Las vacaciones invernales, que en la provincia arrancaron este lunes, son una inmejorable ocasión para extender el reparador parate al resto del núcleo familiar y recuperar algo de todo ese tiempo que absorbe el trabajo, pero también aquel que se cobran las nuevas tecnologías.
El poder distractivo de los celulares de última generación, las tablets, las notebooks y demás modernos “imanes”, representan al cabo del día unas cuantas horas que podrían haberse destinado a fines más productivos.
En el país, el promedio mensual de horas conectados a internet es de 24.5. Según otro estudio, 1 de cada 4 minutos que se pasa en la web es en redes sociales, especialmente en Facebook (20 millones de argentinos).
Esta tendencia no es patrimonio únicamente de los más jóvenes. El “phubbing”, que es la acción de ignorar al otro por prestar atención al teléfono, ya es común a todas las edades. 
Contra ese “ruido” que  atenta en la comunicación de una pareja, una familia o el entorno laboral, cada vez hay más acciones que buscan ponerle coto. Por ejemplo, hay restoranes que premian con descuentos a los comensales dispuestos a acallar su aparato. 
O espectáculos donde se pide que pongan en silencio sus teléfonos para que todos puedan disfrutar sin esos molestos ringtones que cortan de cuajo el clima.
La distracción también tiene su costo en las empresas. Un informe de la consultora británica Morse, especializada en tecnologías, asegura que el uso de Twitter, Facebook y otras redes sociales le cuesta a las compañías de ese país unos U$S2.250 millones. En promedio, cada una de estas personas pasa 40 minutos por semana en la web, lo que equivale a casi una semana completa de trabajo perdida por año.
Los defensores de esta patológica atracción sostienen que el uso en muchas ocasiones son una demanda del ámbito del trabajo, pero el margen productivo suele ser muy pequeño frente al grueso que se diluye en la mera distracción. 
El desafío no pasa por cerrarse completamente a los atractivos y beneficios de la tecnología sino por evitar que los vínculos afectivos y hasta laborales terminen viéndose afectados por esos maravillosos inventos que llegaron para cambiarnos la vida. 

(Diario UNO, 14 de julio de 2016)

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