El futuro en manos del pasado. Fernando Vallejo -narrador, biólogo, cineasta- es uno de esos escritores que generan adicción, aún sin tratarse de una pluma fuera de lo común. Lo que lo hace especial a este colombiano radicado en México es que, aunque nunca deja de renegar contra su país, ha creado una obra personalísima en la que siempre vuelve a su tierra. Ese regreso conlleva una mirada ácida que, si bien todo lo cuestiona, también se resiste a cortar lazos con el pasado. “El desbarrancadero”, tal vez su mejor libro -aunque lejos de la fama de “La virgen de los sicarios”-, pone en el centro de la escena su casa paterna y desde allí, como esquirlas de un mismo fuego, se desprenden las relaciones familiares con sus pocas alegrías y sus muchas tristezas. Advertido de que “uno no es más que unos recuerdos que se comen los gusanos”, este iconoclasta que ve en la muerte una clara metáfora del desmoronamiento de su propio país ganó con este libro el premio Rómulo Gallegos en 2003. Un detalle que confirma su perfil “border”: los 100.000 dólares que obtuvo por su galardón los donó a una fundación que atiende gatos y perros callejeros en Caracas.
El señor de las teclas.
Calcula que serán unas cinco millones de palabras las que tipeó con su entrañable Olivetti Lettera 32 a lo largo de 50 años. Palabras que en buena hora fueron a parar a libros como “Meridiano de sangre”, “Todos los hermosos caballos” y “No es país para viejos”, entre otros, pero también a borradores, textos inéditos y correspondencia. Comprada en una casa de empeño de Tennessee en el otoño de 1958, la sufrida máquina de escribir de Cormac McCarthy recientemente se llamó a silencio y no le quedó otra, al reputado autor, que pasarla a retiro. Fue su amigo John Miller (un economista, cuándo no) quien vio el filón y le sugirió hacer una obra de bien: subastarla en la famosa Christie's de Nueva York y destinar lo recaudado -¡$ 254.500!- al Santa Fe Institute. Como era de esperar, no la remplazó con una netbook u otro chiche tecno por el estilo: el bueno de Miller le compró en e-bay un modelo igual de Olivetti en la módica suma de 10 dólares. Como quien dice, una auténtica bicoca.
Los libros imaginarios
. Existen. Como el fantasma de Canterville, los Buendía o la Maga. Son aquellos que creemos haber leído y no recordamos. O aquellos que recordamos pero nunca leímos. Están en cualquier biblioteca menos en la nuestra y sus títulos se nos escapan tanto como los rostros de sus autores. No se ven pero están en algún lugar preciado de nuestra memoria o en el corazón mismo del olvido. Hasta ahora el mejor método conocido para recuperarlos es escribirlos. Quedamos invitados.
El resaltador.
“Los lectores no se dan cuenta de que el pasaje que leen en una hora, en cinco minutos, se ha desarrollado fuera de la sangre del corazón del autor. La emoción que los impresiona como 'tan verdadera' la ha vivido durante noches enteras de amargas lágrimas”. (William Somerset Maugham, en “Cuadernos de un escritor”).

(Publicado en Diario Los Andes, 13 de diciembre de 2009)

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