Esta vez, como era de esperar en alguien que asume el rol de líder, fue el propio papa Francisco quien envió un mensaje claro a toda la grey católica: tolerancia cero para los abusadores.
Que haya sido la máxima autoridad de la Iglesia quien admitiera que son innumerables los casos de curas pedófilos, marcó un necesario quiebre en esa milenaria institución.
Lo que era un secreto a voces, un vergonzoso pacto de silencio, pasó a ser un tema de agenda. Ahora nadie le puede sacar el cuerpo a la discusión y, sobre todo, a la resolución de los casos denunciados en todo el mundo donde hay presencia de este culto.
Los abominables abusos cometidos por integrantes del clero no sólo son repudiables por ser menores las víctimas, sino también por haber usufructuado una posición de poder y algo intangible pero esencial como la confianza del vínculo.
Por más empeño que se pusiera en “tapar” lo que para los victimarios significaba un escándalo, pero para los abusados un daño psicológico y moral impagable, en la comunidad cercana al hecho se sabía claramente cómo funcionaba el método de ocultación.
Por lo general, el abusador era protegido enviándolo a otro destino, desactivando en lo inmediato repercusiones negativas. Lo que parecía no tenerse en cuenta es que en su nuevo destino, el pedófilo en cuestión volvía a la carga, multiplicando el padecer de otros incautos.
Hoy, y en gran medida porque los damnificados se animan a denunciarlo a través de los medios, la Iglesia Católica debe salir a dar explicaciones. Con su política de no ocultamiento, Francisco no les ha dejado margen para la impunidad como en los viejos tiempos.
Incluso la Organización de las Naciones Unidas le recomendó a la Santa Sede que cambie su ordenamiento jurídico interno para poder darles garantías jurídicas a las víctimas de abuso sexual.
Los recientes casos denunciados en Mendoza, el de un ex alumno de Don Bosco abusado a los 14 años y el del diácono de Junín por supuestamente haber acosado a una discapacitada de 36 años, han logrado un cambio sustancial en el Arzobispado local: que se expidan públicamente. Lo habitual ha sido que sólo se expresara ante la insistencia de la prensa, no por convicción de dar una respuesta pública ante hechos que involucran a sus miembros y  a los feligreses.
La principal lección que da el líder de la iglesia es que el mayor castigo para los abusadores ya no será sólo la justicia divina. Ahora deberán ser juzgados también en la tierra. Como corresponde.

(Diario UNO, 23 de junio de 2014)