La historia del juguetero Francisco Gallo, publicada ayer por Diario UNO, aún sigue resonando.
El comerciante neuquino de 50 años fue noticia nacional por un gesto infrecuente, en el que se conjugó sensibilidad y solidaridad.
Lo que podría haber quedado reducido a una noticia policial más devino en una crónica con un final relativamente feliz.
Tres chicos habían robado juguetes de su local. El hombre bajó para ver qué pasaba, tras ser alertado por su hija, que había visto a los chicos cuando escapaban, y se encontró con una imagen que lo conmovió.
Un niño de 9 años estaba junto al patrullero con los brazos en alto. Ese cuadro fue un shock para Francisco. A pesar de que los policías lo instaron a hacer la denuncia, el comerciante se negó. 
¿El botín?: un Spiderman, una muñeca Kitty y un osito panda. 
La primera reacción de Francisco fue regarles los juguetes porque, según admitió ante este diario, “los chicos que me robaron sólo buscaban la infancia”. 
Horas más tarde, el comerciante recibía la visita de la madre de los pequeños que le habían robado para pedirle perdón.
Más conmovido que antes, Francisco vio en esta persona -que iba acompañada por una de las chicas que participó del hecho- el claro reflejo de una familia pobre y vulnerable de las tantas que hay en la Argentina, pese a los números del Indec y a la sesgada visión de ciertos políticos.
El hombre, feliz padre de 4 hijos, no sólo aprovechó la situación para instar a esa madre y a la adolescente a que hicieran algo por sus vidas, sino que se comprometió a ayudarlas.
De hecho, la mujer ahora tiene trabajo en un restorán y su hija de 16 años -y madre de una bebé de 3- se enfocó más en el estudio.
La lección de Francisco es simple: “Con que pueda ayudar a uno solo de estos niños a dejar la calle, sentiré que hice algo. El bien al projimo es un búmeran”.
Sin caer en seudo discursos garantistas que sólo repercuten en tribunas bienpensantes, lo del neuquino es un llamado de atención. Para todos.  
Estado y ciudadanos comunes podemos hacer algo más para que esos niños, que son carne de estadísticas, encuentren la infancia perdida a la que hacía referencia el ejemplar comerciante.

(Diario UNO, 22 de abril de 2015)