Aunque sean dos temas que en apariencia no tienen nada que ver -el vandalismo a una flamante estatua de San Martín y el bullying que padece una alumna trans en San Rafael- el punto en común es la intolerancia y la falta de educación que los contiene.
Son numerosas las veces que hemos abordado en este espacio la repudiable actitud de aquellos que enchastran paredes, micros, trenes y, lejos de hermosear, dañan los espacios públicos.
De ninguna manera nos referimos a aquellos dibujos y murales realmente artísticos que realzan determinadas superficies y se agradecen.
Los casos cuestionados son aquellos que se realizan de prepo, sin ningún tipo de autorización y con la consigna de mostrar que se pueden pasar por alto ciertas reglas básicas de lo ético y lo estético.
Yendo al hecho más reciente, quien padeció la estupidez del vándalo de turno fue la estatua de José de San Martín, inaugurada el viernes pasado por la actual gestión capitalina de Rodolfo Suárez como parte de los festejos por el bicentenario  como gobernador de las provincias de Cuyo.
En la obra creada por la escultora Sonia López, el prócer está sentado junto a su hija Merceditas en un banco de La Alameda.
Al otro día de su estreno, el Libertador ya lucía con dos dedos menos. La lógica reacción de los vecinos de la zona y de las autoridades de la comuna fue de enojo e impotencia.
“¿Habrá que rodearla de rejas para que no la vuelvan a dañar?”, fue la pregunta de cajón.
El otro caso es el de una persona de carne y hueso. Antonella Arenas tiene 19 años y cursa en una escuela técnica de San Rafael.
La joven que se define como “chica transexual” y en julio pasado obtuvo su nuevo DNI como mujer, salió a denunciar su padecimiento, producto de la intransigencia y el desconocimiento. Antonella dice entender que cueste procesar su cambio, lo que no acepta es que no la respeten. 
Las agresiones que padece ocurren dentro y fuera de la institución, pero no está dispuesta a callarlo. Sabe que detrás de ella vienen otros chicos que van a sufrir el mismo maltrato y no quiere que su historia se repita. 
Por si no quedó claro, no se compara aquí a una obra escultórica con una persona real, aunque ambas sean víctimas. 
Lo que se ubica en el mismo plano es a los intolerantes, a los que haciendo un daño certifican el déficit de valores que signan estos tiempos.

(Diario UNO, 10 de setiembre de 2014)

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