Por definición, generosidad es “la tendencia a ayudar a los demás y a dar las cosas propias sin esperar nada a cambio”.
Vale repasar una por una estas palabras para explicar de qué hablamos cuando pretendemos hablar de altruismo.
Fue la invitada a un programa televisivo en el que se debatía acerca de temas candentes en la Argentina la que apeló a la palabra del título.
“A la política le hace falta generosidad”, dijo y lo que a priori parecía tan obvio, no lo era.
En este país los políticos carecen totalmente de generosidad. 
Desde siempre, y salvo casos aislados, la praxis política no se permite semejante gesto de debilidad. 
Apoyar al otro sin buscar nada a cambio es lo contrario a esa dinámica que busca todo el tiempo un mínimo trueque de figuritas para avanzar hacia determinado objetivo.
La consabida “rosca política” consiste precisamente en que haya algo a cambio para que prospere el plan inicial.
En este ámbito, donde priman los halcones por sobre las palomas, reclamar generosidad es casi una declaración de debilidad.
Según el experimentado ojo del cubero, tanta candidez puede pagarse demasiado caro por desconocer los códigos más elementales con los que se mueve la política.
Generosidad, sería por ejemplo, que la oposición proponga ideas a quien gobierna. Que a esa gestión le vaya bien significaría que les vaya bien a todos. Naif, ¿no? 
Sin embargo, qué partido, dirigente, funcionario o legislador estaría dispuesto a dar o recibir una solución “a costa” de reconocer públicamente el generoso crédito.
La respuesta es simple: nadie. 
Que así sean las reglas de juego no es un argumento ni una justificación, pero no basta.
¿Quién no siente con frecuencia que hay ciertos conflictos que se podrían solucionar rápidamente si en la misma mesa confluyeran las ideas, el trabajo y la coordinación de los distintos actores sociales que socialmente funcionan como islas? 
La generosidad también podría consistir en generar acuerdos que no tienen por qué ser sinónimo de traicionar ideales ni planes de gobierno. 
Incorporar esta amable palabrita sería tan revolucionario como lograr que en los hechos la política transforme la realidad, no sólo en la cómoda retórica preelectoral.  

(Diario UNO, 14 de marzo de 2015)

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