Cada final de año impone, además de las consabidas fiestas y sus desbordes gastronómicos, una serie de tradiciones que mucho tienen de rito periodístico, como el de hacer un balance de lo más importante mes por mes y el de elegir el o los personajes que marcaron ese período.
Puestos a seleccionar quién se destacó en tal o cual rubro, lo clásico -más bien lo previsible- es buscar en aquellos que descollaron en lo suyo pero que además tuvieron su consiguiente impacto mediático.
Así, sin pensar mucho y casi al boleo, personajes del año pueden ser tanto Marcelo Tinelli, la Presidenta, Lionel Messi, Gonzalo Heredia o la Mole Moli. Y también, a su modo, Néstor Kirchner, Gustavo Cerati o Marcelo Ferreyra. Eso, claro, pensando en los destacados made in Argentina.
Otro cantar sería si apuntamos al escenario internacional donde Julian Assange, el cerebro del indiscreto Wikileaks, derrota por lejos a los 33 mineros chilenos, al creador de Facebook, Mark Zuckerberg, o a la sucesora de Lula, Dilma Rousseff.
A nivel local, sin escaparle mucho podríamos pensar en un doctor Abel Albino, la combativa Isabel Del Pópolo, el “Cotón” Reveco, Mario Contreras (presidente del exitoso Tomba que clasificó a la Libertadores), el mundialista Diego Pozo, Yésica Marcos, Ricardo Villalba y los arquitectos Eliana Bórmida y Mario Yanzón, para tirar sobre la mesa apenas un arbitrario puñado de nombres.
Allá o acá, aunque nombres sean los que sobran y, así y todo, siempre queden unos cuantos en el tintero, en general los personajes “conocidos” se recortan claramente llevándose su buena cuota de espacio en los medios como para que a la hora del repaso no olvidemos lo que hicieron en este agónico 2010.
Un año que para los argentinos fue ni más ni menos que el del Bicentenario, lo que significó que toda celebración tuviera ese sello patrio en lo festivo y, sobre todo, en lo discursivo.
Pero también fueron “personajes del año” -y con todas las letras- ese vecino, hijo o compañero de trabajo que no apareció en los diarios, la radio o la tevé y que sin embargo estuvo donde debía estar para ayudar a los demás o hizo lo que debía hacer para destacarse en lo suyo.
El que colaboró para apagar el fuego de una humilde casa; el padre que aportó su trabajo en la escuela de su hijo; el policía que ofició de partero; la que colabora cocinando ad honorem en el comedor comunitario; el alumno que se preparó para ser el mejor en las competencias nacionales; el que trabajó de más para ahorrar y tener su propio negocio; el que se unió con otros para mejorar su barrio; los familiares que, en el peor momento de sus vidas, donaron los órganos para proyectar en otros la vida de ese ser querido… (aquí cada lector puede continuar los puntos suspensivos con el ejemplo que guste en función de su propia lista de destacados).
Por todos ellos y por tantos más que ni siquiera sabemos de su existencia pero hacen que este mundo sea un poco más tolerable, se impone levantar las copas.
Brindemos por esos personajes del año que ni siquiera se enteraron que lo fueron.

(Publicado en Diario Los Andes, 23 de diciembre de 2010)
“El Biblioburro es un muchacho que viene sobre un burro y trae libros”. La simple y certera definición se escucha en boca de una pequeña como parte de un documental que puede verse en YouTube. Ese muchacho es Luis Humberto Soriano, oriundo de Magdalena (Colombia), y se presenta así: “Soy la persona que conduce a través de estos campos la Biblioteca Rural Itinerante Biblioburro”.
Para este maestro de primaria, desde niño la biblioteca representó un lugar mágico, un refugio ante esas obligaciones que tanto presionan a un chico (ir a la escuela, a misa, hacer los mandados). Pero otros niños no tuvieron su misma suerte; iban a la escuela en medio de la selva pero no contaban con libros para hacer sus tareas.
Eso fue más que suficiente para inspirar su quijotesco proyecto. Si los niños no tenían biblioteca, pues había que inventar una. Y este profesor la inventó a fines de los años '90. El capital inicial de su librería portátil fue de 70 libros y una modesta mesita plegable.
Consciente de que los chicos de campo adentro nunca podrían ir a esos templos del saber, Luis fue a ellos cada fin de semana. Y no lo hizo solo: contó con la inestimable colaboración de la burra Alfa y el burro Beto.
El profesor definió desde el vamos su “área de cobertura”: ir allí donde los “peladitos” están lejos ya no sólo de los libros sino de las más elementales comodidades para avanzar en su aprendizaje. Mapa de por medio, este joven graduado en literatura española montó su asno y sin más GPS que sus ganas partió hacia los montes como si fuera el protagonista de uno de esos cuentos que suele contarles a los pequeños con indisimulada pasión.
A esos niños que van creciendo en medio de situaciones violentas, extremas, con su proyecto Biblioburro (el mismo que ya figura hasta en Wikipedia) Luis sueña con “cambiarles la vaina a los peladitos” y que “tiñan el mundo del color que a ellos les dé la gana”.
A partir de la repercusión que obtuvo esta original patriada cultural, Luis logró que se multiplicaran las donaciones de libros, más escuelas empezaran a tener bibliotecas y que los padres también se sumaran colaborando con más burros o en la “logística”. En el 2008 su asnoteca ya acumulaba 4.800 ejemplares, entre cuentos, novelas, enciclopedias y diccionarios.
El profe ejemplar muestra más visión que un ministro de Educación. Escuchemos:
“Éste es un trabajo para largo plazo, donde vamos a cultivar colombianos con mentalidad crítica, con mentalidad constructiva y con mucha imaginación”. La misma que intenta despertarles instándolos a cerrar los ojos para luego concluir con el universal “Colorín colorado…” al que acompaña siempre una sonrisa de satisfacción.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 5 de diciembre de 2010)
No, no son esos que están pensando. Tampoco aquellos que por años prohibió el cura del pueblo en la película “Cinema Paradiso” y que el previsor proyectorista guardó pacientemente durante mucho tiempo para un día mostrárselos todos juntos a Totó, ese hombre al que de niño le habían vedado la visión de esas muestras de pasión.
Los besos obscenos son esos que, aún lejos de las elecciones, ya empiezan a ofrendar los candidatos (o precandidatos) que aspiran a subirse al podio. De ahora en más, cualquier acto servirá para que los políticos de sonrisa impostada besuqueen a cuanto niño, madre o anciana se les acerquen, sobre todo si hay una cámara -y siempre la hay- que pueda eternizar tan melifluo momento.
¿Quién les dijo que así lucen más humanos, más cerca de la gente? ¿Quién les hizo creer que tal gesto muestra su veta más sensible, menos calculadora? En el todo vale de sumar votos, este tipo de actitudes no sorprende y hasta se podría decir que es la menos dañina para el electorado. Pero haciendo sociología de café es una muestra gratis de lo que vendrá. Parte del combo demagógico que se despliega cada vez que hay que salir a recoger alimento para las urnas.
El manual de los hacedores de la imagen de un político sostiene que esto es necesario. Besar a niños, mujeres y ancianos, reditúa porque -supuestamente- refleja una empatía con los sectores más débiles, más necesitados, donde -otra vez supuestamente- pondrá el ojo ese candidato tan abierto y expansivo en la previa eleccionaria.
No obstante, una vez en el ansiado cargo, lucirá tan cambiado que más de uno se preguntará:“¿Este es el mismo que yo voté?”. Rara vez es el mismo, por eso seguimos tropezando con la misma piedra y nos flagelamos pensando que no aprendemos más. De nuestros errores, claro.
Un consejo, si usted tiene un niño de los que todavía hay que llevar en brazos, cuidado, esos sin duda son los más buscados. Son los que no pueden salir corriendo ni escaparle a los movimientos fríamente calculados de su madre o al ojo clínico del político que en milésimas de segundos ha medido -en un solo paso- a qué distancia está el niño y cuán lejos o cerca merodean los fotógrafos. En un instante, las coordenadas coinciden y el beso obsceno se concreta para el diario de mañana y, por qué no, para la vergonzante posteridad.
¿Que más grave es que no cumplan con lo prometido, que sean ineficientes o, peor, corruptos? Pues claro que eso es más grave, mucho más grave que los besos obscenos, pero si como dice el dicho “por sus gestos los conoceréis”, desde el vamos, desde la campaña misma, la insinceridad se impone como una peligrosa señal de lo que nos espera. A decir verdad, esto ha pasado tantas veces que ya no sorprende, hasta se diría que es esperable como parte del ritual de campaña.
Hoy o mañana será el turno del candidato tal o cual, y más de una madre cholula vestirá a su vástago de fiesta y lo elevará como un trofeo para que las ávidas manos del besuqueador serial lo unja de ventura con su inconfundible sello en la mejilla.
Debo decir que por suerte mi madre no fue de ésas. A lo sumo me ponía de punta en blanco para llevarme a misa. No sé qué fue peor, diría mi padre.

(Publicado en Diario Los Andes, 3 de diciembre de 2010)

Se acerca el fin de año y pareciera que, en virtud de un mandato no escrito, hay que hacer todo a mil. No importa si mal o bien, pero rápido. Lo antes posible. Y en esa esquizofrénica carrera contrarreloj, como es de esperar, el cuerpo pasa boleta.
A las pruebas nos remitimos: en esta época aumentan significativamente las consultas a psicólogos, psiquiatras, gastroenterólogos, nutricionistas, y los ansiolíticos se venden como caramelos.
A esto se le suma la consabida presión de las Fiestas, para lo cual los supermercados nos hacen flaco favor: ¡dos meses antes! instalan la habitual escenografía festiva como si alguien pudiera olvidarse de tales fechas.
Así, noviembre nos recibió en estos centros de compras con una vistosa decoración a base de turrones, panes dulces, sidras y arbolitos de Navidad para todos los gustos. Vaya uno a saber por qué, pero desde entonces las preocupaciones propias de diciembre -a dónde vamos, con quién lo pasamos, qué comemos- se nos adelantaron más de lo debido.
El debate por fechas y destinos de vacaciones también se suma a este alocado menú de fin de año. Hacer números, afilar el lápiz para que esos números estén acordes a nuestros bolsillos, conciliar gustos familiares en cuanto al lugar para desenchufarse unos pocos días, poner el auto en condiciones para el viaje (pedir turno, rogar que no aparezca un desperfecto inesperado, etc), hacer reservas... Pregunto: ¿las vacaciones no se habrán inventado para descansar del preparativo de las mismas?
De esta ola de locura findeañera no están exentos los más chicos. Por estos días están a full con los últimos trimestrales y aquellos que están más complicados apuestan sus últimas fichas para zafar de “llevárselas” o remontar aquellas materias en las que quedaron al borde del precipicio.
Los docentes, por su parte, a cuatro manos preparan los exámenes, llenan planillas, dan últimas oportunidades, y hasta en sueños toman lecciones, califican, mandan a firmar. Ven números (notas) en cada pibe que se les pone enfrente. En este contexto no podemos olvidar el rubro “fiesta de egresados”. Para lo cual habremos de invertir no menos de mil pesos entre tarjetas para la cena y la ropa para tan magno acontecimiento, además de las corridas que implicará colaborar con la logística del “nene” o la “nena” que se nos recibe.
Y en esta cuenta regresiva ellos no podían quedarse afuera. Protagonistas principales, nunca actores de reparto, los políticos de este país muestran una particular excitación cuando se aproxima un año electoral.
Con la previsión que no los caracteriza en temas esenciales, para la disputa en las urnas siempre se preparan con tiempo. Para el caso, tres líderes de la oposición -Ricardo Alfonsín, Eduardo Duhalde y “Pino” Solanas- ya confirmaron que en diciembre lanzarán sus precandidaturas a la presidencia de la Nación.
Después del papelón del fallido debate del Presupuesto en Diputados, lo único que quedó en claro (es un decir) fue un rosario de chicanas y cero mea culpa de unos y otros. La falta de sintonía entre lo que esperan y lo que devuelven a la ciudadanía es para preocuparse, pero en realidad ya se sabe que ellos no se preocupan.
Quién más quién menos llega al final de un año que estuvo marcado por una fuerte impronta histórica -festejo del Bicentenario, muerte de un ex presidente y líder del oficialismo- y una inflación que a algunos parece no quitarles el sueño y a otros (muchos) les inquieta tanto como su devaluado sueldo.
Como suele pasar, independientemente de cómo nos fue o cuán agotados y locos terminaremos este 2010, siempre quedará el esperanzador brindis de los buenos deseos y la expectativa de que lo que viene será mejor. Algunos dirán que es una cuestión de fe; otros, que se trata de ese imprescindible optimismo para hacer que la vida sea vivida dignamente y no como un mero trámite.

(Publicado en Diario Los Andes, 23 de noviembre de 2010)
La asociación creativa entre poetas y músicos registra demasiadas colaboraciones como para revisitarlas aquí y ahora. Lo que en cambio no es tan frecuente es el trabajo mancomunado entre narradores y cantautores. En los últimos tiempos contribuciones creativas de tales características se han dado -y con muy buenos resultados- en marcos sonoros de acá a la vuelta y allende los mares.
Con la generosa arbitrariedad que la caracteriza, Generación Bic eligió tres discos a los que sugiere hincarles el play a gusto & piacere.

Vinagre & rosas. Consciente (o no) de que ya se estaba repitiendo, abusando de sus yeites y marcas de fábrica, el lenguaraz Joaquín Sabina convocó a su amigo, el narrador y poeta Benjamín Prado, para que le echara una mano en las letras de lo que luego resultaría “Vinagre & rosas”. Tan fuerte fue esa experiencia que el escritor sintió la necesidad de contarlo en un libro. “Romper una canción” cuenta la apasionada pulseada, palabra por palabra, con el autor de “Peor para el sol”. Prado advierte: “Les hará gracia conocer las peleas de Sabina por cada verso y rima y saber que para ser Sabina, Joaquín tiene que trabajar mucho”. Para darse un contexto inspirador, no tuvieron mejor idea que autoimponerse un retiro en la bellísima Praga, “el mejor sitio para estos planes”, según admitió el cantante. La estrategia valió la pena; así lo prueban páginas como “Cristales de bohemia”, “Viudita de Clicquot”, “Virgen de la amargura”, “Blues del alambique” y “Menos dos alas”. El mismo Sabina pero sazonado con la poética de Prado.

El hambre & la
s ganas de comer. Así se veían y así los veían al cantautor e historiador Gabo Ferro y al escritor Pablo Ramos. Y a ellos, amigos recientes pero definitivos, no les pareció mala idea darles la razón y titular su primera obra en conjunto con ese dicho popular. El proceso no fue muy convencional: desde Alemania, donde residía temporalmente por una beca, Ramos le enviaba letras a Ferro, quien en Buenos Aires trabajaba cual orfebre en la música. Con los pedazos de un corazón roto, el autor de “El origen de la tristeza” armó canciones cuasi tangueras, a las que no es difícil adivinarles una melancolía porteña alimentada por la frialdad alemana como expresionista telón de fondo. La maravillosa voz de Gabo hace el resto: pocos cantantes en Argentina manejan la variedad de registros emotivos que el ex Porco le insufla a cada canción. Títulos anzuelos, de esos que lo dicen todo: “Los que te quieran”, “Agua zarpada”, Esta vez lo hiciste”, “Adiós”, De la impotencia”, “Hada narcotizada”, “Codeína”. Bon apetit garantizado.

Lone
ly avenue. Que el inglés Nick Hornby haya terminado escribiendo canciones no sorprende. Libros de su factoría, como “Alta fidelidad” y “9 songs”, dan pistas de alquien en quien la música juega un rol fundamental. La asociación lícita con el músico estadounidense Ben Folds cerró el círculo dando como resultado “Lonely avenue”, una avenida donde -una vez más- hay historias del cuore castigado, de cantantes condenados a repetir un hit “forever”, de vecinos complicados, de solitarios hospitales en Año Nuevo. La filosa ironía de Hornby, también presente en sus letras, encuentra en la sensibilidad pop de Folds el mejor vehículo para transitar por esta solitaria avenida. Y nada mejor que hacerlo escuchando -pañuelo en mano- “Picture window” y “Practical Amanda”, dos de esas baladas “a la Elvis Costello” que seguramente les dejarán una marca símil tatuaje allí donde nacen las mejores canciones tristes.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 21 de noviembre de 2010)
Acerca de las novelas primerizas, Ricardo Piglia decía en una reciente entrevista en la revista “Ñ”: “Yo siempre leo con mucho interés las primeras novelas: uno puede identificar ahí los estilos, los tonos, eso es lo que cambia”.
“Bajo este sol tremendo”, del chaqueño-cordobés Carlos Busqued (1970), es una de esas primeras novelas en las cuales uno intuye de inmediato lo singular del estilo y el tono de los que hablaba el experimentado Piglia.
Finalista del premio Anagrama, la calidad de “Bajo este sol...” motivó la entusiasta recomendación del jurado para que se publicara; gesto que debería agradecerse entre tanto libro sobrevaluado que gana -al menos por unas semanas- un lugar en los mesones de las librerías de shoppings y reductos por el estilo.
Este casi policial unplugged, donde las muertes no sorprenden de tan “humanas”, hace cierta la teoría enunciada en una vieja canción de La Sobrecarga, oscura banda de los '80: “Donde nada pasa todo puede pasar”. Y ese lugar es el soporífero Lapachito, minúsculo pueblo del Chaco a donde debe viajar el protagonista Cetarti al enterarse de que la pareja de su madre la mató a ella y a su hermano para luego suicidarse con la misma arma.
A partir de ahí, el impresentable abogado Duarte y el bueno para nada Danielito completarán un triángulo nada amoroso, donde los negocios sucios, la marihuana y la falta de rumbo unirán sus sinuosos caminos.
Con un estilo pulido, trabajado al punto de parecer que editor alguno pasó por allí, Busqued deja que sus personajes fluyan con sus miserias y su humor involuntario, siempre detrás de algo que nunca llega a percibirse con claridad.
Con el trasfondo de pérdidas que en apariencia no lo afectan, Cetarti llena el hueco de estar desempleado -y sin planes a la vista- mirando innúmeros documentales de animales (su único interés, el que aún lo muestra con signos de humanidad, es mantener un pez deforme rescatado de la pecera de su finado hermano) y fumando porros a toda hora. En tanto que Duarte y Danielito, tan parecidos a Cetarti en eso de no ver más allá del aquí y ahora, juegan al margen de la ley con una impunidad pueril, al límite del grotesco.
Una historia simple, una trama sólida y pocos personajes pero hábilmente delineados en apenas 182 páginas, le alcanzan a Busqued para darle forma a una novela iniciática de esas que abren crédito por atributos propios y no por tracción de influencias.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 6 de noviembre de 2010)
Se sabe, hay tantos Maradonas como argentinos opinando con indisimulado fervor acerca de él. Por lo cual, cada uno de los 40 millones que pisamos este país (o los que seamos después de este último censo) tenemos sí o sí algo para decir sobre el Diego. Bueno o malo, positivo o negativo, triste o alegre, pero algo. Mal que le pese, el eterno Pelusa siempre es materia opinable. Su inalterable perfil polémico nos sigue dando pie tanto para la charla de café como para el más rabioso cruce mediático. Jamás para la indiferencia.
En esa suerte de caprichoso álbum familiar que nos une al 10 más 10 de todos los tiempos, seguramente todos guardamos con especial afecto una foto, una imagen única y personal que se recorta con claridad del resto.
La mía, ya cuasi daguerrotipo, tiene por telón de fondo el 21 de setiembre de 1980, cuando en plena adolescencia la llegada del Argentinos Juniors de Maradona me puso ante la disyuntiva borgeana de optar entre dos senderos que se bifurcaban inevitablemente: ir al esperadísimo picnic del Día de los estudiantes junto a mis compañeros o ir a ver a Diego Armando, que desembarcaba por primera vez en San Martín precedido por sus incipientes laureles deportivos. Apenas un año antes, el ex “cebollita” había obtenido su primer título internacional: nada menos que el Campeonato Mundial Juvenil en Japón, integrando aquella Selección Argentina donde brilló junto al riojano Ramón Díaz.
Las estadísticas dirán que en el Este se jugaría la tercera fecha del viejo y querido Campeonato Nacional. Argentinos, dirigido por Miguel Angel López, venía de ganarle 6 a 0 a San Lorenzo de Mar del Plata y el “Chacarero” de empatarle 2 a 2 a Huracán en el mismísimo Parque Patricios.
Conducido por el inefable Jorge Julio, San Martín formaba por entonces con Tamagnone, Lucero, Fernández, Meyer, Millán, Tello, Pezzatti, Logiacono, Moreschini, Muñiz y Olmos. (También estaban, entre otros, Ereros y Giusfredi).
En tanto que Argentinos salía a la cancha de Lavalle y Ruta 50 con Alles, Carrizo, Bealieu, Franceschini, Domenech, Vidal, García, Espíndola, Magallanes, Maradona y Pasculli.
El partido, bastante mediocre por cierto, por lo menos tuvo goles: terminó en un mezquino 1 a 1, con tantos de Rodolfo Pezzati para el León del Este y de Pasculli para los Bichos Colorados. Maradona no tuvo una gran tarde, sin embargo recuerdo como dato excluyente un tiro fortísimo que casi le parte un poste al sorprendido Tamagnone. La revancha en la Paternal fue 3 a 1 a favor de Argentinos, pero eso ya no viene al caso.
No había sido tal vez el partido soñado, con un Diego inspirado haciendo todo eso que le habíamos visto por televisión, pero yo me iba de la cancha con una extraña satisfacción, similar a la que sentí cuando escuché por primera vez en vivo a Luis Alberto Spinetta. ¿El picnic? Según el contundente reporte de mis compañeros, “bien, pero nada del otro mundo”. A mí, en cambio, me quedaba el particular gustito de haber ver en acción a alguien que, con el tiempo, sería calificado sin discusión “de otro mundo”.

(Publicado en Los Andes On Line, 30 de octubre de 2010)
A esta altura de la soireé, discutir el valor de internet sería de necios. Como todo, amigos, la clave está en el (buen) uso que se le dé. No es casualidad que en la última semana dos irreprochables pensadores hayan hecho hincapié en su importancia pero también en cómo aprovecharla correctamente.
Ante la inevitable y creciente presencia de la red de redes en nuestra vida, lo más sano, tal vez lo esencial, sea aprender a convivir con ella de la mejor manera.
En esa sintonía, tanto el semiólogo y escritor Umberto Eco como el sociólogo polaco Zygmunt Bauman ven en el ciberespacio un valioso caudal informativo pero también una presencia invasiva frente a la cual no se puede permanecer indiferente. Desde la trinchera del pensamiento, ellos dicen -opinión más, visión menos- que estamos ante una herramienta maravillosa que hay que tomar con pinzas.
Eco considera a internet como “una memoria sin filtro, donde no se distingue el error de la verdad”. Por esa razón, el italiano propone que a las nuevas generaciones, los bien llamados nativos digitales, se les enseñe “el arte del filtro”; es decir, las técnicas elementales para capitalizar los datos fiables y no comprar gato por liebre.
El autor de “El nombre de la rosa” plantea que los estudiantes que naturalmente buscan información en la web al menos deberían tomarse el trabajo de chequear, seleccionar y comparar hasta dar con las respuestas correctas que justifiquen su pesquisa virtual.
El octogenario Bauman, quien considera que ante la modernidad no se puede retroceder, ve en las redes sociales maravillosas “compuertas” hacia un mundo de mayores opciones. “El cambio es constante. Hay que aprender lo nuevo y olvidar lo anterior a una velocidad sorprendente”, reconoce el creador de “Tiempos líquidos”. Para el famoso académico, “internet es una escuela de negociación de diferencias”. Un territorio donde queda sólo en uno sacar algo en limpio.
Quien navegue en ese ilimitado mar de temas no debería, según los distintos enfoques de Eco y Bauman, adoptar una actitud pasiva ni ingenua. En otras palabras, pensar sería la reacción esperable en caso de apelarse a internet con otros fines que no sean los de la simple diversión o entretenimiento.
Dando por descontada cierta comodidad o pereza del estudiante de estos tiempos (no sólo en la Argentina, vale aclarar), los docentes tienen ante sí una tarea más de las tantas que acumulan hoy: enseñar a estudiantes -desde la primaria hasta la universidad misma- a destilar el cuantioso caudal informativo que les ofrece la inabarcable internet. Algo así como aplicar el
sentido común como un embudo de calidad.

(Publicado en Diario Los Andes, 29 de octubre de 2010)
No será esta Mendoza levemente aggiornada una Frankfurt de cabotaje pero al menos se sigue leyendo, escribiendo y editando sostenidamente. Un repaso, entonces, para pasar en limpio lo recibido en el mostrador de Generación Bic.
Antes, la perla negra: lo difícil que es dar con algunos de estos materiales. No porque los autores no quieran llegar a destino sino porque los intermediarios no nos la hacen fácil: las producciones locales no se ofrecen al público (total, están en consignación y dejan poco margen), no son expuestas en un buen lugar (“ni loco te corro los de Vargas Llosa”) y cierto quioscos son esquivos a rendir a los autores lo poco que se vende. En síntesis, no queda otra que apelar, una vez más, al boca a boca o a la creatividad para “cazar” a los esquivos lectores.

Féminas universales

La editorial Tortitas Caseras vuelve con un nuevo ejemplo de amasado artesanal para otro de su libros objeto, siempre pergeñados por la incansable María Luisa Nasif. El exquisito “Mujeres intensas” reúne a cuatro poetas: Niní Fajardo, Nora Quevedo, Nora Bruccoleri y Vanina Massarutti. Cuatro bocas que no se callan nada. Que dicen lo suyo con una sensibilidad no exenta de autoridad. De las que piensan y dicen en voz alta. Marcan territorio. Y todo envasado (en origen) con flores secas, colores vivos y hasta un sello de perfume como para que el libro nos impregne un poco más.

Por docena

Estadísticas fiables confirman que las revistas independientes -aquí y allá- suelen morir indefectiblemente en el número 3, a lo sumo en el 4. Sin embargo, la ya preadolescente “Serendipia” llegó al 12 y sigue más viva que nunca.
En su formato tapa dura y sus cien (¡¡!!) páginas, la publicación capitaneada por Alejandro Frías y Lorena Puebla vuelve a mostrar un amplio y diverso arco de propuestas y autores. Poesía, cuentos, relatos cortos, teatro, homenajes, ensayos, humor, secciones fijas, etc. Un material que vale lo que pesa.




Las ramas mágicas

Así como se afirma, sin escaparle al vizcachazo, que pisamos tierra de poetas, no erraríamos demasiado si por el contrario decimos que aún es magra la producción de novelas. Con “El árbol violeta” (Ediciones Baobab), José Luis Pachmann intenta saldar en parte esa deuda.
Ambientada en el bosque chaqueño conocido como “El impenetrable”, todo gira en torno de la vida del negrito Sisé y su esforzada sobrevivencia en un medio hostil donde un inexplicable árbol violeta es a la vez altar y protector. Según su autor, “esta novela trata de las cosas simples que nos carcomen el alma. Específicamente sobre el devenir de la existencia y la mutación que nos provoca”.

Mirá cómo tiemblo

“Cuentos de Cucos y Memoriosos”, que se presenta a sí mismo como “libro apócrifo de textos de terror”, reconoce su germen en la sección del mismo nombre publicada en la revista “La Mosquitera”. Camuflados detrás de nombres apócrifos, Ramón Mayo, Fernando Rosas, Raúl Zalazar y Andrés Llugany crean/recrean/ reversionan -con más humor que miedo- las historias de La maldición del Futre, La chancha de las luces, El chivo negro, La criatura del Bajo, El grillo topo, Los niños mono, El perfumador, El pollo del cancerbero y El loro de la Parca, entre otros tantos inspiradores del julepe. Son 16 relatos en los que una concepción gráfica de notable calidad (gracias al aporte del Fondo Provincial de la Cultura) posibilita que se luzcan las excelentes ilustraciones de Gabriel Fernández, Fernando Rosas y Pablo Pavezka.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 24 de octubre de 2010)
Aquel periodista que no piense en el lector, cada vez que se siente frente a la computadora como ayer ante una ruidosa Remington, difícilmente logre dar en el blanco del interés de quien se detuvo a leer su nota. En esa línea, un consejo básico que se le da a todo aquel que pisa por primera vez una redacción es que no pierda nunca de vista que él también es un lector. ¿Qué significa esto? Que ponga en su texto aquello que pretende encontrar cuando lee una nota, artículo o reportaje ajeno. Es decir, información clara, interesante y atractiva, donde en lo posible se tiendan puentes para que el lector se sienta parte de lo que se está contando.
No hay sobrevivencia posible para los medios de papel que no contemplen esto. La velocidad e inmediatez, se sabe, está y estará garantizada por los medios digitales, pero el tiempo, la hondura y la reflexión que exige un lector de medios gráficos deben estar impresos con una cuota extra de pasión y detalle.
El lector de Los Andes no es un actor pasivo en esa relación diaria que, en muchísimos casos, acumula unos cuantos años. Se expresa cotidianamente a través de un simple llamado para agradecer una nota o tirarnos las orejas por ese error que se nos escapó, sugerirnos artículos o investigaciones, denunciar la falta de respuesta de organismos públicos o funcionarios, como también para compartir problemas de los más domésticos y sensibles a su vida en comunidad.
La llegada del diario a una casa sigue siendo para muchos como la llegada de un amigo o un familiar. De allí que no haya nota que pueda prescindir de ese singular lazo que ha llevado que este matutino cargue sobre sus espaldas 127 años y aún se sienta con fuerzas como para seguir subiendo la cuesta. Y si lo sigue haciendo con el mismo ímpetu es porque sabe que la carga se reparte con sus fieles lectores.

(Publicado en suplemento aniversario Diario Los Andes, 20 de octubre de 2010)
Con el paso de los años, la velocidad y economía de los e-mails, los breves pero contundentes mensajes de texto y el uso creciente de la computadora nos han ido “eximiendo” de la personalísima escritura manuscrita. Salvo los chicos, que deben hacerlo obligatoriamente en la escuela primaria y secundaria, o los adultos que indefectiblemente debemos rellenar formularios u otro tipo de documentación, cada vez son menos los que manipulan una birome o un lápiz a la hora de escribir.
En la literatura, por ejemplo, esto se traduce en la pérdida de aquel jugoso género epistolar donde la palabra sorteaba mares y desiertos para acercar dos visiones, dos mundos, con mucho para decir. Hoy, un desapasionado intercambio de mails pareciera haber vaciado de sentido el ida y vuelta entre los creadores, aunque también exista la posibilidad en estos nuevos formatos de decir aquellas mismas verdades.
El hecho de saber de antemano que no hay posteridad para esas palabras, las condena de inmediato a una indiferencia que se confirma, una vez leídas, al apretar sin culpa la opción “borrar” y enviarlas a la papelera virtual.
En tren de ponernos nostálgicos, aunque carecieran de valor literario, las cartas familiares también tenían su encanto; la inconfundible letra de un ser querido impactaba, movilizaba, tanto como el contenido mismo. Ahora basta un “cómo andan?” (sí, con un solo signo de preguntas) para que a miles de kilómetros nos respondan un lacónico “todo bien”, y quedemos satisfechos con el estado actual de nuestros afectos.
El argumento de que ya no hay tiempo para explayarnos en detalles nimios, o que “para eso” existe el teléfono, nos quitó ese mágico momento de abrir una carta; un gesto no muy distinto al de aquel que espera a su amor en el andén de una estación de trenes.
Esta batalla que claramente ganó la modernidad dejó algunas secuelas. Por ejemplo, que a los niños les cueste una barbaridad escribir en cursiva. Habrá quien se pregunte cuál es el problema, para qué le va a servir en el futuro (típico interrogante del adolescente pragmático que hemos sido todos). Sin embargo, los pedagogos consideran que “el alumno que utiliza letra cursiva escribe con fluidez sus ideas y ve favorecida la percepción de palabras por la continuidad, mientras que las letras de imprenta, al estar separadas, interrumpen la secuencia de pensamiento”.
Después de años de aporrear teclados de máquinas de escribir y luego de computadoras, debo reconocer que cuando vuelvo a escribir “a mano” siento la dificultad, la falta de entrenamiento.
Me cuesta reconocerme en ese símil camino de arañas que pretendía ser una oración y que la miopía o la presbicia complican aún más llegado el momento de leerlo. No cabe duda de que no hay nada más personal que expresar “de puño y letra” sentimientos genuinos o una buena noticia. Paradójica confesión: digo todo esto tipeando en una fría e impersonal PC.

(Publicado en Diario Los Andes, 5 de octubre de 2010)

El martes comienza una nueva edición de la Feria del Libro de Mendoza y, como cada año, la reacción en el mundillo cultural vernáculo se repite cual déjà vu: criticarla antes de que arranque, mientras transcurre y repetir el gesto condenatorio una vez que termina.
¿Por qué pasa esto?, se preguntará el inquieto lector. Arriesguemos hipótesis: porque no se aprende de los errores, al punto de repetirlos casi impunemente; total, ¿qué funcionario ha ido después a la Legislatura a dar explicaciones o qué legislador ha pedido rendición de cuentas sobre contenidos, gastos o resultados?
Sigamos: Porque no se escucha o consulta; soy de los tantos escritores locales que participamos en más de una ocasión en la feria y no hubo vez que no hayamos dejado alguna inquietud, sugerencia o abierta crítica para que se capitalice como un aporte, no como molesto palo en la rueda o artero insulto, propio del ghetto literario. Sin embargo, rara vez vimos plasmadas esas contribuciones.
La sensación recurrente es que se trata de un evento anual con el que cada gestión de gobierno debe cumplir como si tratara de la Fiesta de la Vendimia o los festejos patrios marcados en rojo en el almanaque.
Así y todo, es un espacio que hay que defender apasionadamente. Defender y mejorar. Colocar urnas para recoger sugerencias de asistentes, expositores y libreros podría ser una de las tantas opciones para demostrar que a la organización le importa la opinión de todos aquellos que sustentan esta actividad cultural.
Con el lema “Leer desde las raíces”, este capítulo 2010 promete una intensa agenda; con presentaciones y charlas de autores mendocinos (Rodolfo Braceli, Laura Moyano, Oscar D’Angelo, José Luis Menéndez, Rolando López, Leandro Hidalgo, Dionisio Salas Astorga, Javier Píccolo, Oscar Miremont) y los consabidos “peso pesado” foráneos (Diana Bellesi, María Sáenz Quesada, Silvia Iparraguirre, Pablo Ramos, Zuhair Juri, Horacio González), mesas temáticas (“Poesía cantada”, con Palo Pandolfo y Rosario Bléfari), conferencias (“Panorama de la poesía Cuyana contemporánea”), talleres para estudiantes de los distintos niveles educativos, y lo que sin dudas viene oxigenando las últimas ediciones: el “Espacio Indy-Gentes”, singular y agitador lado B del evento madre que cobija un sinnúmero de producciones literarias independientes, con sus correspondientes presentaciones de libros, muestras, mesas debate y recitales.
Como siempre, el crédito queda abierto. La Feria del Libro no es, no debería serlo, un compromiso a sortear por el gobierno de turno. Nos pertenece a todos y por eso nos entusiasma, nos enoja, nos atrae o repele. Nos revela como somos.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 26 de setiembre de 2010)
Pocos disparadores más efectivos del ingenio que la crisis. Cualquier crisis. Y vaya si sabremos de esto los argentinos. Tanto sabemos que hasta podemos jactarnos de “exportar” algunas de nuestras creaciones y no hablo aquí sólo del remanido trío tango-colectivo-dulce de leche.
España, madre patria que nutrió de inmigrantes el suelo argentino durante años y que ahora recibe -casi tanto como expulsa- hombres y mujeres del país natal de Messi, es uno de los que “importó” un fenómeno con el sello argento en su orillo: el trueque.
Está bien, se podrá decir que ya en la Alemania post Segunda Guerra Mundial existían los clubes de intercambio, pero el caso Argentino superó todo antecedente a escala planetaria, como certifican irrefutables estudiosos y economistas.
El trueque, ese mismo que fue una verdadera soga de salvación en aquellos durísimos años del derrumbe delarruista, cuando todo nos acercaba al abismo, ahora es para muchos españoles lo más parecido a un bote mientras el Titanic de los años de bonanza se va a pique indefectiblemente.
Se les debe reconocer, no obstante, que lo están haciendo a su modo, aprovechando las ventajas que ofrece la tecnología. Más precisamente, a través de internet. El mentor de “Truekenet”, Juan Martínez, ha reconocido públicamente que su mayor inspiración no fue otra que la Red Global de Trueque de Argentina.
Cada vez son más los sitios destinados a que los internautas intercambien productos y servicios con el claro objetivo de que les den los números y puedan llegar a fin de mes lo más dignamente posible. En nuestro país ya existe la permuta virtual pero, vale decirlo, esta vez con un contexto económico no tan agobiante como aquel de 2001-2002.
En tiempos del nefasto corralito, esta alternativa social y económica era vista desde Europa casi como un brutal regreso a las fuentes (por decirlo educadamente), un intercambio de básica sobrevivencia con bastante de primitivismo. Lo que era un “salvarse entre todos”, un recurso basado en la necesidad y, por qué no, en la solidaridad, no parecía ser un ejemplo a imitar por los parientes ricos.
Sin embargo, aquí sirvió para que millones de argentinos resistieran desde los crecientes clubes de “prosumidores” hasta que la economía reencontrara su cauce. Se estima que en 2002 funcionaron unos 5.000 clubes en todo el país y que más de 2.500.000 argentinos participaron de la permuta más variada e insólita.
Que el trueque todavía no sea masivo en las comarcas de Rodríguez Zapatero se debe en gran medida a que, según explica el creador de “Truekenet”, a la mayoría todavía le cuesta aceptarlo como otra manera de comerciar. En cambio, los que entraron en esa dinámica de desprenderse de algo que no necesitan a cambio de algo que sí necesitan, ven en esta opción un camino alternativo hasta poder retornar a la ruta cuando el temporal de la crisis amaine.

(Publicado en Diario Los Andes, 16 de setiembre de 2010)
“Nadie acabará con los libros”, juran, sostienen, desafían Umberto Eco y Jean-Claude Carriere en su reciente trabajo a dúo publicado por Lumen. Pero si de alguien podemos estar seguros de que no hará nada contra ese “conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”, ése es Matías Serra Bradford.
Este escritor, traductor y crítico nacido en Buenos Aires en el 69 del siglo pasado, es de los que ven en una biblioteca el paraíso perdido al que no alcanzará una vida o dos para reconquistar.
Su intento, acaso su utopía, de dar un orden al caos de la lectura apasionada, se titula “La biblioteca ideal” (La Bestia Equilátera, 2009). Novela fragmentaria que se asienta en cuatro lectores (Silvio, Bruno, Theo, Lucio) que buscan dar forma a esa imposible biblioteca perfecta, tan caprichosa como borgeana en el devenir de su azarosa arquitectura.
Pasen y lean. Sus estantes son numerosos y variados. Las librerías en su más amplio y generoso menú: especializadas, de viejo y “comerciales”. Los libreros, esos otros personajes: los sabios, los ignorantes, los mezquinos, los generosos, los escribas frustrados. Los ámbitos de lectura: a la cabeza, los cafés (por mística y confort). Pero también los trenes y los parques y la playa y la pieza y … Los lectores, disparadores y razón de todo círculo vicioso: el adicto, el ansioso, el obsesivo, el egoísta, el generoso. Lecturas: de viaje, de vacaciones, de infancia, de ocasión. El clima y el entorno: la escenografía para toda entrega.
Serra Bradford no deja perfil del lector sin apuntar. Pareciera que nada se le escapa en su afán por registrar cada detalle de la amorosa relación con el objeto libro.
Dada la estructura símil diario personal, toda “La biblioteca ideal” es una invitación al lápiz o el resaltador. Algunas líneas para compartir o subrayar: “Lo suyo con los libros es una enfermedad como cualquier otra”; “La clase de huella que Silvio no quisiera dejar. Ni muchos subrayados, porque obstruyen la lectura, ni pocos, porque se volverían falsamente significativos”; “No tiene con qué comparar su adicción a los libros porque no tuvo otra”; “Quería ser otro y tuvo que ir a buscarlo a los libros”; “No importa cuántas afinidades haya entre un lector y otro, siempre, en lo mismo, van a estar buscando distintas cosas”.
La maravilla -o el peligro- de vivir tantas vidas como libros caigan en sus manos lleva al autor de “Manos verdes” o a su otro yo a escribir: “Tiene todos los libros que quiere tener, le falta su historia”. Lector y personaje serían aquí uno solo; ese mismo que merecería perderse en una isla para resignarse indefectiblemente a ese único libro que habrá de acompañarlo hasta el fin de sus días.
Un consuelo para aquellos que logren zafar de la isla pero no de los ¿sobrevaluados? e-books: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor”, asegura el italiano de “El nombre de la rosa” en ese libro que Serra Bradford seguramente ya leyó, subrayó, disfrutó y cuestionó. No podemos menos que hacernos eco de Umberto.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 12 de setiembre de 2010)
Alcanzado cierto punto de popularidad, hay nombres del mundo del deporte y del espectáculo, sobre todo, que se convierten en productos altamente redituables en el terreno de los negocios. Y, como todo producto, para ganar clientes y mercados requiere de una marca. Esa marca, en estos casos, no es otra que el propio nombre en un primerísimo primer plano.
Así, Shakira puede ser, además de una cantante internacional, un perfume; Susana Giménez una carismática conductora con revista propia; Karina Rabolini una ex modelo que diseña ropa interior; y Valeria Lynch valerse de su poderosa y experimentada voz para liderar una escuela de canto.
En Hollywood, territorio propicio si los hay para sacarle el jugo a la fama, los casos se multiplican. Paris Hilton está presente en perfumes, zapatos, ropa, relojes de lujo y gafas de sol; Jennifer López tiene su marca “J.Lo” con la cual vende ropa, accesorios y zapatos; Thalía hace lo suyo con productos que van desde chocolates hasta lentes; las hermanas Penélope y Mónica Cruz, al igual que las Oreiro, se inclinan por el diseño de ropa; y Chuck Norris es, además de un duro del cine, una bebida energética.
Sin dudas, el “filón” comercial más transitado -por directo y efectivo- es el de los perfumes: Antonio Banderas, Jennifer Aniston, Beyoncé, Christina Aguilera, David Beckham y hasta nuestros Gabriela Sabatini, Gino Bogani, Valeria Mazza, Osvaldo Laport y el inefable Ricardo Fort han bautizado fragancias con sus mediáticos nombres.
Aunque en primer lugar estén los negocios, muchos de estos emprendimientos conllevan una gran cuota de narcisismo, una necesidad de alimentar aún más el ya bien nutrido ego de los famosos.
Son numerosos los casos de celebridades que se dieron el gusto de comprar una bodega para producir sus propios vinos y no siempre poniendo su nombre como imán.
Entre los más cercanos está la experiencia de Gustavo Santaolalla, músico y productor exitoso, quien además de cosechar aplausos, elogios y dos Oscar, ahora cosecha su propia uva en Lunlunta para un vino que toma el nombre de su hijo: “Don Juan Nahuel”. El catalán Joan Manuel Serrat es otro de los que tiene vino personal, elaborado por Mas Perineo y comercializado en Argentina por la bodega mendocina Familia Zuccardi.
En California, la empresa “Celebrity Cellars” es la encargada de embotellar vinos para famosos de la talla de Madonna, Barbra Streisand, Kiss y Celine Dion. Se aclara a los fans del resto del mundo: sólo se venden dentro de Estados Unidos.
Más ambicioso, el ex Police, Sting, compró 350 hectáreas con viñedos y olivos al sur de Florencia, donde produce aceite de oliva y miel que vende únicamente en el Harrods londinense; en tanto que sus vinos artesanales se comercializan en la región ya que su producción es escasa.
El nombre -en realidad, el nombre famoso- es la llave tanto para el emprendimiento sensato como para el capricho mejor intencionado. Por caso, Guillermo Vilas se dio el gusto de grabar un disco y editar libros de poemas; Fito Páez de dirigir películas y la Mole Moli de bailar en el programa de Tinelli. Es cierto, el nombre abre puertas, muchas puertas, pero también deja en claro que no siempre es sinónimo ni garantía de calidad.

(Publicado en Diario Los Andes, 1 de setiembre de 2010)
Con Fogwill, mejor dicho ante la poesía de Fogwill, siempre tuve una sensación similar a la Raymond Carver cuando decía: “No me interesa lo que podría denominarse el 'poema bien hecho'. Al verlo, la reacción que más me tienta es la de exclamar: ‘¡Pero eso no es más que poesía!’. Yo busco algo distinto, algo más que un buen poema”. Seguramente nuestro poeta iconoclasta hubiera adherido a ese “algo más” que uno espera del poema. Por eso no extraña que en su “Llamado a los malos poetas” proponga “que en ellos viva la poesía,/ la innecesaria, la fútil, la sutil / poesía imprescindible. / O la inversa: la poesía necesaria,/ la prescindible para vivir”.
Un Fogwill auténtico: desmitificador y a la vez clamando por poner en el centro lo esencial, aquello que la literatura en su devenir va dejando obscenamente al margen para poner en foco la figura del autor o su potencial talento comercial. “Tu palabra refleja lo que hay detrás”, es su negro sobre blanco en “Sentimiento de sí”.
Seducir e irritar, dos caras de Fogwill presentes tanto en su obra como en una entrevista cualquiera. El humor, lo lúdico, la experimentación, caminos y atajos de una poética sumamente personal como “el roce ínfimo/ del ala inexistente/ de la verdad”.
Publicó cinco libros de poemas que compiló en el reeditado “Partes del todo”. Allí se reúne y resume buena parte de la obra poética de este escritor, sociólogo y publicista que, si bien ganó visibilidad y reconocimiento con su narrativa, siempre dejó en claro que su primer (y último) amor era la poesía.
Será por eso que “su música vuelve con un errar de pasos en la memoria” y en su nombre ahora, con la muerte habiendo hecho todo el trabajo, leamos: “Padre nuestro que estás en el curso de la palabra: ¿Dónde estás? ¿Dónde estaré?”.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 29 de agosto de 2010)
“En esa mancha yo tuve todo cuanto quise: descubrí las Islas de Coral, encontré el perfil de Barba Azul y el rostro anguloso de Abraham Lincoln, libertador de esclavos; tuve el collar de lágrimas de Arminda, el caballo de Blanca Flor y la gallina que pone los huevos de oro; vi el tricornio de Napoleón, la cabra que amamantó a Desdichado de Brabante y montañas echando humo, de las pipas de cristal que fuman sus gigantes o sus enanos. Todo lo que oía o adivinaba, cobraba vida en mi mancha de humedad y me daba su tumulto o sus líneas”. (“La mancha de humedad”, 1944).
A la uruguaya Juana de Ibarbourou (1892-1979) le bastaba una simple mancha de humedad para crear todo un mundo. Algo similar podría decirse que le ocurrió al dibujante todo terreno Diego Bianki, pero en su caso el disparador de la “conciencia imaginante” (como nos enseñaron alguna vez en Comunicación Visual) fueron las nubes. De ahí que el nombre de su proyecto no podía ser más directo y preciso: “Con la cabeza en las nubes”.
Publicado por su propia editorial Pequeño Editor, el libro de Bianki (La Plata, 1963) es una bella obra artesanal que nació, como suele pasar con las buenas ideas, de casualidad: panza arriba en la playa, viendo pasar las nubes y jugando a buscarles una forma reconocible.
Ahí, dice el también ilustrador de la revista Ñ, “vio” el libro al que luego sumaría artistas y fotógrafos invitados. Ral Veroni, Maitena, Elenio Pico, Isol, M. Delia Lozupone, Gusti y Cristian Turdera fueron algunos de los convocados para “intervenir” las imágenes captadas en el inagotable cielo.
Camarita en mano, Bianki arrancó y lo que fue una simpática idea se transformó en obsesión: hoy cuenta con unas 4.000 instantáneas y va por más.
Una niña dormida, un muñeco de nieve, pájaros, elefantes e insectos son algunas de las cincuenta nubes “encontradas” e incluidas en el libro objeto de este diseñador y dibujante que, entre sus múltiples facetas, acredita la de autor de libros para niños y jóvenes, además de haber fundado la recordada revista de arte cómix “Lápiz Japonés”.
En una suerte de obra en -permanente- construcción, el proyecto de Bianki lejos de terminar en la publicación deja abierta la puerta para sumar imaginantes a su causa. En el blog www.libroconlacabezaenlasnubes.blogspot.com la invitación es más que tentadora: “Subí tu foto de nube dibujada o bajate una nube en blanco de este blog, dibujala y luego subila”. Lo que sigue es mucho más simple: dejar volar la imaginación.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 15 de agosto de 2010)

Como si se tratara de un animal en extinción, el tiempo debería considerarse un valor a proteger. Un recurso no renovable al que, con algo de sabiduría, tendríamos que poder sacarle el mayor provecho posible. Finitos como somos, cada minuto, cada hora, cada día cuenta significativamente. Una preocupación común, desde que el mundo es mundo, tanto para el filósofo, el poeta y el hombre de a pie.
Pero mientras nuestros ancestros reflexionaban acerca de cómo “pasar el tiempo” o llenarlo de contenido ya que vivían sin la apremiante velocidad que nos signa hoy, actualmente se nos impone el desafío de sacarle el jugo, aprovecharlo al máximo, en una carrera contra reloj con uno mismo y los demás.
Sin embargo, al pasado y al presente los une la certeza de que no es otro que el inasible tiempo el que marca la medida de nuestro paso por la tierra. Bajo su sombra esquiva no hacemos otra cosa que intentar ganarle la pulseada, perdiendo de vista que la eternidad siempre nos será ajena e inalcanzable.
Tiempo que, se preguntará el lector, por qué debería perder leyendo una columna de diario. Y estará en lo cierto, pero el noble objetivo de la misma bien podría redimir a este escriba: hacer desde aquí un llamado a la solidaridad a ese ejército de desaprensivos que diariamente parecieran estar confabulados para hacernos perder el tiempo. Nuestro valioso tiempo.
Ejemplos sobran. Veamos algunos rigurosamente basados en hechos reales.
1) Facturas telefónicas mal confeccionadas que, a pesar de ser claramente un error de la empresa, implican tener que hacer largas colas hasta llegar a un mostrador donde se nos dará la razón pero, una vez más, poniendo estaba la gansa. “Usted pague y después lo arreglamos”, sería -palabras más palabras menos- ese acuerdo con el que estaremos en desacuerdo pero al cual deberemos acatar mascullando por lo bajo.
2) Jubilado que debe retirar unos estudios médicos. Llega al laboratorio indicado el día y la hora acordados, pero no están listos. Nada de tener el “gesto” de hacer un llamado previo para evitar que el hombre mayor se haga un viaje, gaste un pasaje en colectivo o un oneroso taxi.
Habrá que volver. Total, si hay algo que al anciano le sobra es tiempo. ¡Todo lo contrario!
3) Llamadas telefónicas que nos ofrecen lo que no pedimos, lo que no nos interesa, lo que no nos hace falta. Invasivas voces de impostada simpatía que sólo quieren hacerse oír pero no escucharnos cuando les pedimos, les rogamos, que no nos vuelvan a llamar. La insistencia, se sabe, es parte del negocio. De plomos gratuitos como estos, no nos salva el Chapulín Colorado ni Prodelco.
4) Un clásico. Esperar el micro, sobre todo en días polares en que no tendríamos nada que envidiarle al frizado Walt Disney, es uno de motivos que encabezan el ránking de minutos desperdiciados. Las Red Bus deberían registrar, además de los pasajes, la insufrible espera. Un pasito para atrás… y andá a quejarte al control.
Reivindicar el valor de nuestro tiempo no significa pasarnos de rosca al punto de caer en las garras del estrés, esa enfermedad tan a la medida de este siglo cada vez más acelerado. La consigna es muy simple: “tener” tiempo, “ganar” tiempo, pero para decidir nosotros qué hacer con él, no los demás.

(Publicado en Diario Los Andes, 11 de agosto de 2010)
Apenas se abre el humeante muñequitachocadora (El Suri Porfiado) un verso, como primer tajo de los tantos que vendrán, lo advierte: “Tengo una espinaincrustada en la palabra/ que durará algún tiempo". Y al final, como todo poeta que intuye que su oficio es predestinación -nunca una opción- deja aún más abierto el signo de pregunta: “El cuento no termina cuando yo decido”.
Con su primer libro, la mujer de la espina, Eliana Drajer (San Martín, Mendoza, 1979), sienta las bases de una poética propia, con indudables ecos pizarnikianos, pero con la suficiente personalidad como para sortear tamaño influjo y dejar escuchar su voz. La misma que le dice a Lamás Médula lo que sigue.
La musa antes de la musa.
“Estaba sin trabajar por motivos de salud y ‘muñequitachocadora’ estaba en mi cabeza ya hacía mucho tiempo. Entonces, aproveché ese ‘desocupamiento laboral’ para poner toda mi energía en algo que siempre me salva, como lo es la poesía. Así fue que comencé a trabajar los textos y surgió la parte de los relatos, o sea la otra voz del libro. Allí sentí que estaba poniendo las palabras en el mejor lugar”.
Lo autobiográfico, ese tatuaje.
“Creo que todos somos sujetos sociales, enmarcados y atravesados por el contexto en el cual nos movemos. Uno a veces no lo hace conscientemente pero sí, yo soy de las que dice ‘el sujeto es su historia’. El autor de cualquier disciplina artística está atravesado por lo que es, lo que fue y lo que hace, en todos los sentidos”.
Discursos paralelos.
“Las dos voces fueron encontradas en tiempos distintos. El discurso narrativo apareció después de que el ‘original’ estaba cerrado. Como no me convencía, no dejaba de corregirlo - nunca dejé de corregir; ¡lo sigo haciendo ahora que está impreso!-. Sentía que algo faltaba allí y eso se transformó en otra voz; una voz más inocente que intenta guiar la historia de muñequita. Salió así, fantasmagóricamente”.
Lo lúdico, ¿un tono? ¿una poética?
“En la cotidianidad soy una persona muy pesimista. Creo que encontré en la ironía un tono para poder ‘decir’. Jugué con eso y me sentí cómoda hablando desde ese lugar. Se dice de mí… que soy una poeta ‘social’. No me gusta etiquetar y tampoco que me etiqueten a mí. Si los críticos o los mismos escritores buscan sectorizar mi discurso, no me molesta que digan que mi poesía es social. Con ‘muñequitachocadora’ necesité el juego para poder ficcionalizar algunos hechos que están dentro de la obra y que me sucedieron o me relataron. Ese ‘descanso’ me ayudó a completar el relato y sacarlo a la luz. Sin lo lúdico hubiera sido imposible publicarlo”.
El post parto.
“No cambia nada tras editar. El compromiso quizás es mayor, pero siempre estuvo. Uno se siente escritora o escritor en un determinado momento de su vida y, luego, más allá de publicaciones, premios y concursos, seguís siendo la misma persona. El día después de la presentación del libro, amanecí igual. Creo que el momento más emocionante de la publicación fue cuando Carlos (Aldazábal, el editor de El Suri Porfiado) me avisó que habían llegado los ejemplares, fui a buscarlos y cuando llegué a casa, tomé una tijera y abrí la caja. Todavía no he sido madre, pero fue una emoción muy grande. Lo asocié con el nacimiento de un hijo. Fue todo un embarazo llegar hasta esta instancia, pero después del parto fui feliz y ese sentimiento es muy delgado en mi vida”.
La (bella e implacable) mochila de Alejandra.
“El editor me propuso sacar la cita de Pizarnik porque ya es figurita repetida en el ámbito literario. Pero no quise. Poner sus palabras fue como rendirle un homenaje. Antes de leer por primera vez a Alejandra varios escritores amigos me decían que me parecía a ella (salvando las enormes distancias, por supuesto). Como muchos me lo marcaban, fui a ella. Me compré sus obras completas de poesía y prosa y encontré el sentido a muchas palabras. Ahora no la leo nunca. Leo casi todo narrativa hasta para alejarme del género; aunque éste es mí genero y la poesía morirá conmigo”.
Huellas, sellos, manchas del tigre: léase impronta.
“No sé si reconozco autores imprescindibles, pero sí algunos que me han marcado como lectora primero y escritora después. ‘Palabras’ (Prévert), ‘Mi planta naranja lima’ (Vasconcelos), ‘El diario de Ana Frank’ (Ana Frank), ‘Mantra’ (Fresán), ‘La náusea’ (Sartre), ‘Fahrenheit 451’ (Bradbury), ‘Solos y solas’ (Kamenszain), ‘Los pibes del fondo’ (Patricia Rojas), ‘Pedagogía del oprimido’ (Paulo Freire), ‘Pájaros en la boca’ (Samanta Schweblin), ‘La Hybris’ (Alicia Genovese). También Cortázar, Girondo, Di Giorgio, Ferlinghetti, Juarroz y más cerca en el tiempo, Fabián Casas y Juan López”.
Definir lo indefinible.
“Creo que sintetizaría mi emoción por la poesía en esta frase mía: ‘Este dolor tiene dos gargantas’. No podría decir ‘la poesía es mi aire, mi agua, mi tierra y mi locura’. Hay días en que la realidad me supera de tal forma que si no vuelco eso en un papel, teclado o pared… bueno, a ese sentimiento lo han tenido que resolver psiquiatras y psicólogos por mí”.
A otra con ese canto de sirenas. “A través de la tecnología he compartido y conocido muchos poetas, libros y demás. Pero el olor del papel, el timbre y el cartero que grita ‘Caaaaaaaaaaaaaaaartero’, nunca podrá ser reemplazado. Quizás esté fuera de moda, pero no me importa. Hubo un tiempo en que escribí cartas de amor (anónimas) hace muuuuuuuuuuuuuchos años, pero fue algo mágico. También intenté sostener relaciones por e-mail y fue un fracaso total. De eso, mejor no hablar. No puedo restarle valor a todo lo que lo tecnológico engendra, pero tampoco soy su fan. Prefiero tomar unos mates con mis amigas que chatear con ellas. Eso no lo soporto”.
Para ir a por ella, o mejor dicho a sus poemas, valga la invitación en boca de Alicia Genovese: "... El mundo que enfoca muñequitachocadora es sin anestesia. Pasen y vean, un primer libro compacto, como pocos; desafiante, no pide permiso”.


Poemas de muñequitachocadora
Primera infancia
/batita rosa y vainillas con Nesquik/


1
Soy un juguete
creado en trapo

papel o cartón
da lo mismo

Tengo una espinaincrustada en la palabra
que durará algún tiempo

Por ahora
es temprano pronosticar un final nuevo
o escalar a otras voces

El cuento no termina cuando yo decido.

Esta es la historia de muñequitachocadora. Muñequita pelirroja sola perdida. Parece que fuera gris. Pero es roja. Muymuyroja. Prefiere la noche. Las de luna llena son su perdición. En estas noches mira fijo el cristal y lo vacía tirándole piedras negras. Su rito siempre le funciona.

11
En esta roja cacerola
fornican 29 damascos
Quizás
apague lentamente el ritual
y me rinda

o cocine muñecasrabiosas
con una cuchara perfecta
amaestrada
y musical

para destinar las horas
batiendo el record
del chef más despiadado.

Muñequitachocadora cumple años en tres días. Yo quería regalarle algo especial. No sé. Pensé en una ñoquerita porque le encanta cocinar. Su mami casi nunca puede prepararle la comida. Pero ahora recuerdo que los ñoquis no le gustan mucho. Dice que le hacen acordar a los domingosenfamilia. No sé por qué tiene malos recuerdos. Están buenos mis domingos con la familia.

12
Mi cuerpo rebana ositos de madera

Ahora dame
una navaja de peluche.

Con muñequitachocadora aprendí a jugar al elástico. Como éramos siempre dos, casi siempre me tocaba sostener una punta del elástico a mí y la otra la atábamos a un árbol. Le encantaba ese juego. A mí no porque nunca podía saltar. Cuando le pedía que me dejara saltar lloraba como una loca. Así que terminaba saltando siempre ella. Una tarde, muñe saltaba saltaba y saltaba y se cayó. Rompió su vestidito negro. El día después su mami no la dejó salir a jugar. A los dos días la encontré con un ojo morado.

Segunda intención
/autitochocador y quitavida acuático/

1
Comienza la función

Abro las piernas
y forcejeo por dentro
hasta cansarlo

Algún día aprenderá que
el dominio
es consuelo de tontos.

Lorenzo está enamorado de muñequitachocadora. Ella no lo mira nunca. Se hace la que no le interesa pero cuando jugamos a la escondida siempre se van juntos. Yo creo que hacen cosas cochinas mientras están ocultos. Una noche, mientras jugábamos con los demás chicos del barrio, muñequita y Lorenzo desaparecieron hasta el otro día. Yo le conté a mami y me dijo que no jugara más a la escondida con los chicos. O que si tenía que jugar, que eligiera a una nena como yo para esconderme.

3
Apoyo mi espalda en la tierra
y miro hacia el cielo

No hay postura
más cercana
al desequilibrio.

A muñequitachocadora le han recetado unos medicamentos. Creo que fue por un problema que tuvo en el cole con la seño de matemática. Cuando la paso a buscar para que juguemos al elástico sale su abuelita y me dice que no puede, que está en cama. No sé qué tiene muñequita. La extraño. Más allá de las diferencias que tenemos ceo que nos entendemos mucho. Quizás sea por los contrastes.

(Publicado en el periódico literario Lamás Médula, Buenos Aires, Año 3 Nº2)

Junto a Raymond Carver y Richard Ford, Tobias Wolf integró algo así como la delantera más efectiva, profunda y habilidosa del malinterpretado “realismo sucio” o “minimalismo” norteamericano.
El equívoco, aclararon y siguen aclarando hasta el hartazgo los señalados, viene de ese tipo de simplificaciones en que suelen caer algunos periodistas y críticos literarios cuando encontrar una etiqueta efectista exime de dar mayores precisiones.
A Bill Buford, piloto editorial de la revista “Granta”, le debemos tal rótulo por titular “Dirty realism” (realismo sucio) al número 8 de la publicación de la Universidad de Cambridge. En esa edición que haría historia estaban, entre otros, los nombres de Carver, Wolf y Ford. Los críticos neoyorquinos se entusiasmaron con este incipiente “dream team” de minimalistas y de ahí a la comodidad de encontrar un nuevo quiosco estilístico hubo un solo paso.
Carver, autor de “Catedral”, decía por entonces: “Es posible escribir sobre cosas comunes usando un lenguaje común pero preciso, para llenar a esas cosas comunes de un poder inmenso, sorprendente”. Eso y nada más que eso es lo que antes y después harían sus compañero de campo Tobias Wolf y el Ford de “El periodista deportivo”.
Wolf (Alabama, 1945) ocupa hoy el indiscutible sitial de maestro de la narrativa de EE.UU. Avalan sus laureles una obra de gran solidez, conformada por novelas como “Vieja escuela”, “Vida de este chico”, “En el ejército del faraón” y “Ladrón de cuarteles” y libros de cuentos como “Cazadores en la nieve”, “De regreso al mundo” y “La noche en cuestión”.
Para quien aún no tuvo el placer de toparse con sus páginas, ya está en castellano el imprescindible “Aquí comienza nuestra historia”, una selección personal que recopila 21 cuentos ya editados más diez que permanecían inéditos.
Cuentos que suelen girar en torno de dilemas morales aunque, como bien aclaraba su amigo Raymond, “sus historias no son didácticas ni cautelares. Algunas de ellas son divertidas, otras escalofriantes. Todas hablan de la condición humana de una u otra manera”. Wolf cuenta, y a la vez filosofa, sin impostar la voz porque tiene la gracia (nunca más precisa la palabra) de saber contar una historia. Una buena historia. Tan simple y tan complejo como eso.
“Todo el mundo dice siempre que es estupendo que los seres humanos sean tan adaptables pero no sé. En Estambul un amigo mío vio a un hombre andando por la calle con un piano de cola sobre la espalda. Todos se limitaban a evitarle y seguían su marcha. Es horrible a los que nos acostumbramos”, leemos en “La casa de al lado”. Más, mucho más de sus respuestas sin preguntas, en las restantes 460 páginas.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 1 de agosto de 2010)
Vivimos rodeados de traficantes o simples portadores de mala onda. En el trabajo, en las calles, en el café. Están en todos lados, como los grafitis políticos que nunca se limpiaron o los vendedores de telekino. Su nube negra, amplia y generosa, nos alcanza a todos. A su paso, inevitablemente, algo de esa energía negativa se nos cuela menguándonos el ánimo, bueno o regular, que tuviéramos hasta el fatídico momento de cruzárnoslos.
Estos especímenes cobran especial protagonismo en situaciones masivas como un Mundial de fútbol, elecciones o un controvertido proyecto de ley. Para confirmar la regla, el aún fresco Sudáfrica 2010 fue un espacio propicio para la chicana fácil, el regodeo por la derrota argentina, el ensalzamiento de otras selecciones como ejemplos a imitar. Nada pareció quedar en el cedazo positivo a la hora del balance.
Y esto, que quede claro, no exime de críticas al sistema (o falta de él) de Maradona, a su soberbia inclaudicable ni al rendimiento decepcionante de algunas figuras que refulgen en las marquesinas del fútbol europeo. Se trata, en todo caso, del tan mentado pero inalcanzable equilibrio cuando la pasión entra en juego y también se pone la camiseta.
Vehementes, enceguecidos, arbitrarios, no tenemos punto medio: o debimos ser campeones del mundo y los astros conspiraron en nuestra contra, o somos peores que el peor Camerún. Bipolares de fábrica, un simple resultado nos vuelca la balanza del “todo bien” al “todo mal”. Y así en el día a día y en el cara a cara.
Este physique du rol que supimos conseguir queda certeramente reflejado en una reciente encuesta que sostiene que los argentinos ocupamos el vergonzoso podio entre los más pesimistas de la región. A confesión de partes...
Según el sondeo de la firma Latinobarómetro, sólo el 19 por ciento considera que el país va en dirección correcta, y un escaso 20 por ciento asegura lo mismo del devenir del mundo. La particularidad es que en lo personal la visión cambia; el argentino cree que a él le va mejor que a su terruño y que al planeta Tierra.
Se me podrá decir que no es lo mismo un mala onda que un pesimista, pero ¿qué es este último si no un portador de negatividad, un donante artero de mensajes o acciones nocivas?
Por si no quedó claro, tampoco la contracara de estos cultores del vaso siempre medio vacío son aquellos que van por la vida portando una pueril sonrisa; ésa que fuerce una sesgada lectura de la realidad personal y social que le demuestre y lo convenza de que está en lo cierto.
Como solía profetizar un amigo y colega, “el búmeran vuelve”. Aquí, allá y en todas partes.

(Publicado en Diario Los Andes, 13 de julio de 2010)
Si algo le faltaba al vapuleado objeto libro es que, a la caída estrepitosa de ventas y la triste migración de lectores hacia seductores formatos virtuales, se le sumara que las librerías no cuenten en la actualidad con verdaderos libreros. De esos, me explico, que en los viejos tiempos oficiaban de paternales guías para ayudarnos a descubrir autores o títulos que nos dejarían indelebles muescas.
Hoy, meros despachantes, se limitan a buscar en la PC al autor o texto consultado y dar por respuesta un frío “sí, lo tengo” o “no me queda, pero en la otra sucursal sí” y completar la lacónica información con el correspondiente precio. Casi nunca se les desliza un dato no requerido, una recomendación atinada, un gusto personal de los que merecen compartirse.
Se podrá decir que éste es el modelo perfectamente distinguible de las cadenas de librerías, pero salvo las honrosas excepciones que cual brujas hay, tampoco en las de usados -donde circula otro tipo de textos (títulos inconseguibles, ofertas de best sellers de cuarta y joyitas de esas que premian a los cazadores con olfato)- hay sabios conocedores del paño.
Por definición, un buen librero debería ser aquel que antes que nada es un gran lector, un amante tal de los libros al que compartir su pasión y sabiduría lo convierta en la antípoda de un vendedor o comerciante del “rubro gráfico”.
Ante la falta de libreros de raza como los García Santos, los Yánover, los Crimi, en agosto abrirá la primera escuela de libreros del país. Impulsada por la Cámara Argentina de Papelerías, Librerías y Afines, y la Universidad de Tres de Febrero, más el apoyo de la Secretaría de Cultura y el Ministerio de Trabajo de la Nación, esta excelente iniciativa busca recuperar la idea del librero como formador de lectores. Está destinada a personas con o sin experiencia laboral, secundario completo y ganas de cursar gratuitamente (¡!) ocho materias a lo largo de un cuatrimestre.
Tan exitosa fue la convocatoria que ya se inscribieron 200 interesados para cubrir sólo 40 vacantes. Pero a no desesperar libreros en ciernes, esta experiencia que arranca en Buenos Aires tendrá sus réplicas en el interior (por ahora sólo está confirmada Córdoba).
Que sea un chef de la palabra como el español Manuel Vicent quien defina con mayor precisión de qué hablamos cuando hablamos de libreros y no de “macdonalizados” vendedores: “Una buena librería es siempre la Isla del Tesoro. Tanto si eres un joven aventurero como si eres un curtido explorador, necesitarás un guía en este viaje. Un buen librero te conducirá rápidamente no sólo a la mesa de novedades, sino al punto exacto del anaquel donde se halla el secreto del oro”.

(Publicado en suplemento Estilo, Diario Los Andes, 11 de julio de 2010)
En uno de sus pasos por esta provincia, René Favaloro fue consultado acerca de las bondades o inconveniencias de la “sagrada” siesta mendocina.
Con énfasis, el recordado cardiocirujano dijo que el hombre debe imitar al perro. “¿Qué hace éste? Después de comer se echa a descansar unos 20 minutos”, ejemplificó seriamente. Para luego subrayar que tal impasse en la jornada era “fundamental para una larga y sana vida del corazón humano”.
Sin la clara y fortalecedora intención que le asignaba Favaloro, para la mayoría de los mendocinos la siesta es un código cultural que no requiere de mayor reflexión. “Si no me tiro un ratito, no sirvo para el resto del día”, es la típica frase para justificar el desembarco entre sábanas.
Lo que tampoco es novedad es que esta costumbre, compartida con fervor por varias provincias, sigue resultando un tanto extraña y forzada para los porteños; esclavos ellos del horario corrido y el imparable ritmo de esa cabeza de Goliat a la que se refería Martínez Estrada a la hora de definir a la agitada Buenos Aires.
Como buen provinciano, el escritor y periodista lujanino, Rodolfo Braceli, suele recordar que una de las condiciones básicas que negoció para irse a trabajar al gran puerto fue que pudiera hacer un corte después del almuerzo para rendirle culto a una siestita “a la mendocina”.
Para revertir este panorama de calma chicha versus hormigas en el trasero, en el microcentro porteño acaban de inaugurar el primer siestario (palabra fea si las hay) del país. Una idea que no se pueden arrogar los vecinos del obelisco ya que cuenta con antecedentes en Estados Unidos, Inglaterra, Japón y Australia.
Este tentador siestario está provisto de camas especiales donde se puede dormir de 20 a 40 minutos. Para los estudiosos, bastarían seis minutos de siesta para que el funcionamiento de la memoria mejora un 36%.
La supuesta pérdida de tiempo (argumento de quienes denostan este parate) es recompensada, tras el descanso, por una mayor energía para volver con todo a completar la jornada laboral.
La previa del sueño está a cargo de coachs que se encargan de los ejercicios de relajación y visualización, como también de ofrecer masajes relajantes, completando sesiones que cuestan como mínimo unos 100 pesos.
Ideal para aquellos que necesitan parar la pelota antes de caer goleados por el estrés, el combo del desenchufe incluye aromas y colores acordes con la personalidad de quien va a ocupar el cubículo del relax.
Así que si usted pensaba que la siesta era un ritual demodé, una tradición de esas que hay que conservar más por herencia que por convicción, le decimos que estaba muy equivocado. Entregarse a los brazos de Morfeo puede resultar casi tan reparador como hacerlo en los del ser amado (o no).

(Publicado en Diario Los Andes, 26 de junio de 2010)

El archivo