de expresión, no “filtran”.
Por experiencia de vida, reconocimiento público o simple impunidad, la Señora y tantos otros que no tienen su fama pero sí su lengua filosa, consideran que se puede decir cualquier cosa sin que eso tenga un costo.
De ninguna manera se trata de impedir la libre manifestación de una idea, pero sí al menos reclamar que lo que se diga sea cierto y no dé lo mismo opinar que informar.
Quienes a diario trabajamos con la palabra sabemos que estamos expuestos a errores, deslices u omisiones. También a aciertos, por qué no. 
Por transitar esa cuerda tan sensible es que el ejemplar que usted tiene en sus manos tiene, como todos los días, claramente delimitado sus espacios de opinión (página 9, en la edición de hoy, y esta columna editorial)y lo estrictamente informativo, que son las notas de las respectivas secciones.
Es llamativo cómo ese fenómeno de descalificar a todo el mundo, que empezó a cobrar fuerza a través de las redes sociales y especialmente en los foros de los medios digitales, actualmente también sea moneda corriente en la radio y la tevé.
Así es como un leve rumor de distanciamiento en una pareja de famosos habilita a hablar de “cornuda/o”. 
Un comportamiento extraño será sinónimo del consumo de drogas o de problemas psiquiátricos.
Un emprendimiento empresarial, según quién lo difunda, necesariamente estará bajo sospecha.  
En estos y otros tantos casos que remedan el perverso mecanismo, ni siquiera vale el beneficio de la duda. 
Con un mínimo dato sin chequear se pueden escribir varias notas, copar durante horas la pantalla o convocar a esos impresentables que nunca faltan para que alimenten la inagotable cantera de agravios, mentiras y blasfemias.
Esto ocurre porque se naturalizó de tal manera el mentar a cualquiera que no hay capacidad de asombro que alcance ni interés genuino de víctimas y espectadores por revertirlo.
Hasta que, con lógica de manual, el afectado sea uno y entonces sí reaccione, imprecando a viva voz en procura de justicia. 

(Diario UNO, 20 de agosto de 2015)
El alquiler de vientres o, su versión técnica “maternidad subrrogada”, se transformó en uno de los temas fuertes de la semana.
En cierta forma, logró sacar del foco mediático de la provincia las pujas cotidianas de la política, tan potenciada este año por las reiteradas citas con las urnas.
Es que estamos ante una problemática tan sensible, de aristas complejas y tremendos vacíos legales, que es imposible quedarse en el rol de meros espectadores.
Diario UNO publicó una serie de notas en los últimos días que revelaba un caso testigo que encendió la alerta en ámbitos judiciales, policiales, de Derechos Humanos e incluso periodísticos.
Detrás de un simple embarazo puede encubrirse una organización delictiva con mecanismos muy aceitados para burlar la ley o transitar donde ésta aún no llega.
Para eso es preciso que intervengan abogados, médicos y otros profesionales que garanticen la combinación exacta de oficio y deshumanización para que el comercio de la vida pueda prosperar. 
El testimonio de una humilde mujer de Godoy Cruz, que confesó haber cobrado $200.000 de un médico chileno, ayudó a cerrar parte de un círculo que, se especula, es mucho más grande.
La peculiar estrategia salió a la luz esta semana cuando dos hombres chilenos intentaron abandonar la provincia por el aeropuerto local con una bebé de días.
Al personal de Seguridad no le cerraba el testimonio del médico trasandino, lo que abrió la puerta para desarmar a través de la Fiscalía de Delitos Complejos una posible red dedicada a ubicar a madres de bajos recursos y pagarles para gestar niños destinados a parejas de buen pasar. 
Lo que reveló este circuito, que en Mendoza era motorizado en parte por la agencia Argentina Maternity (la cual cerró sorpresivamente el jueves), es que en casos similares al de los chilenos, habrían salido del país unos cuantos bebés. 
Y esto es muy probable dado que la ley aún presenta grietas tan profundas que un letrado con amplio conocimiento puede hacer posible que los pequeños circulen como mercancía.
Queda fuera de todo juicio la opción de la maternidad subrogada; lo que sí exige un seguimiento más estricto de la justicia y los gobiernos es detectar en qué condiciones se producen estos acuerdos tan sui generis. 
No seguir los pasos imprescindibles sería lo mismo que admitir y fomentar la trata de personas.

(Diario UNO, 23 de agosto de 2015)
La fascinación que ejerce la historia de los Puccio se traduce por estos días en el millón de argentinos que ya vio la película de Pablo Trapero basada en ese perverso clan.
Una familia de buen pasar económico, situada en el recoleto San Isidro e hijos que descollan en el rugby, sería a priori el ámbito menos propicio para prohijar una organización delictiva.
Arquímedes Puccio, un ex militar vinculado a la SIDE, demostró que sí se puede. Entre 1982 y 1985 creó una mini organización dedicada a secuestrar y matar a personas de apellidos reconocidos en el mundo empresarial (Manoukian, Aulet y Naum).
Lo siniestro es que lo hizo con la complicidad y la ayuda operativa de sus hijos Alejandro y Daniel, además de un militar retirado y un par de personajes de armas tomar.
Desde una consentida complicidad, el resto de la familia cumplió una fina tarea logística que facilitó el movimiento interno, en el cual los secuestrados “convivían” bajo el mismo techo con los Puccio.
En esta película protagonizada por Guillermo Francella, como en otras  cintas de indudable valor testimonial (La historia oficial y El secreto de sus ojos, entre tantas otras), el cine se erige como una herramienta valiosísima para acceder a la historia argentina desde un lugar menos previsible.
Estos filmes evitan caer en el trillado análisis   de la última dictadura, en lugares comunes que lícuan el contenido medular de hechos tan graves. 
En cambio, desde ópticas distintas, posibilitan entender un poco mejor por qué casos como el de los Puccio prosperaron en un contexto político y social determinado.
Representan otra forma de conocimiento de lo que fue y es nuestro país. Lo que, con estilos, perfiles y experiencias distintas, aportan historiadores contemporáneos como Rodolfo Terragno, Felipe Pigna o Daniel Balmaceda. 
A través de sus charlas, libros y publicaciones en medios masivos, ellos han logrado desacartonar el pasado y hacerlo más “amable” para las nuevas generaciones. Esas mismas que bostezaban en las clases de Historia porque en un estilo indisimuladamente pueril se les enseñaba un cuentito símil Billiken.
El arte, como vehículo de reflexión y de autoconocimiento, ratifica todo el tiempo su poder de fuego. Por algo los gobiernos totalitarios acallan con tanto ahínco a los hacedores culturales.

(Diario UNO, 25 de agosto de 2015)

A veces el fútbol puede ser todo lo que hoy no es. Al menos en la hipocondríaca Argentina.
La desgracia personal del arquero de San Lorenzo, Sebastián Torrico, quien perdió esta semana a su pequeño hijo, mostró la cara sensible de un deporte cada día más alejado de la realidad.
Las innumerables muestras de apoyo y afecto que recibió el mendocino a través de banderas en las canchas, mensajes en las redes sociales y llamados personales, fueron la contracara de un ámbito que actualmente se resume en el manejo discrecional de pases millonarios de futbolistas y en el imperio de una mafia de barrabravas que actúan en connivencia con dirigentes, policías y referentes de la Justicia.
Pero el fútbol en este país no es ese que se sensibilizó con Torrico o con la familia de Diego Barisone, el jugador de Lanús que se mató el mes pasado en un accidente de tránsito en la autopista Ros
ario-Santa Fe.
El deporte más popular sufre una crisis profunda, casi terminal, donde los clubes que aún se mantienen en pie es porque dependen de ese “oxígeno” monetario que sólo pueden proveer empresarios comprometidos y el porcentaje que reciben por la transmisión televisiva.
Es un fútbol a medias, en el cual los visitantes ya no pueden apoyar a su equipo en otras canchas que no sean la propia. 
A este punto de inflexión se llegó por la violencia que cundía en los estadios, las muertes que dejaban los cruces de los barras, pero también porque los clubes dejaron de ser un espacio contenedor, sinónimo de disfrute y de convivencia amistosa.
Todo esto, enmarcado en una AFA dictatorial manejada durante 35 largos años por Julio Grondona. 
Una gestión oscura, llena de irregularidades y sospechada de corrupta, en la que ni gobiernos de facto ni democráticos pudieron menguar su poder real y simbólico.
Ahora, que soplan vientos de cambio en la entidad madre del fútbol argentino, el nombre de Marcelo Tinelli genera una expectativa cierta, pero también relativa. 
Es que muchos de los que fueron engranajes claves en el universo Grondona continúan manejando circuitos estratégicos de la AFA. 
¿Está en condiciones entonces el popular conductor y empresario de barajar y dar de nuevo para refundar este deporte maravilloso?
Hay tanto en juego que lo suyo hoy por hoy se vislumbra más cerca de la utopía que de la epopeya.

(Diario UNO, 27 de agosto de 2015)
Lo ocurrido el domingo en el estadio Malvinas Argentinas puso a Mendoza en boca de todo el país.
Los barras de Godoy Cruz se habían propuesto suspender el partido con Racing de Avellaneda y apelando a su reconocida experiencia vandálica lo lograron con todo éxito.
En la previa era un secreto a voces que ese era su objetivo. Sin embargo, hubo que esperar que destrozaran los baños y luego comenzaran a arrojar piedras a la cancha para activar la respuesta de la policía.
La decisión no tardó en llegar: viendo que las condiciones mínimas de seguridad no estaban dadas, el árbitro bajó el telón. Violentos 1 - El resto 0.
Cuándo se jugará el partido y en qué condiciones, pasó a un lógico segundo plano. El tema de fondo, lo que excede lo estrictamente deportivo, es la renovada sensación de que esos violentos vuelven a marcar la cancha. 
Son ellos los amos y señores dentro y fuera de los estadios. Ellos ejercen un poder tal que aquellos jugadores, dirigentes y técnicos que no aceptan sus reglas y sus códigos deben pagar un precio demasiado alto.
Lo que le pasó a Godoy Cruz le viene pasando a la mayoría de los clubes en la Argentina.
Estas insituciones dejaron de ser el ámbito donde desde chicos los vecinos de una zona    determinada socializaban, compartían un deporte y resumidos en el simbolismo de una camiseta y sus colores pugnaban por un objetivo en común.          
Los sátrapas coparon la parada y hoy son ellos quienes tomaron (en el amplio sentido de la palabra) esos espacios para lucrar con el lado oscuro del fútbol.
Son los mismos que, amparados por vínculos estratégicos en la política, la justicia y los gobiernos de turno, se reparten el control, el manejo y el cobro de todos los negocios. 
Un estado de situación al que se ha llegado por una AFA no menos corrupta, siempre atenta a los números y no a la degradación del deporte más popular. 
A punto tal que los hinchas visitantes ya son una postal del pasado. Si existía la posibilidad de recuperar en forma gradual esa presencia, con lo que se vivió el domingo en Mendoza el pronóstico no es bueno.    
Dato no menor: el estadio afectado es de todos los mendocinos, no de Godoy Cruz. Pero los daños fueron mucho más graves que lo material. Lo que pasó dejó en evidencia la impunidad de los delincuentes. 
Y en esa materia, lamentablemente seguimos perdiendo por goleada.   

(Diario UNO, 1 de setiembre de 2015)
Cada nieto recuperado es, además de una noticia conmocionante para sus familiares, una herida más que empieza a cicatrizar en el cuerpo social de la Argentina.
El caso revelado este lunes tocó de cerca a los mendocinos por tratarse de la nieta de María Domínguez, la actual presidenta de Madres de Plaza de Mayo en la provincia.
Tanto su hallazgo, como los 116 anteriores, son un renovado ejercicio de la memoria en un país que aún hoy le cuesta saldar cuentas con su pasado político.
Los padres de esta mujer de 37 años, Gladys Castro y Walter Domínguez, fueron secuestrados el 9 de diciembre de 1977. Cuando fueron “chupados” por el gobierno militar de entonces, ambos militaban en el Partido Comunista y ella estaba embarazada de seis meses.
Desde entonces, sus familias no dejaron ni por un día de hacer gestiones y buscarlos d
esesperadamente por todas partes.
Cuando el lunes se confirmaba la noticia de que efectivamente se trataba de la hija de Gladys y Walter, tantos años de dolor, ausencia y expectativas, se resumieron en una alegría profunda y la sensación intransferible de que algo parecido a la justicia los tenía ahora como protagonistas.
A sus 83 años, la histórica referente de los derechos humanos, decía acerca de su nieta, a quien todavía no ha podido abrazar: “Aún no lo conocemos. Estamos ansiosos, esperando verla cuando ella decida vernos a nosotros”. 
Fueron tantos años de imaginarla y soñarla, que ahora María no quiere forzar ese momento tan deseado.
La recuperación de los nietos desaparecidos ha sido y es una ardua tarea que no carece de búsquedas infructuosas, pistas erróneas o datos fallidos.
Por eso, cada caso en que se confirma la filiación es noticia de tapa en todos los medios. 
A la vez que su divulgación a escala evita que el olvido se instale arbitrariamente e impida conocer la historia de nuestra Historia como corresponde: con sus luces y sus sombras.
El próximo capítulo, aquel en que habremos de conocer a la hija de Gladys y Walter, y a la nieta de María, vendrá a cerrar parte de un círculo familiar, pero también el de un pasado doloroso de la Argentina que ojalá nunca se repita. 

(Diario UNO, 2 de setiembre de 2015)
Si de algo sirve la tecnología actual es que logra que una noticia se conozca a escala global en tiempo real. Traccionada por las redes sociales, en segundos se viraliza de forma tal que ante ciertos hechos que conmueven se produce una singular comunión.
Esto es lo que ocurrió ayer con “el niño de la playa”, como se conoció el caso de ese pequeño que junto a una docena de sirios murió en un naufragio frente a la costa turca.
La imagen que recorrió el mundo da cuenta del imparable drama de los inmigrantes en el continente europeo.
Nada como la fragilidad de un niño para simbolizar la gravedad de un fenómeno que lejos de menguar crece día a día. Sólo en la última semana, unos 23.000 inmigrantes arribaron a Grecia, principal punto de ingreso. 
Los numerosos casos de muertes de migrantes (la mayoría en naufragios) activó algunas medidas de emergencia por parte de la Unión Europea, pero éstas sólo han sido parches circunstanciales. 
 Ante estas reiteradas situaciones dolorosas, los principales dirigentes políticos reclaman en voz alta que Europa cuente de una vez por todas con una política común en materia de asilo e inmigración.
Por ahora, el énfasis está puesto en el discurso y las declaraciones, no así en las acciones concretas que se esperaría de gobiernos relativamente sólidos.
En medio del drama también hay un negocio, el de los traficantes de personas. Son los que utilizando contactos estratégicos, y a cambio de un monto determinado, se comprometen a introducirlos subrepticiamente en algún país.
Pero esto nunca es garantía. La semana pasada, en Austria, fue hallado un camión frigorífico con 71 inmigrantes muertos, entre ellos 4 niños.
Puede que estos desplazamientos de familias enteras que van en busca de un futuro mejor conmuevan a muchos, sobre todo cuando hay casos como el niño sirio o el de aquel chico al que quisieron hacer pasar la frontera dentro de una valija, pero en realidad despiertan en buena parte de la población europea un actitud de rechazo. Francia es un claro ejemplo de esa permanente tensión.
La irrupción de “extraños”, a los que tarde o temprano inevitablemente habrá que socorrer con fondos públicos, es un fenómeno que desde años ha saca lo peor de los “locales”. 
Si de algo puede servir la emblemática muerte del niño de la playa es que la UE no demore un día más en la búsqueda de un plan humanitario eficaz.

(Diario UNO, 3 de setiembre de 2015)
En la foto del pequeño Aylan, yaciendo en la arena de la costa turca tras un naufragio, se resumió de manera contundente el drama de los inmigrantes en toda Europa.
Fue tal el impacto de esa imagen viralizada a escala planetaria, que la discusión acerca de esas familias que buscan un destino mejor se impuso e instaló no sólo en los medios de comunicación.
Al momento de rasgarse las vestiduras, no faltaron quienes cuestionaron la publicación de las imágenes de las víctimas del naufragio con el argumento de que para hablar del fenómeno creciente de la inmigración  no hacía falta ese “golpe de efecto”.
La foto es parte de la información, por lo tanto la única discusión puede ser cuál de esas imágenes es la que diga más sin apelar al golpe bajo. 
¿Suma que se conozcan y difundan esas imágenes? Claro que sí. 
Gracias a la multiplicación exponencial  que posibilitan las redes sociales, durante los últimos días se habló, comentó y debatió acerca del doloroso derrotero de los inmigrantes de una manera que si no hubiera sido motorizado por esas fotos,  muy pocos habrían reflexionado acerca de una realidad que la Unión Europea no ha sabido afrontar. 
La información pura, sin imágenes, de este u otros temas, tendrían una consideración muy distinta. 
Y si no pensemos en aquellas fotos icónicas, como la de la niña vietnamita que huye despavorida por el Napalm, el 11-S y el ataque a las Torres Gemelas, la bomba atómica en Nagasaki, el Tsunami en Tailandia..
Fotos que sintetizaron el drama y la sinrazón humanas y que movilizar 
Bienvenido entonces el debate si éste va sin medias tintas al problema de fondo: por qué este niño y su familia naufragaron buscando una mejor vida, y no si foto sí o foto no. 
También en nuestra otrora bucólica Mendoza hay niños que son emblema del desamor, la locura y la insensatez de los adultos.
Los nombres de Yoryi Godoy, Luciana Rodríguez, Rosario Amitrano, Micaela Tati y Tiago Videla, entre otros tantos, aún resuenan como testimonio de que la cadena se corta por el eslabón más débil.
Aylan seguramente no será el último niño que muera en un intento de alcanzar un horizonte más digno, pero al menos movilizó a los líderes europeos a comprometerse un poco más y sensibilizó incluso a los que ven a un inmigrante como sinónimo de enemigo. Aylan nos legó así una gran enseñanza.

(Diario UNO, 6 de setiembre de 2015)
Estaba cantado. La cuenta regresiva hacia el balotaje del 22 de noviembre iba a ser a todo o nada. A matar o morir, para ser gráficos.
No es una puja cualquiera. Es ni más ni menos que la definición de quién va a conducir la Argentina a partir del 10 de diciembre. Y más aún: qué modelo de país se pone en juego.
La exigua diferencia de dos puntos entre Daniel Scioli (FPV) y Mauricio Macri (Cambiemos)en la pasada elección lleva a ambos candidatos a tener que batallar por cada voto como si fuera el último.
Y en esa genuina pulseada las reglas del juego se alteraron. La guerra de nervios se intensifica porque nadie puede autoproclamarse ganador en la previa. 
El antecedente del ajustado margen y las encuestas que erraron bastante feo, no invitan a los presidenciables y sus equipos a dormirse a la espera de un viento a favor.
Más que nunca deben enfocarse en lo esencial que espera el votante para definirse en caso de que aún no lo haya hecho.
 Ya no alcanzan las promesas. Se desgastaron de tanto uso y abuso.
Al reducirse a sólo dos candidatos, las similitudes y diferencias quedaron en evidencia.
Qué en cierta forma ambos son hijos de los años ‘90, para algunos los condena y para otros es referencia ineludible, aunque no definitoria. 
El contexto local e internacional hoy es absolutamente distinto, con lo cual sería imposible en la práctica intentar aplicar las recetas del menemismo de entonces.
Lo que no los diferencia en esa pugna del voto a voto es la campaña in crescendo a través de las redes sociales para ensuciar a uno y otro candidato.
Desde el kirchnerismo proliferan los voceros ad hoc que buscan demonizar a Macri para “advertir” (sic) lo que puede pasar si llega al sillón mayor.
Esa campaña del miedo, a la que los internautas denominaron “Bu!”, invirtió la lógica: le tomaron el pelo a los ideólogos de la chicana y con humor devolvieron el golpe. Fue el peor bumerang.
El macrismo tampoco se queda atrás en eso de agitar fantasmas del pasado o aventurar un futuro alarmante. Pasan boleta por la gestión de Scioli en Buenos Aires, lo tratan de títere de Cristina, le achacan la portar pesadas “mochilas” como Aníbal y Zannini  y sostienen que de ser ungido presidente va a acentuar la crisis económica. 
Conclusión de Perogrullo: si la campaña no es limpia, más serán los votos que pierdan que los que ganen.

(Diario UNO, 4 de noviembre de 2015)
Los lados de la vida, de José Luis Menéndez. Ediciones Alphalibros. 179 págs.

Si algo confirma a priori un libro como Los lados de la vida es que la poesía es bastante más que la sobrevaluada inspiración; es un arduo trabajo a lo largo de los años en pos de esquivas respuestas que justifiquen las recurrentes preguntas acerca de los temas que forman parte del vademécum esencial de todo bardo. “La duda es la religión de los poetas”, reafirma el autor.
José Luis Menéndez ha construido una obra con “etapas bien diferenciadas, las que llevaron al poeta a abarcar una vasta gama de sentidos”, como bien marca Luis Benítez en la presentación de esta selección que incluye desde sus poemarios más recordados como Juego sin límites y Reunión con Poe hasta aquellos que se fueron macerando a la espera de su turno, como Tendrá tus ojos, Casa de palabras y Como la Maga. 
La poesía de Menéndez conjuga con oficio la sensibilidad de aquel que sostiene que “la palabra es la medida de todas las cosas” con la “realidad inmediata” (lo político, lo social, lo que acucia) sin que eso prostituya el natural lirismo de su permanente búsqueda. 
Él define a ese viaje global como “visión poética de la vida”, lo que implica que su tarea no se limita a la confección de poemas a ritmo fabril (y febril) sino también a reflexionar sobre el proceso, tal como ha hecho en los recomendables Odiseo en la ciudad, Acto de fe y el nuevo proyecto que incuba, titulado Oficio de lector. 
Menéndez reconoce que escribe “por el gusto de asumir un derecho. Aunque fuese parcial, erróneo, rebatible, nuestro derecho”. 
Derecho a preguntarse qué otra cosa es la poesía si no “la eternidad posible/ de un dios perecedero”. 
O acaso el irrenunciable derecho a la salvación, ya que, Menéndez dixit, “todo se hace para el olvido”.

(Diario UNO, suplemento Escenario, 12 de febrero de 2017)
Al mejor estilo del perro que se muerde la cola, como país seguimos tropezando con las mismas piedras. Tamaña torpeza tiene un costo social, político y económico altísimo que no dejamos de pagarlo una y otra vez, como si esa simbólica erogación no tuviera impacto en la vida de todos los argentinos.
Cuando a través de las urnas se delega el poder  en aquellos que nos representarán en funciones claves de la gestión pública, ponemos una gran cuota de confianza, mucha expectativa, pero también nos compromete a ser fiscales de lo que hagan o dejen de hacer.
Por esa razón, esos representantes –desde un edil hasta el mismísimo presidente– tienen que escuchar las demandas genuinas de la población. 
No están ahí para enriquecerse ni beneficiar a los suyos, aunque esto sea lo que viene ocurriendo desde años ha. 
Hacerse eco de los reclamos sectoriales requiere de oficio, tacto y sensibilidad, características que, al menos hasta ahora, el gobierno de Mauricio Macri sigue sin mostrar. Dígase a su favor el haber descomprimido la tensión en material comunicacional, donde las voces críticas ya no sufren el escarnio de quien conduce las riendas del país.
Pero esto resulta 
insuficiente si temas esenciales para la vida de todos, como la seguridad, el empleo, la inflación y la salud, no son abordados como políticas de estado ni están a la cabeza de la agenda presidencial.
El diagnóstico, suponemos, ya lo tenía claro al momento de asumir. Mucho más lo debería tener ahora tras 9 meses de gestión. El “changüí” de adaptación, que por lo general  suele ser de tres meses, ya lo tuvo. Es decir que no es una cuestión de tiempo definir o redefinir el rumbo.
Las marchas y contramarchas en virtud del equívoco manejo de la actualización de las tarifas puede, como aspecto positivo, servir de enseñanza para abordar el tiempo que aún resta para concluir los cuatro años de gestión de Cambiemos.
Escuchar las demandas sociales, las sensatas obviamente, es parte del mandato implícito en cada voto. No hacerlo sería un error y un acto de soberbia como el de todo aquel que una vez que ocupa el sillón más alto se autoconvence de que está ahí sólo por sus virtudes, no por la suma de lo suyo y lo de los demás que confiaron en él. 

(Diario UNO, 7 de setiembre de 2016)
Aún falta un buen trecho para que los argentinos seamos –y vivamos en–una sociedad transparente. 
Una sociedad donde se respeten los códigos más elementales de la vida en democracia y donde no sean las redes sociales las que tengan que revelar, en su perversa lógica del todo vale, aquello que debería conocerse una forma más simple y seria.
La reciente aprobación de la Ley de Acceso a la Información Pública y la difusión de las declaraciones Juradas de Magistrados y funcionarios del Poder Judicial de Mendoza son dos buenos ejemplos de un cambio para celebrar.
Aunque ambas acciones sean perfectibles y dejen cierto margen a la especulación, es una valiosa señal que se deje atrás la cuestionable política de esconder información relevante que debería ser de dominio público. 
Que esa cerrazón haya persistido tanto tiempo no hace más que darle entidad a las especulaciones populares.
“Si no difunden tal o cual dato es porque algo esconden”, sería la síntesis de lo que la calle elucubra cuando le dan pie.
Debieron pasar 15 años para que el Congreso aprobará (en un plazo infrecuente para su morosa dinámica) una herramienta clave para promover la participación ciudadana en la transparencia y el control en la administración pública.
Esta norma obliga a los tres poderes del Estado, al Ministerio Público, a empresas, partidos políticos, universidades y gremios que reciban aportes públicos, a responder –en un plazo no mayor a un mes– las solicitudes de información que eleve cualquier ciudadano.
En cuanto a las declaraciones juradas de los magistrados y funcionarios de la Justicia local, se trata de una antigua demanda a uno de los poderes menos auditados y con mayores 
prebendas del sistema estatal. 
El Poder Judicial se jactaba de no rendir cuentas como sí debían hacerlo el Ejecutivo y el Legislativo. Ser parte de esa burbuja benefició a muchos por demasiado tiempo y abrió un cúmulo de lógicas especulaciones. 
En un contexto donde se supone que la transparencia vuelve a ser parte de los valores a promover, la lupa hoy se posa sobre ellos para equilibrar un poco la balanza. Ya era hora. 

(Diario UNO, 19 de setiembre de 2016)
Quienes trabajamos todos los días con las palabras sentimos que, frente a casos como el Zulema Vargas, nos quedamos sin ellas. O que no nos alcanzan para dimensionar su tragedia personal.    
Esta mujer de 25 años, integrante de una familia numerosa que trabaja la tierra en Chapanay, perdió un embarazo de siete meses a raíz de la brutal golpiza que recibió de parte de dos asaltantes que irrumpieron violentamente en su humilde vivienda.
La desmesura del ataque, que incluyó golpes a un hermanito de 5 años, tuvo como colorario 
–además del daño irreparable de una vida– el singular botín dos celulares y ocho litros de nafta.
El hecho ocurrió el mismo día en que, también en San Martín, lograban dar con el cadáver del comerciante de 58 años que era buscado intensamente desde el domingo.
Sin embargo, para la mayoría de los medios el caso de Zulema mereció un espacio secundario, casi marginal. Como si se no se hubiera dimensionado la gravedad de lo ocurrido a esta joven.
También aquí había una vida malograda. Una vida que ni siquiera tuvo la oportunidad de llegar al mundo porque los asesinos se ensañaron con una madre indefensa.
Decir que ella vive en una zona insegura, donde es frecuente que asalten a los lugareños, no facilita el análisis ni alcanza para justificar lo irracional. 
En todo caso, cuestiona aún más la falta de respuesta de una fuerza policial que no puede frenar el avance del delito en ese distrito.
La impunidad con que se mueven los delincuentes en Mendoza no acusa –aún– recibo de   los tantos proyectos que se vienen aprobando en la legislatura provincial con el objetivo de dinamizar la justicia. 
El derrame de esas iniciativas todavía no llega a las calles, donde los motochorros siguen siendo amos y señores, y a punta de pistola aterrorizan, roban y hieren a diario a los ciudadanos de a pie.   
En tren de creer que algo siempre se hace, ayer se detuvo a uno de los sospechosos del asesinato del bebé de Zulema. 
Hacer justicia por ella y su pequeño, pero también por otros tantos mendocinos que padecen alguna de las formas del delito, es una obligación y un compromiso que los responsables del área no pueden demorar a cuenta de futuras leyes. 

(Diario UNO, 27 de agosto de 2016)
Sorprende que la mayoría de las encuestas de opinión estén encabezadas por la preocupación que expresan los argentinos por la inflación.
A contrapelo, la agenda de los medios suele estar encabezada por los recurrentes hechos de inseguridad. ¿Quiere decir acaso, como suelen señalar, incómodos, los gobernantes, que es la prensa la que instala la sensación de inseguridad, en lugar de optar por aspectos más benévolos del acontecer nacional?
Aclaremos desde el vamos: ni se trata de “sensación”, ya que son hechos concretos los homicidios, robos y ataques brutales de cada día; ni son los medios los que fuerzan la realidad para que a través de los diarios, las radios y la TV los ciudadanos de a pie crean como autómatas que viven en el peor de los mundos.
El drama de las víctimas del delito representa un testimonio por demás elocuente de lo que padece cualquier argentino, viva en el conurbano bonaerense, en la narcótica Rosario o en Colonia Segovia. 
Lo preocupante, lo que habilita un vehemente llamado de atención a los gobernantes de turno, es que la reacción frente a este avance notable de la delincuencia no es proporcional.
Lo esperable es que se actúe de la mano de la ley, no esta inacción cuasi desidia 
que se percibe con alarma.  
La peor respuesta es naturalizar que sea “cosa de todos los días” que una persona inocente muera en un asalto, por lo general, sin haberse resistido, o que un ladrón sea la víctima de aquel que ya no cree en la justicia.
Desde las altas esferas argüirán que se están modificando leyes y ordenanzas atrasadas o poco efectivas, que se compran móviles para patrullar o que incorporan más efectivos policiales. 
El problema es que al no ejecutarse como una férrea política de Estado, que baje desde el mismísimo Presidente de la Nación y cuente con el compromiso real de los gobernadores, los intentos seguirán siendo tan parciales como carentes de efectividad. 
No debería repetirse aquella triste escena del mediático jefe de Gabinete que, ante el robo de su preciado auto de alta gama, admitió avergonzado que la inseguridad no era una sensación. 
La calle está haciendo oír su voz. No escucharla, más que un error, sería prácticamente ponerle la firma a un certificado de defunción generalizado.

(Diario UNO, 22 de setiembre de 2016)

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