Cuando uno -éste que ya pasó las cuatro décadas como la musa de Arjona- era un preadolescente que se preparaba ansiosamente para irse de vacaciones, no llevaba mucho más que la ropa reglamentaria; a lo sumo, una pelota de fútbol, cartas, y puede que algún libro de aventuras. ¿Para qué más?
Con el paso de los años, aquel niño devino padre y el susodicho ahora ve cómo sus hijos van “armados” hacia su merecido descanso. A tono con los tiempos, e invirtiendo la lógica de aquellas valijas del pasado, ellos priorizan su arsenal tecnológico por sobre lo que los diferencia de Adán en días de viento.
Su equipaje básico no me deja mentir. Consta de: reproductores de mp3, Play Station (con juegos como Guitar Hero y Pro Evolution Soccer, a la cabeza), teléfonos celulares (que también incluyen mp3 para más y más música), cámara fotográfica digital, CD originales y truchos, DVD truchos y originales, y mini equipo musical (para escuchar, sobre todo, algo de FM liviana y veraniega).
Cualquiera diría que las suyas son vacaciones de invierno, en medio de un bosque donde entre una casa y otra hay kilómetros de distancia y silencio. Un aislamiento que lógicamente obligaría a guardarse cual oso y donde las diversiones están demasiado lejos del alcance de la mano.
En este caso, es todo lo contrario.
El contexto es el ideal para romper todo tipo de encierro: playa, mar, aire puro. Combinación que sin dudas podría operar como oxigenante antídoto de un 2009 de mucho estudio y buenas notas, pero también de mucho chat, mails, fotolog, blog y sms disparados al éter como balas de salva.
Pero seamos justos. No sólo los chicos se niegan a desenchufarse durante las vacaciones. Es casi una postal ver a quienes se llevan celular o notebook a la playa para monitorear a distancia sus intereses comerciales o sondear cómo va la oficina. Son esos workaholics (adictos al trabajo) a los que vemos regresar al yugo diario casi tan blancos como se fueron, confirmando que la única agua que los tocó mientras veraneaban fue la de una ola inesperada o una lluvia fuera de libreto.
Con esto, aquel pibe que ni soñaba que un teléfono podía caber en un bolsillo o que cien canciones entrarían en un aparatito pequeño como un encendedor, no quiere decir ni por casualidad que aquella infancia de teléfono prestado por la vecina fuera mejor. De hecho, todos los avances tecnológicos mencionados son esenciales para su profesión de hoy.
Como siempre, todo pasa porque no nos convierta en dóciles esclavos de su encanto y eficiencia. Ahora los dejo porque me suena el teléfono, debo chequear los últimos e-mails y además tengo que mandarles urgente un mensaje de texto a mis hijos para que terminen de armar la valija (o algo parecido) y suban de una buena vez al auto. Atte.

(Publicado en Diario Los Andes, 15 de enero de 2010)