“¡Quiero ir contigo!”, dice ella al borde del llanto. Con una melosa música de fondo, ésa bien podría tratarse de una línea de diálogo en un culebrón mexicano. En realidad, escuchada en boca de Jimena, maipucina de 5 años, suena bastante diferente. Raro.
Ella es una de los tantos niños que hoy reproducen cándidamente el lenguaje neutro que campea todo el tiempo en los programas dirigidos al público infantil.
“A mi hijo le escuché decirle al hermano 'jala esa cuerda' y el otro día, por ejemplo, nos pidió que le compráramos una cometa, no un barrilete”, cuenta una joven madre a la que el tema al principio le pareció gracioso y ahora ya empieza a preocuparle.
Expresiones como “cállate”, “vete” o “bota ese balón” son cosa de todos los días en canales internacionales como Disney Chanel, Discovery Kids, Nickelodeon o Cartoon Network. En todos ellos, las traducciones apuntan a crear un supuesto “esperanto” latinoamericano que ante todo baje los costos y, palabras más, términos menos, los diálogos se entiendan lo mejor posible. Los psicopedagogos más receptivos aseguran que no hay que encender la alarma. Según ellos, este lenguaje paralelo que los pequeños de la “Generación malvavisco” (como ya la definen algunos teóricos) absorben de dibujitos, series y películas dobladas no habría que verlo como un fenómeno negativo sino todo lo contrario. Se imponen como una buena excusa para trabajar las diferencias lingüísticas desde lo pedagógico en los primeros años de la escuela.
Para la doctora Andrea Kejek, “esta situación es beneficiosa para los menores porque aprenden que una misma cosa puede ser nombrada de diferentes maneras. Lo importante es que tengan, como respaldo, una explicación de adultos y maestros”. Y he ahí la madre del borrego: ¿cuántos padres pueden seguir de cerca este proceso? Salvo, claro, cuando escuchan mencionar “goma de mascar”, “crema helada” o “aparcar el carro” y molestos o sorprendidos más temprano que tarde corrigen a sus hijos “traduciéndolos” al argentino básico.
En la vereda contraria se paran desde padres que dicen “mi hijo habla como un dibujito animado” hasta aquellos que sostienen que la única salida es darle un corte radical, limitándoles la exposición frente a la siempre cuestionada caja boba. Confían que así, mágicamente, menguará el efecto contagioso de esos términos tan ajenos al habla de todos los días.
El psicomotricista Daniel Calmels no es tan optimista al respecto: “El lenguaje universal y neutro genera una gran pobreza de conceptos e imágenes acústicas, porque vacía la lengua de sutilezas y originalidades propias de la historia y la cultura local”.
A principios de los '80, el boom de “El Chavo” en Argentina disparó rápidamente la inquietud acerca del lenguaje “deformante” del exitoso programa mexicano. Escuchar a cada rato “chusma, chusma”, “chanfle”, “se me chispoteó”, “chiripiorca” o “fue sin querer queriendo”, paraba los pelos tanto a los críticos de medios como a los rigurosos padres de entonces.
Pasó el tiempo y muchos de los que se maravillaban -y aún lo hacen- con el humor naïf de la creación de Gómez Bolaños hoy se ríen de aquella falsa alarma.
En todo caso, lo preocupante, antes o ahora, es que todavía haya muchos chicos que no puedan ir a la escuela y en su lugar deban salir a trabajar. No si guardan la carne en la “nevera” o cargan el “balón en la cajuela del carro”.

(En Diario Los Andes, 7 de agosto de 2011)