Diario de viaje, de Matsuo Basho. Fondo de Cultura Económica. 196 páginas.

Hubo un tiempo en que salir al camino representaba una fuente de conocimiento más profunda y movilizante que cualquier escuela o universidad. Matsuo Basho (1644-1694) vivió sólo 50 años, lo suficiente para ser considerado uno de los máximos exponentes de la poesía japonesa.
Dedicado desde muy pequeño a la palabra, encontró en el haiku su voz más contundente hasta convertirse en un maestro de esa forma poética. Cuando ya contaba con un gran número de discípulos y una consideración pública en su rubro, Basho decide ser un peregrino que vaya al encuentro de la vida en lugar de resignarse a la espera.
Ser un poeta itinerante no era una rareza en su época, lo que dotaba naturalmente a sus relatos de un intercambio humano y literario de una intensidad singular.
En sus diarios, Basho vuelca el impacto que le produce la inabarcable belleza de la naturaleza y sus misterios, pero también la intensidad emocional y la profundidad espiritual de sus encuentros con viajeros, lugareños y amigos entrañables.
Sus memorias del camino, compiladas en estos Diarios de viaje, recopilan relatos de Diario de una calavera a la intemperie, Viaje a Kashima, Cuaderno en la mochila, Vieja a Sarashina, Senda hacia Oku y Diario de saga. En todos desgrana sus impresiones y conjeturas, ilustradas con haikus de su autoría y de sus ocasionales acompañantes.
“Vida, viaje y poesía se dan cita, se reconcilian, se entreveran con gracia, en los escritos de un hacedor tan culto como sencillo, tan abarcador como penetrante”, escriben Alberto Silva y Masateru Ito en un prólogo esclarecedor.
Basho basaba su credo poético en dos ejes: el cambio y la permanencia.  Dos caminos que finalmente confluían en un sendero místico, siempre haciendo pie en “las inestables huellas del pasado”, aunque con el temor de terminar “como una calavera al borde del camino”.
“Como sobre bastón, me apoyaba en las palabras”, apunta en el comienzo de su viaje de mil lenguas. Por entonces advertía a quien quisiera escucharlo: “Yo no soy un monje, tampoco me siento alguien del mundo corriente. Bien podría ser considerado como un murciélago, mezcla de ratón y pájaro”. Un peregrino poseído por los duendes viajeros.

(Diario UNO, suplemento Escenario, 2016)

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