Si alguien pensaba dedicarse a escribir y buscaba un lugar donde aprender, ese lugar no es, a pesar de su equívoco nombre, la Escuela Dinámica de Escritores (EDDE). Allí, a lo único que no se va es a escribir. Según su creador y director, esa auténtica rara avis de la literatura latinoamericana llamada Mario Bellatin, “no se debe, no se puede enseñar a ser escritor”.
De ahí que esa institución tan sui generis, que arrancó en el 2000 con un pequeño capital de $5.000 y un entusiasta grupo de profesionales de distintas ramas del arte, proponga a sus alumnos un “diálogo de expresiones artísticas” con docentes que pueden provenir de la pintura, la fotografía, el psicoanálisis, la filosofía, la crítica, el teatro, la música, la escultura, la danza, la cocina, o el cine. A esta altura ya han egresado tres camadas, para lo cual se contó con la colaboración de más de cien profesores de distintas disciplinas.
Nada más alejado entonces de un taller literario tradicional que la EDDE. Aquí no hay textos que se sometan al filtro, la tala o la mirada escrutadora de un escritor profesional. Quien desee ser uno de ellos deberá hacerlo fuera de la escuela, en ese ámbito propicio que sólo ofrece la soledad. En buena hora, el clásico ritual del escritor frente a la hoja en blanco aún no ha podido ser remplazado por ningún programa de computación ni plan de estudios que pretenda enseñar el oficio.

No a las recetas
A la EDDE se va básicamente a escuchar y conversar. Toda experiencia artística y de vida se transmite y retransmite de tal manera que el futuro escritor sume experiencia, no teoría, no decálogos de plumas mayores. El objetivo es ampliar su mundo sensible, no darle recetas; simplemente ayudar al alumno a abrir sus propias puertas, comunicar experiencias y absorber todo lo que se pueda. Importa el proceso, no el resultado. Tan simple o complejo como eso.
Bellatin, que no es precisamente un escritor convencional, se propone colocar al alumno en las fronteras de la literatura, en ese espacio en el que puede emerger una creación más original, más arriesgada. Por eso no se sorprende que titule El arte de enseñar a escribir (Alfaguara, 2006) donde, claro, no se cumple tal misión pero donde sí da –junto con un gran número de profesores– testimonios de la experiencia de la Escuela Dinámica de Escritores, “un lugar donde sólo existe una prohibición: escribir. Es decir, que los alumnos, tal vez deba decir los discípulos de un número grande de maestros, no pueden llevar a ese espacio sus propios trabajos de creación. Ellos deben, en lugar de cotejar sus textos, tener la mayor cantidad posible de experiencias con creadores en plena producción”.

Una gran instalación
La también llamada “escuela vacía” o “especie de clínica de rehabilitación para los que tienen la necesidad de escribir” es, según Bellatin, “una gran instalación que empezó y sigue fluyendo en el tiempo y el espacio. Y donde las fronteras, quiero creerlo, quedan abolidas”. Tanto fluye que ya está en marcha el proyecto de crear sedes en varios países; Chile, Perú y Colombia, serán las primeras sucursales. Actualmente funciona en la Casa Refugio Citlaltépetl, en el Distrito Federal de México.
Aunque carece de un programa formal de estudio, cuenta con tres líneas de trabajo para los dos años de cursado y las seis horas académicas con cada profesor: Composición, Contenidos y Formas de construcción.
Los títulos de los cursos dan pistas de la exótica propuesta de Bellatin y los suyos, entre ellos figuran Taller de plagio y disección, Jazz para escritores, El jardín japonés, Drama, melodrama y pastiche; Reconstrucción sensorial y El discurso fotográfico.

Para espíritus libres

Por más informal que parezca, no ingresa cualquiera. Los requisitos para los escasos treinta afortunados que pueden entrar por año son: tener entre 16 y 35 años, un fuerte compromiso con la escritura, disponer del tiempo suficiente para cumplir con la asistencia a clases, lecturas y actividades que propone la escuela y someterse a una entrevista personal.
La EDDE no es la primera acción imprevisible del autor de Jacobo el mutante. Deudor espiritual del grupo francés de “literatura potencial” OuLiPo y del músico norteamericano John Cage (especialmente de su obra 4’33”), Bellatin nació sin su brazo derecho completo. Hasta el 2005 usaba una prótesis que decidió arrojar al Ganges, en la India.
Durante años, su temible garfio (decorado por un alemán con piedras de fantasía) le generó no pocas historias que luego fueron a parar a sus no menos inclasificables libros (ver Lecciones de una liebre muerta, Salón de belleza, Poeta ciego, Perros héroes).
De regreso a México, empezó a experimentar una sensación de vacío tal que le pidió al artista plástico Aldo Chaparro un brazo “artístico”. Finalmente, el miembro artificial en cuestión terminó siendo parte de una muestra en el MOMA de Nueva York.

Antes las ideas que los cuerpos

Otro proyecto de este activista del absurdo, y que confirma en la práctica el concepto experimental de la EDDE, fue el Congreso de Dobles que realizó en una sala de arte en París. Un encuentro donde los escritores originales –los mexicanos Margo Glantz, Sergio Pitol, Salvador Elizondo y José Agustín– no estuvieron presentes y fueron remplazados por cuatro personas comunes que durante seis meses fueron entrenadas para aprender la vida de los “originales” y poder memorizar una serie de textos que luego repitieron frente al desconcertado público francés. Es decir que allí estuvieron “en vivo” las ideas pero no los cuerpos de los escritores verdaderos.
Como era de esperar, esto causó no pocas quejas de periodistas, gente del público, profesores universitarios y autores que se sintieron timados por el siempre provocador Bellatin. Algo que, tratándose del biógrafo del apócrifo Shiki Nagaoka, es de esperar que no haya sido su última travesura.

(Publicado en suplemento Señales, Diario UNO, 2 de setiembre de 2007)

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