Cuando muere un escritor de las características de Eduardo Galeano la sensación de pérdida es un tanto más extraña de lo que ocurre frente a otras muertes.
No es que no se lamente su partida, ni que no se lo vaya a extrañar, pero la reacción más inmediata es la de agradecimiento, la de la mueca tierna al recordar alguno de sus textos, antes que la lágrima y la consternación como expresiones más previsibles. 
La obra del autor uruguayo, como la de aquellos escritores que marcan una época, sin dudas deja una huella por la que seguramente transitarán las próximas generaciones para redescubrirlo en su real dimensión.
Galeano logró lo que muy pocos consiguen: ser populares sin resignar calidad. Y para eso hay que tener, además de una gran sensibilidad y empatía por el otro, un fino oído para lo que se cocina en el habla cotidiana de la calle.
Publicado en 1971, su libro más emblemático, Las venas abiertas de América Latina, marcó a varias generaciones y se sigue reeditando constantemente. 
Allí expuso su descarnada visión del saqueo de los recursos naturales de la región, especialmente de parte del Reino Unido y los Estados Unidos.
Pero si bien ese libro es un hito irrefutable, Galeano nunca quiso cristalizarse en su enfoque de la realidad latinoamericana. 
Sin resignar una innegociable mirada política y social, desarrolló una producción donde alcanzaron un espacio protagónico el fútbol, la ecología y las historias de hombres y mujeres comunes.
Notable observador de la vida cotidiana, desde su mítica mesa en El Brasilero (el café más antiguo de Montevideo, ubicado en pleno casco histórico de la ciudad), registraba con sabiduría eso que latía en el aire y que su radar emocional sabía bajar a tierra como pocos.
Al igual que le ocurría a Roberto Fontanarrosa en sus diarias visitas al bar El Cairo, Galeano reconvertía sus charlas con los parroquianos en historias breves que luego recogía en libros o leía con tono cansino en presentaciones en público o en su programa televisivo.
El autor de El libro de los abrazos también le puso su sello personal al periodismo. Es decir, donde había que utilizar la palabra como estandarte, ahí estaba Galeano. 
Y ahí mismo seguirá estando. 

(Diario UNO, 14 de abril de 2015)