Si por ventura alguien creyó que con la muerte de Julio Grondona el fútbol argentino renacería cual ave fénix, a las pruebas hay que remitirse: nada cambió desde aquel 30 de julio de 2014.
Dos años después, la única verdad es la realidad y esa realidad hoy se llama Superliga. 
Este supuesto barajar y dar de nuevo no fue al hueso de lo que requería la entidad madre, que era sanearse conceptual, económica y moralmente. 
Lo que se hizo fue un cambiar para que nada cambie, disfrazado con un pomposo nombre.
El único dato saliente de una votación aplastante (70 votos a favor, 1 en contra) fue que sólo la liga rosarina se expresó en contra. “No voté en contra, mi voto fue positivo. La Superliga no es superadora como pregonan”, dijo Mario Giammaría, el dirigente que no convalidó la criatura post Don Julio.
El nuevo torneo se propone replicar esquemas similiares a los de algunos países europeos, como España, Italia o Inlgaterra. 
La versión nacional propone para la Primera División y la primera categoría del ascenso una nueva estructura de manejo que si bien estará dentro de la AFA, dejará por fuera el manejo de los fondos.
Paradójico. Los mismos dirigentes que fundieron la entidad madre son los que terminaron fogoneando la creación de esta Superliga. 
Son los mismos, también, que se llevaron $1.000 millones del fútbol y que ahora se quedarán con la caja más importante, la de los derechos de la tevé.  
Pero el desequilibrio mayor se expresa en una vergonzosa balanza que tiene de un lado a 40 clubes que se repartirán el 92,75% y otros 4.000 a los que sólo les quedará un lastimoso 7,25%. 
Esta inequidad en el reparto preanuncia un horizonte aún más negro, con clubes chicos que no tendrán para comprar pelotas ni juegos de camisetas. Lo que condenará, inexorablemente, a muerte al gran semillero nacional que siempre ha sido garantía de jugosos ingresos para las arcas del país.
La supuesta jugada maestra tiene nombres y apellidos de peso: Marcelo Tinelli, Daniel Angelici y Víctor Blanco. Ellos –y los otros 67– pulsean con el gobierno por más fondos para el fútbol, bajo amenaza de que Ted Turner los tienta con más dólares.
La jueza Servini de Cubría, quien investiga los claroscuros de Fútbol Para Todos, no debería permitir que la caja de la AFA termine migrando a la Superliga. El botín es tan grande que podría terminar explotándoles en las manos. Y lo peor es que los platos rotos los terminaremos pagando todos los argentinos, no esos 40 clubes “premiun”. 

(Diario UNO, 17 de julio de 2016)

El archivo