Hay que escuchar la voz quebrada en el teléfono, el esfuerzo que hace para no llorar y decir lo más difícil que uno puede esperar que diga una madre: “Mataron a mi hijo; busco justicia pero nadie me escucha. En estas elecciones nadie habló del tema de la inseguridad, ¿usted puede creerlo? ¿Cómo se hace para ir a votar cuando a nadie le importa lo que le pasa a los demás?”.
Hay que escuchar a la mujer, a la voz en tiempo real, para que lo que ya se nos tornó en algo de todos los días en los medios pase a tener carnadura humana, un dolor con nombre y apellido.
Esta mujer, de la que no es necesario exponer aquí su identidad, resume el padecimiento de tantos padres en similar situación. Cuesta olvidar su voz, cuesta como padre no intentar ponerse en su lugar, diría que es imposible. Su impotencia, en cambio, sí es contagiosa, sí es pasible de sumar al reclamo generalizado de que así no se puede seguir (viviendo).
Como se trata de un tema espinoso, de esos que suele tapar la última pelea del jurado del “Bailando por un sueño” o la venta de un jugador argentino en millones de euros, ningún candidato se mostró urgido por contar con ideas y respuestas para revertir, o al menos intentar frenar, el imparable tren del delito. Hasta “suena” entendible que, por todo lo que conlleva de profundo y complejo, no haya sido uno de los ejes de ninguna campaña en las recientes elecciones primarias.
Al menos en Mendoza, el antecedente más cercano (e incómodo) es el del actual gobernador Celso Jaque, quien ganó en el 2007 con un caballito de batalla más que tentador para el votante crédulo: reducir el delito el 30% durante los primeros seis meses. Al tiempo, esos 180 días confirmaron que la promesa había sido incumplida y, seamos sinceros, desde entonces el panorama delictivo poco ha cambiado en la provincia.
Y en honor a la verdad, hay que decir que tampoco la oposición se calzó el sayo para estar a la altura de lo que se espera de nuestros dirigentes, sobre todo en temas tan sensibles.
Inevitablemente, uno termina sintiendo que es cierto -aquí y en cualquier punto del país- lo que el escritor Raúl Silanes escribe en un poema de su libro La iluminada: “En el gobierno dejan los teléfonos descolgados / por si Dios quiere comunicarse”.
Por suerte para ellos, sean referentes del oficialismo o de la oposición, la voz de esa madre que perdió a su hijo no los sorprenderá nunca en sus celulares. Ella, nos dice, ya está muy cansada de que no la escuchen y no quiere hablar con ellos. Eso sí, pide, ruega casi, que no dejemos de reclamar justicia por su hijo. Y por tantos como su hijo.

(En Diario Los Andes, 26 de agosto de 2011)
Enrique G. tenía algo de Bartleby en eso de preferir “no hacerlo”. El tramaba libros pero sólo llegaba -ex profeso- hasta los títulos. Más extrovertido y simpático que el oscuro personaje de Melville, el mendocino Enrique G. solía mostrar -a unos pocos- interminables listados de títulos, muchos de ellos poemas en sí mismos (aunque él no lo supiera o, tal vez, lo diera por supuesto). Hasta donde sabemos, jamás concretó ninguno de esas obras sólo pergeñadas en su imaginación. Con su muerte se llevó el secreto. Quiero creer que esos libros eran los que él esperaba como lector y rara vez lograba encontrar, detallista y jodido como era para conmoverse con cualquier cosa. Un soñador, pero no el único. A lo Lennon.
Los imposibles. En “La biblioteca de los libros imaginarios”, su reciente libro de ensayos, el austríaco Alexander Pechmann cita a Borges: “Basta que un libro sea posible para que exista”. Lo cual, traducido al modus operandi de Enrique G., significa peligro o milagro en ciernes, un vendaval de historias que pueden dejar de ser una posibilidad para transformarse en algo cierto. Pero tampoco se trata de ser tan literales. Hugo Caligaris, director de ADN cultura, ironiza pero da en la tecla: “La frase tiene el peso de un mandato: todo ser humano debe tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Pero no dice que además haya que publicarlo”. Volviendo a Pechmann, su faena consistió en recopilar una serie de obras que, por accidente o casualidad, simple descuido o a propósito, se perdieron o fueron destruidas por sus autores o su (oscuro) entorno. Hemingway, Melville, Safo, Lowry y Cendrars, son algunos de esos autores que dejaron, al margen de las biografías, huellas de sus libros imposibles.
Hacete la película. “Mental movies” es un proyecto interdisciplinario de la editorial argentina Clase Turista que reúne literatura, música y artes visuales. Aquí, la imaginación es todo: la pantalla, la butaca y, por qué no, el pochoclo. La consigna consistió en encargarle a cinco escritores y/o guionistas que escribieran -en 10 mil caracteres- la película que les gustaría hacer si Hollywood pusiera en sus manos el presupuesto necesario para concretarla. Artistas visuales diseñaron los afiches de esos films apócrifos y otros tantos músicos compusieron sus bandas de sonido. Lola Arias, Pablo Katchadjian, Juan Terranova, Iván Moiseef y Leonardo Loyola fueron quienes desde sus textos dirigieron estas películas mentales.
En banda. En plan similar, pero en 1995, la banda irlandesa U2 se unió al músico y productor Brian Eno para concebir “Passengers: Original Soundtracks 1”, canciones de bandas sonoras de películas inexistentes como “Miss Sarajevo” (con la voz de Luciano Pavarotti), “Elvis ate America”, “United Colours Of Plutonium” y “Always forever now”, entre otras. El booklet contiene una síntesis argumental de esos films imaginarios que incluyen nombres de directores y países de origen debidamente inventados para que lo verosímil no desafine con el resto.
Lo que (no) hay. Creado por el actor, músico y profesor James Franco, el Museo de Arte No Visible (MONA) es definido como “una extravagancia de la imaginación”. En él sólo existen los títulos de las obras más no, como es de esperar, las obras. También acá el espectador es quien debe completar la ¿creación? haciendo propio para la plástica el “democrático” concepto de autoría de Lautréamont al sostener que “la poesía debe ser hecha por todos”. Según el protagonista de 127 horas, “el objetivo de este museo es crear un mundo paralelo integrado de imágenes y palabras que no es visible, pero es real, tal vez más real que el mundo de la materia. Y también está a la venta”. De hecho, la modelo, actriz y productora de páginas web Aimee Davison compró una instalación invisible, titulada “Aire puro”, a ¡10 mil dólares!
Este museo, como los libros imaginarios, las películas mentales y los soundtracks apócrifos, confirman que no siempre lo que ves es lo que hay. Más bien, todo lo contrario.

(En suplemento Cultura, Diario Los Andes, 20 de agosto de 2011)

Rubén Valle comenzó su recorrido por la literatura, a la que apostó en un concubinato estrecho con el periodismo, en el mítico grupo de poesía "Las Malas Lenguas", que integró en los '90 junto con Luis Abrego, Patricia Rodón, Carlos Vallejo y Teny Alós.
Hoy se manifiesta optimista frente a las posibilidades de las nuevas tecnologías, dice que los escritores independientes también deben ser críticos consigo mismos e invita a salir a leer poesía, porque asegura que sin público no se cierra el círculo creativo.
-¿Qué opinión te merece la Feria del libro de Mendoza?
-Por poco que ofrezca la Feria del libro es un espacio que es necesario y tiene que existir, como la de Buenos Aires, salvando las distancias. Son lugares donde participan muchísimos escritores pero generalmente las ferias están en función del mercado, aunque acá ese mercado no exista y termine siendo un espacio nulo para los escritores mendocinos. El problema es que, más allá de que Ediciones Culturales de Mendoza puede vender las producciones de los escritores locales, no se establece un puente sólido con los lectores. La feria es algo que se tiene que hacer una vez al año, que se cumple como un mandato y hay que hacerlo.
-Parece una contradicción con la gran cantidad de producciones independientes locales…
-Sí, el tema es si a esta gente le interesa estar ahí. Creo que hay que saber utilizar todos los espacios, mientras nos sirvan para llegar al lector, que es lo que nos debe importar para salir del ghetto de leernos entre amigos. También los escritores tenemos que hacer un mea culpa sobre lo que escribimos, porque si no genera ningún enganche en el lector no sirve de nada que tengamos una feria especial para nosotros.
- ¿Qué opinás del boom de los ciclos de lectura de textos?
- Hay mucha más producción que consumo en la poesía, de hecho los que leemos en estos ciclos somos los mismos que consumimos este tipo de propuestas. Pero es una discusión que excede a Mendoza, pasa en Buenos Aires, en Rosario o a nivel mundial. La poesía se ha manejado en circuitos acotados y es natural que eso ocurra, porque no es fácil ser lector de poesía. No requiere de una inteligencia superior, sino de cierta actitud y sensibilidad y no todos están dispuestos en estos tiempos a sentarse a escuchar.
- ¿En qué se diferencia un lector de novela con uno de poesía?
- Una novela no exige más que prestar atención y una historia, con mayor o menor enganche. La poesía en cambio exige cierta predisposición a la lectura, cierta sensibilidad, sin embargo es un género que hoy muestra una gran vitalidad.
- En tu vida se mezclan el periodismo y la literatura. ¿Cuál llegó primero?
- Crecieron paralelamente, me cuesta mucho disociar una de otra. más allá de que cada una de estas actividades requiere de una concentración distinta. Pero en un punto las disciplinas se tocan. No creo que estén en veredas opuestas, al menos en mi caso, y se retroalimentan bastante.
- Recordás una situación concreta en que una trajo a la otra…
- No pocas veces esa resonancia de estar abierto a las palabras me ha llevado a releer un hecho periodístico desde lo poético. Me acuerdo de una noticia policial donde la foto era un zapato, solo, que era mucho más terrible y explícito que ver un cuerpo mutilado. La soledad que rodeaba ese zapato pedía a gritos un poema, que escribí a partir de la foto hace algunos años. También me pasó con la guerra de Irak. Me parece que lo importante es que no sea una cuestión programática, que tengo que escribir una poesía periodística. Esto era mucho más común en los años 60 donde había una poesía más social. Siento que en estos últimos años he ganado en claridad y tender puentes hacia el lector y hacer más inteligible el mensaje poético.
- ¿Es una contradicción que el poeta tenga una rutina para escribir?
- El poeta es anárquico, en su método de creación, más que a la hora de plasmarlo. Uno escribe en los huecos que se genera, fuera o dentro del trabajo, y si a mí me sucede lo segundo, al menos bosquejo la idea en el momento.
- ¿Las imágenes poéticas tiene algo de explosivo, de urgente en la forma en que nacen?
- Totalmente. La inspiración como una musa que se aparece no existe, sino como una sensación casi física de necesidad de que esa palabra, una imagen que nos hizo ruido salga, se manifieste y tome forma. Después hay una parte que no es tan anárquica, al menos en mi caso, que pasa por trabajar los poemas que requieren una cierta maduración. Uno primero baja la información, pero después eso se ordena en libros, unos encajan, otros no. Cuando uno escribe no planifica de una manera estricta hacia donde va a ir, salvo que tenga un tema o un tono y construya en función de eso. En mi opinión la poesía no requiere menos trabajo que una novela, sino que ésta precisa de una construcción sistemática, lógica donde los personajes tienen que ir madurando. En cambio la poesía tiene otros tiempos, otra destilación. Hay veces que uno siente que el poema está listo y aparece otra palabra y es un lugar común que uno no termina sino que abandona el poema. Borges, por ejemplo, no dejaba de tocar los poemas, tenía miles de versiones desde la publicación original hasta las obras completas. Tocaba los títulos, hasta versos enteros, lo que me parece un recurso válido.
- ¿Qué pasaría en tu vida si sólo te dedicaras a la poesía?
- Sería una situación idílica poder dedicarse tiempo completo a la poesía, está íntimamente relacionado con la posibilidad de subsistencia ya no están dadas las condiciones en ningún lugar del mundo, para que un poeta pueda vivir de su producción. Pensemos en (Juan) Gelman, que es uno de los grandes de la poesía argentina, no creo que él viva de la producción poética. Quizá a esta altura puede cobrar determinados derechos, pero él escribe en (el diario) Página 12. El periodismo siempre ha sido un pariente cercano de la literatura que permite subsistir en algo afín, que es el mismo amor por la palabra y la confianza en que tiene eco en los demás.
- ¿Hoy está devaluada la palabra escrita en competencia con la imagen?
- No, a la tecnología sacale la palabra y se cae todo. ¿Quién puede sostener un diario, digital o de papel, sin la palabra? En definitiva ésta sigue siendo el eje, aunque sí salta a la vista un empobrecimiento del idioma que es algo en que los periodistas podemos tener un gran compromiso. Hay que leer mucho más, lo que se traduce en escribir mejor, un paso que lleva al otro.
- ¿Como te imaginás a la nueva generación de chicos que crece con Internet y las computadoras?
- Se decía que se iba a escribir cada vez menos y sin embargo los blogs en Internet son un boom. Podemos decir que lo que se escribe es una porquería pero hoy se recuperó el género epistolar, gracias a los correos electrónicos, por ejemplo. Los códigos actuales cambiaron pero igual precisan de la escritura, igual es muy difícil estimar cómo sigue esto. Vamos a ver en 10 o 20 años qué decanta de estos cambios tecnológicos, incluso a nivel poético donde hoy día existe un gran eclecticismo. Un Blog es una gran excusa para escribir todos los días un capítulo de una novela, cuentos, poemas…en un punto me parece positivo. ¿Calidad? Dejo abierto un signo de pregunta.
- ¿Te gustan los libros de poesía asociados, por ejemplo, a la fotografía?
- Tal vez sea muy clásico, pero me gusta nada más que como un soporte en la tapa. Las fotos adentro tienen que ver, para mí, con no confiar del todo en las imágenes propias; como si los poemas no tuvieran suficiente música que hace falta tener que apoyarlos. Inclusive he hecho lecturas con músicos, pero tengo mis reparos porque creo que los poetas teníamos el prejuicio de que aburríamos y necesitábamos música para que la gente no se durmiera (risas). Ahora ya hay muchos ciclos donde no han habido músicos porque a veces la gente se queda con ganas de escuchar más poesía. Participé el año pasado en el encuentro de poesía de Rosario, que lleva 15 años y es el más importante después del de Medellín (Colombia) y ninguna lectura tenía menos de 100 personas. Fue una experiencia fantástica, donde simplemente hay lecturas de poetas, que duran de 10 a 15 minutos, que son presentados por un locutor. Van desde las típicas profesoras de letras, hasta alumnos de secundario pasando por periodistas. No hay que tenerle miedo a la simple lectura. Claro que es importante elegir los textos, saber leerlos y buscar establecer contacto con el lector. A mí, por ejemplo, me gusta contar la trastienda en que nació el poema.
-El poeta era un trovador y vivía una vida bohemia...
- Claro, en otros tiempos era alguien que viajaba de pueblo en pueblo y ofrecía su performance, un espectáculo en las tabernas a la gente común, como un músico de gira. Esta figura cambió con el tiempo, pero subsiste de alguna manera. Yo detesto a quiénes toman la poesía como algo terapéutico y prefiero hablar de una tarea profesional, que es una palabra que puede asustar. La poesía es mucho más que catarsis, y para que el círculo se complete tiene que llegar al lector. No es una cuestión de ego, sino que el hecho creativo necesita de la repercusión que tiene en el otro y las múltiples lecturas que nacen de un mismo poema en los cada uno de los lectores. Dentro de los escritores argentinos considero que Osvaldo Soriano es quién mejor logró ese ida y vuelta que genera la escritura clara, sin palabras de más.

(En Mdz, 12 de octubre de 2007)
“¡Quiero ir contigo!”, dice ella al borde del llanto. Con una melosa música de fondo, ésa bien podría tratarse de una línea de diálogo en un culebrón mexicano. En realidad, escuchada en boca de Jimena, maipucina de 5 años, suena bastante diferente. Raro.
Ella es una de los tantos niños que hoy reproducen cándidamente el lenguaje neutro que campea todo el tiempo en los programas dirigidos al público infantil.
“A mi hijo le escuché decirle al hermano 'jala esa cuerda' y el otro día, por ejemplo, nos pidió que le compráramos una cometa, no un barrilete”, cuenta una joven madre a la que el tema al principio le pareció gracioso y ahora ya empieza a preocuparle.
Expresiones como “cállate”, “vete” o “bota ese balón” son cosa de todos los días en canales internacionales como Disney Chanel, Discovery Kids, Nickelodeon o Cartoon Network. En todos ellos, las traducciones apuntan a crear un supuesto “esperanto” latinoamericano que ante todo baje los costos y, palabras más, términos menos, los diálogos se entiendan lo mejor posible. Los psicopedagogos más receptivos aseguran que no hay que encender la alarma. Según ellos, este lenguaje paralelo que los pequeños de la “Generación malvavisco” (como ya la definen algunos teóricos) absorben de dibujitos, series y películas dobladas no habría que verlo como un fenómeno negativo sino todo lo contrario. Se imponen como una buena excusa para trabajar las diferencias lingüísticas desde lo pedagógico en los primeros años de la escuela.
Para la doctora Andrea Kejek, “esta situación es beneficiosa para los menores porque aprenden que una misma cosa puede ser nombrada de diferentes maneras. Lo importante es que tengan, como respaldo, una explicación de adultos y maestros”. Y he ahí la madre del borrego: ¿cuántos padres pueden seguir de cerca este proceso? Salvo, claro, cuando escuchan mencionar “goma de mascar”, “crema helada” o “aparcar el carro” y molestos o sorprendidos más temprano que tarde corrigen a sus hijos “traduciéndolos” al argentino básico.
En la vereda contraria se paran desde padres que dicen “mi hijo habla como un dibujito animado” hasta aquellos que sostienen que la única salida es darle un corte radical, limitándoles la exposición frente a la siempre cuestionada caja boba. Confían que así, mágicamente, menguará el efecto contagioso de esos términos tan ajenos al habla de todos los días.
El psicomotricista Daniel Calmels no es tan optimista al respecto: “El lenguaje universal y neutro genera una gran pobreza de conceptos e imágenes acústicas, porque vacía la lengua de sutilezas y originalidades propias de la historia y la cultura local”.
A principios de los '80, el boom de “El Chavo” en Argentina disparó rápidamente la inquietud acerca del lenguaje “deformante” del exitoso programa mexicano. Escuchar a cada rato “chusma, chusma”, “chanfle”, “se me chispoteó”, “chiripiorca” o “fue sin querer queriendo”, paraba los pelos tanto a los críticos de medios como a los rigurosos padres de entonces.
Pasó el tiempo y muchos de los que se maravillaban -y aún lo hacen- con el humor naïf de la creación de Gómez Bolaños hoy se ríen de aquella falsa alarma.
En todo caso, lo preocupante, antes o ahora, es que todavía haya muchos chicos que no puedan ir a la escuela y en su lugar deban salir a trabajar. No si guardan la carne en la “nevera” o cargan el “balón en la cajuela del carro”.

(En Diario Los Andes, 7 de agosto de 2011)


El primer gesto al ingresar al restorán La Estancia, donde los esperan un puñado de escritores y periodistas mendocinos, lo pinta tal como uno creía que el tipo es: simple e incómodo ante tanto protocolo, gestos tal vez esperables para un actor famoso más que para un reconocido poeta.
El intendente Cornejo le ofrece el centro de la mesa para que presida el almuerzo y Juan, rápidamente, rechaza el convite y se va hacia un costado, como si ser espectador y no protagonista le sentara mejor. A la noche ofrecerá junto al trío de Rodolfo Mederos el espectáculo "Del amor" y Godoy Cruz, a esa altura, ya lo ha declarado "Visitante ilustre" y lo ha mimado como a un abuelo que regresa a casa.
Sencillo desde su imagen hasta su cansina forma de hablar, Gelman irá sumergiéndose en un ida y vuelta fuera de libreto que recorrerá desde el ítem gastronómico, pasando por la literatura -propia y ajena- hasta el fútbol y ese puro cuento que son los premios y la fama.
Ante la irrupción del mozo trayendo un plato de ensalada como salida del canal Gourmet, respetuosamente dirá que prefiere esperar el próximo plato y soltará, rompiendo el hielo ante los expectantes comensales: "Mi padre, cada vez que mi madre ponía ensalada en la mesa, decía '¡sacame ese pasto de acá!". Mientras espera su pollo al disco, prueba un vino tinto al que elogia. "¿Ha tomado buenos vinos?", se le pregunta. "Y, si no los tomo aquí, ¿dónde?", responde entusiasta.
Entre bocado y bocado, los escritores dejan paso a los periodistas que también son y con mucho tacto empiezan a sumergirlo de a poco en una suerte de entrevista informal o, mejor dicho, en una charla deshilachada donde cada uno dirá, preguntará u opinará lo que le viene en gana, sobre todo el autor de "Cólera buey". Ni bien da por concluido su almuerzo, enciende un larguísimo Benson & Hedges que parece tranquilizarlo aún más.
Sin la necesidad ni la obligación de ofrecer un registro cronológico del ping pong con Gelman pero sí de rescatar algunos trazos del gran poeta, vayan unos sabrosos entremeses para ese postre imperdible que por la noche fue la presentación en el teatro Plaza, leyendo sus poemas acunados por el inconfundible bandoneón de Mederos.
El método & el tupper.
A sus 81 años, y prácticamente con un libro por año en las librerías, Juan cuenta su invariable método: "Voy escribiendo y escribiendo. Después de un tiempo reviso eso que escribí y le saco todo aquello que no me parece poesía. Entonces hay un nuevo libro. Por lo general, dejo reposar los poemas, al tiempo los vuelvo a leer y los que no se sostienen, los tiro". Ahí es cuando uno de los poetas ni lerdo ni perezoso le ofrece un imaginario tupper para recoger esas criaturas desdeñadas por el maestro. Gelman ríe avalando la idea. Contra el prejuicio de que aún es un nostálgico de la máquina de escribir, el otro yo de Sydney West sorprende: "Escribo en computadora, es mucho más rápido".
La confesión. Cuando se le señala la brevedad de sus poemas, sorprende (o no) con una revelación poéticamente incorrecta. "Soy poeta también porque soy vago. Yo admiro hasta al narrador más mediocre que puede escribir más de 20 páginas seguidas". Ríe de sus dichos y lanza una profunda bocanada. Sin embargo, el creador de "Mundar" admite que ha tenido tiempos de musas flacas. Que hubo periodos en que no escribió nada de nada, especialmente cuando marchó hacia el maldito exilio. "Una vez me puse a escribir un poema y no me salió. Me fui a dormir muy enojado, pensando que había dejado de ser poeta". Por suerte, el presagio gelmaniano no se cumplió.
Poeta de tablón.
"¿Qué significan los premios? Nada. Nada de nada. No voy a especificar, pero imaginen dónde me pegan los premios. Soy agradecido, pero los premios me incomodan. No te sirven cuando tenés que volver a enfrentarte con la página en blanco". Si bien don Juan acumula en su vitrina los premios Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2004), Reina Sofía (2005) y el trofeo mayor, el Cervantes (2007), con una sonrisa luminosa reconoce que el mejor reconocimiento que ha recibido hasta el momento es que le hayan colocado su nombre a la biblioteca de Atlanta, el club de sus amores. También cuenta que, a diferencia del arco que le regalaron a Palermo, a él le tocó en suerte un pedazo de tablón. "Tal vez salté sobre él mil veces y ahora me lo regalaban a mí", remata con una carcajada.
¿Autocrítico yo? "¿No le gusta leer en público por timidez?, se le pregunta. Y muy serio se sincera: "No, el problema es que leo y mientras voy leyendo me voy dando cuenta de lo que escribí y digo 'cómo pude escribir esto' y ¡encima tengo que seguir leyendo!".
Quién te ha visto y quién te lee. También periodista, Gelman ahora invierte el rol y pregunta: "¿Hay muchos lectores de poesía en Mendoza?". Y escucha con interés: "Como en todas partes; la mayoría de los lectores son los propios poetas. En un círculo vicioso donde nos consumimos unos a otros y, a veces, con suerte, lo rompemos y logramos que público no avisado, como los estudiantes por ejemplo, nos escuchen con ganas y nos sorprendan". En México, donde está radicado desde hace varios años, la situación -cuenta el hombre de bigote frondoso- es muy similar: muchas voces, muchos poetas, muchos libros y pocos lectores.
El mentado equilibrio. Acerca de los temas que aborda su poesía, el escriba que aprendió a leer a los 3 años (nos) corrige y habla de obsesiones. "Lo que creo que ocurre es que la expresión y la obsesión van por caminos distintos. Por momentos se intensifica una y baja la otra, y cuando llega el punto en que se cruzan y se equilibran, es ahí donde sale un buen poema". Tomamos nota.
El otro, el mismo. A pesar de una apariencia de tipo hosco, la calidez y el buen humor son las constantes en la reunión con este puñado de colegas mendocinos. Para muestra, un botón: cuando Gelman relativiza ser un poeta popular, casi un vate famoso, lo niega con una simpática mueca. "Pero a usted, maestro, lo aprecia muchísima gente, tanto la que conoce sus poemas como la que no lo ha leído nunca", se le insiste.
"Sí, claro, especialmente me quiere la que no me ha leído nunca", remata con otra carcajada, y de pronto se para, agradece a todos, dice que ha sido un gusto (ni qué decir para el resto) y antes de poder escaparse, tal vez hacia una reparadora siesta, se somete a las consabidas fotos y firmas de libros, siempre de buena gana.

(En suplemento Cultura, Diario Los Andes, 6 de agosto de 2011)