Alberto Muñoz es un artista polirrubro que lleva décadas multiplicando su talento a través de la poesía, la música, el teatro y los guiones. Cofundador de Ediciones en Danza, se reconoce como un sujeto auditivo antes que visual, admite que le parece obsceno armar su propia antología y señala a internet como el último carnaval dionisíaco.

Obligado por un trámite aduanero a resumir sus múltiples facetas, Alberto Muñoz (Buenos Aires, 1951) bien podría sintetizarlas en el rubro "Hombre orquesta". Poeta, músico, actor, dramaturgo, docente, guionista de tevé y cine, y psicólogo, este talentoso polirrubro lleva décadas generando arte en sus distintos canales de expresión pero siempre encontrando la vuelta para mixturarlos y crear un producto único, ciento por ciento Muñoz.
Así ha sido desde que "Las flores del mal", del maldito Baudelaire, hundieran sus raíces en su ávida cabeza adolescente y como las arañas de Harry Potter se le multiplicaran en el corazón.
Y así parece que seguirá siendo aun después de sus discos solistas y con el recordado MIA, sus numerosas piezas de teatro musical, su veintena de libros, sus programas de radio, sus guiones para "Magazine For Fai" y "Okupas" y todo aquello que su talentosa usina creativa ose dictarle.
A la mala jugada que le deparó el destino negándole la ventura de haber nacido en la inspiradora Venecia, Muñoz supo neutralizarla anclando su pequeña osamenta en el Tigre, ese delta que hace las veces de paraíso personal a la hora de conciliar musas con lazos familiares y laborales.
En el ida y vuelta que Los Andes le propone al autor de "El levantador de pesas and other poems" la consigna es clara: por ser tan vasto su campo de acción artístico, sólo hablaremos de poesía. Inevitablemente, sus otros talentos confluirán con o sin invitación. Igual serán bienvenidos.
-En 2001 (año del "big bang" De la Rúa y el corralito) fundaste Ediciones en Danza junto a Eduardo Mileo y Javier Cófreces. ¿Qué creías que podían aportarle desde ese espacio al panorama de la poesía argentina?

-La cabeza de la fundación fue Javier. Siendo el mentor de la revista de poesía "La danza del ratón" tuvo siempre entre sus planes fundar una editorial de poesía. Mileo y yo siempre estuvimos cerca de aquella mítica revista y cuando aquel ciclo llegó a su fin, emprendimos juntos (la amistad de los tres lo hizo posible) una descarga sobre el infortunio de editar. Ediciones en Danza es nuestro pequeño paraíso artificial y el de tantos otros poetas argentinos. Sentimos la solidaridad de todos ante las adversidades. La última tormenta nos cayó con el cierre de puertas de "Yenny", una cadena que era nuestro acceso directo al interior del país. ¿Por qué cerro sus puertas a nuestra editorial? No sabe, no contesta. Advertimos que no se trata de una adversidad estética.
-Actualmente hay una producción impresionante de libros de poesía, en gran medida estimulado por los canales que facilita internet. Sin embargo, el único consumidor de este género parece ser el propio poeta.
-Así como la función de la mitología ha sido la de ocultar y preservar los misterios últimos dándonos las historias más bellas, la poesía está para no estar, para no ser enseñada, oculta detrás de cada manifestación luminosa. Internet es el último "carre navale", carnaval dionisíaco donde podés encontrar "la cantidad hechizada", al decir de Lezama. Si son sólo poetas o curiosos o lavanderas o mecánicos de diésel los que abren las páginas del nuevo "Lo sé todo", da lo mismo.
-La música y el teatro también son parte de tu cosmos poético. ¿Cómo se fueron integrando a tu búsqueda creativa?
-El primer contacto que recuerdo haber tenido con la poesía fue a los 14 años viendo "La vida es sueño" de Calderón. Digo "vi" porque se me planteó como materia resuelta, con trastos, telas, luces, palabras dichas por hombres poseídos. Eso que se manifestaba delante de mí no estaba en otro lado de la vida, al menos hasta ese momento. El asombro original que tuve fue en cierto sentido una iniciación. "¿Qué es eso que está ocurriendo?", me preguntaba; no lo sé, pero alguien lo escribió. Habíamos ido al teatro con un grupo del colegio. Salí aturdido, la profesora que nos había llevado explicaba la trama en el hall del teatro y yo quería llorar, y lloré, y me dio vergüenza e invente que me había golpeado, y en rigor estaba golpeado, demasiado golpeado.
La música estuvo presente en mi infancia, comencé a estudiar violín a los seis años por imposición materna. El violín me dio todas las melodías que hice a lo largo de mi vida; en ellas anida, para mi gusto, el universo más sutil e inefable que podamos conseguir (concebir). Soy un sujeto auditivo antes que visual en un mundo que ya se ha establecido como espectáculo. Vivir pareciera ser espectacular, yo prefiero oírme vivir.
-En cuanto a esa versatilidad que siempre ha sido tu marca de fábrica, ¿lo ves como un camino necesario para expandir tu arte o más bien como un sino inevitable?
-Hice de la dispersión una territorialidad. La sociedad castiga la dispersión, para mí ha sido una escolaridad tenue y bien llevada. Entiendo que todo aquello que genera un interés debe ser visitado; en esos laberintos se vislumbra la vocación. Practico la dispersión como otros practican esgrima o buceo. Me disperso dos o tres veces por semana con lo que me atrae: la botánica, la zoología, los trenes, los camiones, la vida de los santos, el catch; en fin, si una de esas maravillas prende, ¡ahí voy a tratarlas como si fuera mi única y más auténtica vocación! Para ello cuento con el teatro, la música o la poesía. Tardo bastante tiempo en investigar qué forma expresiva va a permitirme una "buena internación". Comienzo a trabajar una vez decidido el formato. "La marca de Caín", por ejemplo, me llevó más de quince años componerla. Hice una primera parte "Abel cazador de Caín", la probé en muchos escenarios y después compuse la segunda parte, más compleja, con música coral de Diego Vila. Felizmente está concluida y grabada en un CD doble.
-A esta altura de tu extensa trayectoria, cómo ves en retrospectiva tu propia obra poética. ¿Tenés en mente una antología que dé cuenta de esa amplia producción o lo ves más lejano, casi como el cierre de toda la obra?
-La obra poética tiene dos vías, una de poesía oral y otra para ser leída sobre papel. La primera es de corte más coloquial y emotiva; la otra, más profusa y oscura, es prácticamente temática. Teniendo en cuenta que no figuro prácticamente en ninguna antología de poesía argentina, me parece un poco obsceno intentar la propia.
-Sos un escritor y artista al que varias generaciones le profesan una indisimulada admiración, sin embargo quienes se arrogan definir el "canon poético" de este país no te suelen dar el lugar que merecés. ¿Lo ves así o la validación viene por otro lado?
-No sé qué alcance tiene lo que he escrito, tampoco resolvería nada saberlo. Escribo porque amo escribir y lo hago para el mundo todo, incluyendo los muertos y las divinidades. Ahora pretender que todo ello se incomode leyéndome es un tanto irreverente; me consta que tengo una docena de lectores.
-Al igual que en "Camiones", "Trenes", "Pianoforte" y ahora "El levantador de pesas…", trabajás tomando como eje un tema. ¿Buscás darle al libro claramente una unicidad o te cansaron los libros de poemas "sueltos"? ¿El próximo, también va en esa línea?
-Me gusta tomar un tema y dispersarme en él. Con respecto al "Levantador de pesas" sucedió algo curioso. Yo no tengo afinidad ninguna con los deportes, pero mi hijo mayor, Manuel, es fanático de San Lorenzo y yo quería componer una obra para él. Por eso la amplifiqué buscando, interrogando sobre aquello que busca resolver cada deporte. Mis amados poetas latinos me ayudaron. Cada poema es también una canción de amor, el vigoroso amor de la fuerza física. De todos mis libros éste fue el más silenciado, no entiendo por qué. De todos modos me gustó tanto hacerlo que probablemente insista con una segunda vuelta, la segunda oportunidad que tienen los luchadores…
-Como psicólogo que sos, aunque no ejerzas (al menos "profesionalmente"), ¿alguna vez analizaste por qué en vos ganó la pulseada el poeta?
-No hubo pulseada, son amores encontrados. Yo trabajo como maestro de poética, y ahí soy tanto uno como otro.

(Publicado en suplemento Cultura, Los Andes, 26 de setiembre de 2009)

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