Desde siempre, los asesores de campaña de los candidatos con altas aspiraciones se encargan de marcarles ítems básicos para no hacer agua en público.
Por ejemplo, qué libros, películas o programas periodísticos son -supuestamente- de su agrado. 
Esto, que parecen simples datos de color, en realidad definen rasgos de personalidad que dicen mucho más de lo que puede sacarse en limpio de una entrevista, un acto frente a militantes o una charla con los vecinos.
Lo que cualquiera se apuraría en encuadrar como meros gustos, en un candidato adquieren una relevancia distinta, singular.
El solo hecho de que un futuro presidente no lea (y no nos referimos únicamente a diarios o revistas, sino libros) ya es un indicador de una carencia no menor.
No se le pide a los representantes que acrediten una formación académica en los distintos rubros ni que sean intelectuales de fuste, pero sí que al menos algunas obras clásicas de la literatura, la política y la historia hayan leído.
En caso de que se esté prejuzgando que carezcan de tales conocimientos, tampoco son lo suficientemente hábiles para destilarlos en sus discursos, sus tête-à-tête con la prensa ni en los actos que requieren de una verba afilada.
Está claro que ese bagaje de cultura general no es excluyente para llegar al podio del poder. Pero no es menos cierto que los estadistas que dejan huella no son personas elementales. 
Acreditan una sensibilidad especial, no siempre deudora del carácter y la personalidad intrínsecos de su persona; más bien son el producto de una búsqueda fructífera.
No alcanza con que un asesor le sople al oído de su jefe un libro de Borges para que pueda sacar patente de lector avezado. 
Al cabo de unos minutos, si lo apuran, quedará en evidencia y el efecto será peor.
El encuentro con obras maravillosas de la literatura, el cine y la música, no tiene un resultado práctico ni mensurable en votos.
Sin embargo, quién puede dudar de que un político con apetencia por lo cultural y lo artístico tendrá una visión de país mucha más rica y más sabia. 
La creatividad también puede ser un músculo a ejercitar por aquellos que nos quieren conducir. 

(Diario UNO, 18 de octubre de 2015)

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