Que la hija del músico Gustavo Cordera, uno de los protagonistas de la semana por sus repudiables misóginos, salga en su defensa resulta entendible y hasta esperable.
Lo inaceptable es que la joven considere “una polémica estúpida” el revuelo que produjeron las deleznables declaraciones de su padre, a la sazón una figura pública, no un anónimo opinador de las redes sociales.
En un país donde se produce un caso de femicidio cada 37 horas y cientos de violaciones que no quedan registradas en ningún organismo, en buena hora que se debata si está bien sostener la idea de que “hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas”.
Por supuesto, en su fuero íntimo el ex cantante de la Bersuit puede estar convencido de que eso está bien y no tener que justificarse por pensar así. 
El problema se produce cuando quien lo dice es un músico popular con llegada masiva, sobre todo a los más jóvenes.
Muchos de esos asesinos de mujeres no pensaban de manera muy distinta a lo expresado por el músico.
Bienvenido entonces el debate si éste puede contribuir a que el nivel de violencia creciente contra las mujeres descienda significativamente.
Desde su óptica, la joven hija de Cordera considera una estupidez que tanta gente esté opinando acerca de lo que dijo su padre. Y, como algunos de los que salieron en defensa del músico, quiso justificar los dichos aberrantes como que se trató de “una provocación”. 
Y claro que fue una provocación. Pero no para “despertar” a los futuros periodistas que lo interrogaban, como atinó a argumentar Cordera ante el vendaval que se le venía.
La provocación fue a tantas mujeres que han sido ultrajadas y que deben soportar que un infradotado, amparado en que es un músico popular, saque chapa de impune para opinar livianamente sobre un tema tan sensible.
Cordero dijo que él no cree “en las leyes de los hombres, sí en las de la naturaleza”. Como diría un juez, a confesión de parte, relevo de prueba. 
Lo patético fue que a la hora de justificarse haya apelado al lugar común del rockero incomprendido que, cual mono con navaja, puede decir lo primero que se le ocurra y después apuntarles a los demás por no entender sus supuestas genialidades. 
Tan genial él y tontos los demás que, para victimizarse y correr el eje, salió a decir que también había sido abusado. Más imperdonable aún. 

(Diario UNO, 14 de agosto de 2016)

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