Entre la Gioconda y el turista ansioso hay no menos de 30 visitantes que, como él, pugnan por ver la clásica obra pictórica del renacentista italiano Leonardo da Vinci.
Debido a la distancia y lo complicado del acceso a uno de los imanes del Museo del Louvre de París, debe conformarse con una foto a lo lejos, tomada con su teléfono de última generación. 
Esto, que le ocurrió a un mendocino de vacaciones por Europa, le pasa y le pasará a cualquiera que visite un sitio que se precie de turístico.
Es tal la avidez por registrar cualquier imagen y dispararla al universo virtual gracias a esos celulares inteligentes que la experiencia en esos atractivos lugares es cada vez más distante e impersonal.
Como sostiene el filósofo español José Luis Pardo, “en los museos disparamos a los cuadros con nuestros teléfonos móviles como un pelotón de fusilamiento”.
Rara avis son aquellos que esperan que se dispersen los grupos para acercarse y disfrutar de cerca los detalles de una obra como La Mona Lisa. Escudriñar en qué consiste la magia de un cuadro que es mucho más que eso. 
Lejos, lejísimo del ritual de tomar fotos con cámaras con película y esperar hasta revelarlas para saber en suerte qué tomas quedaron y cuales se velaron o dañaron en el camino, la avasallante tecnología allanó de tal forma el proceso que hoy vivimos en mundo tremendamente saturado de imágenes.
Ante ese frenesí, los viejos álbumes de fotos familiares no pierden el encanto, pero hay que reconocer que han sido superados por los archivos digitales donde se acumula un número exagerado de capturas variopintas.
En aquellos tiempos donde no prevalecía el exhibicionismo per sé ni el culto al ego más banal, una foto servía para documentar un momento especial, un hito en la vida de las personas.
Una imagen condensaba bastante más de lo que representa vernos a sí mismos ahora multiplicados innúmeras veces en las situaciones más cotidianas e irrelevantes.
De regreso a su país, el turista que devino cazador serial de fotos, repasa una cuantas y entre tantas descubre una en especial. Asombrado, se pregunta “¿en qué momento estuve ahí”. 
La respuesta, se contesta para sí, podrá encontrarla una vez más en la agenda del celular, sondeando en google o revisando el historial de su navegador. La vida en un click, como quien dice. 

(Diario UNO, 20 de octubre de 2015)

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