En un presente donde la inseguridad es por lejos el tema que más preocupa a los argentinos en general. 
En tiempos en que la batalla contra el delito no es suficiente, por más esfuerzos que se pongan en juego.
En un contexto como éste, en el que hoy más que nunca se requiere de personal policial profesional, confiable, consustanciado con una tarea que nadie duda los expone todos los días a los mayores peligros, la actuación de numerosos uniformados está dejando mucho que desear.
En las últimas semanas han sido unos cuantos los casos en que miembros de la fuerza han protagonizado verdaderos escándalos.
En julio, un oficial en servicio y dos civiles que lo acompañaban volcaron el móvil policial en el Acceso Este. 
Estaban borrachos y le habían robado la billetera a un trabajador haciéndose pasar por personal de Investigaciones. 
En el mismo mes, tres efectivos que realizaban un control de tránsito cerca de Penitentes le pidieron coima a un funcionario del gobierno de San Luis.
Ya en agosto, un joven quedó desfigurado tras una golpiza propinada por policías de San Rafael. 
Por esos mismos días, un policía de San Carlos y su mujer fueron detenidos luego de que su hijita de dos meses fuera internada con varias lesiones y a los médicos del Fleming les llamara la atención el estado en el que llegó.
Ayer, un auxiliar de la Comisaría Sexta tuvo a maltraer a sus propios colegas, los cuales debieron salir en su búsqueda en medio de una espectacular persecución.
Tras chocar en el centro de la Ciudad, el policía se escapó y cuando iba a ser arrestado hirió a dos de sus pares. Allí se descubrió que era policía, que no estaba de servicio y habría manejado ebrio.   
En todos estos casos, la Inspección General de Seguridad (IGS) ha intervenido. Les abre un sumario, los suspende o los cambia de funciones. 
Sin embargo, son medidas que no parecen generar internamente el impacto esperable. Si las medidas tomadas fueran contundentes no sería tan laxa la disciplina en la fuerza.
Para el ministro del área como para los miembros de la IGS son “casos aislados”. El problema es cada vez son más frecuentes y dejan de ser aislados para marcar una tendencia preocupante. 
Si los que deben protegernos actúan de esta manera, qué nos espera frente a delicuentes que, vaya paradoja, se muestran como profesionales del delito.

(Diario UNO, 9 de agosto de 2014)

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