En breve, la Argentina cumplirá 31 años de vida democrática. Un aniversario que debería ser motivo de celebración, aunque con el paso del tiempo -y en buenahora- nos hayamos acostumbrado.
Ese número no es un dato menor en la accidentada historia de un país que padeció tantos golpes contra la institucionalidad que realmente amerita valorar cada año que se ha vivido en democracia desde fines de 1983 hasta el presente.
El hecho de que se haya naturalizado el vivir bajo el imperio de la Constitución ha generado, paralelamente, que con el paso de las elecciones exista menos entusiasmo para expresarse a través del voto.
Para algunos, pareciera que ya no tiene el mismo valor que antes ir a sufragar. En otras palabras, que la consolidación del sistema no necesita de esa pequeña gran cuota de expresión ciudadana. 
Dejar atrás los años de plomo no fue una tarea nada fácil. En las Fuerzas Armadas aún quedaban nostálgicos que no se resignaban a perder el escaso capital de poder que les quedaba.
Ganar esa pulseada no se logró de un día para el otro. Mucho tuvo que ver la convicción demostrada por los votantes cada vez que había que elegir autoridades.
Se trataba de volver a marcar territorio. De decir esta es nuestra potestad y vamos a defenderla pacíficamente. 
Votar, entonces, como una profesión de fe. Poniendo el cuerpo, pero esta vez sin dirimir las diferencias ideológicas a través del lenguaje de la violencia. 
No siempre salió bien. Equivocarse también es parte de las reglas de juego de la democracia. Nadie puede enseñarnos a elegir bien, a no errarle con ese candidato al que se le da un crédito que rara vez sabe utilizar correctamente.
Aunque en el presente la crisis económica, las provocaciones de los popes gremiales que no se avienen a las reglas del juego democrático y las idas y vueltas por los fondos buitres estén en el centro de la escena, el sector político no deja de tener un ojo puesto en el 2015.
Desde ya se puede avizorar un escenario  intenso, que tendrá varios capítulos decisorios, entre las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias y posteriormente las generales, de las cuales saldrá el sucesor de Cristina Fernández.
Si se desdoblan las PASO y en las presidenciales no hay ganador en primera vuelta, esto implicará ir cuatro veces a las urnas. 
Ojalá en lugar de maldecir como si fuera un castigo cumplir con ese acto, nos alegremos de seguir decidiendo nuestro destino.

(Diario UNO, 21 de setiembre de 2014)
Entre los miles, tal vez millones, de videos que se viralizan por día a través de las redes sociales exaltando la estupidez y la frivolidad, vale detenerse en uno que se originó en Chile.
El hecho ocurrió en un transporte público que circula diariamente entre las ciudades de Concepción y Penco. 
En la grabación registrada por las cámaras de seguridad se puede ver cómo el chofer de un colectivo sorprende a todos con un gesto inhabitual: se para y le ofrece el asiento a una mujer que iba parada con un bebé en sus brazos.
El conductor, que tuvo esa reacción al ver que nadie le cedía un lugar a la joven madre, logró el efecto buscado ya que un par de personas se levantaron. Sólo dos. Incluso un hombre, al que ve muy cerca de la mujer, ni se dio por aludido.
Parece una anécdota y lo es, pero refleja algo que se ha naturalizado también por este lado de la cordillera.
Gestos elementales de convivencia, como los buenos modelos que nos enseñaban de niños en la casa y la escuela, se han perdido. 
Han pasado de moda como el hit de turno.
Subir al micro y saludar, ceder el paso o el asiento, son códigos de urbanidad que quedaron en el ayer.
Hasta en los lugares de trabajo es común observar que las nuevas generaciones ven en el saludo más elemental un gasto innecesario de energía.
Esto que puede parecer un tema irrelevante, para otros es fundamental en pos de un apropiado clima laboral. 
El caso del colectivero chileno tuvo mucho eco, sobre todo en aquellos que destacaron que lo elemental para educar es el ejemplo.
Qué lejos quedaron aquellos “por favor y gracias” que madres y maestras solían repetir cual mantras para que no los olvidáramos. 
La buena educación, aseguraban ellas, abre todas las puertas.
Sin dramatizar, hoy son más las puertas que se cierran, producto de un ensimismamiento al que abonan los adictivos celulares, las tablets y demás opciones tecnológicas que no hacen otra cosa que desconectarnos del mundo real. 
Lógicamente, no es un ítem de los que se debatió en el nuevo código de convivencia urbana que se aprobó ayer en Capital. 
Sin embargo, tiene muchos puntos en común. El más importante, sin dudas, el respeto por el otro. 

(Diario UNO, 22 de octubre de 2014)
A un año de las elecciones generales del 2015, los candidatos se multiplican como los peces bíblicos. 
Todo el tiempo, un nombre se suma a otro, pero lo que no se incrementa es el caudal 
de ideas para lograr que Argentina de una vez por todas juegue en primera.
El que está en el gobierno -sea éste nacional, provincial o comunal- está convencido de que su rumbo es el correcto. 
Y quien está en la oposición, o se anota para ser quien suceda a Cristina Fernández de Kirchner, asegura a los cuatros vientos que está todo mal y ya oteamos el precipicio.
Un clásico de la política argentina desde años ha.
Con más razón entonces, urge que afloren las ideas, las propuestas, la búsqueda compartida de una visión integradora de país.
En ese sentido, Brasil nos saca varios cuerpos. Por ejemplo, en debates presidenciales.
En una reciente columna de opinión, el periodista y empresario Daniel Hadad plantea un dato que debería alarmar: “Pasaron treinta años desde el ansiado retorno a la democracia y aún no pudimos presenciar una discusión intelectual entre aquellos que se postulan para liderar la Argentina”.
En cambio, en los pagos de Neymar y Caetano Veloso está práctica juega un papel estratégico.
A tal punto, que en esta campaña que culmina hoy con la definitoria segunda vuelta, no han sido uno o dos esos debates sino que fueron ¡ocho!
¿Y por qué son tan importantes y ningún candidato les rehúye ? Porque en ellos se pone en juego un anticipo de las líneas directrices que cada candidato seguirá en caso de acceder al cargo mayor.
Que Dilma Rousseff haya debido explicar (o al menos intentarlo) las denuncias de corrupción que pesan sobre su gestión, es una situación impensada para un país como el nuestro. 
En la cuenta regresiva hacia las Paso y las presidenciales del año próximo, lo que se ve y lo que se escucha hasta aquí es más de lo mismo. Es como el famoso “caset” que se les critica a los futbolistas.
La percepción de la calle es que se opina demasiado y con escasos datos reales.
Estudiar, prepararse y luego animarse a un debate a fondo, son pasos que hasta ahora los principales candidatos no parecen dispuestos a dar.
Hacer  valer nuestro voto debería ser el mejor mensaje. Pero no siempre alcanza.

(Diario UNO, 26 de octubre de 2015)
Una de las tantas críticas que suele recibir desde afuera la Argentina es que se trata de un país “imprevisible”.
Por lo general, este calificativo se asocia  a lo económico, en el sentido de que los inversores extranjeros consideran que no hay garantías jurídicas y financieras sólidas para desembarcar con sus proyectos.
En cambio para el argentino medio, éste es un país “previsible”. Sabemos, por ejemplo, que cada tantos años de bonanza vendrá una crisis para ajustarse el cinturón. Y así hasta que baje el agua.Tenemos sobrada experiencia al respecto. 
En esa suerte de efecto cíclico en que de tanto en tanto vivimos una sensación de déjà vu, hay varias profecías autocumplidas.
Una “de cajón” es el paso a Chile. Llegan las vacaciones de verano y los mendocinos que apuntan proa hacia las playas del Pacífico saben que tendrán que padecer eternas colas para hacer los trámites en la aduana. 
Pasarán los años y los gobiernos, pero ese dolor de cabeza se repetirá casi calcado.Similar situación se vivirá en invierno, cuando a raíz de la nieve que bloquea el paso cientos de camiones quedarán varados a la espera de que amaine el temporal.
En esta misma lógica de previsibilidad, cada fin de año se repite una situación más preocupante y compleja.De la mano de la crisis y de quienes hábilmente se valen de ella para sus fines políticos, unos meses antes de Navidad comienzan a avivarse los fantasmas de los saqueos.
Desde aquel 2001 que culminó con el presidente De la Rúa huyendo en helicóptero y una revuelta social ganando las calles, cada diciembre produce un efecto bastante particular.Se unen el cansancio de todo un año con la sensibilidad propia de las fiestas y la percepción de que los números otra vez no cerraron.Un cóctel peligroso que este 2014 vuelve a agitarse y que, por suerte, empieza a activar a tiempo los necesarios antídotos.
La imprescindible precaución está en marcha a través de una cuantas acciones que buscan evitar que triunfen los verdaderos antidemocráticos. 
La política ya se ha puesto en acción a través de reuniones con los supermercadistas (principal objetivo de los saqueadores), referentes sociales, servicios de Inteligencia y todos los organismos de Seguridad. 
También para defender la paz hay que buscar esa estratégica previsibilidad. Es la única forma de no ceder ni al miedo ni a los agitadores.  

(Diario UNO, 19 de octubre de 2014)