Jorge Lanata, que algo sabe del tema, asegura que los diarios deberían salir cuando hay algo para decir. Nobleza obliga, los periodistas rara vez nos detenemos a pensar si realmente tenemos ese “algo” para compartir con los lectores. La maquinaria de la información, se sabe, suele tener más hambre que el Chavo. Y darle de comer es tanto una obligación como un karma vocacional.
Hay un pacto establecido desde años ha de que todos los días debemos llegar a nuestro distinguido público con un considerable cúmulo de información, como si se tratara de un mero pedido a domicilio del súper o la farmacia. Sin embargo, buena parte del material que ofrece la góndola gráfica está dando vueltas las 24 horas por todos los medios. Un incómoda sensación de déjà vu que sustenta una arbitraria paradoja: mientras más nos informamos, menos nos informamos.
El valor diferencial, en todos los casos, pareciera ser mínimo pero a la vez es lo que fideliza a un lector con un medio. Ese plus, ese rasgo distintivo, es en el que debería concentrarse cada periodista, cada diseñador, cada fotógrafo, para justificar tal fidelidad informativa. Algo así como jugar para que los otros festejen el gol y agradezcan llevar “esa” camiseta.
Tanta oferta, tantas opciones, han terminado por abrumarnos y, vale reconocerlo, no todos pueden, quieren o saben, cómo filtrar todo esa bola de nieve noticiosa que no se detiene ni un solo momento a lo largo del día.
Frente a esa bulimia comunicacional se abre el desafío histórico de que los medios –aunque suene un tanto demagógico– se hagan entre todos, así como en su momento el visionario conde de Lautréamont postuló que “la poesía debe ser hecha por todos, no por uno”.
Cambiar los roles de emisor y receptor –como gustan precisar los manuales de comunicación– es lo que ya están poniendo en práctica los diarios digitales subidos al imparable tren de la democratización informática que propone la web 2.0.
Igual desafío les espera a los medios gráficos que, por ahora, tímidamente empiezan a recoger ese esquizofrénico búmeran que durante años arrojaron sin esperar su regreso.

(Publicado en Diario UNO, 17 de marzo de 2008)

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