Así como se suele decir que los políticos no salen de un repollo sino que provienen de vientres similares al de nuestras madres, también podemos otorgarles igual rango de humanidad a todos esos pibes que últimamente ganan espacio en los medios por protagonizar hechos de violencia o morir a una edad en que todo se espera de ellos. Nos guste o no, algo de responsabilidad tenemos los que ya peinamos una que otra cana.
¿Tendría que sorprendernos este estado de las cosas a quienes deberíamos ser -aunque suene demasiado pretencioso- una suerte de espejo de vida, una guía elemental para que después recorran solos un camino con más oportunidades que piedras?
Ver el grado de violencia que destila la pelea política -se llame ésta Ley de Medios, Promoción Industrial o Impuestazo tecnológico- no es lo que se dice una señal de convivencia ni de sano debate democrático como para convencer a los más chicos de que el intercambio de ideas es la base del crecimiento de un país.
Este crispado modelo de discusión presenta claros ejemplos en la calle, donde una simple frenada a destiempo desata los demonios de algún conductor o donde si no me dan respuesta a mi reclamo (sea válido o no) corto la vía pública sin importar a quién afecto.
Donde a cualquiera -desde un gobernador hasta un actor famoso- le basta con lanzar ideas alocadas para ganar su porción mediática. O, por qué no, en los medios mismos, donde cualquier argucia es válida para posicionarse sea cual fuere el podio que se ambicione.
En este desquiciado panorama no quedan fuera las batallas entre las distintas hinchadas del fútbol argentino, los cánticos xenófobos, el creciente negocio de la droga, el "peaje" en zonas aledañas a los estadios, el apoyo tarifado a ciertos jugadores. Salvo el esclarecido Maradona, difícilmente alguien coincida en que la pelota no se manchó.
Con este sucinto racconto del inefable "ser argentino", no es extraño que los chicos sean tristemente los que nos den a diario algunos de los títulos más resonantes: "Acuchillan a dos alumnos en una pelea cerca de un colegio"; "Detienen a un adolescente por abusar de una prima"; "Cuatro jóvenes muertos al caer en un lago de un country"; "Cada vez detienen a más jóvenes con marihuana"?
En mucho estamos fallando feo como sociedad para que no seamos los más grandes quienes evitemos ese vergonzante protagonismo. Y más preocupante aún es que no parece haber demasiada inquietud en quienes funcionalmente -la familia y las escuelas, sobre todo- tendrían que hacerse eco y actuar en consecuencia.
La necesaria cuota de esperanza la ofrecen, claro, aquellos pibes que no suelen ser noticia pero que desde su humilde y silencioso espacio de transformación llenan la otra mitad del vaso. Por ellos también estamos obligados a ser un mejor espejo.

(Publicado en Diario Los Andes, 23 de octubre de 2009)

El archivo