Ayer fue Mauricio Macri. Y antes había sido Sergio Massa. También algo parecido escuchamos en boca de Daniel Scioli, Julio Cobos y Pino Solanas.
Palabras más, palabras menos, el mentor del PRO pidió en tono solemne “basta de relato y piripipí, la gente necesita obras”. 
Eso sí, lo decía en medio de un acto político en Río Negro, donde aprovechó la ocasión para cuestionar al gobierno nacional por la inflación y las leyes antiterroristas y de abastecimiento. 
En ese contexto, el jefe de gobierno porteño no pudo evitar ofrecer su cuota de piripipí al decir que “tenemos que pasar de ser el granero del mundo al supermercado del mundo”. 
Ninguno de los principales referentes políticos, se cuenten o no entre los presidenciables, muestra ser un estudioso del discurso.
Lanzan palabras al voleo creyendo que éstas son “inocentes”, que no llevan en sí un carga determinada que, según cómo las interpreten sus receptores, impactarán de una u otra forma.
Craso error creer que también son inocentes quienes escuchan. 
Si algo nos han servido estos 30 años de  democracia ininterrumpida es haber aprendido a decodificar a nuestros representantes cuando hablan, pero también cuando callan. 
Saber, por ejemplo, cuando un anuncio es una promesa sin sustento; cuando se recurre a citar meras estadísticas que no se pueden refutar inmediatamente sin chequear; cuando se inauguran obras que aún estan “verdes”; cuando se desconoce la realidad de la comunidad a la que se llega llevado de la mano por un dirigente local.
Nobleza obliga, el piripipí no es patrimonio exclusivo de políticos con incontinencia verbal. 
Periodistas, jugadores de fútbol, modelos, actores, mecánicos, por citar sólo algunos, se valen todo el tiempo de este recurso para no ir al grano. 
Son cultores del sanateo, ese argentinismo deudor del lunfardo y al que todos, de una u otra forma, apelamos cuando poco o nada tenemos para decir.
Una de las virtudes que muestran los orientales a la hora de negociar es, además del respeto por el tiempo ajeno, hablar sólo de lo que se sabe. 
Así, el encuentro puede transcurrir sobre bases sólidas y una vez que concluye, ambas partes se van con información concreta que servirá para avanzar o no en la futura negociación.     
Evidentemente, esa política de “cero piripipí” les da excelentes resultados. Ojalá un día aprendamos.

(Diario UNO, 20 de agosto de 2014)

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