Ser feliz era esto, de Eduardo Sacheri. Alfaguara. 2014. 245 págs.


Lucas era de esas personas que, aunque un tanto pasivo, creía tener su vida relativamente bajo control. Claro, hasta que un día aparece una adolescente y le dice que es su hija, y esa vida acusa un cimbronazo que obliga a repensar todo.
A la manera de una computadora, Lucas se tiene que reiniciar y reprogramar su nueva vida en función de esa quinceañera que llegó de Gesell donde su madre, único miembro familiar, acaba de morir.
Lucas vive en Morón junto a su esposa Fabiana, quien siente que la irrupción de Sofía cambiará de vuelta y media a su pareja. Y está en lo cierto. Nunca hubiera pensado que aquel amor juvenil nacido bajo el influjo del mar, del que sabía por boca de él, se sostendría en el tiempo por una hija que no estaba en los planes de nadie.
El devenido papá es un escritor que logró cierta fama y dinero con su primer libro, El desierto de los fantasmas, y que si bien escribió un segundo, El veneno del sol, no quiere saber nada con ser un autor “profesional”. Siente que se está mintiendo a sí mismo y a los demás. En realidad, sueña con instalar un invernáculo, cultivar plantas y dejar que afuera el mundo ajuste sus cuentas.
El núcleo de Ser feliz era esto es el complicado aprendizaje de padre e hija; el cómo cumplir justicieramente con esos roles, con reacciones tan humanas como el temor, la desconfianza, los celos, la protección. En definitiva, cómo dar y recibir amor entre dos desconocidos, dos solitarios que portan la misma sangre.
Sofía no es una adolescente más. Es una chica más madura que el promedio y eso tiene una razón bastante obvia: haber crecido sin papá y con una madre bastante especial, la armó para moverse con soltura entre los inconsistentes adultos.
Eduardo Sacheri (La pregunta de sus ojos, Araoz y la verdad, Papeles en el viento)  tiene un gran talento para trabajar en esa zona de los vínculos donde lo que parece cosa de todos los días gana un primer plano desde una mirada profundamente humana.
Ser feliz era esto no es uno de los puntos más altos de su obra, pero tiene un mérito para destacar y es que sostiene esa poética de las historias mínimas que en cada uno de sus libros nos revela una de las tantas caras que tenemos los complejos y maravillosos seres humanos. 

(Suplemento Escenario, Diario UNO, 26 de mayo de 2014)