“Para observar la esencia de los relatos es necesario que el cuerpo propio del narrador se encuentre en el lugar de los hechos o en las cercanías. No se pueden realizar observaciones sobre una pantalla”. Esta definición, casi una sentencia, corresponde al escritor, crítico de arte y pintor John Berger, y forma parte de un memorable diálogo con otro maestro, Ryszard Kapuscinski, en Los cínicos no sirven para este oficio.
Si hay alguien, además de los citados, que hace un culto en eso de poner el cuerpo en un relato es Gay Talese (Nueva Jersey 1932), uno de los padres del otrora nuevo periodismo norteamericano. Desde los ’60 su firma es garantía de calidad en The New York Times, Esquire y The New Yorker, entre otros. Su imperdible Retratos y encuentros (Alfaguara) bien podría oficiar de “resumen de lo publicado”.
Estilista único, sus retratos -sean de famosos o de personas tan comunes como extraordinarias- marcaron una época y son piedra de toque para las plumas de hoy. Talese llevó a la non fiction (como Wolfe, Capote y Mailer) a la categoría de arte. Sus retratos de Hemingway, Fidel, Alí y en especial de Sinatra (su artículo Frank Sinatra está resfriado es considerado un clásico del género), confirman la teoría de Berger: Talese siempre está en lugar de los hechos. A veces como un afable interlocutor, otras como una impiadosa cámara oculta que no dejará huella por analizar.

(En suplemento Escenario, Diario UNO, 29 de octubre de 2011)