La metáfora es simple: tirarse a la pileta, es decir arriesgar. Recién después, como parte del causa & efecto, se verá si había agua o no. Pero no es eso lo más importante. Lo importante es (dar) el salto. En el arte, como en la vida, ese paso requiere de una generosa cuota de osadía que muy pocos están dispuestos a pagar. Porque, claro, esto también tiene un precio.
Ya sea por probarse en terrenos desconocidos, desafiarse en rubros afines o simplemente para ver qué sale de echarle mano a nuevas herramientas, innúmeros artistas en algún momento de sus trayectorias dan ese mentado salto. De esto puede dar cuenta la popular dibujante Maitena, quien “cansada del dibujo y de sí misma” hace cinco años se sumergió en la escritura de una novela, la recientemente editada Rumble. En sintonía, Hugh Laurie, el carismático protagonista de “Doctor House”, incursiona ahora en la música con su disco de blues Let them talk, tras haber recalado en la literatura con la novela debut El vendedor de armas.
Casi al azar, otros nombres para una lista interminable: Ernesto Sabato pintor, Fito Páez cineasta, Patti Smith fotógrafa, Julio Bocca productor, Jorge Drexler actor, Pedro Aznar poeta...
El punto en común en estos casos es la apelación a una misma palabra para justificar, como si ello fuera un gesto ineludible, el porqué de dar el salto, de probarse el traje de exploradores ad hoc cuando ya tenían ganada su merecida porción de tierra firme. Necesidad es esa palabra. Y el único combustible.



(En suplemento Escenario, Diario UNO, 1 de octubre de 2011)