Hay que escuchar la voz quebrada en el teléfono, el esfuerzo que hace para no llorar y decir lo más difícil que uno puede esperar que diga una madre: “Mataron a mi hijo; busco justicia pero nadie me escucha. En estas elecciones nadie habló del tema de la inseguridad, ¿usted puede creerlo? ¿Cómo se hace para ir a votar cuando a nadie le importa lo que le pasa a los demás?”.
Hay que escuchar a la mujer, a la voz en tiempo real, para que lo que ya se nos tornó en algo de todos los días en los medios pase a tener carnadura humana, un dolor con nombre y apellido.
Esta mujer, de la que no es necesario exponer aquí su identidad, resume el padecimiento de tantos padres en similar situación. Cuesta olvidar su voz, cuesta como padre no intentar ponerse en su lugar, diría que es imposible. Su impotencia, en cambio, sí es contagiosa, sí es pasible de sumar al reclamo generalizado de que así no se puede seguir (viviendo).
Como se trata de un tema espinoso, de esos que suele tapar la última pelea del jurado del “Bailando por un sueño” o la venta de un jugador argentino en millones de euros, ningún candidato se mostró urgido por contar con ideas y respuestas para revertir, o al menos intentar frenar, el imparable tren del delito. Hasta “suena” entendible que, por todo lo que conlleva de profundo y complejo, no haya sido uno de los ejes de ninguna campaña en las recientes elecciones primarias.
Al menos en Mendoza, el antecedente más cercano (e incómodo) es el del actual gobernador Celso Jaque, quien ganó en el 2007 con un caballito de batalla más que tentador para el votante crédulo: reducir el delito el 30% durante los primeros seis meses. Al tiempo, esos 180 días confirmaron que la promesa había sido incumplida y, seamos sinceros, desde entonces el panorama delictivo poco ha cambiado en la provincia.
Y en honor a la verdad, hay que decir que tampoco la oposición se calzó el sayo para estar a la altura de lo que se espera de nuestros dirigentes, sobre todo en temas tan sensibles.
Inevitablemente, uno termina sintiendo que es cierto -aquí y en cualquier punto del país- lo que el escritor Raúl Silanes escribe en un poema de su libro La iluminada: “En el gobierno dejan los teléfonos descolgados / por si Dios quiere comunicarse”.
Por suerte para ellos, sean referentes del oficialismo o de la oposición, la voz de esa madre que perdió a su hijo no los sorprenderá nunca en sus celulares. Ella, nos dice, ya está muy cansada de que no la escuchen y no quiere hablar con ellos. Eso sí, pide, ruega casi, que no dejemos de reclamar justicia por su hijo. Y por tantos como su hijo.

(En Diario Los Andes, 26 de agosto de 2011)