Los dueños del mundo, de Eduardo Sacheri. Alfaguara. 174 páginas.

Eduardo Sacheri es un recurrente visitante de eso pomposamente denominado "la patria de la infancia". Y como buen patriota, gusta celebrarlo a través de la evocación de sus principales rituales, siendo el fútbol el principal tesoro a (re)conquistar. Las travesuras de aquellos años felices son reconvertidos en relatos donde la memoria autobiográfica se juega trampas a sí misma para darle forma a historias redonditas como esa pelota que se niega a dejar de rodar en la memoria e indefectiblemente habrá de terminar en el patio de la bruja de la cuadra.  
“Nuestros recuerdos siempre son un invento, una ficción, un relato que nos hacemos a nosotros mismos. Nuestros recuerdos son un cuento que nos contamos”, advierte en el prólogo “Casi” la verdad.
A través de 18 relatos, Los dueños del mundo evoca los domésticas epopeyas en Castelar donde jugar a la pelota en la calle, correr riesgos carreras de bicicletas junto a las niñas, tirar rompeportones o aplastar monedas en las vías del tren tenían una dimensión épica.
Navegando en iguales dosis de realidad y fantasía, la liviana pluma de Sacheri nos reconocta con nuestra propia infancia, celebrando una amistad que se suele ir diluyendo en el tiempo y confirmando que ahí también los lectores empezamos a dar los primeros pasos en la escuela de la calle.  

(Diario UNO, suplemento Escenario, 23 de febrero de 2016)

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