No, no son esos que están pensando. Tampoco aquellos que por años prohibió el cura del pueblo en la película “Cinema Paradiso” y que el previsor proyectorista guardó pacientemente durante mucho tiempo para un día mostrárselos todos juntos a Totó, ese hombre al que de niño le habían vedado la visión de esas muestras de pasión.
Los besos obscenos son esos que, aún lejos de las elecciones, ya empiezan a ofrendar los candidatos (o precandidatos) que aspiran a subirse al podio. De ahora en más, cualquier acto servirá para que los políticos de sonrisa impostada besuqueen a cuanto niño, madre o anciana se les acerquen, sobre todo si hay una cámara -y siempre la hay- que pueda eternizar tan melifluo momento.
¿Quién les dijo que así lucen más humanos, más cerca de la gente? ¿Quién les hizo creer que tal gesto muestra su veta más sensible, menos calculadora? En el todo vale de sumar votos, este tipo de actitudes no sorprende y hasta se podría decir que es la menos dañina para el electorado. Pero haciendo sociología de café es una muestra gratis de lo que vendrá. Parte del combo demagógico que se despliega cada vez que hay que salir a recoger alimento para las urnas.
El manual de los hacedores de la imagen de un político sostiene que esto es necesario. Besar a niños, mujeres y ancianos, reditúa porque -supuestamente- refleja una empatía con los sectores más débiles, más necesitados, donde -otra vez supuestamente- pondrá el ojo ese candidato tan abierto y expansivo en la previa eleccionaria.
No obstante, una vez en el ansiado cargo, lucirá tan cambiado que más de uno se preguntará:“¿Este es el mismo que yo voté?”. Rara vez es el mismo, por eso seguimos tropezando con la misma piedra y nos flagelamos pensando que no aprendemos más. De nuestros errores, claro.
Un consejo, si usted tiene un niño de los que todavía hay que llevar en brazos, cuidado, esos sin duda son los más buscados. Son los que no pueden salir corriendo ni escaparle a los movimientos fríamente calculados de su madre o al ojo clínico del político que en milésimas de segundos ha medido -en un solo paso- a qué distancia está el niño y cuán lejos o cerca merodean los fotógrafos. En un instante, las coordenadas coinciden y el beso obsceno se concreta para el diario de mañana y, por qué no, para la vergonzante posteridad.
¿Que más grave es que no cumplan con lo prometido, que sean ineficientes o, peor, corruptos? Pues claro que eso es más grave, mucho más grave que los besos obscenos, pero si como dice el dicho “por sus gestos los conoceréis”, desde el vamos, desde la campaña misma, la insinceridad se impone como una peligrosa señal de lo que nos espera. A decir verdad, esto ha pasado tantas veces que ya no sorprende, hasta se diría que es esperable como parte del ritual de campaña.
Hoy o mañana será el turno del candidato tal o cual, y más de una madre cholula vestirá a su vástago de fiesta y lo elevará como un trofeo para que las ávidas manos del besuqueador serial lo unja de ventura con su inconfundible sello en la mejilla.
Debo decir que por suerte mi madre no fue de ésas. A lo sumo me ponía de punta en blanco para llevarme a misa. No sé qué fue peor, diría mi padre.

(Publicado en Diario Los Andes, 3 de diciembre de 2010)