En la foto del pequeño Aylan, yaciendo en la arena de la costa turca tras un naufragio, se resumió de manera contundente el drama de los inmigrantes en toda Europa.
Fue tal el impacto de esa imagen viralizada a escala planetaria, que la discusión acerca de esas familias que buscan un destino mejor se impuso e instaló no sólo en los medios de comunicación.
Al momento de rasgarse las vestiduras, no faltaron quienes cuestionaron la publicación de las imágenes de las víctimas del naufragio con el argumento de que para hablar del fenómeno creciente de la inmigración  no hacía falta ese “golpe de efecto”.
La foto es parte de la información, por lo tanto la única discusión puede ser cuál de esas imágenes es la que diga más sin apelar al golpe bajo. 
¿Suma que se conozcan y difundan esas imágenes? Claro que sí. 
Gracias a la multiplicación exponencial  que posibilitan las redes sociales, durante los últimos días se habló, comentó y debatió acerca del doloroso derrotero de los inmigrantes de una manera que si no hubiera sido motorizado por esas fotos,  muy pocos habrían reflexionado acerca de una realidad que la Unión Europea no ha sabido afrontar. 
La información pura, sin imágenes, de este u otros temas, tendrían una consideración muy distinta. 
Y si no pensemos en aquellas fotos icónicas, como la de la niña vietnamita que huye despavorida por el Napalm, el 11-S y el ataque a las Torres Gemelas, la bomba atómica en Nagasaki, el Tsunami en Tailandia..
Fotos que sintetizaron el drama y la sinrazón humanas y que movilizar 
Bienvenido entonces el debate si éste va sin medias tintas al problema de fondo: por qué este niño y su familia naufragaron buscando una mejor vida, y no si foto sí o foto no. 
También en nuestra otrora bucólica Mendoza hay niños que son emblema del desamor, la locura y la insensatez de los adultos.
Los nombres de Yoryi Godoy, Luciana Rodríguez, Rosario Amitrano, Micaela Tati y Tiago Videla, entre otros tantos, aún resuenan como testimonio de que la cadena se corta por el eslabón más débil.
Aylan seguramente no será el último niño que muera en un intento de alcanzar un horizonte más digno, pero al menos movilizó a los líderes europeos a comprometerse un poco más y sensibilizó incluso a los que ven a un inmigrante como sinónimo de enemigo. Aylan nos legó así una gran enseñanza.

(Diario UNO, 6 de setiembre de 2015)

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